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V. Condición de Élite

Un pequeño insecto vuela por encima de un tejado. A poca distancia de éste, la inmóvil Merle espera la oportunidad para atraparlo. Mantiene su mano en posición de ataque, lista para lanzar el zarpazo que le asegurará el éxito. El insecto se posa en una teja, sin percatarse de la presencia de la niña depredadora. Los ojos de Merle indican que éste es el momento.

-          !Miaaaaauu!...

El fastuoso comedor del Castillo recibe a los invitados de Astoria, Dryden y Millerna, uno al lado de otro, mientras que Van se encuentra en la cabecera de la mesa (claro, es el Rey), y Hitomi a un lado de él, frente a los invitados. Algunos hombres llegan con el desayuno, en varias charolas que depositan en la mesa.

-          La comida de Fanelia tiene un sabor exquisito... – comenta Millerna, recordando su primera visita, cuando era todavía una niña.

-          Disculpa... – Dryden detiene a uno de los hombres que llevaron el banquete, que inclina la cabeza para recibir la orden del mercader – Tenemos otro invitado, pero no puede acompañarnos... quiero que también disfrute de esto... está en mi nave, dentro de una pecera...

-          Como usted diga, Señor – el hombre se retira; Millerna entiende quien es el invitado, poniendo un celoso rostro.

-          Millerna... – piensa Hitomi, al ver su expresión.

-          ¿Dónde está Merle? – pregunta Van – Su lugar se encuentra vacío...

-          ¡Aquí estoy, Van samaaaaaaaaaaa! – Merle entra corriendo al recinto, sentándose junto a Hitomi.

-          Merle, no te perdonaré otra broma en la mesa – advirtió Hitomi; Merle comenzó a comer con discreción (cosa que no acostumbra hacer cuando no hay invitados).

-          Regresaremos pronto a Palas – dijo Dryden - tan pronto como nuestra Princesa lo disponga...

-          Me gustaría quedarme más tiempo, pero Eries me pidió que la acompañara a su visita al país de Basram...

-          ¿Basram? – preguntó Hitomi, curiosa.

-          La nación vecina de Astoria; Eries se desposará con el Joven Cehris, hijo del Supremo Señor de la nación.

-          ¿Porqué no nos acompañas, Hitomi? – Dryden extendió la invitación – También el Rey, Merle y ese simpático insecto que se ahoga en tu plato están invitados...

-          ¿Qué? – Hitomi no se había percatado del monstruoso insecto (el mismo que momentos antes volaba por los tejados de la ciudad), que movía sus patas tratando de liberarse de la cremosa consistencia del platillo. - ¡Aaaaahhhhh!

-          ¡Ji, Ji, Ji...!

-          !Merle, maldita gata de pacotilla! – levantando lo que en Gaea se podría llamar un tenedor, Hitomi trató de golpear a su compañera de junto.

-          Siempre he dicho que no tienes modales frente a los invitados... – dijo Merle, frenando el histérico ataque de Hitomi - ¿Qué va a pensar la enamorada pareja que tenemos frente a nosotros?

-          Eh, Merle... – Van trató de comunicarle a Merle la noticia – Millerna y Dryden no...

-          ¡No hay de qué preocuparse! ¿Es tan notorio el amor que sentimos el uno por el otro? – Dryden preguntó, tomando la mano de Millerna sorpresivamente.

-          ¡Dryden! – Millerna se apenó, aunque también se “molestó” por la intempestiva actuación de Dryden.

-          Pues claro, si no la Princesa no se hubiera enrojecido – continuó Merle...

-          ¡Merle! – Van le recriminó.

-          Miaaauuu S...

-          Bueno, pero... – Dryden regresó el tema - ¿Nos harían el honor de acompañarnos? – Dryden soltó la mano de Millerna, pero Millerna no la retiró; Dryden volteó con extrañeza, y Millerna se percató que se había delatado sola, retirando su mano rápidamente con una actitud de completo bochorno.

-          Por mí está bien, - contestó Van - Pero Hitomi es nuestra invitada de honor... ella debe decidir...

-          Palas... – Hitomi recordó todo lo que había vivido allá – sí, por supuesto.

-          Entonces, terminemos con esto, que Astoria reclama la presencia del gran Dryden cuanto antes... – dijo Dryden, levantándose intempestivamente de la mesa, admirando su propia gloria.

-          S...  – pensó Merle, quien mejor se dedicó a limpiar sus orejas con su muñeca humedecida por su saliva.

