Se
detonó el disparo; por las gafas del hombre podía verse el cuerpo de
la niña gato, caer lentamente. Los
ojos de Merle se abrieron; se encontraba en el suelo; la pequeña flecha
metálica había atravesado su cabello, salvándola de la muerte. Un
segundo disparo la hizo saltar instintivamente hacia el interior de la
habitación. -
¡Demonios!
– el hombre giró en su silla; el aparato disparador volvió a
enfocar; Merle saltaba con rapidez para salvarse; pero el ensordecedor
sonido de las alarmas electrónicas, seguidas por los haces de luz roja
que aparecían frente a ella a cada paso, la hacían confundirse y no
planear su huida correctamente. Varios disparos siguieron. Merle seguía
saltando muerta de terror. Un último disparo la hizo saltar sin
planear, haciéndola estrellarse en el ventanal, cayendo
irremediablemente al vacío. El
jardín que tanto le gustaba para jugar le parecía ahora como una
tumba, al ver como se acercaba a él con más y más aceleración. Una
espiral en el aire apareció, seguido por una distorsión en el
ambiente. -
!Miiiiiioaaaaaaauuuuuu...
Ouch! – La cabeza de Merle se hundió en algo invisible, a mitad de la
caída, que le pareció duro, pero a la vez maleable, algo casi metálico.
Un extraño manto la cubrió, y después de surgir otra espiral en el
aire, Merle desapareció. Un sonido parecido a una turbina se escuchó,
disminuyendo hasta desaparecer, a lo lejos. La
habitación de Estillon (el hombre que agredió a Merle) estaba de
nuevo, solitaria; los vidrios del ventanal brillaban con la luz del sol
que entraba desde el exterior. Las alarmas y los haces de luz roja se
atenuaron hasta quedar todo en silencio. Las manos del hombre temblaban,
recargadas en la silla; su frente estaba llena de sudor, el cual le
resbalaba por las sienes y el cuello; sus gafas reflejaban la luz del
exterior, ocultando sus ojos. Su cuerpo se encontraba estremecido. -
No...
no puedo permitir que esto se repita... Lejos,
más allá de los grandes jardines del Palacio, más allá de las
tierras exploradas, donde el mar de Gaea se internaba en la masa
continental para formar otra pequeña bahía, el aire volvió a sufrir
una distorsión; la espiral de aire resultante descubrió un Guymelf, un
Oreades de color rojo. En uno de sus brazos, una niña gato se
encontraba hundida en líquido Kuriima, siendo únicamente las piernas
lo que permanecían a flote. -
Mia...
grr... Cof, cof, Aaaaggghh!!! – la cabeza de Merle salió del líquido
metálico, tratando de respirar aire puro. - ¿Qué es esto, quién
eres? -
¿Te
encuentras bien? – la voz de una joven salió del interior del
Guymelf; La compuerta metálica del Guymelf se volvió líquida; Cerena
se encontraba dentro. -
¿Se...
señorita Cerena? – Merle estaba (además de asustada, nerviosa,
desesperada, en busca de aire, y tratando de salir de la masa de pesado
líquido) confundida por lo ocurrido. -
Sshhhtt
– le dijo Cerena, liberándola del líquido – no hagas ruido... -
Gra...
