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I.
Recuerdos de Gaea
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Podremos
vernos cuando lo desees... El
cielo de Tokio se encuentra despejado; los rayos del sol cruzan el
panorama. El centro comercial de Shibuya 109 está tranquilo, ideal para
pasear y relajarse. Por uno de los pasillos del complejo urbanístico se
observa una figura femenina de espaldas, vestida con el uniforme
escolar. Camina lentamente tomándose ambas manos por detrás. -
¡Hitomi!
- se escucha la voz de Yukari, dirigiéndose a esa persona, Hitomi
Kanzaki. Ella voltea, y se puede ver a Yukari, de la mano de Amano, que
la llaman para que se les una. Hitomi camina hacia ellos. -
Parece
que todavía sigues en las nubes... – le replica Yukari. -
No...
no es nada... perdónenme... – dice Hitomi, algo apenada. -
Venimos
a divertirnos, Hitomi – le dice Amano, con una sonrisa – por favor,
deja esa actitud tan nostálgica, ¿Quieres? Las
mejillas de Hitomi enrojecen un poco, pero trata de sonreír para
disculparse. -
!Anda,
Hitomi¡ - le dice Yukari – además no vienes sola... a Kappei no le
va a agradar nada que tengas esa cara... -
¡Ya
estoy aquí! - se escucha una voz detrás de Hitomi, que la hace abrir
los ojos en actitud de sorpresa (mas no de alegría). - ¡Perdón por la
tardanza, pero había mucha gente en los helados...! Se
trata de Kappei Kanno, uno de los amigos de Amano, y por tanto, sempai
de Yukari y Hitomi. Es un muchacho alto, de cabello rubio cenizo, de
ojos castaños, que se ha empeñado en ser el mejor amigo de Hitomi
(aunque en realidad la ama); de carácter un tanto arrogante, con Hitomi
se comporta de una forma muy simpática y comprensiva. Pero a ella le
es... indiferente. -
Gra...
gracias, Kappei – dice Hitomi al ver que el joven le extiende la mano
con la que le ofrece un helado que compró especialmente para ella. -
No
tienes por qué agradecérmelo... ¡Es todo un placer! – le contesta
Kappei, guiñándole un ojo. Hitomi voltea con fulminante mirada hacia
Yukari (que fue la de la genial idea de hacerlos salir juntos). Yukari
solo atina a hacerle la desentendida. Ambas
parejas salen del centro comercial, y van por la avenida, acercándose a
un parque a poca distancia de ahí. -
Y...
¿Qué cuentas de la escuela, Hitomi? – pregunta Kappei, tratando de
llamar en algo la atención de ésta, pero Hitomi está con la mente en
otro mundo. Entrando por sus pupilas se puede ver la extensa bahía de
Palas, Astoria, con todas esas gaviotas volando sobre el puerto... -
¿Eh?
– dice Hitomi al cerciorarse de que le hablaban. Habían llegado por
fin al parque, donde algunas palomas comían en el suelo. -
Decía
que cómo te ha ido últimamente en la escuela... Amano me ha dicho que
eres muy buena en los 100 metros planos... -
Pues...
– Hitomi está a punto de comenzar, cuando frente a ella, a unos
metros, comienzan a caer lentamente plumas blancas. Sus ojos se abren al
máximo y con júbilo exclama: - ¡Van! -
¿Qué...?
¡Oye! - dice Kappei, consternado porque no le prestaron atención. Hitomi
corre hacia el centro del parque, donde varias palomas vuelan asustadas
por su atropellado paso. -
¡Van! Las
plumas quedan en el suelo, quietas, moviéndose tan solo por el poco
viento que hay. El rostro de Hitomi pierde su expresión de alegría al
ver que era tan sólo una paloma blanca que cruzó el parque y cuyas
plumas se esparcieron por ahí... -
¡Hitomi!
– se escucha a Yukari, que la alcanza corriendo, dejando a sus
acompañantes atrás. - ¿Pero qué es lo que te sucede? – le regaña.
Pronto se percata que una lágrima se desliza por la mejilla de Hitomi.
– Hitomi... ¿Qué... qué pasa? -
Eeeh...
no, no es nada... – le contesta Hitomi, tratando de quitar la lágrima
de su mejilla disimuladamente con la mano – No te preocupes, Yukari...