La nave levitante de Dryden se encontraba de nuevo en los cielos; la parte lateral de la misma, donde sobresale una estructura arquitectónica, es donde se encuentra una gran sala, y en donde nace la escalera que conduce a las habitaciones; las paredes de la gran sala ostentan algunas obras de arte, pinturas épicas, sobre todo. Una escultura perteneciente al Dios Jichia, Dragón Marino de Astoria, se alza entre un par de los numerosos arcos que le dan forma a la redonda superficie. Hitomi camina por la alfombra, admirando las pinturas.

-          ¡Ah! – suspira de alegría, mientras entrecruza sus manos por detrás - ¡Ya extrañaba esto! – Acto seguido, camina hacia los arcos que dan hacia el exterior, protegidos por vidrios incoloros; al asomarse, puede ver una gran extensión de tierra bajo ellos, perteneciente todavía a Fanelia. No lejos de ahí se levanta el Fuerte Castello, pero la ruta está programada para llegar a Palas en línea recta. Hitomi busca en su bolsa deportiva, sacando su reproductor de CD, y colocándose sus audífonos, se recarga en la columnata de los arcos, mirando el paisaje, mientras escucha una melodía (“Kaze ga Fuku hi”). Al correr de la música, el paisaje se va modificando, así como también la imaginación de Hitomi.

La parte trasera de la nave se compone por el hangar, las bodegas y las compuertas de descarga; en el hangar se encuentran varios Guymelfs, de distintos modelos, adquiridos por Dryden a manera de colección; algunos de ellos están incompletos por una o dos piezas, pero hay un Guymelf en particular, colocado fuera de la línea donde el resto están acomodados. Es un Guymelf de color azulado en su armadura, y posee un extraño aditamento en la cabeza, como un cuerno deformado que sale de la frente.

Escaflowne está en el hangar también. Van y Dryden se encuentran en él; Dryden se halla muy interesado en la explicación de Van acerca del funcionamiento del Dragón, mientras analiza cada una de las partes que lo conforman. Dryden se asoma a la cabina.

-          ¿Y... porqué decidiste traer al Guymelf Ispano contigo? – le dice Dryden, acomodando sus cabello para poder admirar sin obstáculos el interior – La guerra terminó y no hay motivo para que lo uses...

-          De no haber sido por él, Hitomi no hubiera podido llegar aquí... 

-          ¿De verdad? – Dryden se encuentra inmerso en su investigación, analizando muy de cerca los engranes que mueven las extremidades del Guymelf. – Así que la chica no pudo venir sola... tuviste que ir por ella...

-          A decir verdad, sucedió algo inesperado, porque tanto ella como yo llegamos a la nave de Ispano, sin entender porqué...

-          ¿A la nave de Ispano? – La cabeza de Dryden salió de la cabina, con gesto de confusión. – Pero... qué es lo que estaban haciendo ustedes en una dimensión diferente?

-          No lo sé... los mismos ispanos me comentaron que jamás debimos llegar ahí...

-          Pues... por lo que sé, la dimensión de Ispano es un puente entre Gaea y la Luna Fantasma, pero no es transitable, bajo ninguna circunstancia...

-          ¿Transitable?

-          Sí, es decir, que la dimensión no se manifiesta durante la transición, sino que el traslado de un lugar a otro es instantáneo... Bueno, al menos eso es lo que dice el libro del Clan Ispano...

-          ¿Tie... tienes un libro escrito por ese Clan?

-          !Ja! - Dryden se jacta de sí mismo – Tengo libros que tú ni siquiera imaginarías que existen...

-          Vaya...

-          Parece que no has leído mucho, mi querido Rey de Fanelia...

-          Soy un Rey Guerrero, no un sabio... – contestó Van, defendiéndose un poco.

-          ¡Pero el mejor Rey es el más preparado, físico e intelectualmente! – Dryden contesta, entre risas – No todo es pelear, también hay que negociar, platicar, fabricar, armar estrategias... en fin... Pero no te preocupes, Rey, mi biblioteca está disponible para ti cuando gustes...

-          Gra... gracias...

-          Siempre y cuando no maltrates mis textos...

-          No... tengas cuidado S.

El gran estudio de Dryden no solo tiene miles de libros ordenados en los estantes de madera tallada que le rodean; dispone también de una gigantesca pecera, empotrada en la pared, con peces de colores, y ahora, de nuevo una sirena, quien ha perdido un poco el miedo a los extraños. Merle está bastante entretenida siguiendo con los ojos la trayectoria de los peces, a través del vidrio. Millerna, sentada en una banca, mira con algo de recelo a Sylphy, quien nada lentamente. Hitomi entra.

-          ¡Ah, estaban aquí!

-          Sí... – Millerna perdió el interés por la sirena, para atender la conversación. - ¿Conocías la colección de libros de Dryden?

-          No, pero es fabulosa... – Hitomi mira alrededor suyo.

-          Es difícil creer que los haya leído todos... – sigue Millerna, levantándose de su asiento.

-          ¡Todos! – Hitomi se sorprendió -  Solo conocía a otra persona que lee en exceso...

-          ¿Quién?

-          Se llama Kappei, sempai de mi escuela... – Hitomi recuerda – no es muy agradable, pero es muy culto... ¿Sabes?, me recuerda a Dryden por algunos momentos, aunque no es tan simpático ni diplomático como él... de hecho, es algo enfadoso cuando está conmigo...

-          Parece que tienes varios amigos en la Luna Fantasma... ¿No es cierto?

-          La gente de la Luna Fantasma es horrenda – interrumpe Merle – sus ojos fantasmagóricos y sus ropas... y además se asustan con cualquier cosa...

-          ¡Hemos llegado a Palas! – Dryden entra al estudio. Las 3 jóvenes se entusiasman.

-          Bienvenido a Astoria, Rey de Fanelia... – la audiencia del Rey Aston para recibir a Van se celebró de inmediato. Les asignaron habitación a Merle, Van, y Hitomi; cuando Hitomi entró a ésta, varios recuerdos le llegaron al ver el gran ventanal, cercano a la enorme cama que la llamaban de nuevo.

-          ¿Trajiste invitados? – Preguntó Eries a Millerna, quien le comentó su encuentro con Hitomi y Van en Fanelia.

-          Sí... y me gustaría que nos acompañaran a Basram, si no te molesta...

-          Si así lo quieres, no veo porqué no – Eries escogía los vestidos y atuendos que llevaría en el viaje, mientras que sus 3 doncellas se encargaban de empacarlo todo; Millerna se hallaba sentada en la mullida cama.

-          Y quiero que Dryden vaya también...

-          ¡Hermana! – Eries se sorprendió, aunque no pudo negar que le dio gusto la decisión de Millerna. – Bueno, ahora que veo que estás convencida de Dryden, podré decírtelo...

-          ¿Decirme qué?

-          Allen será quien encabece mi guardia durante la visita...

-          ¿Allen?

-          Iba a pedirle a nuestro padre que escogiera a otro caballero, pero si piensas ir con Dryden, no cambiaré nada.

-          No te preocupes, hermana... – contestó Millerna, firme – Allen no me interesa...

-          Veré si es cierto durante la travesía...

-          ¿Porqué nunca confías en mí? – Millerna se molestó. Eries caminó hacia ella, y dándole un pequeño abrazo, la reconfortó.

-          Sé que Dryden te hará feliz, como Cehris me hará feliz a mí...

-          Hermana...

El guardarropa en la habitación de Hitomi era inmenso, pero...

-          ¿Es que siempre usan prendas tan anticuadas en Astoria? – Hitomi buscaba algo que no fuera el modelo tradicional, al estilo “Millerna”... – Debe de haber algo más casual, más cómodo... - entre la ropa colgada, encontró unos pantalones, de color azul oscuro, algo entallados. Los descolgó, y los extendió con sus brazos. - ¡Vaya! Espero que haya algo que le quede bien... – después de buscar, encontró una blusa que podría combinar.

Caminando hacia su cama, abrió su maleta, de la que sacó sus prendas de la Tierra. Al sacarlas, miró el CD ROM que compró en Fanelia.

-          Si tan solo tuviera con qué poder leer su contenido... podría saber al menos para qué es... – su mente comenzó a recordar en la Tierra, una rara anécdota. La sala de cómputo de su escuela preparatoria, estaba vacía; solo Hitomi, vestida con su uniforme deportivo azul, estaba frente a una computadora, tratando de investigar algo; pero, por razones inesperadas, la máquina dejó de funcionar, trabada.

-          ¡Maldición! – dijo Hitomi, al ver que la máquina no respondía... - ¡No puedo terminar mi reporte, y en un momento comenzarán las prácticas de atletismo! Yukari me matará si no llego a tiempo... – por más que apretaba botones, y movía el ratón, la máquina seguía sin responder...

-          ¿Tienes algún problema? – Hitomi escuchó una voz detrás de ella; al voltear, un muchacho alto, de cabello rubio cenizo y ojos castaños, se había inclinado detrás de ella para poder ver lo que pasaba con su máquina...

-          Eh, no, lo que pasa...

-          Descuida... – el joven oprimió el teclado, introduciendo una clave que arregló la computadora en segundos.