gracias... no pensé que estuvieras... por ahí – Dijo Merle, apenada. -
Sabía
que el gobernante Estillon trama algo... – dijo Cerena, volviendo a
cerrar la cabina del Oreades. – Quédate quieta y no hagas ruido... -
¿Que
no haga ruido? -
¡Cállate! -
¡Miau! El
manto invisible volvió a esconder al Oreades; Merle trepó previamente,
justo junto a la cabeza del Guymelf. Volando un breve trecho, Cerena
llegó a la bahía. -
Mira... En
la bahía se encontraba instalada algo similar a una planta o fábrica;
era pequeña, y trataba de ocultarse de la vista, situada dentro de un
cañón que se interponía entre la orilla del mar y el lugar donde
Cerena y Merle se encontraban. -
¿Qué
es eso? – preguntó Merle, susurrando para no ser escuchada por nadie
más. El visor del Oreades permitió a Cerena visualizar de cerca la
construcción, llena de vigas y tubos. Varios obreros trabajaban en
ella, accionando múltiples palancas; una cortina de humo hacía difícil
ver más allá. -
No
puedo equivocarme... – dijo Cerena -
deben estar extrayendo algo del mar... -
Pues
sí... – dijo Dryden, cerrando el libro que Hitomi había encontrado
en su habitación – sí puedo leerlo... no es un idioma difícil, por
lo que veo – Hitomi se enrojeció por el hecho de que Dryden pudiera
dominar el inglés, siendo un idioma de la Tierra, que ella no entendía
muy bien. -
¿Crees
que eso pueda aclararnos qué está sucediendo? – preguntó Van. -
Tal
vez, aunque no puedo asegurarlo... Dryden se retiró a leer. Van y
Hitomi se quedaron solos. -
Siento
mucho que tu visita se haya estropeado por nuestra culpa... – dijo
Van, disculpándose. -
No
te preocupes, Van – contestó Hitomi – es por el bien de Gaea... -
¡Ah,
estaban aquí! – dijo Millerna, entrando en escena – Eries me pidió
que los llamara; tiene algo muy importante que decirnos... -
¿Dónde
está Cerena? – preguntó Allen a Gaddes. -
No
lo sé, Jefe... -
Me
preocupa que se haya ido... últimamente no se encuentra bien... -
Lo
dices... por su mejilla, ¿no es así? -
Sí... -
No
te preocupes – le dijo Gaddes, tomándolo del hombro – Sé que no le
pasará nada... es bastante fuerte... -
Dime
Gaddes – preguntó Allen, tratando de averiguar algo - ¿Qué sientes
por Cerena? -
Eh...
no sé de que me hablas. -
Sabes
de lo que hablo. -
Mmh,
Jefe... – Gaddes se rascó la cabeza, apenado - ¿Cómo te lo diría? -
Olvídalo...
– Allen tomó su espada y salió para llegar con la Princesa Eries –
Date prisa... -
Eh...
sí... -
A
sus órdenes, Dama Cathera – Pertén, el capitán de la Guardia Real
se arrodilló frente a ella. -
Tengo
una misión que encomendarte... Cerena
y Merle entraron al Palacio; Merle lucía un chichón en la frente.
Hitomi y Van se dirigían a atender el llamado de Eries; Allen y Gaddes
los acompañaban. -
Van
samaaaaaaa... – Merle corrió a abrazar a Van. -
¿Y
ahora, qué te pasó? – preguntó Van, al mirar su frente adolorida. -
Cerena,
¿En dónde estabas? – le dijo Allen. – En este momento vamos con la
Princesa Eries; tiene una noticia para nosotros. -
Tengo
que hablar contigo, Allen – dijo Cerena, seria. – Vamos con la
Princesa... hablaremos después. Por
la expresión de su hermana, Allen comprendió que, fuera lo que fuera
aquello que Cerena le diría, no era nada bueno.
Palas.
Elche recorría los grandes pasillos del Palacio; la servidumbre lo
miraba con disimulo, aunque sólo uno de ellos, Anna, temía de las
acciones del consejero; por eso se mantenía siempre cerca de la
Habitación Real. Elche llegó pronto hasta la Habitación, donde Anna
atendía al Rey. -
Te
he dicho que no te quiero cerca del Rey... – le dijo Elche; en su
posición de doncella, Anna tendría que obedecer a Elche, pero... -
No
puedo abandonar al Rey ahora que necesita de mayor cuidado... – le
contestó Anna, en actitud un tanto retadora. -
¡Yo
me haré cargo del Rey! – dijo Elche, molesto, caminando decidido a
sacar a la doncella de la habitación - ¡No confió en la servidumbre!
– y tomándola con fuerza del brazo, la obligó a acompañarlo hasta
la puerta – Mientras yo esté aquí, tus cuidados salen sobrando,
jovencita... – la puerta se cerró violentamente. -
Estúpido...