– los 2 jóvenes, Amano y Kappei llegan con ellas. -
¿Qué
pasó? – dice Amano, al ver la expresión de Yukari, un tanto
desconcertante. -
Nada
en especial – dice Hitomi, fingiendo frente a sus amigos – es solo
que no me siento muy bien... creo que es mejor que vuelva a casa...
perdón... -
¡Yo
te acompañaré! – dice Kappei, comenzando a preocuparse. -
No,
no te molestes... – dice Hitomi. -
No
es molestia, además... no me sentiría tranquilo si no te dejo en tu
casa... quién sabe lo que podría pasarte si tomaras sola el
subterráneo... – Kappei la toma de los hombros, para tratar de
convencerla. Ambos caminan, alejándose de Amano y Yukari. -
¿Van?
– piensa Yukari, confundida. El
auto de Kappei, un Porche rojo, se estaciona frente a la casa de Hitomi;
comienza a obscurecer. -
Gra...
gracias, Kappei sempai... – dice Hitomi, apenada, cuando Kappei le
abre la portezuela del auto. -
Por
favor, no me lo agradezcas... lo hago porque... – Hitomi nota que
Kappei se ofusca un poco – porque... me interesas... -
¡Kappei
sempai...! - piensa Hitomi, sin saber que contestar. -
...Si
gustas, puedo llevarte cargando hasta la puerta, si no te sientes
bien... – Kappei trata de cambiar el tema bruscamente. -
¡Oh,
no, gracias, puedo llegar sola! – Hitomi contesta cortésmente,
saliendo del auto. Kappei le toma del brazo, haciéndola que se detenga. -
Hitomi...
prométeme que estarás bien... -
Sí...
¡Bueno, buenas noches, y gracias por el paseo, Kappei sempai! –
Hitomi se voltea y corre hacia la puerta de su casa. Kappei la mira
desde el auto. -
Hitomi... Tras
la puerta de entrada. Hitomi piensa: -
Van...
te extraño... – sus ojos dejan escapar algunas lágrimas, mientras
sube las escaleras.
El
cielo de Gaea permanecía oscuro, coronado por la multitud de estrellas
en la bóveda; la Luna y la Tierra, brillantes, se movían lentamente,
atravesando el panorama. Los aullidos de los Hombres Lobo sitúan el
lugar cerca de Fanelia. Situado
en el pequeño montículo rocoso, al final de la ciudad, se levanta el
castillo de la familia Fanel, acompañado por un enorme y majestuoso árbol,
que le da a Fanelia su toque característico. En el ambiente del
castillo se respira paz; a lo lejos, se escuchan algunas espadas. Un
fuerte sonido metálico indica que una de las espadas ha caído al
suelo. La espada gira por unos instantes, antes de detenerse por
completo, debido a la inercia, en el entarimado del piso de esa habitación.
Levantando la vista del suelo hacia arriba, se observa a
Van, empuñando su espada, con la punta de ésta a escasos centímetros
de la garganta de su acompañante, un joven de unos 14 años, vestido
con unos pantalones azules, y botas. -
Tienes
que tener más coraje; si no, nunca aprenderás a manejar la espada como
un verdadero samurai... – le dice Van, retirando su espada del cuello
de su discípulo. -
Discúlpeme,
Rey... – contesta apenado el joven, de nombre Megnon. -
¡Vamos!
- dice Van, poniéndose en guardia de nuevo – tienes la fuerza para
lograrlo, sólo tienes que tomar la determinación de ganar la
contienda... -
Sí...
– contesta Megnon, tomando su espada, para continuar con el
entrenamiento. En
una esquina del salón se encuentra Merle, siempre apoyando a su Van
sama. En sus piernas tiene la camisa roja de Van, que éste le dejó
antes de entrenar. -
¡Aaaaahhh!
- los gritos de los 2 contendientes se escuchan por toda la habitación;
Los golpes entre espadas producen algunas chispas. Llega un momento en
el que sus espadas se traban, tratando ambos de resistir el ataque del
contrario. -
Eso
es... – le dice Van, con una sonrisa de satisfacción, pero sin dejar
de estar alerta – tienes que olvidar que soy tu Rey... sólo así
podrás vencer ese obstáculo... -
Aaaaghhh
- Megnon libera su espada de la de Van, y en un rápido movimiento burla
a Van, haciéndole creer que lo atacaría por debajo, haciéndole bajar
la guardia, pero... -
¡Van
samaaaaaaaa! Hitomi
se levanta sobresaltada de su cama; una sensación extraña la invadió
por unos instantes. El
rostro de Van, aterrorizado, mira la punta de la espada de Megnon, quien
también está horrorizado por su acción. Pero, ésta se encuentra
enredada con el pendiente que Van trae en el cuello. -
Pero...
¿Qué...? – Van no da crédito a lo que ve; de alguna manera, el
pendiente de Hitomi le salvó la vida. -
Rey...
discúlpeme... me dejé llevar y... -
No...
no te disculpes... lo hiciste bastante... bien – dice Van, separando
el pendiente de la espada. – A decir verdad, creo que debo quitarme
esto... podría dañarlo y no me gustaría eso... -
¡Van
sama! - ¿Estás bien? – le pregunta Merle, algo asustada,
acercándose a él. -
Si...
– le contesta Van – sostenme esto... – le entrega el pendiente. Hitomi
no sabe qué es lo que ocurrió, qué es lo que la hace sentirse tan
sobresaltada. Sentada en su cama, trata de tranquilizarse. -
Creo...
creo que Van está... ¡en
peligro! – se dice Hitomi a sí misma. El
pendiente comienza a brillar con gran intensidad en las manos de Merle,
quien se asusta. -
¡Maaaauuu!
¿Qué está... sucediendo? – Merle grita al ver que una columna de
luz la rodea. Van y Megnon se detienen en seco, al ver lo que sucede. -
¡Merle!
- grita Van, corriendo hacia Merle, que se eleva del suelo, haciendo que
su cola se esponje, así como todo su cuerpo se eriza de miedo. Van
trata de alcanzarla, saltando hacia la columna, pero no puede
sostenerla, cayendo al suelo. -
¡Van
samaaaaaaaaaaaa! – la columna desaparece, llevándose a Merle de ahí.
Hitomi
sale con estrépito de su casa. -
¿Porqué
siento esto? ¿Qué es lo que va a suceder? – sus manos se estrechan
en su pecho, a la vez que mira con cierta alarma al cielo. De repente,
una cegadora luz cubre una buena parte de la ciudad. Hitomi puede
percibir a lo lejos, entre los edificios, una columna de luz. –¡Dios
mío! – Sin antes pensarlo, corre alejándose de su casa. Su madre
sale por la puerta, con un rostro aterrado. -
¡Hitomi!
Una
visión del centro comercial Shibuya 109 atraviesa la mente de Hitomi,
quien aborda el tren urbano, sin darse cuenta siquiera que había salido
de casa... en pijama (un conjunto de pantalón y blusa de color café
claro, liso). El vagón se encuentra casi vacío, a no ser por la extrañada
pareja que no deja de ver a Hitomi, quien enrojece al ver su reflejo en
el vidrio de la puerta corrediza. Una vez llegada la estación, sale
presurosa y sale de ahí. -
¡Pero
qué chica tan extraña! – le
dice el joven a su acompañante, que siguen su camino en el metro. Las
puertas del centro comercial se encuentran abiertas. Hitomi tiene un
presentimiento que la hace sentir motivada. -
¡Debe
tratarse de Van! – su rostro esboza una sonrisa, entrando al complejo.
Una multitud de personas están congregadas en un pasillo. Un pequeño
perro ladra ruidosamente, tratando de subir por una de las columnas, en
cuyo capitel se observa un bulto peludo, pero algo grande como para ser
un animal. -
¿Qué
es eso? ¿Es un simio? -
¡Me
da mucho miedo! -
¡Debe
de ser un enano disfrazado! -
!Okuro,
deja de ladrar! – le dice su dueño al perro que se empeña en trepar
por la columna. Hitomi se acerca a la multitud, algo confundida. -
¿En
dónde se encuentra Van? El
perro consigue trepar un poco; en ese momento, un tétrico y profundo
bufido felino se escuchó desde ese extraño bulto; todos se
paralizaron, y el perro desapareció veloz por un pasillo. Hitomi abrió
sus ojos con sorpresa, y a la vez desconcierto. -
¿Me...