-          !Gra... Gracias! – Hitomi miró a los ojos al joven, quien le regaló una sonrisa.

-          Olvídalo... las máquinas son muy complicadas, hay que saber entenderlas... me llamo Kappei, Kappei Kanno.

-          Eh... Hitomi, Hitomi Kanzaki – ambos se dieron la mano; ella notó que Kappei la miraba y trataba de agradarle. - ¡Aggh, ya es muy tarde! – Hitomi se apresuró a finalizar la sesión en la computadora. – perdóname, pero mis prácticas comienzan en unos minutos, y no puedo quedarme a platicar...

-          ¿Atleta, eh? – Kappei continuó – Si conoces a Amano Susumu, salúdalo de mi parte...

-          ¿Co, conoces a Amano?

-          ¿Bromeas? Vamos en la misma clase y somos buenos amigos... – Kappei comenzó a caminar hacia la salida – Gusto en conocerte, Hitomi...

-          Yo... yo también...

-          Hitomi... es un bonito nombre – Kappei la mira por última vez, girando la cabeza para despedirla con una sonrisa. El recuerdo terminó.

-          Prefiero no conocer el contenido del disco, que pedir ayuda de nuevo a ese Kappei sempai... de cualquier forma, él no está aquí... – Hitomi guardó el disco.

Cuando Hitomi salió, ya vestida con el atuendo que escogió, el pasillo estaba despejado; los candelabros pendían de las cúpulas de la estructura, iluminándolo. Se escuchaba mucha actividad al final del pasillo.

-          ¿Qué pasará allá? – Hitomi pestañeó por un momento, y se dirigió lentamente hacia el final; a unos metros delante de ella, la puerta de otra habitación se abrió. Alguien salió de ahí. Hitomi tuvo una horrenda visión: la persona que salía era Dilandau. - ¡No puede ser! – Hitomi cayó de rodillas, con las manos en el rostro, asustada.

-          ¿Eres... Hitomi?

Hitomi alzó la vista. La hermana de Allen, Cerena, se encontraba frente a ella.

-          Se... señorita Cerena... – Hitomi la reconoció, aunque la primera impresión la había aterrorizado. (Hitomi y Cerena se habían conocido antes de que ella regresara a la Tierra).

-          ¿Qué haces aquí? – Cerena se inclinó para ayudarla a levantarse.

-          ¿Qué fue ese grito? – Allen llegó al pasillo, sacando su espada, tratando de proteger a Cerena.

-          ¡Allen!

-          ¿Hitomi? – Allen se inclinó ante ella para besarle la mano – Es un honor tenerte con nosotros... ¿A qué se debe tu visita?

-          Emmm... quería volver a Gaea... ahora estoy invitada a visitar Basram junto con la Princesa Eries...

-          ¿De verdad? – Cerena sonrió – Allen fue designado capitán de guardia de la Princesa...

-          Parece que viajaremos juntos otra vez... – contestó Allen.

-          Jefe... – Gaddes entró el pasillo también – El Rey Aston nos espera... – se sorprendió al ver a Hitomi – ¡Ah, Hitomi... bienvenida!

-          Gracias a todos... – Hitomi sonrió.

-          Bueno... tenemos una junta con el Rey; nos veremos después ¿De acuerdo? – Allen, su hermana y su compañero, se despidieron de Hitomi.

Al poco rato, el salón del trono estaba repleto de consejeros del Rey, y allegados. Frente al trono donde el Rey Aston esperaba, entraron Allen, seguido por Gaddes y Cerena; detrás de ellos caminaba la tripulación del Crusade, apenada por la multitud. Todos se postraron ante su Majestad. Junto al Rey, las 2 princesas de Astoria observaban el espectáculo. Millerna se veía tranquila, cosa que reconfortó a Eries.

-          Allen Schezar... – El Rey habló – te he mandado llamar para nombrarte Capitán de Guardia de la princesa Eries...

-          Fuimos enterados de ello, su Majestad, y tal como usted lo pidió, he traído a mis hombres conmigo...

-          Ya veo... – El Rey miró a los hombres de Allen, con la gran seriedad que le caracteriza.

-          Puede confiar en nosotros, Rey Aston – dijo Allen, aún inclinado frente a él – entre mis hombres más valiosos se encuentran los 2 aspirantes a formar parte de los Caballeros del Cielo, Gaddes Haghia y Cerena Schezar... – Los 3 se levantaron, para que el Rey pudiera saber quienes eran.

-          En cuanto a los Caballeros del Cielo... – El Rey se mostró recio en sus palabras – Cerena Schezar no puede formar parte de mi élite. - Los 3 se quedaron pasmados por esa decisión, lo mismo que Eries y Millerna.