– pensó Anna, frotando su brazo adolorido, mirando la puerta. Dentro,
Elche hablaba con el Rey... -
Rey,
me parece algo desconsiderado que sus hijas no se encuentren aquí, ¿No
le parece? -
Creo
que yo tuve la culpa de eso... – contestó el Rey, después de toser
– Elche, manda por Meiden... necesito hablar con él... -
¿Meiden?
– pensó Elche – Ese maldito, padre del mercader que heredaría el
trono... podría ser un obstáculo para mí... – después le dijo al
Rey – Pero, Señor... es que acaso no me tiene tanta confianza para
hablar conmigo? -
Es
muy diferente... la Familia de Meiden heredará el trono, y tengo que
acordar varias cosas con él... Los
ojos de Elche se inyectaron de coraje; por lo visto, el Rey Aston, sintiéndose
cada vez más enfermo, se esforzaría en que Dryden volviera con
Millerna para heredar el trono, y, de no ser así, designaría a Meiden
el trono; de cualquier manera, la corona de Astoria estaría a cargo de
la Familia Fassa. -
Yo
mismo lo buscaré, Señor... – le dijo Elche, levantándose, dispuesto
a irse. -
Confío
en que harás hasta lo imposible para traerlo, Elche... -
Claro,
Señor, hasta lo imposible... Anna,
que había escuchado parte de la conversación por la cerradura de la
puerta, se apresuró a retirarse de ahí al ver que Elche se disponía a
salir. Aún así, pudo ver un profundo odio en el rostro del consejero,
que se marchó iracundo. - ¡Dios Jichia!, Ese hombre es capaz de todo para quedarse con la corona... – pensó Anna, angustiada, adivinando en cierta forma las intenciones del Rey Aston, gracias a la conversación que escuchó.
-
¿En
unos días? – dijo Millerna, asombrada por la noticia que su hermana
le había dado a ella y a sus acompañantes. -
Puede
oírse algo precipitado, pero ya lo he decidido – dijo Eries,
tranquila; Cehris estaba a su lado – he esperado mucho tiempo para
esto... -
Pero,
hermana... -
¿Qué
puedo decir? – dijo Dryden, dispuesto a besarle la mano – Muchas
felicidades, Princesa Eries; Cehris, sé que harás de la princesa una
mujer feliz... -
Así
será – contestó Cehris. Todos
se encontraban asombrados, pero felices por la noticia; a Millerna le
parecía algo demasiado precipitado, pero no por eso dejó de alegrarse;
Hitomi también estaba contenta por Eries. Pero Cerena... -
No...
no puede ser... – pensó – Si se casan ahora, no podremos pelear
contra Basram... Cathera
también estaba emocionada. -
Me
alegra tanto su decisión... Eries, desde ahora te considero como mi
hermana... -
También
yo, Cathera... – contestó Eries. -
Bueno,
ahora lo que más importa es la boda – dijo Cathera, entusiasmada –
¡No podemos perder tiempo! Cerena
tomó a Allen del brazo. -
Tenemos
que hablar ya... -
Princesa
Eries, Joven Cehris, Dama Cathera, nos retiramos... -
Adelante,
Caballeros – Cehris les permitió salir. Cerena, con paso apresurado,
se alejó del lugar; Allen y Gaddes la seguían confundidos. -
¿Qué
te sucede, Cerena? – le dijo Allen. -
Allen,
no podemos permitir que la Princesa culmine su compromiso con ese
hombre... -
¿Qué
estás diciendo? – dijo Gaddes, extrañado. -
No
digas tonterías, Cerena – le contestó su hermano. Cerena
desenfundó su espada; en un instante, la garganta de Allen estaba
amenazada con el arma de su hermana. -
¡Cerena!
