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IV. La raza del Drágon Marino

-          Detrás de éstas montañas se encuentra Fanelia...

El gran navío del joven Fassa volaba acompañado por sus 20 pequeñas embarcaciones, que la rodeaban y protegían. Frente a su ruta, se levantaba la cadena montañosa tras de la cual el país del Dragón Volador pronto podría ser visualizado.

La sombra de la gran nave comenzó a cubrir una pequeña parte de la ciudad capital; las personas se asomaban por las ventanas, incluso salían para ver lo que pasaba. Una pequeña embarcación, flotando sobre un par de minúsculas rocas, salió de la parte posterior de la nave, descendiendo justo en las afueras de Fanelia, a poca distancia de la puerta amurallada.

-          Señor, el mercader Dryden Fassa, de Astoria, solicita verle...

-          Hitomi, es hora de recibirlo – Van y Hitomi salieron del Castillo. Una carreta se acercaba por la avenida principal, que finalizaba justamente en el atrio multicolor del Castillo. El cochero detuvo el carruaje, a pocos metros del Rey y su compañera. La puerta se abrió, y Dryden salió de él, para después ayudar a la Princesa Millerna a bajar.

-          !Prin... Princesa Millerna! – Hitomi se sorprendió al verla, pues sabía que ellos 2 habían roto su compromiso matrimonial, y sin embargo, se veían tan bien...

-          ¿Hitomi? – Millerna alzó la cabeza para verla, con sorpresa, terminando de bajar el pequeño escalón del carruaje, apoyándose en la mano de Dryden - ¿Tú aquí?

-          Princesa Millerna... – Van se inclinó ante ella, que también lo saludó con una reverencia sencilla.

-          ¡Qué agradable sorpresa! – dijo Dryden, hacia Hitomi - ¡La chica de la Luna Fantasma nos visita de nuevo! ¿Eh?

-          Señor Dryden, me da gusto verlos otra vez – Hitomi se inclina rápidamente, en señal de saludo.

-          Parece que tengo algo que ver aquí, ¿no? – Dryden movió la cabeza hacia los lados, como buscando algo.

-          Vamos adentro... – Van y los demás se encaminaron al castillo.

-          Hitomi... – Millerna le habló en voz baja, mientras caminaban, dejando que Van y Dryden se adelantaran por unos pocos pasos.

-          ¿Qué, qué ocurre? – Hitomi notó en Millerna una expresión de inseguridad.

-          Dime, Hitomi... ¿Podrías volver a leer mi futuro?

-          ¿Tu... tu futuro?

-          Lo que pasa es que no sé que hacer...

-          ¿Es respecto a Allen?

-          ...No, no precisamente...

-          Me gustaría hacerlo, pero me temo que ya no leo el Tarot, Princesa...

-          ¿Pero por qué?

-          Ya no creo en la predestinación... Más bien podría decir que nuestro destino lo vamos formando cada uno, día tras día.

-          Pero... de cualquier forma, necesito de alguien que me aconseje... ¿Puedo confiar en ti, Hitomi?

-          Sí... si, claro, Millerna... – Hitomi sabía que había algo extraño en la Princesa.

-          Hitomi, apresúrate – Van le habló, al verlas un poco lejos.

-          Eh... ¡Sí!

Llegando a una puerta de madera, alta y muy maciza, Van abrió la habitación; los 4 entraron ahí; la luz de la ventana iluminaba una buena parte de ésta; justo frente a ellos, un gran contenedor de cristal, en forma de copa, brillaba con los reflejos de la luz. El cuerpo ahí dentro se veía inmóvil, tranquilo.

-          Está dormida, debe de estar agotada... – dijo Hitomi.

-          Pero si es... – Dryden se acomodó sus gafas, y su baca sonrió. Caminó hacia el contenedor.

-          ¿Qué es eso que está ahí? – preguntó Millerna, al notar la emoción de Dryden, quien tocó en el vidrio con su anillo, despacio. La sirena abrió los ojos, despertando lentamente.

-          ¡Sylphy!

La sirena abrió los ojos al máximo, sorprendida, para después impulsarse y saltar fuera del contenedor, hacia Dryden.

-          ¡Cuidado!

Dryden terminó en el suelo, empapado, con una sirena encima, que lo besó.

-          !Pero... pero qué...? – la cara de Millerna se tornó celosa ante la escena. Dryden cargó a Sylphy, quien se apenó por lo sucedido. Sylphy temblaba, y comenzó a llorar, en silencio.

-          No te preocupes, sirena mía... ya estoy aquí...

-          Unos viajantes la trajeron desde las costas de Basram – comentó Van – parecía que no se habían percatado del sello que tiene en su mano.

-          ¡Bueno, ya, devuélvela al contenedor para que no muera! – Millerna no toleraba a la sirena. Dryden notó que se aferraba a él con fuerza.

-          Por favor, ¿Podrían regresar en un momento? – dijo Dryden – las personas la intimidan...

-          Está bien... – Hitomi salió de la habitación junto con los demás.

Caminando por el pasillo rodeado de cuadros, Hitomi acompañaba a Millerna...

-          ¿Y qué era lo que querías decirme?

-          Es sobre Dryden, pero... – las cejas de Millerna no dejaban de tensarse, descubriendo su enojo.

-          Millerna...

-          ¿Qué es lo que ocurre, eh? – Dryden trató de dialogar con la asustada nereida - ¿Porqué te atraparon?

-          Dryden sama... - el extraño lenguaje de Sylphy podía ser comprendido por Dryden, después de haber estudiado por años – Lo busqué, por tanto tiempo...

-          ¿Me, me buscaste?

-          Poseidópolis está en peligro... Nuestra tribu está a punto de sucumbir, y ya no podemos mantener en pie el templo de Jichia – mientras Sylphy contaba esto, recordaba su lugar de origen, Poseidópolis, una civilización submarina, desconocida por la civilización de Gaea, ubicada a varios kilómetros de la bahía de Basram; Dryden sabía de la existencia de Poseidópolis gracias a Sylphy, quien le confesó todo cuando la compró a un despiadado rey...

-          ¿Sucumbir?

-          No sé como explicarlo... el corazón brillante de nuestro santuario se está apagando, y nuestro cielo se obscurece cada vez más... nuestros cuerpos se debilitan con el tiempo...

-          Pero, Poseidópolis es desconocida por los habitantes de la superficie... – Dryden se rascó la cabeza, como usualmente lo hace al razonar. - ¿han llegado a ver seres extraños cerca de ahí?

-          Sí... invasores de la superficie llegaron a Poseidópolis; usando burbujas en su rostro, podían respirar como nosotros... sitiaron el Santuario de Jichia, y no podemos abandonar la ciudad; por eso me enredé en sus telas, para poder llegar contigo... ¿Me ayudará, Dryden sama? – su cuerpo, comenzando a secarse, se desmayó por la falta de agua en su piel, además del gran esfuerzo que realizó.

-          Ellos se han encargado de mantener con vida el espíritu de Jichia, el dios marino... no puedo abandonarla a su suerte...

Un gran vitral de colores iluminaba una enorme habitación del Castillo de Fanelia.

-          Dryden es muy espléndido, y sé que me ama... Allen sigue siendo todo un caballero, pero no puedo enamorarme del padre de Chid, mi sobrino...  además, no sé si él sienta algo por mí -  la gran habitación que ocuparía Hitomi resguardaba lo secretos que Millerna contaba a Hitomi...

-          Millerna...

-          Allen ha dejado de ser el mismo desde que su hermana volvió... ahora Cerena es lo más importante para él... En cambio Dryden, siempre está velando por mi bienestar, por mi futuro, sin importar que nuestro compromiso se haya desvanecido...

-          Pero... – Hitomi se atrevió a preguntarle - ¿Aún sigues enamorada de Allen? – Millerna no contestó, prefería mirar por la amplia ventana. – No importa que Chid sea su hijo, si tú lo amas, Chid no debe de ser un obstáculo... de cualquier forma, él no sabe que Allen es su...

-          Hitomi... – Millerna interrumpió,  cabizbaja.

-          ¿Eh?

-          Creo... que me he enamorado de Dryden...

-          ¡Millerna! – pensó Hitomi, al ver la expresión confundida de la Princesa.

-          No sé como sucedió, solo sé que quiero permanecer con él, el resto de mi vida...

-          Y... ¿Porqué no se lo dices?