-          Pero Rey...  Cerena es la mejor espadachín de Astoria, junto con Gaddes Haghia – Allen trató de defender a su propia hermana – Los Caballeros del Cielo necesitan de ella, así como usted, Rey, puede tener la seguridad de que le será fiel...

-          Una mujer no puede pertenecer a los Caballeros del Cielo... – El Rey continuó – Son débiles y no pueden soportar el ritmo de la batalla... – la cara de Cerena dejó su expresión de asombro, por un gesto de gran inconformidad.

-          Pero Padre, ¡Esa es una injusticia! – Millerna reclamó.

-          Padre, deberías de ponerla a prueba, para que te convenzas de su gran habilidad... – Eries también trató de interceder por Cerena. – Yo misma la he visto pelear...

-          La mujer no debe entrometerse en cuestiones que sólo un hombre puede manejar...

Cerena interrumpió al Rey.

-          ¿Es que acaso mi único defecto es ser una mujer? – El Rey se impresionó por ello – No importa que tan frágil pueda ser mi naturaleza; mi amor por Astoria es grande, y quiero luchar por mi reino...

-          ¡Cerena! – Allen trató de calmarla.

-          ¡Estoy dispuesta a dar mi vida por este reino!

-          ¡No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer, Cerena Schezar! – El Rey Aston se levantó, colérico. – ¡No debiste involucrarte con la espada desde un principio, porque eres una mujer de Astoria! – Cerena no soportó las palabras del Rey. Desenfundó su espada y con fuerza, la clavó en el suelo, retirándose del recinto. Toda la sala no daba crédito; una mujer ignoraba al mismo Rey, saliendo sin concluir su asunto, sin pedir permiso para retirarse.

-          Señor Rey, le pido disculpe a mi hermana Cerena – Allen intercedió por ella – pero comprenda que es algo difícil de asimilar ésta situación para ella.

-          Espero... – El Rey observó las inconformes miradas de sus hijas, al lado suyo – que esto no vuelva a repetirse... Debería exiliarla por su comportamiento, pero lo pasaré por alto solo por ésta vez...

Entre la multitud en la sala del trono, Hitomi lo había visto todo, y estaba preocupada por la reacción de Cerena. Gaddes solicitó al Rey poder abandonar la sala, y salió en busca de Cerena. Hitomi también, salió de ahí.

-          No pensé que el mismo Rey de Astoria, mi padre, considerara inferiores a las mujeres... – Millerna se dijo a sí misma, en voz alta, para que su padre la escuchara. Eries cerró los ojos, algo molesta con su padre, quien prefirió ignorarlas.

Hitomi corría por el jardín del Palacio, buscando a Cerena. La encontró a lo lejos, de espaldas, dando el frente a la pared rocosa, cabizbaja.

-          Cerena... – Hitomi llegó justo detrás de ella, tomándole un hombro, tratando de reconfortarla. Cerena volteó, con un rostro lleno de impotencia. Su mejilla derecha se encontraba enrojecida, sin razón aparente; un pequeño hilo de sangre comenzaba a resbalar desde su mejilla hasta su cuello. Hitomi trató de disimular su sorpresa... – Estás sangrando, vamos, toma esto... – y le extendió un blanco pañuelo.

-          ¿Porqué, porqué la mujer debe de ser tan inútil? – su puño se apretaba con fuerza, conteniendo su rabia, a la vez que Hitomi limpiaba su mejilla.

Después de un rato, las 2 se encontraban sentadas en la fuente central del Palacio.

-          Hitomi...  dijo Cerena, cabizbaja – ¿Crees... que estuvo bien regresar con Allen?

-          ¡Cerena! – Hitomi no supo que contestar.

-          Sé que él es feliz desde ese momento, pero... mis brazos, mis piernas, todo mi cuerpo se ve ahora más frágil...

-          Pero...

-          No quiero volver a ser quien fui antes, pero no puedo cumplir mi sueño bajo mi verdadera forma...

Una voz las interrumpió.

-          Claro que puedes lograrlo, Cerena... – Las 2 voltearon, y vieron a Gaddes, que acababa de encontrarlas.

-          ¡Gaddes! – Cerena corrió con él, quien la abrazó para tranquilizarla. Hitomi se dio cuenta de lo que sentía el uno por el otro.

-          No importa qué obstáculos se interpongan, yo te ayudaré a resolverlos, Cerena.

-          Gaddes y Cerena... – Pensó Hitomi; el sonido del agua, desbordándose en la fuente del Palacio, se dejó escuchar, tranquilamente.

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