– le dijo Gaddes. -
Yo
no digo tonterías... -
Está
bien, cálmate... -
Basram
es una nación próspera... – Cerena bajó su espada – pero sus
avances tecnológicos están llevando a Gaea al infortunio... -
¿Qué? -
Allen...
el Supremo Señor Estillon, Gobernante de Basram, es un tipo ambicioso
que no mide las consecuencias de sus actos... reconstruyó Escitia con
el poder del Dios Jichia, oculto en el corazón de Gaea... ese poder es
el que mantiene a Gaea con vida... -
No...
no puedo creerlo... – dijo Allen, preocupado – Pero, ¿Cómo es que
sabes todo esto? -
Allen...
estuve en las filas de Zaiback; los Hechiceros de Dornkirk se enteraron
de los propósitos de Basram hace mucho tiempo... yo dirigí una invasión
en las tierras del norte, donde Basram estaba trabajando a espaldas de
Gaea... -
Pero,
Cerena... – dijo Gaddes – No entiendo qué es lo que hacía Basram
en esas tierras supuestamente inexploradas... -
Los
Hechiceros de Zaiback se dieron cuenta que Basram había comenzado a
construir ahí una gran estructura; a Lord Dornkirk no le convenía que
Basram obtuviera dicho poder, y quiso adueñarse de él para echar a
andar la Máquina de Atlantis; así que por órdenes del General
Adelphos, fui enviado(a) a detener la actividad en esas latitudes, y
averiguar en dónde se encontraba esa energía. Pero... nunca obtuvimos
la respuesta, así que quemamos el lugar para inutilizarlo, y nos
concentramos en la búsqueda del Poder de Atlantis, que Folken tomaría
de Freid tiempo después... -
Pero
dices que lo quemaste todo... ¿Cuál es el problema ahora? Parece que
ese tal Estillon es un cero a la izquierda en éste país... el Joven
Cehris se encarga de Basram... -
Parece
que no lo han entendido... – dijo Cerena – Después de haber
minimizado a Zaiback durante la guerra de Gaea, Basram volvió a echar a
andar su plan; yo misma he visto cómo una extractora de energía está
funcionando más allá de las fronteras de Basram... Tenemos que hacer
algo. -
Pero...
– dijo Gaddes - ¿Es que acaso esa energía de la que hablas, es tan
poderosa? -
El
Poder del Dios Jichia ha mantenido el equilibrio de nuestro planeta;
pero, una vez que se haya agotado, un caos sin precedentes terminará
con todo lo que vive en él... fue lo que los Hechiceros adivinaron en
aquel entonces... -
¿Quieres
decir que, probablemente Cehris haya sido quien continuó con el plan de
obtener el Poder de Jichia? -
¿Y
quién más? – dijo Cerena – Él es quien gobierna el país... -
Pero...
no podemos contradecir a la Princesa Eries... ella ya ha tomado una
decisión... -
Sólo
nos queda vigilar a la Princesa muy de cerca... – dijo Gaddes – y
permanecer aquí, alertas. -
Creo
que tienes razón... – dijo Allen – podríamos echar a perder sus
planes desde el interior. Hitomi
miraba desde su habitación; el Castillo estaba siendo preparado para la
majestuosa boda del Joven Cehris. Los Guerreros de Ofir (la élite al
cargo de Cehris) habían ordenado sus Guymelfs a lo largo de la amplia
avenida que baja desde la entrada del Castillo hasta el templo de Knar,
donde se realizaría la ceremonia. Los Guymelfs de Basram eran robustos,
de alrededor de unos 7,5 costas de altura, en promedio. Ostentaban 2
cuernos curveados, similares a los de los búfalos de La Tierra, que
servían como defensa a la cabina, situada en el cuello del Guymelf. Su
color era plateado, casi blanco, aunque no como Escaflowne. Su capa, de
color rojo, cubría sus espaldas y llegaba un poco más abajo de las
rodillas. A los lados de la capa, que no alcanzaba a cubrir los hombros
del Guymelf, caían 2 telas, rojas también, prendidas del hombro,
llegando a la altura de los codos, antes de volver a subir y prenderse
en los omóplatos. Finalmente, todos ostentaban el cinturón de tela
característico de su país, con el símbolo de las 2 serpientes,
estampado en la cola de tela al frente del cinturón. No usaban espadas,
sino grandes lanzas (alrededor de 12 costas), con filosas navajas curvas
en ambos extremos. Cada Guymelf presentaba
el escudo del Guerrero de Ofir al que pertenecían, en el pecho. Se les
conocía como modelos Ofires, en honor al gobernante. -
Hitomi... Hitomi
volteó; Allen se encontraba con Van; ambos la miraban. -
¿Qué
sucede, Allen? -
Cerena
ha averiguado algo sobre Basram...
-
Maak...
siento molestarte, pero... -
¿Anna?
¿Qué haces fuera del Palacio? – le contestó el cochero, retirando
la pipa de su boca – Sabes que tienes que estar allá, por si el Rey
necesitara algo... -
Jenia
se ofreció a cubrir mis actividades... Necesito de tu ayuda... -
¿Qué
quieres saber? -
Dime...
tú que has estado en toda Palas... ¿En dónde se encuentra el Mercader
Meiden Fassa? -
¡El
Señor Meiden! – Maak trató de recordar – Si no me equivoco, salió
camino a Egzardia... -
¿Entonces
no está en Palas? – Anna comenzó a llorar. -
Pero...
¿Qué tienes? -
Tengo
que encontrarlo pronto... – dijo Anna, entre los sollozos – puede
morir... -
¿Qué
dices? – Maak comprendió que había algo muy raro en la actitud de
Anna - ¿Cómo lo sabes? -
Es
el Señor Elche... creo que lo que dijiste acerca del envenenamiento era
verdad... -
Pe...
pero... ¿Cómo lo sabes? -
El
Rey... tiene unas manchas muy extrañas en el pecho y la espalda,
como si hubiera ingerido hojas de Sutaro... -
¡Tenía
que estar ese maldito Elche involucrado en esto, ya lo temía! Sin duda
está buscando deshacerse del Rey para quedarse con la corona... – y
moviendo las riendas de su carruaje, alistó a sus caballos. - ¡Entra,
Anna, tenemos que llegar a Egzardia cuanto antes!
-
¡Maak! Las
trompetas del Ejército de Ofir anunciaron el comienzo de la ceremonia
donde el Joven Cehris Ofir, desposaría a la segunda Princesa de
Astoria, Eries Aston. Toda la ciudad se había congregado a lo largo de
la ancha avenida principal. Por ésta venían bajando desde el castillo,
3 corceles, que la Guardia Real de la princesa Eries montaban, para dar
paso a 2 hermosos carruajes, decorados especialmente para esa ocasión,
jalados por más de 12 corceles, negros en uno, y blancos en el otro; en
uno de ellos, Cehris, vestido con el atuendo Real, y en el otro, Eries,
ataviada con el vestido de novia tradicional en Gaea (del mismo modelo
que utilizaron sus 2 hermanas en sus bodas). Detrás de los carruajes
principales, las doncellas de la princesa e invitados los seguían, en
carruajes más pequeños, jalados por una sola bestia; Cathera
encabezaba éstos pequeños vehículos, seguida por el carro de la
Princesa Millerna, acompañada de Dryden. Merle, Hitomi y Van les seguían
detrás (por cierto, Hitomi, usaba un atuendo del país, con pronunciado
escote, mientras que Van tuvo que dejar sus ropas rurales para vestir de
acuerdo a la ocasión; Ambos se mostraban incómodos). Otros carruajes
continuaban, con personajes allegados a la Familia Ofir Escia. -
Por
fin tendremos una Primera Dama en nuestro país... – comentaron
algunos ciudadanos. -
Pero...
¿Dónde se encuentra el Supremo Señor Estillon? – se escuchó la voz
de alguien entre la multitud – No puedo creer que no esté presente en
la boda del Joven Cehris... Allen,
Gaddes y Cerena, detuvieron sus cabalgaduras, justo donde comenzaba la
larga hilera de Ofires, que formaban con sus armas, un túnel
conmemorativo; los Guerreros de Ofir sostenían sus largas lanzas, que
fueron cruzando unos con otros cuando la pareja pasaba junto a ellos. El
Mausoleo del Dios Knar se erguía frente a ellos, donde algunos
sacerdotes (2 de ellos astorianos, representantes de la religión de
Jichia, el Dios Dragón Marino) esperaban dentro de la construcción.