Merle? -
¿Miau?
– la figura peluda movió sus orejas, reconociendo la voz de Hitomi.
Unos ojos azules brillaron en la oscura figura. - ¿Hi... Hitomi?. De
pronto, la figura saltó, desde el capitel, hasta donde Hitomi se
encontraba, en fracciones de segundo, tirándola al suelo con el
impacto. Todo el público miró hacia Hitomi, quien se levantaba
adolorida, con una niña gato a sus espaldas, gruñéndole a la
concurrencia. -
¿La...
la conoces? – le preguntó una muchacha, confundida, asomando la
cabeza detrás de su novio. -
Eh...
pues... ehmmm... ¡Ah! – se le ocurrió una idea - ¡Sí, es mi
prima!; Discúlpenla, por favor, pero vamos a una fiesta de disfraces,
y... -
¡Ah,
ya veo! – dijo la muchacha. Su novio preguntó: - ¿Entonces por eso
estás en pijama? -
¿Eh?...
pues... ¡sí! – el enrojecido rostro de Hitomi sólo veía al suelo.
¡Bueno, con su permiso, Hasta pronto! – jalando la mano de Merle,
ambas corren hasta salir de ahí. -
¡Vaya!
¿Qué buen disfraz, no te parece? -
¡Sí,
debió de conseguirlo aquí! -
¡Era
bastante real! -
¿Pero
qué haces aquí? – le pregunta Hitomi, tomando aire para recuperarse
de la huida, en una esquina, lejos de la gente. -
Es
que... es que yo... – Merle comenzó a llorar - ¡Tengo miedo, este
lugar es tan extraño! – Las luces de los edificios, el sonido de los
autos, el murmullo de la gente la hacían aterrarse, aferrándose cada
vez más a Hitomi, quien tuvo que abrazarla. - ¡Buaaaa! -
No
te preocupes, todo estará bien... – dijo Hitomi, tranquilizándola
– pero... ¿Dónde está Van? -
No
sé... de repente una luz me envolvió y llegué aquí, entre tantos
extraños... – Merle recuerda cómo su cuerpo se materializó en el
estacionamiento del centro comercial – miles de ojos me miraban desde
el cielo (las luces de los edificios) y dragones extraños volaban a lo
lejos (aviones y helicópteros); cuando menos lo imaginé, un extraño
Melef se abalanzó hacia mí (un auto); Después, cuando me di cuenta
que había cientos de ellos, no tuve más opción que correr hacia donde
veía algo de luz (la entrada la centro comercial por el
estacionamiento). -
¿Qué?
– dijo Hitomi. -
Pero
ahí, había tantos extraños... – continuó Merle, entre el llanto
– que me veían y me arrojaban piedras blancas (servilletas y
palomitas de maíz), y después ese maldito demonio (el perro), que me
persiguió por todo el castillo (el centro comercial), hasta que pude
ponerme a salvo en lo alto de esa columna... hasta que llegaste... nunca
pensé que la Luna Fantasma fuera tan aterradora... -
¿Cómo
supiste que estás en la Luna Fantasma? -
No
sabía nada hasta que te vi... supongo que ésta es la Luna Fantasma...
¿no? -
Sí...
tienes razón... – un sujeto pasó cerca de ellas; Merle se escondió
tras Hitomi. Un maullido tenebroso hizo que el hombre volteara con
cierta duda. Hitomi tuvo que fingir que maullaba para que el tipo se
fuera, sin sospechar. - ¡Merle! -
¿Qué
quieres que haga, tengo miedo! -
En
fin... pero dime, no entiendo cómo pudiste llegar hasta aquí... -
Fue
culpa de tu maldito pendiente... – dijo Merle, comenzando a
tranquilizarse, tratando de culpar a Hitomi por su infortunio. Sacó el
pendiente por debajo de su vestido (donde siempre lo guarda todo), que
había perdido su brillo. -
¡Mi
pendiente! – dijo Hitomi sorprendida, tomándolo en sus manos, y
levantándolo, mirándolo en contraluz a la luna. -
Tengo
que regresar a Gaea... | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | |