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XIII. Concilio de Poderes

-          Jefe, hay una nave que se aproxima...

-          Tomemos precauciones por si acaso – dijo Allen – Reeden, alcanzas a distinguir qué tipo de nave es?

-          Mhhh... ¡Es una nave de Astoria, jefe!

-          Jefe... – dijo Kio, cuyos cabellos no podían detenerse con el viento.

-          ¡Qué sucede?

-          ¿Qué vamos a decir si nos preguntan qué le pasó a la proa?

-          No sé... cualquier cosa...

-          ¿En dónde estás, Van sama? – dijo Merle, preocupada, casi al borde del llanto, mirando las nubes a través de la destruida proa del Crusade.

El acoplamiento entre ambas naves se llevó a cabo. Allen se encaminó para recibir a la tripulación visitante. Un joven ataviado con el mismo uniforme que Allen salió de la nave, para sorpresa del comandante del Crusade. Su cabello era castaño, al igual que su bigote. Su estatura era similar a la de Allen, también.

-          ¿Grimer? – preguntó Allen, extrañado -¿Qué haces aquí?

-          Allen... murió el Rey...

-          ¿Qué? – dijeron todos, sorprendidos.

-          Fui enviado precisamente a buscarte, Allen; los Caballeros del Cielo tenemos que estar presentes.

-          Claro, lo entiendo – dijo Allen, todavía confundido – Díganle a Kio que cambie el curso; nos dirigimos a Palas...

-          Entendido, Jefe...

El castillo de Basram estaba en revolución. Cehris había ordenado que saldrían a primera hora a Palas. Eries y Millerna estaban contrariadas. Millerna lo estaba aún más.

-          Ahora que murió mi padre... ¿Qué será de mí? Estoy completamente sola...

-          Millerna... – le dijo Eries, tratando de ser franca – tal vez no lo sepas...

-          ¡Saber que?

-          La corona puede dejar de pertenecer a la familia Aston en cualquier momento...

-          ¿Que? – dijo Millerna, aterrada.

-          Tú deberías ser la heredera del trono de Astoria, siempre y cuando estuvieras desposada; por eso nuestro padre había arreglado tu matrimonio con Dryden hace ya mucho tiempo... pero ahora que él murió, y no hay contigo un hombre que tome la corona, ésta se depositará en otra persona...

-          ¿En quién, hermana? – dijo Millerna, intrigada.

-          Eso lo decidirá un concilio... que deberá celebrarse lo antes posible... – contestó Eries.

-          Oh, no...

-          Millerna, es hora de que ya no veas por ti, sino por tu reino, Astoria; de no hacerlo así...

-          Lo haré, hermana... lo haré...

-          ¡Hermano, no puedo permitir que te vayas así! – dijo Cathera, caminando detrás de Cehris.

-          ¿Es que no lo entiendes? – gritó Cehris, harto de escuchar a Cathera – Murió el padre de Eries, por lo tanto es mi padre también... ¡Es mi deber estar en Astoria ahora!

-          ¡No te atrevas a decir eso! – Cathera se mostró colérica con las palabras de su hermano - ¡Nuestro único padre es el Supremo Señor de Basram, nadie más!

-          Cathera, no seas ingenua... – le contestó Cehris – El Rey Aston merece mi respeto tanto como mi padre lo merece, por eso es que me casé con Eries... bueno, tal vez no lo entiendas porque no estás comprometida con nadie...

Cathera no supo que contestar; su amor propio había sido herido.

-          Está bien, Cehris, no discutiré; pero te ruego que informes a nuestro padre el porqué de tu salida a Palas... sé que no te estoy pidiendo algo malo o fuera de la norma...

-          Así lo haré, Cathera... – dijo Cehris, resignándose – después de todo, tiene que enterarse de esto...

-          Muy bien, hermano...

-          Pero también tengo que hablar con él acerca de todos esos planes de los que no estoy enterado... así que lo veré en éste preciso momento...

-          ¡Hermano, espera! – dijo Cathera, algo alarmada - ¡Tengo que avisarle que irás tú, si no...

-          No tengo tiempo para esperar a que me reciba... es ahora o nunca...

Cathera calló; ella sí estaba enterada de esos planes, como lo eran, por ejemplo, la protección de Escitia por medio de diques. Así que le convenía más acompañar a su hermano a ver a su padre, para tratar de disminuir el conflicto que pudiera presentarse. Ambos se encaminaron a la Torre del Rey.

-          Iremos a ver al Supremo Señor, así que manténganse lejos... – dijo Cathera a la servidumbre del castillo.

-          Como usted lo ordene, Dama Cathera...

-          No entiendo por qué les prohíbes acercarse... – dijo Cehris, subiendo por la escalera de la gran torre.

-          Mi padre no los quiere cerca, eso es todo...

-          ¿Sabe él que lo verías hoy?

-          Le avisé que lo visitaría en éstos días, y no se opuso... pero me preocupa que se moleste porque tú vienes conmigo, sin habérselo dicho...

Ambos hermanos llegaron a la enorme y oscura puerta, entreabierta, lo que significaba que su padre esperaba a Cathera. Después de activarse la red de haces rojizos frente a ellos, la voz de su padre le indicó a su hija que pasara. Como era costumbre, lo vieron de espaldas, frente al gran ventanal de la habitación, sentado en su extraña silla, montada sobre un riel.

-          ¿Padre? – dijo Cathera, un tanto atenta a la respuesta de su padre. Cehris, por el contrario, se mostraba algo molesto por la situación.

-          Eres tú, Cathera... – dijo Estillon, sin mirarla - ¿Qué te ha hecho venir aquí?

-          Padre, soy yo quien quiere hablar contigo – la voz de Cehris desconcertó a Estillon, quien giró un poco su cabeza, dejando al descubierto una pequeña parte de sus gafas.

-          ¡Cehris! – dijo Cathera, considerando imprudente la intervención de su hermano.

-          Cehris... ¿Qué haces aquí? – dijo Estillon, con un tono algo molesto – No estoy preparado para hablar contigo... debiste decirme que vendrías...

-          Nunca estás preparado para verme, por lo que me doy cuenta...

-          ¡No le hables así, hermano!

-          Padre, vine a verte el día de mi boda para que conocieras a Eries, y no estabas aquí...

El cuerpo de Estillon manifestó su sorpresa, al estremecerse con esas palabras.

-          Padre... – dijo Cathera – Cehris ha venido a verte para avisarte que viajará a Palas...

-          ¿A Palas? – dijo Estillon, dándoles la espalda - ¡Para qué?

-          El Padre de Eries, el Rey Aston acaba de morir... – los ojos de Estillon se abrieron de sorpresa – y es mi deber acompañar a mi mujer a su tierra para rendirle homenaje...

-          Ya veo... así que Aston murió... Qué lástima...

A Cehris no le agradó mucho lo que Estillon dijo, más por el tinte irónico de sus palabras.

-          Pero... Padre – dijo Cathera – dime... ¿Crees que deba ir yo también?

-          No... por el momento es mejor que te quedes aquí...

-          ¡Porqué debes ir, Cathera? – dijo Cehris, molesto - ¿Es que acaso tienes algo importante que hacer en Palas?

-          Eh... no...

-          ¿Es que acaso es “otro de los planes” de los que no estoy enterado? – gritó Cehris, colérico, hacia su padre - ¡Dime por qué, yo, el que tiene a todo el país a su cargo, no estoy enterado de todo lo que sucede!

-          No es algo que debamos discutir ahora... – dijo Estillon.

-          ¡Claro que lo discutiremos! – dijo Cehris - ¡Soy yo quien te sucederá en el poder, no Cathera! ¡Pareciera que es ella la que va a gobernar Basram en el futuro!

-          ¡Hermano, por favor, no sigas!

-          No discutiremos eso ahora... – las palabras de Estillon enfurecieron aún más a Cehris, quien sin dudarlo caminó decidido hacia su padre; Las alarmas en torno a él comenzaron a accionarse.

-          ¡Hermano!

-          ¡Quédate ahí, Cehris, te lo ordeno! – gritó Estillon, al sentir que Cehris se aproximaba a él.

-          Tenemos cuentas que arreglar... – dijo Cehris, tomando a su padre por los hombros. Estillon trató de cubrirse el rostro con sus deformes manos, tratando de no ser visto por su hijo, quien comenzó a reclamarle, frente a frente. - ¡Dime porqué, porqué tengo que permanecer al margen de mi propia nación, contéstame, hazlo!

-          ¡Hermano! – sollozó Cathera, que a pesar de todo, tenía miedo de atravesar la habitación como Cehris lo hizo.

-          No quise hacerte daño con esto, Cehris... – dijo Estillon, haciendo que su hijo lo soltara – No creí que fuera prudente informártelo, siendo que estabas ocupado con tu prometida... lo hice por tu bien...

-          Padre... – Cehris trató de serenarse, al ver a su enjuto padre, que temblaba frente a él, ocultando su rostro.

-          Ahora que Aston murió... los representantes de las naciones en Gaea tienen que estar presentes en la elección de un nuevo Rey de Astoria, pues no dejó heredero para el trono... antes de que se produzca una guerra...

-          ¿U... Una guerra? – preguntó Cehris, confundido. Al ver que su padre temblaba, se apartó de él, para que éste se tranquilizara.

-          Astoria se considera la nación responsable de derrotar a Zaiback en la guerra de Gaea... ahora que Astoria está en momentos críticos, puede ser un blanco fácil... Zaiback podría atacar en cualquier momento...

-          ¿Za... Zaiback?

-          El General Adelphos es el actual gobernante de Zaiback, y buscará venganza... todos los reinos lo saben... Si Astoria cae, las demás naciones serán blancos fáciles...

-          ¿Y porqué no me lo habías dicho, Padre? – dijo Cehris, tratando de controlarse – podemos apoyar a Astoria para que eso no suceda...

-          Precisamente, porque tu esposa es una princesa de Astoria... no puedo permitir que Zaiback arremeta contra Basram solo porque esa mujer forma parte de nuestro gobierno...  Por eso es mejor no intervenir... entiéndelo, Cehris... de habértelo dicho antes, probablemente no hubieras consumado tu compromiso con esa mujer; por eso Cathera era la única que lo sabía.

-          ¿Lo ves, Cehris? – dijo Cathera – mi padre solo busca tu bienestar...

-          Espero que de ahora en adelante sea yo también partícipe de tus decisiones, Padre... - Cehris regresó con Cathera, y salió de la habitación, dejándola a solas con su padre.

-          Padre, por favor, discúlpalo... es muy impulsivo y...

-          Cathera...

-          ¿Si?

-          Ya sabes lo que debemos hacer... el proceso ya ha comenzado y no nos detendremos hasta culminar...

-          Sí, Padre... yo misma me encargaré de supervisarlo todo... por cierto, la chica de la que te hablé... salió de la ciudad, sin que pudiéramos evitarlo...

-          ¿Qué? – la voz de Estillon se tornó iracunda - ¿Cómo pudiste permitir eso?

-          No... no te preocupes... Pertén estará a cargo de vigilarla; no volverá a suceder...

-          Mhhhh... – el sonido de inconformidad de Estillon le dio a entender a su hija que había fallado.

-          ¿Qué? ¿El Rey Aston murió? – fue la primera reacción de Van al escuchar la noticia de boca de uno de los sirvientes del castillo. Hitomi se impresionó, adivinando quién era el hombre que había visto en su más reciente visión.

El gran navío real basramita despegó del puerto de Balkis. Cerca de ésta, viajaba la nave de Dryden, donde éste y Millerna se encontraban, justamente en el estudio, donde la pecera de Sylphy estaba empotrada en una de las paredes. Dryden le hablaba desde el exterior, muy cerca del cristal que los separaba.

-          Lo logramos, Sylphy... Poseidópolis está libre de parásitos... – el rostro de Sylphy se mostró feliz, pero después cambió por uno de sorpresa, mirando hacia la entrada. Dryden volteó; Millerna lo miraba desde ahí.

-          Dryden... – dijo Millerna, entre sus manos sostenía el anillo nupcial, que Dryden le regresaría cuando disolvieron su compromiso.

-          ¿Si, Princesa Millerna?

-          Eh... – arrepintiéndose, prefirió esconder el anillo entre sus ropas, disimuladamente – no, nada... – y se retiró del lugar.

-          ¿Qué sucede, tú lo sabes, Sylphy? – preguntó Dryden al verla correr.

Sylphy nadaba en la gigantesca pecera, advirtiendo enseguida que Millerna tenía algo que decirle a Dryden, pero no se atrevía a hacerlo. Sus ojos encerraban una profunda tristeza. Millerna, en uno de los pasillos del navío, miraba el anillo con tristeza.

-          No puedo pedírselo... No puedo...

Numerosas naves encallaban en el puerto de Rampant, a poca distancia de Palas; los estandartes que ostentaban manifestaban su procedencia, de cada uno de los países que integran Gaea.

A lo largo del gran canal, la avenida acuática más importante de Palas, una serie de embarcaciones seguían a la nave principal, la cual contenía el cuerpo del Rey Aston. La población seguía con la mirada la ruta del navío. A través de las rejas de la prisión, Anna, la doncella que había descubierto el plan de Elche, miraba prisionera la carroza acuática donde su Rey era trasladado para descansar eternamente. Recordó con tristeza lo ocurrido antes de ser encerrada injustamente:

-          El Rey Aston murió a causa de una fuerte intoxicación... – dijeron algunos médicos.

-          ¿Intoxicación? – dijo Elche, supuestamente sorprendido.

-          Así es... al parecer ingirió hojas de Sutaro, una planta venenosa...

-          ¿Pero... cómo es posible que haya tomado Sutaro? – dijo Elche.

-          Por el salpullido que presenta, y la condición de su garganta, pulmones, y estómago, parece que ingirió Sutaro durante cierto tiempo...

-          No logro entender... – fingió Elche – nadie aquí lo atendía más que yo... y esa muchacha... Anna...

La puerta de las habitaciones de la servidumbre se vino abajo; los guardias astorianos irrumpieron en el recinto.

-          !Anna, porqué te llevan? – gritaron algunos de sus compañeros, al ver como la obligaban a salir, prisionera, amarrada de las manos.

-          ¡Por favor, ayúdenme! – gritaba Anna, pidiendo auxilio.

-          Es mejor que no hables ahora, muchacha... es preferible que vayas pensando cómo te defenderás de haber envenenado al Rey Aston... el mismo Señor Elche te vio hacerlo...

-          ¿Qué?

-          !Anna, cómo pudiste! – gritaron algunas doncellas, impresionadas por lo que escucharon.

-          Anna... – pensó Jenia, la mejor amiga de Anna, y aquella que la cubrió durante su ausencia en el castillo – Sé que Anna es inocente, lo sé...

Maak también lo vio todo, pero no lo dejaron intervenir; no creyeron en sus palabras, ignorándolo por completo. El recuerdo finalizó. Anna, sentada en la prisión, esperando sentencia, no pudo soportarlo, llorando amargamente.

El ataúd funerario de Aston fue cubierto con flores y telas finas. Los habitantes de Palas lloraron su muerte, al igual que sus 2 hijas, que no creían que su padre hubiera muerto. Dryden y Cehris acompañaban a las 2 princesas. Los representantes religiosos ofrecieron a Jichia el cuerpo de Aston. Allen y Grimer, ambos Caballeros del Cielo, se encontraban a lo largo de la senda que despediría al Rey. Eran 10 Caballeros, todos sobrevivientes a la guerra de Gaea. Sólo 2 habían sucumbido a la guerra, demostrando la gran capacidad de la élite que el Rey Aston forjó durante su vida. Entre la gente, Gaddes, Cerena, Kio, y los otros, miraban el acontecimiento.

-          ¿Estás segura que puedes mantenerte en pie, Cerena? – le dijo Gaddes, abrazándola para sostenerla.

-          Sí, estoy bien... – dijo Cerena, recargando sus manos en el pecho de Gaddes, mirando fijamente el ataúd a lo lejos. – Ahí va el Rey de Astoria, aquel que prefirió morir, a darme una oportunidad... aún así, Rey Aston, juro que protegeré Astoria con mi vida...

-          Cerena... – pensó Gaddes, en silencio.

El sepelio del Rey se extendió durante todo el día, hasta que su cuerpo fue depositado en la cámara funeraria del palacio, junto a su esposa, Therese Aston. El pueblo se retiró a sus hogares, o a realizar sus habituales labores, pero un gran pesar podía sentirse en toda Palas.

-          Padre... no pude cumplir tu voluntad – pensó Millerna, sosteniendo el anillo nupcial de Dryden.

-          ¡Tía Millerna! – la quebrantada voz del Rey Chid Zar de Freid llamó la atención de Millerna, quien lo abrazó fuertemente, pudiendo desahogarse uno con el otro.

-          Chid... tienes que ser fuerte... ¿Recuerdas cuando murió tu padre? Tienes que demostrar esa misma fortaleza...

-          Sí, Tía Millerna, no los defraudaré, ni a mis padres, ni a mi familia, ni a mi nación... – contestó Chid, tratando de ser fuerte.

Hitomi y Van veían la ciudad desde las alturas, en las cumbres de las montañas Chatar, que bordean Palas. Existe un sendero por el cual se puede acceder a Palas por tierra, y éste se encuentra justo entre 2 montañas de la cadena Chatar. Desde donde Hitomi y Van se encuentran, éste acceso terrestre puede verse con claridad. Van observó que una serie de 4 carruajes se acercaban a la ciudad por medio de éste sendero.

-          Esos carruajes... – dijo Van, al parecerle familiares.

-          ¡Acaso no son...? – dijo Hitomi, poniendo atención allá abajo.

Los carruajes llevaban consigo un banderín que ostentaba el símbolo de Fanelia.

La Princesa Millerna irrumpió en Palacio, junto con Eries y su esposo.

-          !Anna, ven a recibir mi equipaje! – gritó Millerna, esperando que su doncella de confianza llegara a recibirle. Pero otra chica se presentó en su lugar.

-          Yo le atenderé, Princesa Millerna – dijo éstas joven, haciendo una pequeña reverencia.

-          ¡Qué sucede con Anna? ¿Porqué no viene ella?

-          Princesa, me temo que no podrá servirle más... está acusada de ser la responsable de la muerte del Rey...

-          ¿Qué? – dijeron Eries y Millerna, absortas.

Una gran algarabía se escuchó entrando al palacio. La Reina Thera Assab de Egzardia había arribado junto con su pequeña corte.

-          !Millerna, Eries! – la gruesa mujer trató de acompañarlas en su dolor – lo siento tanto...

-          Lo entendemos, Monarca... – dijo Millerna, consternada al saber lo de Anna - ¿Me disculpa, Su Majestad Thera? – y sin decir más, subió corriendo a sus habitaciones, levantando la caída de su vestido para no tropezar.

-          Adelante,  querida princesa... – dijo la Reina Thera

Los representantes más importantes de los países vecinos a Astoria, llegaron también a palacio: El Rey Sardos Icar Daedos, de Daedalus y el Vicario Cnossos Roul de Chezario.

-          Por favor, las doncellas les indicarán cuáles son sus habitaciones... – dijo Eries, algo repuesta por la pérdida de su padre, tratando de ser cordial con los mandatarios.

Millerna entró con estrépito a su recámara. No podía concebir que Anna, su doncella preferida, y que siempre le había jurado lealtad, le traicionara ahora. Algunos recuerdos se agolparon en su mente. En uno de ellos, la pequeña Millerna, de unos 6 años de edad, corría por la playa feliz, en compañía de una niña, de unos 10 años, de cabello castaño y grandes ojos de color café, que la cuidaba: era Anna, que la acompañaba en sus juegos y travesuras.

-          ¿Sabes? – dijo Millerna, sentada en la arena; su rubio cabello volaba con el viento. – Ahora que mi hermana Marlene se fue, me siento algo triste...

-          ¿Pero porqué, Princesa? – le contestó Anna.

-          Es que ahora solo me queda mi hermana Eries... pero ella está tan ocupada con papá...

-          Princesa... – Anna le tomó una de sus manos – si me lo permite, yo podría ser su amiga...

-          ¡De verdad? – la cara de la pequeña Millerna se alegró.

-          ¡Si! – Anna le sonrió.

Otro recuerdo se dibujó frente a ella. En un salón, dentro de Palacio, se levantaba una fuerte discusión.

-          Pero ¿Por qué, Por qué no puedo estudiar medicina?

-          Millerna, ya escuchaste a nuestro padre – le decía Eries, tratando de hacerla entrar en razón – No es propio en una princesa...

-          ¡Pero eso no tiene nada que ver! – gritó Millerna; su padre, el Rey Aston, escuchaba todo lo que sus hijas decían.

-          He dicho que no estudiarás medicina y no lo harás...

-          ¡Maldita sea, porqué tuve que ser una estúpida princesa!

-          ¡No reproches a tu familia! – gritó Aston.

-          Padre, no seas tan duro con ella... – Eries trató de interceder por su hermana.

-          Una Princesa de Astoria no tiene porqué preocuparse en el bienestar de su pueblo... para eso está el Rey, y el hombre que te despose...

-          ¡No quiero ser una inútil mujer que sólo sirve para vestir diferente cada día!

-          ¡Ya lo he decidido y se acabó! – Aston se levantó, indignado, saliendo de la habitación. Millerna estaba aún furiosa; Eries también se encaminó a la puerta.

-          Millerna, si tan solo te dieras cuenta que nuestro padre lo hace por tu bien...

-          ¡Tal vez para ti sea muy bueno lo que él decida, pero yo quiero vivir, gozar de la vida, experimentar cosas nuevas! !Porqué nadie lo entiende? – en un arrebatado ataque de ira, Millerna salió de la habitación iracunda.

Anna se encontraba acomodando el inmenso vestidor de Millerna, cuando escuchó que ésta entraba a su habitación, dando un sonoro portazo. Al asomarse, la vio tendida en la mullida cama, llorando de rabia.

-          Princesa Millerna... ¿se siente mal? – dijo Anna, dejando el vestido que acomodaba en el respaldo de una silla, para sentarse a su lado, a la orilla de la cama.

-          Sí... me siento mal por ser parte de una Familia Real...

-          ¡Pero por qué? – preguntó Anna, con tono de consuelo.

-          Mi padre se opone a que estudie medicina... dice que las princesas de Astoria no tiene porqué meterse en asuntos complicados como el estudio...

-          Bueno, lo que pasa es que... – dijo Anna, tratando de buscar una explicación – probablemente el Rey no se ha dado cuenta de que sus hijas ya dejaron de ser unas niñas...

-          Cómo me gustaría ser como tú, Anna... una chica común y corriente, que puede vivir su vida sin ataduras...

-          Princesa Millerna... cómo me gustaría a mí ser como usted...

-          ¡Eh?

-          Tal vez no lo note, pero mi vida es muy simple; me limito a estar a sus ordenes, princesa; en cambio usted...

-          ¿Es que acaso te gustaría tener riqueza, pero estar comprometida con un miope a quien consideras un completo excéntrico, (en ese entonces, Millerna conservaba una imagen bastante infantil de Dryden, a quien no había visto en casi 3 años), y vivir siempre a expensas de las decisiones del Rey? ¡No me hagas reír!

-          No me refiero a eso... hablo de su gran fuerza de voluntad, Princesa... – el rostro de Millerna cambió – el coraje que tiene, la capacidad de hacer lo que quiera, sin importarle lo que los demás piensen... esas son virtudes que muy pocos tienen y se atreven a utilizarlos...

-          ¡Anna!

-          ¿Sabe una cosa, Princesa? – dijo Anna, sonriente – Si me enfermara, me gustaría que usted se encargara de aliviarme...

-          ¡Tienes razón! – dijo Millerna, decidida. Al poco tiempo, se encontraba inscrita. Los recuerdos dejaron de aparecer. Millerna volvió a la realidad.

-          No pudiste ser tú, Anna, ¡No pudiste hacerlo tú!

La puerta de la habitación de Millerna se abrió lentamente.

-          Princesa Millerna...

-          ¿Eh? – Millerna miró a Jenia, una de las doncellas al cargo de Anna; una jovencita de claro cabello y ojos castaños, que la miraba apenada.

-          Princesa Millerna, sé que usted no dejará que cometan con Anna esa injusticia... 

Escaflowne planeó desde las cumbres de Chatar, aterrizando en la entrada de la ciudad, interceptando el camino de las carretas de Fanelia, las cuales detuvieron a sus enormes Keburas (los inmensos bisontes de Gaea usados como bestias de carga en esa nación).

-          ¿Quiénes son ustedes? – dijo Van, poniéndose en guardia.

-          ¡Maestro Van! – Megnon, uno de los 4 soldados entrenados por Van, salió del carruaje, seguido por sus 3 compañeros de batalla.

-          ¿Megnon? – preguntó Van, sin creerlo aún - Zircon, Amenfis, Sutton, ¿Qué hacen aquí?

-          Venimos a Palas para buscarle, Maestro Van – dijo Zircon.

-          Con esta contrariedad en Astoria tenemos que estar preparados para todo... – finalizó Amenfis.

-          Y es nuestro deber apoyar a nuestro Rey, donde quiera que esté...

-          Buena decisión... – dijo Van, orgulloso por el valor de sus 4 soldados.

-          !Dryden sama, Dryden sama! – Clerk entró al vestíbulo del Palacete Fassa, llamando la atención de Dryden con su escándalo.

-          ¡Qué quieres, Clerk? – dijo Dryden fastidiado, cerrando con ambas manos aquel libro que Hitomi encontraría en Escitia.

-          Su Padre, el Señor Meiden lo busca... me dijo que no hay tiempo que perder.

-          ¿Quién, mi padre? – No hubo tiempo de reflexionar, puesto que Meiden había entrado al vestíbulo con prisa.

-          !Dryden, el concilio de la Corona se celebrará en poco tiempo! – dijo, agitado - ¡Tenemos que evitar que Elche sea elegido como el nuevo heredero!

-          ¿Elche? – dijo Dryden, rascándose la cabeza - ¿Ese tipo que siempre estaba entrometiéndose en los asuntos de la Corona?

-          El mismo... Hijo, parece que él mató al Rey Aston...

-          ¿Qué, qué dices? – Dryden y Clerk se mostraron asombrados.

La sala de juntas del Palacio recibió a los reyes extranjeros y algunos consejeros del Rey, entre ellos, Elche. La gran sala, de forma redonda, permitía a todos los espectadores ver lo que sucedía al centro del foro, comunicado de la puerta del salón a través de un ancho pasillo. Los consejeros del Rey se encontraban en dicho centro. Millerna y Eries tenían que estar ahí, presentes, para enterarse de su destino, pero...

-          Millerna, ¿En dónde está Millerna? – preguntó Eries, buscándola con la mirada. Las doncellas de Palacio no supieron darle razón alguna de su hermana.

 La asamblea era bastante grande, pues los Caballeros del Cielo, como élite guerrera de Astoria, deberían presentarse también. Van y Hitomi también se hallaban ahí, junto con los hombres de Van (y su niña gato); Cerena, Gaddes, y la tripulación del Crusade se hallaban también ahí, atentos a todo. Dryden y Meiden, como mercaderes y personajes potenciales en la economía de Astoria, deberían ser parte de la misma asamblea. En resumen, los personajes más sobresalientes de Gaea estaban ahí, físicamente o representados por alguien (como Estillon, por ejemplo, representado por su hijo Cehris).

-          Ante el deceso de Su Majestad de Astoria, El Señor Grava Efud Aston, se ha convocado éste concilio para decidir el destino de la Corona de Astoria, así como su situación frente a la latente amenaza de Zaiback...

-          El Rey Aston dejó sus tierras, su poderío, antes de lo planeado... – citó uno de los consejeros del Rey – la sucesión de la Corona de Astoria está en juego, debido a la situación que vive la Familia Real... Por un lado, El Rey Aston muere sin haber tenido un solo hijo varón, al que le fuera otorgado el trono por sucesión... Tampoco dejó heredero a través de alguna de sus hijas, por lo que la sucesión por herencia de la Corona de Astoria no puede seguir en manos de la familia Aston.

Los comentarios no se hicieron esperar. Principalmente entre los reyes extranjeros, quienes desconocían hasta cierto punto lo sucedido con Dryden y Millerna.

-          ¿Qué? ¿De verdad la Princesa Millerna rompió su compromiso con el hijo del Mercader Fassa? ¡Pero qué falta de madurez y de amor a su nación! – dijo al enterase la Reina Thera, entre sus asistentes, consejeros, y demás personas a su alrededor. Eries cerró los ojos, afligida por su hermana Millerna, que no estaba ahí para defenderse.

-          No te preocupes, Eries... – dijo Cehris, tratando de animarla – podremos recibirla como un miembro de nuestra familia en Basram; no quedará desamparada, eso te lo aseguro...  

-          Te lo agradezco, Cehris, pero... ésta es una batalla que Millerna tiene que enfrentar, contra el concilio y... consigo misma.

-          Por otra parte, el Rey Aston no decidió quien lo sucedería a su muerte, a través de un testimonio o documento que lo avalara... – Elche comenzaba a sentir el triunfo, que la Corona pronto le sería otorgada a él.

-          ¡Mi Padre, el Rey Aston, ha dejado en claro quién será el próximo Rey de Astoria!

La voz de Millerna invadió el recinto, ante la azorada mirada de todos.

-          ¡Millerna! – dijo Eries, viéndola entrar.

-          Millerna... – dijo Hitomi. En efecto, Millerna caminaba decidida hacia el centro de la asamblea, acompañada por 2 de sus doncellas: Jenia y... Anna, ahora en libertad.

-          !Princesa Millerna, cómo se atreve usted a traer aquí a la asesina de su propio padre? – dijo Elche, como parte de los Consejeros; una fría sensación invadió el cuerpo de Elche.

Millerna, ignorando a Elche, prosiguió, levantando un pequeño pergamino en sus manos.

-          ¡He aquí el documento que mi padre dejó antes de morir, especificando quien lo sucedería!

El público se mostró confundido. Uno de los consejeros tomó el pergamino, leyéndolo ante la asamblea.

-          “Yo,  el Actual Rey y Señor de la nación de Astoria, Grava Efud Aston, dejo un legado palpable en el que nombro a la Familia Fassa como la heredera del trono a mi muerte” – Dryden y Meiden se alertaron – “El Joven Dryden Fassa, esposo de la tercera de mis hijas, la princesa Millerna Sara Aston, tiene el derecho de reclamar la corona siempre y cuando el compromiso que los une sea verdadero; de no ser así, designo a  Meiden Fassa, mercader de Astoria, como sucesor del trono de ésta nación... Ciudad de Palas, Décimo novena Luna Amarilla”... – el consejero terminó de leerlo, y mostrando a todos el pergamino, demostró que el mismo tenía validez, gracias al sello del anillo del Rey, impreso en la goma, en la parte inferior del documento.

-          ¿Cómo lo consiguió, princesa Millerna? – preguntó Elche, disimulando su odio hacia los Aston y los Fassa. – Que yo sepa, usted ha estado lejos de Astoria, visitando Basram,  durante toda la Luna Amarilla, incluso más... es imposible que el Rey haya escrito eso; además, en su estado, le era imposible escribir, de acuerdo a la fecha del documento...

-          Yo lo escribí...

La voz de Jenia hizo que todos posaran su atención en ella; la doncella estaba dispuesta a revelar la verdad acerca del pergamino.

-          Yo soy testigo de 2 acontecimientos – dijo Jenia, solemne - Uno de ellos se refiere al pergamino con la decisión del Rey. Yo me encargué de atenderlo durante la ausencia de la primera doncella, Anna, en el Palacio...

-          ¡Qué? – pensó Elche, mirando a Anna, que también lo veía con odio -  ¿Esa maldita, abandonó el Palacio? ¡Es por eso que dejó de aparecer frente al Rey!

-          El Rey Aston, viendo su muerte próxima, me solicitó que le redactara lo que a continuación acabamos de escuchar de la voz de uno de los consejeros del Rey... – siguió Jenia – la letra que aparece en el pergamino, es mía, en efecto, debido a la imposibilidad del Rey para escribirla por sí mismo; pero, una vez terminada, selló con su anillo el pergamino, dándole verdadero valor ante los ojos de toda Gaea...

-          ¡Maldita, maldita seas, bastarda! – pensó Elche, al verla hablar.

-          El otro acontecimiento se refiere a la inocencia de mi compañera, a la que estoy al mando, Anna, primera doncella del palacio de Palas... – dijo Jenia – ella se ausentó del Palacio a partir de la Décimo quinta Luna Amarilla, es decir, antes de la muerte del Rey, ocurrida ayer, Vigésimo segunda Luna Amarilla... por tanto, es claro que ella es inocente del asesinato del Rey Aston...

El público comenzó a comentar, asombrado, lleno de sorpresa por lo ocurrido.

-          ¡Tal vez no estuvo aquí cuando el Rey Aston agonizó hasta morir, - dijo Elche, tratando de inculparla – pero los médicos descubrieron que el Rey fue envenenado con hojas de Sutaro, una planta venenosa! ¡No necesitaba estar en Palas para que el Sutaro surtiera efecto sobre Su Majestad! ¡Ella es culpable, yo vi en una ocasión, que atendía al Rey, que lo obligaba a tomar Sutaro!

-          ¡Eso no es verdad! – gritó Anna, defendiéndose frente a Elche, con toda la asamblea como testigo – ¡Siempre he jurado fidelidad al Rey y a su familia; ¡Es por eso que decidí salir del palacio para advertir al mercader Meiden de lo que ocurría entre el Rey Aston y usted! !Asamblea, frente a ustedes digo lo cierto; el Señor Elche planeó matar al Rey Aston, usando Sutaro; yo misma vi las primeras erupciones en la espalda de Su Majestad, pero no había nadie a quien avisarle, pues las princesas se encontraban fuera del país. Cuando el Rey Aston pidió que el Mercader Meiden Fassa hablara con él, El Señor Elche mandó matarlo a la ciudad de Eron. ¡Fue por eso que huí de palacio, para avisar al Mercader Meiden que corría peligro!

-          ¡Mientes, maldita bastarda! – gritó Elche, iracundo.

-          ¡Tengo testigos que no pueden dejarme mentir! – dijo Anna – Maak, uno de los cocheros de Palacio me acompañó a Eron, donde pudimos advertir al mercader Fassa; el mismo Señor Meiden puede decirles la verdad; ¡Hombres geco mandados por el Señor Elche, trataron de matarlo camino a Palas!

-          ¿Es eso verdad? – dijo uno de los consejeros al mando de la asamblea, dirigiéndose a Meiden, quien asintió con la cabeza.

-          Esta señorita fue muy valiente al aventurarse con el fin de salvar la vida de su Rey y la mía... es una heroína... – contestó Meiden.

-          ¡Todo esto es un complot! – gritó Elche - ¡Meiden dejó morir al Rey, sin haber pedido ayuda para salvarle la vida! ¡Fui yo quien buscó médicos que lo salvaran!

-          No es un complot, Señor Elche... – una última voz entró a escena: Maak, el cochero de Palacio, entró acompañado por 2 miembros de la servidumbre, sosteniendo un costal, cuyo interior se movía nerviosamente.

-          ¿Qué es eso? – dijo un consejero. El costal fue vaciado frente a ellos; 3 hombres geco cayeron al suelo, amagados. El rostro de Elche mostró terror, como nunca lo había mostrado. Los hombres geco estaban asustados, pero al ver a Elche, comenzaron a gritar aterrorizados.

-          ¡Es él, nos matará, nos matará por no haberlo logrado! ¡Ahhhh!

Toda la asamblea estaba impresionada.

-          Parece una historia bastante real... – dijo otro consejero – pero no podemos confiar en la palabra de una doncella...

-          ¡Qué? – dijo Millerna. Anna, Jenia y Maak vieron derrumbadas sus esperanzas de salvar la Corona.

-          La servidumbre acostumbra fantasear, contar historias increíbles para pasar el tiempo... pero es grave haber tomado la figura del Señor Elche como centro de sus historias... El Señor Elche ha demostrado ser una persona digna de respeto y admiración, incluso por el Rey Aston... por otra parte, ese pergamino no puede tener autenticidad ante esta asamblea; la muchacha pudo hurtar el anillo del Rey, tratando de engañarnos a todos...

Cerena no sabía cuál era la verdad, pero sabía que alguien como Elche no tendría jamás buenas intenciones.

-          Maldito... va a salirse con la suya... sin duda el resto de los consejeros quieren a Elche en el trono...

-          Lo que se dice es cierto – dijo la Reina Thera, comentando con el Vicario Roul – no se puede confiar en la servidumbre...

-          Tiene razón, Reina... tiene razón...

-          Además – continuó el consejero - es más importante para el bienestar de Astoria, el solucionar el problema de la Corona, no el asesinato del anterior mandatario... Nosotros proponemos como el próximo Rey de Astoria, al Señor Elche Phaestos, por su gran acción en las labores reales...

-          Creo que será un buen Rey... – dijo la Reina Thera.

-          ¿Entonces la decisión de mi padre no es válida? – dijo Millerna.

-          Ese pergamino no vale nada para nosotros, así que continuaremos con esto... Princesa Millerna, haga el favor de tomar asiento o retirarse...

-          Pero...

-          Por favor, Princesa, si no es que quiere que la obliguemos a abandonar el recinto.

-          ¿Dryden? Hijo ¿dónde estás? – preguntó Meiden, al advertir que su hijo ya no estaba junto a él.

El rostro de Millerna se tornó decidido. Recordó aquellas palabras de Anna, que la animaron años atrás:

-          “¿Sabe una cosa, Princesa? Si me enfermara, me gustaría que usted se encargara de aliviarme”.

Sosteniendo algo entre sus manos, se dispuso a decir:

-          De acuerdo a la voluntad de mi padre, infranqueable, y frente a toda ésta asamblea, me alegra decirlo... Dryden... – y sacando de entre sus manos el anillo nupcial, siguió - ¿Te casarías conmigo?

-          ¡Millerna! – Eries lloró de felicidad al ver que su hermana tomaba por fin una decisión.

-          !Millerna, lo hiciste! – dijo Hitomi, feliz por su amiga.

-          ¡Vaya, eso sí estuvo bien! – dijo Cerena, afianzándose a Gaddes.

-          Señorita Millerna... – lloró Anna, al verla decidida por el hombre que amaba.

Dryden llegó junto a Millerna, y le extendió una de sus manos, en donde Millerna colocó el anillo nupcial, sellando de nuevo su compromiso.

-          !Ante ustedes, y ante nuestro Dios Jichia, nos consolidamos como los herederos de la Corona: Dryden Fassa, y Millerna Sara Aston, los nuevos Reyes de Astoria! – la asamblea culminó con un beso entre el Nuevo Rey y la Nueva Reina.

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