Las doncellas del Castillo ya se encontraban acomodadas del lado que
ocuparía la princesa, mientras que los 5 mejores guerreros de la élite
de Cehris lo esperaban de su lado. Los invitados de cada una de las
partes fue acomodada en 2 secciones de semicírculo, cortado por la
entrada, que debía permanecer libre. La estatua del Dios Knar
resplandecía frente a ellos. -
Espero
que en ésta ocasión no suceda lo mismo – pensó Hitomi, tomando su
pendiente entre las manos, mirando a la estatua, con cautela. La
ceremonia comenzó. Cehris y Eries se arrodillaron frente a los
sacerdotes, que le daban la espalda a la gran estatua. Los sacerdotes
astorianos traían consigo la Espada del Dios Jichia (la misma con la
que bendijeron a Dryden y Millerna durante su matrimonio). Por su parte,
los sacerdotes basramitas sostenían un largo báculo, que ostentaba las
2 serpientes representativas de Basram, trabajadas en metales preciosos. -
Los
representantes del Dios Knar y el Dios Jichia, hemos sido llamados para
consolidar ésta unión... El
rostro de Cathera mostraba una inmensa felicidad; Cerena la miraba con
desagrado, pensando en lo superficial que era dicha mujer. Allen miraba
a Cehris, sin poder creer que un hombre tan amable pudiera planear robar
la energía del corazón de Gaea. Hitomi se sentía extraña, había
algo en el ambiente que no la podía dejar tranquila. -
Espero...
que sean felices, Cehris, Eries... Después
de haberlos bendecido con la Espada de Jichia y el Báculo Sagrado de
Knar, las doncellas entregaron a Cehris el Cinturón Real, de fina tela
roja, con el símbolo de Basram en la tela que caía hasta casi las
pantorrillas. Cehris lo colocó en la cintura de Eries, simbolizando la
nueva nacionalidad de la Princesa. -
Por
designio de nuestro Dios Knar, ésta pareja que hoy han formado los
dioses, será heredera del poder en nuestra nación... – de ésta
manera, Eries había sido formalmente nombrada, Primera Dama de Basram. Los
ahora esposos se miraron, para besarse después. Cathera estrujó sus
manos, feliz por su hermano; Millerna también estaba emocionada, tanto,
que reclinó su cabeza en el pecho de Dryden, quien se sorprendió.
Merle se lamía una de sus muñecas, cuando... -
¡Miau...!
– sus orejas se levantaron, en señal de alerta. -
¿Qué
sucede, Merle? – preguntó Van al ver tan inesperada reacción en la
niña gato. -
¡El
piso.... el piso se mueve! – dijo la niña gato, percibiendo una
vibración imperceptible para todos. -
¿Qué?
– Hitomi miró su pendiente con temor, para comprobar que su brillo
comenzaba a sincronizarse como en aquella ocasión. - ¡No, no otra vez! El
Mausoleo se estremeció; el suelo se sacudió violentamente; Cehris
abrazó a Eries, evitando su caída. Los gritos en la ciudad anunciaron
el temblor, el más fuerte sentido en Basram. -
¿Qué
sucede? – dijo Cathera, entre la sacudida - ¿Porqué justo ahora? Los
ojos de Hitomi mostraron terror; su mente podía ver una extraña
ciudad, sumergida, que se colapsaba después de un gran estruendo,
seguido por una brillante explosión. En la nave de Dryden, Sylphy se
había paralizado por un fuerte presentimiento. Hitomi cayó al suelo;
su pendiente rodó unos cuantos centímetros, pero su brillo era ahora
demasiado intenso, llamando la atención de Cathera, antes de poderlo
tomar de nuevo. La gran estatua de Knar, tal y como Cathera pudo
advertir, brillaba igual que ese extraño pendiente. -
¿Qué
significa esto? – se dijo Cathera, confundida ante el fenómeno. Todos
salieron del recinto. -
¡Miren
allá! - Unos de los Guerreros de Ofir señaló horrorizado hacia el
mar. Todos voltearon hacia allá; brillantes rayos luminosos salían de
las aguas del mar de Gaea, para después escucharse un terrible
estruendo, y liberar una gran cantidad de energía; las aguas se
volvieron violentas, en dirección a Escitia. | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | |