-
Detrás
de éstas montañas se encuentra Fanelia... El
gran navío del joven Fassa volaba acompañado por sus 20 pequeñas
embarcaciones, que la rodeaban y protegían. Frente a su ruta, se
levantaba la cadena montañosa tras de la cual el país del Dragón
Volador pronto podría ser visualizado. La
sombra de la gran nave comenzó a cubrir una pequeña parte de la ciudad
capital; las personas se asomaban por las ventanas, incluso salían para
ver lo que pasaba. Una pequeña embarcación, flotando sobre un par de
minúsculas rocas, salió de la parte posterior de la nave, descendiendo
justo en las afueras de Fanelia, a poca distancia de la puerta
amurallada. -
Señor,
el mercader Dryden Fassa, de Astoria, solicita verle... -
Hitomi,
es hora de recibirlo – Van y Hitomi salieron del Castillo. Una carreta
se acercaba por la avenida principal, que finalizaba justamente en el
atrio multicolor del Castillo. El cochero detuvo el carruaje, a pocos
metros del Rey y su compañera. La puerta se abrió, y Dryden salió de
él, para después ayudar a la Princesa Millerna a bajar. -
!Prin...
Princesa Millerna! – Hitomi se sorprendió al verla, pues sabía que
ellos 2 habían roto su compromiso matrimonial, y sin embargo, se veían
tan bien... -
¿Hitomi?
– Millerna alzó la cabeza para verla, con sorpresa, terminando de
bajar el pequeño escalón del carruaje, apoyándose en la mano de
Dryden - ¿Tú aquí? -
Princesa
Millerna... – Van se inclinó ante ella, que también lo saludó con
una reverencia sencilla. -
¡Qué
agradable sorpresa! – dijo Dryden, hacia Hitomi - ¡La chica de la
Luna Fantasma nos visita de nuevo! ¿Eh? -
Señor
Dryden, me da gusto verlos otra vez – Hitomi se inclina rápidamente,
en señal de saludo. -
Parece
que tengo algo que ver aquí, ¿no? – Dryden movió la cabeza hacia
los lados, como buscando algo. -
Vamos
adentro... – Van y los demás se encaminaron al castillo. -
Hitomi...
– Millerna le habló en voz baja, mientras caminaban, dejando que Van
y Dryden se adelantaran por unos pocos pasos. -
¿Qué,
qué ocurre? – Hitomi notó en Millerna una expresión de inseguridad. -
Dime,
Hitomi... ¿Podrías volver a leer mi futuro? -
¿Tu...
tu futuro? -
Lo
que pasa es que no sé que hacer... -
¿Es
respecto a Allen? -
...No,
no precisamente... -
Me
gustaría hacerlo, pero me temo que ya no leo el Tarot, Princesa... -
¿Pero
por qué? -
Ya
no creo en la predestinación... Más bien podría decir que nuestro
destino lo vamos formando cada uno, día tras día. -
Pero...
de cualquier forma, necesito de alguien que me aconseje... ¿Puedo
confiar en ti, Hitomi? -
Sí...
si, claro, Millerna... – Hitomi sabía que había algo extraño en la
Princesa. -
Hitomi,
apresúrate – Van le habló, al verlas un poco lejos. -
Eh...
¡Sí! Llegando
a una puerta de madera, alta y muy maciza, Van abrió la habitación;
los 4 entraron ahí; la luz de la ventana iluminaba una buena parte de
ésta; justo frente a ellos, un gran contenedor de cristal, en forma de
copa, brillaba con los reflejos de la luz. El cuerpo ahí dentro se veía
inmóvil, tranquilo. -
Está
dormida, debe de estar agotada... – dijo Hitomi. -
Pero
si es... – Dryden se acomodó sus gafas, y su baca sonrió. Caminó
hacia el contenedor. -
¿Qué
es eso que está ahí? – preguntó Millerna, al notar la emoción de
Dryden, quien tocó en el vidrio con su anillo, despacio. La sirena abrió
los ojos, despertando lentamente. -
¡Sylphy! La
sirena abrió los ojos al máximo, sorprendida, para después impulsarse
y saltar fuera del contenedor, hacia Dryden. -
¡Cuidado! Dryden
terminó en el suelo, empapado, con una sirena encima, que lo besó. -
!Pero...
pero qué...? – la cara de Millerna se tornó celosa ante la escena.
Dryden cargó a Sylphy, quien se apenó por lo sucedido. Sylphy
temblaba, y comenzó a llorar, en silencio. -
No
te preocupes, sirena mía... ya estoy aquí... -
Unos
viajantes la trajeron desde las costas de Basram – comentó Van –
parecía que no se habían percatado del sello que tiene en su mano. -
¡Bueno,
ya, devuélvela al contenedor para que no muera! – Millerna no
toleraba a la sirena. Dryden notó que se aferraba a él con fuerza. -
Por
favor, ¿Podrían regresar en un momento? – dijo Dryden – las
personas la intimidan... -
Está
bien... – Hitomi salió de la habitación junto con los demás. Caminando
por el pasillo rodeado de cuadros, Hitomi acompañaba a Millerna... -
¿Y
qué era lo que querías decirme? -
Es
sobre Dryden, pero... – las cejas de Millerna no dejaban de tensarse,
descubriendo su enojo. -
Millerna... -
¿Qué
es lo que ocurre, eh? – Dryden trató de dialogar con la asustada
nereida - ¿Porqué te atraparon? -
Dryden
sama... - el extraño lenguaje de Sylphy podía ser comprendido por
Dryden, después de haber estudiado por años – Lo busqué, por tanto
tiempo... -
¿Me,
me buscaste? -
Poseidópolis
está en peligro... Nuestra tribu está a punto de sucumbir, y ya no
podemos mantener en pie el templo de Jichia – mientras Sylphy contaba
esto, recordaba su lugar de origen, Poseidópolis, una civilización
submarina, desconocida por la civilización de Gaea, ubicada a varios
kilómetros de la bahía de Basram; Dryden sabía de la existencia de
Poseidópolis gracias a Sylphy, quien le confesó todo cuando la compró
a un despiadado rey... -
¿Sucumbir? -
No
sé como explicarlo... el corazón brillante de nuestro santuario se está
apagando, y nuestro cielo se obscurece cada vez más... nuestros cuerpos
se debilitan con el tiempo... -
Pero,
Poseidópolis es desconocida por los habitantes de la superficie... –
Dryden se rascó la cabeza, como usualmente lo hace al razonar. - ¿han
llegado a ver seres extraños cerca de ahí? -
Sí...
invasores de la superficie llegaron a Poseidópolis; usando burbujas en
su rostro, podían respirar como nosotros... sitiaron el Santuario de
Jichia, y no podemos abandonar la ciudad; por eso me enredé en sus
telas, para poder llegar contigo... ¿Me ayudará, Dryden sama? – su
cuerpo, comenzando a secarse, se desmayó por la falta de agua en su
piel, además del gran esfuerzo que realizó. -
Ellos
se han encargado de mantener con vida el espíritu de Jichia, el dios
marino... no puedo abandonarla a su suerte... Un
gran vitral de colores iluminaba una enorme habitación del Castillo de
Fanelia. -
Dryden
es muy espléndido, y sé que me ama... Allen sigue siendo todo un
caballero, pero no puedo enamorarme del padre de Chid, mi sobrino... además, no sé si él sienta algo por mí -
la gran habitación que ocuparía Hitomi resguardaba lo secretos
que Millerna contaba a Hitomi... -
Millerna... -
Allen
ha dejado de ser el mismo desde que su hermana volvió... ahora Cerena
es lo más importante para él... En cambio Dryden, siempre está
velando por mi bienestar, por mi futuro, sin importar que nuestro
compromiso se haya desvanecido... -
Pero...
– Hitomi se atrevió a preguntarle - ¿Aún sigues enamorada de Allen?
– Millerna no contestó, prefería mirar por la amplia ventana. – No
importa que Chid sea su hijo, si tú lo amas, Chid no debe de ser un
obstáculo... de cualquier forma, él no sabe que Allen es su... -
Hitomi...
– Millerna interrumpió, cabizbaja. -
¿Eh? -
Creo...
que me he enamorado de Dryden... -
¡Millerna!
– pensó Hitomi, al ver la expresión confundida de la Princesa. -
No
sé como sucedió, solo sé que quiero permanecer con él, el resto de
mi vida... -
Y...
¿Porqué no se lo dices? -
Temo
que no vaya a creerme, por lo que sucedió antes... prefiero asegurarme
de que ambos estamos decididos... además, no sé como reaccione mi
padre cuando sepa que quiero casarme de nuevo con Dryden. -
¿Tu
padre, el Rey Aston? – Hitomi continuó - ¿Crees que se interponga,
siendo Dryden hijo de su consejero más próximo? -
Hitomi...
mi padre se ha vuelto tan extraño después de que regresaste a la Luna
Fantasma... desde que ultimó el compromiso de Eries con el Supremo Señor
de Basram...
El
cielo se encuentra nublado. Varios gritos se escuchan detrás de las
grandes murallas de un fuerte fronterizo; la bandera de Astoria se mueve
con el viento. Un
sonido de choque de espadas, seguido por una fuerte cantidad de chispas,
levanta aún más el grito de júbilo. 2 Guymelfs se encuentran
peleando, en la gran explanada del Fuerte Castello, propiedad del
Caballero del Cielo Allen Schezar. Uno de los Guymelf ostenta el escudo
de la familia Schezar en su capa, que le cubre el brazo izquierdo, y con
el otro brazo ondea su pesada espada, que va a estrellarse contra la
espada del Guymelf contrincante, de modelo antiguo, aún más que el
propio Scherezade, utilizado para prácticas. Su coraza, verde oscura,
ha perdido su brillo original, aunque sigue intacto. Pero, a pesar de su
deterioro exterior, su tripulante lo maneja diestramente. -
Parece
que el jefe tiene un buen adversario – comenta Kio, el experto en
navegación del Crusade. -
Últimamente
hemos tenido buenas peleas entre ellos... – Ort pasa uno de sus
cuchillos por la comisura de su boca. -
¡Miren!
– Reeden apunta hacia los Guymelf, de los cuales el modelo antiguo
hace algunos movimientos de espada que confunden a Allen, en el
Scherezade. La punta de la gran espada se dirige velozmente hacia el
hombro derecho de Scherezade, en donde se encuentra el depósito de
Energist. Pero, a unos instantes de alcanzarlo, una extraña navaja
deforme sale de la nada, interponiéndose y obstaculizando el paso de la
espada, salvando al Guymelf de Allen. Una
espiral en el aire configura el contorno de un tercer Guymelf, invisible
hasta ese momento, que toma su forma y color. Se trata de un Oreades, último
y más refinado modelo de Guymelf de Zaiback; de hombros semiesféricos
y cabeza diminuta, su armadura roja se hace visible entre Scherezade, ya
en el suelo, y el Guymelf de práctica. La cabina de Scherezade se abre; su conductor, Allen, sale
con una sonrisa, satisfecho por el suceso. -
Bien
hecho, Gaddes... -
Gracias,
jefe... – el Guymelf de práctica también abre su cabina, saliendo
Gaddes de ahí, bajando hasta donde se encuentra Allen. -
De
seguir así, probablemente te doten con un Guymelf como Scherezade, quizás
aún mejor. -
Eso
espero... – Gaddes se acomoda uno de los guantes. Kio, Ort, Reeden,
Pairu y los demás, se acercan hasta donde se encuentran los 2. Una
femenina voz sale del interior del Oreades rojo. -
Deberían
ser más cautelosos en la práctica; no siempre voy a estar ahí, para
detener los ataques inminentes... -
¡Cerena!
– Allen mira hacia el Oreades, cuya estructura metálica en el pecho
se vuelve líquida, permitiendo salir a una dama, vestida con
pantalones, botas, y una pequeña camisa con mangas, de color claro. Se
acomoda el cabello con las 2 manos, y regala una sonrisa de triunfo a
los 2 combatientes. -
Señorita
Cerena – Kio le extiende la mano para ayudarla a bajar de la
extremidad del Guymelf rojo. -
Hiciste
un muy buen trabajo, Cerena – Allen le agradece a su hermana por haber
participado e intervenido a tiempo en el combate simulado. -
Bueno...