-          Temo que no vaya a creerme, por lo que sucedió antes... prefiero asegurarme de que ambos estamos decididos... además, no sé como reaccione mi padre cuando sepa que quiero casarme de nuevo con Dryden.

-          ¿Tu padre, el Rey Aston? – Hitomi continuó - ¿Crees que se interponga, siendo Dryden hijo de su consejero más próximo?

-          Hitomi... mi padre se ha vuelto tan extraño después de que regresaste a la Luna Fantasma... desde que ultimó el compromiso de Eries con el Supremo Señor de Basram...

El cielo se encuentra nublado. Varios gritos se escuchan detrás de las grandes murallas de un fuerte fronterizo; la bandera de Astoria se mueve con el viento.

Un sonido de choque de espadas, seguido por una fuerte cantidad de chispas, levanta aún más el grito de júbilo. 2 Guymelfs se encuentran peleando, en la gran explanada del Fuerte Castello, propiedad del Caballero del Cielo Allen Schezar. Uno de los Guymelf ostenta el escudo de la familia Schezar en su capa, que le cubre el brazo izquierdo, y con el otro brazo ondea su pesada espada, que va a estrellarse contra la espada del Guymelf contrincante, de modelo antiguo, aún más que el propio Scherezade, utilizado para prácticas. Su coraza, verde oscura, ha perdido su brillo original, aunque sigue intacto. Pero, a pesar de su deterioro exterior, su tripulante lo maneja diestramente.

-          Parece que el jefe tiene un buen adversario – comenta Kio, el experto en navegación del Crusade.

-          Últimamente hemos tenido buenas peleas entre ellos... – Ort pasa uno de sus cuchillos por la comisura de su boca.

-          ¡Miren! – Reeden apunta hacia los Guymelf, de los cuales el modelo antiguo hace algunos movimientos de espada que confunden a Allen, en el Scherezade. La punta de la gran espada se dirige velozmente hacia el hombro derecho de Scherezade, en donde se encuentra el depósito de Energist. Pero, a unos instantes de alcanzarlo, una extraña navaja deforme sale de la nada, interponiéndose y obstaculizando el paso de la espada, salvando al Guymelf de Allen.

Una espiral en el aire configura el contorno de un tercer Guymelf, invisible hasta ese momento, que toma su forma y color. Se trata de un Oreades, último y más refinado modelo de Guymelf de Zaiback; de hombros semiesféricos y cabeza diminuta, su armadura roja se hace visible entre Scherezade, ya en el suelo, y el Guymelf de práctica.  La cabina de Scherezade se abre; su conductor, Allen, sale con una sonrisa, satisfecho por el suceso.

-          Bien hecho, Gaddes...

-          Gracias, jefe... – el Guymelf de práctica también abre su cabina, saliendo Gaddes de ahí, bajando hasta donde se encuentra Allen.

-          De seguir así, probablemente te doten con un Guymelf como Scherezade, quizás aún mejor.

-          Eso espero... – Gaddes se acomoda uno de los guantes. Kio, Ort, Reeden, Pairu y los demás, se acercan hasta donde se encuentran los 2.

Una femenina voz sale del interior del Oreades rojo.

-          Deberían ser más cautelosos en la práctica; no siempre voy a estar ahí, para detener los ataques inminentes...

-          ¡Cerena! – Allen mira hacia el Oreades, cuya estructura metálica en el pecho se vuelve líquida, permitiendo salir a una dama, vestida con pantalones, botas, y una pequeña camisa con mangas, de color claro. Se acomoda el cabello con las 2 manos, y regala una sonrisa de triunfo a los 2 combatientes.

-          Señorita Cerena – Kio le extiende la mano para ayudarla a bajar de la extremidad del Guymelf rojo.

-          Hiciste un muy buen trabajo, Cerena – Allen le agradece a su hermana por haber participado e intervenido a tiempo en el combate simulado.

-          Bueno... – Cerena mira a Gaddes, con una sonrisa algo irónica, mientras desenfunda su espada. - ¿Qué te parece si entrenamos ahora, Gaddes?

-          Claro, con gusto – Gaddes toma su espada; ambos se dirigen al interior del fuerte, a una de las salas para entrenar.

