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VII. El Poder de Los Dioses

  -          ¿Así... es mi vestido? – el rostro de Hitomi se mostraba asustado, al ver la prenda que Millerna le modelaba.

-          ¿Qué te pasa, no te gusta? – Millerna dejó de levantar la caída de su vestido. – ¡Pero si está precioso!

-          No niego que es muy elegante y hermoso, pero...

-          ¿Pero qué?

-          Mira el escote...

En efecto, el corte del escote del vestido era redondo, y dejaba al descubierto más de lo que Hitomi estaba acostumbrada.

-          ¿El escote? ¿Qué tiene de malo, Hitomi? – Millerna se miró a sí misma – A mí me parece que es grande, pero así es la moda en Basram...

-          ¡No pienso ponerme eso! – dijo Hitomi, tomando su propio vestido para descubrir que era idéntico al de Millerna.

-          ¿Piensas ignorar a la Dama Cathera? Tú misma aceptaste gustosa su ofrecimiento...

-          ¡Pero yo no sabía que era así!

Una doncella entró a la habitación.

-          Señoritas, la Dama Cathera las espera para salir a la ciudad...

-          Sí, en un momento estaremos allá – dijo Millerna. Cuando la doncella se retiró, Hitomi comprendió que no tenía otra opción. Extendió su vestido con los brazos, el cual consistía en un cuello alto con un pequeño encaje; sin mangas, y un escote grande; la caída translúcida del vestido pendía de un faldón de encaje que salía de la cintura. Los accesorios eran guantes, zapatillas, un pañuelo atado a un anillo que debe de ir en la mano derecha, y un cinturón de tela, símbolo característico de Basram.

-          Esto es vergonzoso...  

Terminando de vestirse, ayudada por Millerna, bajaron a la terraza principal de palacio, donde la Dama las esperaba en un carruaje cuyo techo podía plegarse.

-          ¿Veo que ya están listas, eh? – dijo Cathera, como siempre, sonriente. – Hitomi, que bien te ves...

-          Gra... gracias S - Hitomi intentaba cubrirse el pecho con el pañuelo que pendía del anillo en su mano, pero éste era translúcido, al igual que la caída del vestido.

Una enorme biblioteca se localizaba en una de las torres más altas del palacio de Basram; Cehris había encaminado a Dryden hacia ella, quien buscaba algo de la historia del país.

-          Mi padre debe estar descansando aún, así que no hay problema si entramos...

-          Ah, ¿Es que no está permitida la entrada a su colección? – dijo Dryden tratando de disculparse por su osada insistencia la noche anterior. 

-          Es demasiado reservado en cuanto a sus estudios, incluso en sí mismo... – dijo Cehris, abriendo la puerta, invitando a Dryden a entrar. – No deberías saberlo, pero en vista de que pronto seremos parientes, no creo que haya problema en que lo sepas...

-          ¿Saber qué, Joven Cehris? – Dryden pasaba la vista por los libros en la pared.

-          Mi padre enfermó hace tiempo, y con ello cambió por completo... la enfermedad lo desfiguró, y su personalidad también se endureció;  es por eso que se mantiene fuera de la vista de los demás... incluso yo lo he visto tan solo en 3 ocasiones después de su deceso... Cathera es quien se encarga de él, y aún así también han sido contadas las ocasiones en las que ella ha podido verle por completo...

-          En verdad lo siento... no sabía nada de esto... – dijo Dryden.

-          No hay de que preocuparse, después de todo, si así lo quiere, debemos de respetar su opinión...

-          Entonces... ¿Puedo tomar cualquier libro? No quiero molestarlo...

-          Si no se entera, nada sucederá... además, yo mismo te permití hacerlo; por favor, siéntete como en tu casa...

-          Gracias...

La biblioteca era enorme; los libreros contaban con más de 50 niveles, cubriendo las más altas paredes; una bóveda de cristal tallado dejaba entrar la luz; justo encima de la bóveda levitaba la Roca Incandescente, cuyo brillo menguaba con la luz del sol. Un sistema de escaleras permitía recorrer los distintos niveles de la biblioteca; lo más extraño que Dryden pudo observar era una extraña red de pequeños rieles a lo largo de escaleras y pasillos, como si se tratara de una mina, aunque con un gran adelanto tecnológico. Dryden comenzó a subir, mientras que Cehris permaneció abajo.

-          En un momento estaré abajo – dijo Dryden, gritando desde las alturas – el libro que busco debe de estar por aquí... creo...

-          Está bien... – Cehris se sentó en un pequeño vestíbulo.

Dryden buscaba entre los libros algo de su interés, pero la curiosidad por saber hacia donde se dirigían los rieles lo convenció; aprovechó que Cehris no lo veía para adentrarse por los pasillos más estrechos, en donde los rieles corrían. Millones de libros a su alrededor cubrían un conducto que lo llevaría hasta una plazoleta, oculta entre pilares y falsas paredes.

-          ¡Qué es esto! – Dryden se asombró al encontrarse en ese pequeño lugar, cuyas paredes eran de cristal; el mar se veía desde ahí, uno de los puntos más alto del castillo y por tanto, de la ciudad. La línea de rieles terminaba ahí, en cuyo costado una puerta metálica pequeña con motivos épicos sellaba la entrada a otro lugar.  Un sistema de lentes y engranes colgaba del techo cristalino, acomodados de extraña manera, intrigándolo. Su curiosidad lo llevó a analizar la máquina frente a él. – Esto debe aumentar la visión a lo lejos, si no me equivoco...

Sin saber porqué, miró a través del complejo de lentes. Sus pupilas se abrieron de sorpresa. La maquina le permitía adentrarse visualmente en las aguas.

-          ¡Poseidópolis! – En efecto, una ciudad con una magna torre en su centro se apreciaba por el lente. Dryden había descubierto que alguien en Basram sabía de la existencia de la mítica ciudad. - ¡No puede ser, así que con esto localizaron la ciudad, para después sitiarla! – Se percató de que había tardado mucho tiempo ahí, y que Cehris podría saber de la existencia de esa remota plazoleta. – Tengo que regresar... - encaminándose de nuevo para regresar, observó varios libros cuyos signos le parecieron extraños. Tomando uno de ellos y hojeándolo, se asombró aún más. - Éste idioma... me parece familiar... – y tomando el texto, regresó rápidamente por el conducto, hasta llegar de nuevo a la periferia de la biblioteca, fingiendo tomar varios libros de las repisas, para despistar a Cehris.

-          ¿Encontraste lo que buscabas, Mercader? – le gritó Cehris desde abajo. Dryden bajó con varios libros en las manos.

-          A decir verdad, encontré más de lo que buscaba... estoy seguro que me servirán mucho...

-          Espero que sea así... – los 2 salieron de la biblioteca, que Cehris volvió a cerrar bajo llave. 

La gran avenida de la ciudad de Escitia comunicaba al mar con el castillo, adentrándose por la masa urbana; el carruaje de la Dama Cathera viajaba despacio por ésta vía. Hitomi y Millerna miraban la ciudad a través de los vidrios, Cathera se mantenía silenciosa, mirando a Hitomi con cierta incertidumbre, pero siempre tratando de disimular su interés.

-          Parece ser que a la otra dama le disgustó la invitación, ¿verdad? – dijo Cathera, iniciando la conversación.

-          ¿Se refiere a Cerena? – preguntó Millerna; Hitomi también se mostró confundida por la pregunta de la Dama.

-          Si... simplemente no se presentó con nosotras, a pesar de que a primera hora le hice llegar su atavío, igual que a ustedes...

-          Señorita Cathera, por favor, no juzgue a Cerena... – dijo Hitomi – ella no viene como invitada desde Astoria, sino que forma parte de la guardia de nuestra princesa Eries...

-          Así es – continuó Millerna – es una magnífica Caballero que cumple su misión al pie de la letra...

-          !Oh, discúlpenme, pero no creí que ella fuera una Caballero... es raro en una mujer...

El carruaje se detuvo. Las 3 chicas descendieron de ésta ayudadas por el cochero; habían llegado a un mausoleo, dedicado al dios Knar, enclavado en la ciudad; sus paredes talladas con metal y piedra mostraban dragones, caballeros, y numerosas serpientes, los animales simbólicos representativos del país.

-          Aquí veneramos a Knar, nuestro dios dragón terrestre... – Cathera y las 2 invitadas entraron al mausoleo, un lugar en donde desembocaban tubos procedentes de todas partes de Escitia. – como un recinto sagrado, debemos mantenerlo activo, todo gracias a la concentración de la energía de toda la ciudad en éste punto...

Una enorme estatua cristalina del dios dragón Knar recibía grandes cantidades de energía luminosa a través de miles de tubos tallados, conectados en su base. Grandes sistemas de engranes y levas, ambos tallados, trabajaban en la periferia de la estatua.

-          Escitia se mantiene con vida durante el día con la energía del sol, y de noche, gracias al poder de la Roca Incandescente; todo éste poder es el combustible para desarrollar nuestra tecnología. – Hitomi se sentía algo incómoda en ese lugar, pero no sabía por qué. Su pendiente comenzó a brillar tenuemente; de repente, la tierra comenzó a cimbrarse. Gritos desde el exterior anunciaron un temblor; los soldados cercanos a la Dama y sus acompañantes las ayudaron a mantenerse de pie.

-          ¡Qué, qué fue lo que sucedió? – dijo Millerna, instantes después de volver todo a la calma.

-          No deben preocuparse – dijo Cathera – esto sucede frecuentemente en Basram, pero nunca hemos tenido consecuencias severas; la ciudad está bajo control. Aunque es la primera vez que el sismo es relativamente fuerte...

La estatua del dios Knar comenzó a brillar a intervalos regulares, con pausas de brillo más intenso, como si estuviera sincronizándose con algo. Hitomi advirtió que su pendiente hacía exactamente lo mismo; tratando de que Cathera no se diera cuenta de la acción de su pendiente, lo ocultó entre sus manos, ayudada por el pañuelo atado en el anillo que traía consigo.

-          ¡El pendiente... está reaccionando! – pensó Hitomi. La actividad del mausoleo se normalizó. Varios hombres cerca de ahí, dentro de las cabinas de control, notaron que la energía se canalizaba de mejor manera, como nunca antes lo habían visto, sin razón aparente.

-          Nivel de distorsión mínimo, señor – indicó un hombre a su superior, extrañado por la notable mejoría en el sistema del mausoleo.

-          Necesitas de Escaflowne? – preguntó Van, desconcertado.

-          ¡Sssshhht! – Chistó Dryden, tratando de que no hablara tan alto. – Tienes que saber algo...

-          ¿De qué demonios me estás hablando?

-          Se trata de Sylphy...

-          ¿Esa sirena?

-          Sí, pero – Dryden se cercioró de que nadie se encontrara cerca – es muy serio; te lo confío porque sé que tu habilidad guerrera me puede ser muy valiosa...

-          ¿Qué es lo que sucede?

-          Poseidópolis...

-          ¿Poseidópolis?

-          La mítica ciudad guardiana del poder de Jichia, el dios dragón marino... sé que no has escuchado hablar de ella, pero es una ciudad apartada de nuestra civilización...

-          No, no había escuchado nada...

-          Van, el poder del dios Jichia, celosamente protegido por el clan Mir, es el responsable de mantener el equilibrio de Gaea, y Basram se ha apoderado de él...

-          ¿Qué? – El rostro de van reflejó sorpresa.

-          Tal vez no lo entiendas ahora, pero Gaea puede perder su estabilidad en cualquier momento si no hacemos algo...

-          Pero, ¿En dónde se encuentra esa ciudad perdida?

-          Bajo las aguas...

Van se desilusionó.

-          Pero, nunca podremos llegar ahí... no puedo manejar a Escaflowne bajo el agua. Tú sabes que los Guymelfs no pueden sumergirse...

-          ¿Cuál es el problema? – dijo Dryden - ¿La falta de aire para quien maniobra al Guymelf, o el funcionamiento del mismo? Cualquiera de los 2 obstáculos los he resuelto ya...

-          ¿Qué dices? – Van no lo creyó.