– Cerena mira a Gaddes, con una sonrisa algo irónica, mientras
desenfunda su espada. - ¿Qué te parece si entrenamos ahora, Gaddes? -
Claro,
con gusto – Gaddes toma su espada; ambos se dirigen al interior del
fuerte, a una de las salas para entrenar. Allen
los ve marcharse. Su expresión, demasiado seria, preocupa a sus
hombres. -
¿Qué
sucede, jefe? Parece no tener buenas noticias. -
El
mensajero llegará pronto; no sé como reaccionarán... Dentro
del fuerte, las espadas de Gaddes y Cerena se entrelazan, despidiendo
chispas por los impactos. Ambos son muy diestros, aunque Cerena
pareciera más frágil. -
¡Vamos!
Ataquemos de verdad... – Cerena se muestra emocionada; dispara su
brazo contra el pecho de Gaddes, quien evade el movimiento; por un rato
sus técnicas se anulan unas a otras, poniendo de manifiesto la
estupenda preparación de ambos. Gaddes se siente animado al ver el
dinamismo de Cerena, cuyo cuerpo pareciera estar en completa armonía
con la cadencia con la que despliega su espada. A su vez, Cerena mira
fijamente a los ojos a Gaddes, como tratando de adivinar sus
pensamientos, pero siempre triunfante. Las
espadas chocan de nuevo, trabándose; ambos se liberan y continúan;
Cerena espera el momento justo para tomarlo por sorpresa, pero él no se
deja vencer. En un rápido movimiento, Cerena lanza un golpe, pero le es
contestado; una vez más, sus espadas se traban, pero ahora sus manos
llegan a tocarse en el forcejeo por liberarse. Los ojos de ambos
intercambian sus miradas; la tensión en las espadas disminuye, a medida
que entrelazan sus manos a través de los mangos de sus armas. Llega un
momento en el que las espadas pierden toda su energía, cuando los 2
separan sus manos. Cerena suelta su arma, que cae al suelo; Gaddes hace
lo mismo, hablando un silencioso lenguaje. El rostro de Cerena se
recuesta en su pecho, y él la abraza. -
Cerena... -
Dime...
– Cerena le dice, mientras percibe su aroma – ¿Sentirías lo mismo
por mí si te superara en la batalla? -
No
me importa qué tan buena seas con la espada... – Gaddes contesta. -
Siempre estaré contigo... -
Pero...
mi pasado... -
Nunca
te dejaré, Cerena... hay que vivir el presente. Algunos
pasos en la duela del pasillo cercano los alertan, separándose y
tomando sus espadas, simulando continuar con el entrenamiento. Se trata
ni más mi menos que Moguro san (el hombre topo), dando un paseo por ahí
(en realidad sospecha que existe algo entre Gaddes y la hermana de
Allen). -
Ah,
eres tú... – dice Gaddes. -
Puedo
percibir algo en el ambiente... pero no sé qué pueda ser... – Moguro
san mueve la nariz, como olfateando; Cerena enrojece un poco. -
¿Porqué
no se retira con mi hermano? Estamos entrenando... – Cerena trata de
disimular. El
trote de algunos caballos llegan hasta Castello. -
Somos
mensajeros de su Majestad el Rey Aston, de Astoria. Pronto
fueron recibidos por Allen. -
Por
orden de Su Majestad, Grava Efud Aston, Rey de Astoria, - el pergamino
contenía instrucciones dictadas por el Rey - el Caballero Allen Schezar
deberá disponer de sus mejores soldados para encabezar la visita de su
Alteza la Princesa Eries a la nación de Basram, lo antes posible. -
¿Debemos
actuar como Guardias de nuestra Princesa? – preguntó Allen. -
Así
es... -
Partiremos
ahora mismo... ¡Kio, prepara el Crusade! ¡Todos, movilícense! -
Si,
Jefe... – los hombres de Allen se dispersaron; en todo el fuerte
comenzó un gran movimiento. -
Éste
es el verdadero Fuerte Castello – Allen se alegró por el dinamismo de
sus hombres, mismos que reconstruyeron el fuerte después de la guerra
de Gaea. Hitomi
se asoma por la ventana de su habitación, acaecida la tarde en Fanelia.
En sus manos sostiene el CD ROM que consiguió con esos viajeros. Los
incidentes rayos del sol vespertino se reflejan en la superficie del
disco, iluminando el rostro de Hitomi con un reflejo. -
¿Cómo
llegó esto aquí? La
sombra de la noche se extiende por encima de Fanelia; la Luna Fantasma
recupera su habitual trono en el cielo de Gaea, acompañada por su
inseparable esfera lunar. Siguiente
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