Allen los ve marcharse. Su expresión, demasiado seria, preocupa a sus hombres.

-          ¿Qué sucede, jefe? Parece no tener buenas noticias.

-          El mensajero llegará pronto; no sé como reaccionarán...

Dentro del fuerte, las espadas de Gaddes y Cerena se entrelazan, despidiendo chispas por los impactos. Ambos son muy diestros, aunque Cerena pareciera más frágil.

-          ¡Vamos! Ataquemos de verdad... – Cerena se muestra emocionada; dispara su brazo contra el pecho de Gaddes, quien evade el movimiento; por un rato sus técnicas se anulan unas a otras, poniendo de manifiesto la estupenda preparación de ambos. Gaddes se siente animado al ver el dinamismo de Cerena, cuyo cuerpo pareciera estar en completa armonía con la cadencia con la que despliega su espada. A su vez, Cerena mira fijamente a los ojos a Gaddes, como tratando de adivinar sus pensamientos, pero siempre triunfante.

Las espadas chocan de nuevo, trabándose; ambos se liberan y continúan; Cerena espera el momento justo para tomarlo por sorpresa, pero él no se deja vencer. En un rápido movimiento, Cerena lanza un golpe, pero le es contestado; una vez más, sus espadas se traban, pero ahora sus manos llegan a tocarse en el forcejeo por liberarse. Los ojos de ambos intercambian sus miradas; la tensión en las espadas disminuye, a medida que entrelazan sus manos a través de los mangos de sus armas. Llega un momento en el que las espadas pierden toda su energía, cuando los 2 separan sus manos. Cerena suelta su arma, que cae al suelo; Gaddes hace lo mismo, hablando un silencioso lenguaje. El rostro de Cerena se recuesta en su pecho, y él la abraza.

-          Cerena...

-          Dime... – Cerena le dice, mientras percibe su aroma – ¿Sentirías lo mismo por mí si te superara en la batalla?

-          No me importa qué tan buena seas con la espada... – Gaddes contesta. - Siempre estaré contigo...

-          Pero... mi pasado...

-          Nunca te dejaré, Cerena... hay que vivir el presente.

Algunos pasos en la duela del pasillo cercano los alertan, separándose y tomando sus espadas, simulando continuar con el entrenamiento. Se trata ni más mi menos que Moguro san (el hombre topo), dando un paseo por ahí (en realidad sospecha que existe algo entre Gaddes y la hermana de Allen).

-          Ah, eres tú... – dice Gaddes.

-          Puedo percibir algo en el ambiente... pero no sé qué pueda ser... – Moguro san mueve la nariz, como olfateando; Cerena enrojece un poco.

-          ¿Porqué no se retira con mi hermano? Estamos entrenando... – Cerena trata de disimular.

El trote de algunos caballos llegan hasta Castello.

-          Somos mensajeros de su Majestad el Rey Aston, de Astoria.

Pronto fueron recibidos por Allen.

-          Por orden de Su Majestad, Grava Efud Aston, Rey de Astoria, - el pergamino contenía instrucciones dictadas por el Rey - el Caballero Allen Schezar deberá disponer de sus mejores soldados para encabezar la visita de su Alteza la Princesa Eries a la nación de Basram, lo antes posible.

-          ¿Debemos actuar como Guardias de nuestra Princesa? – preguntó Allen.

-          Así es...

-          Partiremos ahora mismo... ¡Kio, prepara el Crusade! ¡Todos, movilícense!

-          Si, Jefe... – los hombres de Allen se dispersaron; en todo el fuerte comenzó un gran movimiento.

-          Éste es el verdadero Fuerte Castello – Allen se alegró por el dinamismo de sus hombres, mismos que reconstruyeron el fuerte después de la guerra de Gaea.

Hitomi se asoma por la ventana de su habitación, acaecida la tarde en Fanelia. En sus manos sostiene el CD ROM que consiguió con esos viajeros. Los incidentes rayos del sol vespertino se reflejan en la superficie del disco, iluminando el rostro de Hitomi con un reflejo.

-          ¿Cómo llegó esto aquí?

La sombra de la noche se extiende por encima de Fanelia; la Luna Fantasma recupera su habitual trono en el cielo de Gaea, acompañada por su inseparable esfera lunar.

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