-          ¿Acaso crees que mi colección de Guymelfs no me ha servido de nada? No sabré manejarlos muy bien, pero he equipado mi Fassares con una cabina hermética... y es igual de ágil en tierra como sumergido.

-          ¿De verdad tienes un Guymelf? – Van se mostró incrédulo.

-          Aunque no lo creas, así es... y he estudiado su funcionamiento, aunque nunca he intentado maniobrarlo...

-          Pero, ¿qué se supone que debemos hacer?

-          ¿Cómo qué? ¡Pues sacar las fuerzas armadas que sitiaron la ciudad, cuanto antes!

-          Pero, no podemos actuar tan fácil; somos invitados diplomáticos de Basram, podrían acusarnos de traición. – dijo Van, tratando de aclarar las cosas – además, no sabemos a ciencia cierta si lo que dices es la verdad...

-          Debe de ser la verdad – dijo Dryden – la ciudad es tan extraña, esa roca, el castillo, y el gobernante también; no dudo que estén utilizando la energía de Poseidópolis, tal y como Zaiback se adueñó del poder de Atlantis... pero no podemos tomar una decisión apresurada...

-          Debe haber alguna forma de arreglar esto – dijo Van, sentándose, tratando de pensar.

El teléfono sonó.

-          ¡Yukari, es para ti!

-          ¡Ya voy! – bajando las escaleras con atropello, Yukari se dispuso a contestar. - ¿Si?

-          ¿Yukari?

-          ¡Kappei sempai!

-          Dime, ¿Has sabido algo de Hitomi?

-          Eh, a decir verdad, creo que salió de vacaciones...

-          ¿De vacaciones?

-          Sí, a un lugar muy lejano, según nos dijo su madre hace poco... no te preocupes por ella, se sabe cuidar sola, sempai...

-          No es eso, lo que pasa es que... la extraño

-          Todos la extrañamos, pero debe regresar en unos días; descuida...

La llamada terminó; Yukari tomó la bocina en sus manos, apretándola contra su pecho.

-          Hitomi... ¿Es que te fuiste con ese tal “Van”? ¿Qué tan lejos estás de nosotros? Te sueño cada noche, y me dices que estás bien, pero...  

Detrás del castillo de Basram se extendían los jardines, rebosantes de vegetación; numerosas paredes cubiertas por enredaderas y musgo se levantaban a manera de guías, haciendo de los jardines grandes complejos, donde también se encontraban largas hileras de arcos, hasta perderse en la lejanía.

El rostro de Eries era acariciado por el viento que soplaba en uno de los jardines, levantando algunos pétalos consigo. Su vista se perdía en el inmenso horizonte, siempre hacia el norte, donde, según se sabía, la civilización de Gaea nunca se había establecido; Basram era, de hecho, un país cuyas fronteras no estaban bien definidas hacia el norte, pues poco importaba donde terminaba, aunque se aceptaba que el mar de Gaea se adentraba en las tierras, finalizando la masa continental en esas latitudes; pero, era una región poco, casi vagamente explorada.

-          ¿Admirando tu futuro tesoro?

Eries volteó hacia atrás; Cehris se encontraba a unos pasos de ella, contemplándola.

-          Todo lo que podemos ver será nuestro dentro de poco... – dijo Cehris, llegando junto a ella, ambos mirando a lo lejos; Eries tomaba su cabello con su mano derecha, para evitar demasiado movimiento.

-          ¿Sabes? – dijo Eries – Me gustaría saber cuándo culminará nuestro compromiso...

-          Esa es tu decisión, Eries... – le dijo Cehris – yo aceptaré lo que hayas decidido.

-          Puede oírse muy precipitado, pero... me gustaría que fuera en unos días...

-          ¡Eries!

-          Esperé mucho tiempo para regresar... Basram ha sido mi sueño desde que nos conocimos...

-          Haré que todo esté listo en poco tiempo – dijo Cehris, abrazándola.

-          Cehris... – los ojos de Eries se mostraban extasiados, antes de culminar con un beso.

Cehris y Eries podían verse a través de una pequeña mira telescópica.

Así... que ella es la hija de Aston...

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