Cehris
soltó a Eries por un momento. -
¡Guerreros
de Ofir, evacúen la ciudad, ahora! – gritó Cehris. Pertén, el
capataz de los guerreros, levantó su lanza para dar principio a la
operación, pero... -
¡No!
– gritó Cathera, haciendo que Pertén suspendiera la orden. -
¿Pero
qué estás diciendo, Cathera?¿Estás loca? – Cehris se encolerizó. -
!Pertén,
manda accionar los diques! -
¡A
la orden, Dama Cathera! – Pertén entró al Mausoleo, donde los
operadores de canalizar la energía de la ciudad recibieron la orden;
poderosos muros de contención, tallados en metal y piedra, emergieron
de su escondite, levantándose en la orilla del mar. -
¿De
qué diques estás hablando, Cathera? – dijo Cehris, furioso. -
Mi
padre había contemplado ésta tragedia, así que mandó construirlos
hace tiempo – contestó Cathera, tranquila, al ver que los grandes
diques se levantaban varias costas de altura. -
¿Qué?
– Cehris tomó con fuerza el brazo de su hermana - ¿Y porqué yo no
lo sabía? Cerena,
que al igual que todos, escucharon el altercado, se sorprendió. -
Ese
maldito Estillon sabía que esto sucedería... pero Cehris... ¿es que
acaso no conoce los planes de su padre? -
¡Suéltame!
– dijo Cathera, alterada, haciendo que Cehris dejara de sostenerla –
No te lo dije porque no lo consideré importante; yo también pensaba
que algo así jamás sucedería... -
Así
que su propio hijo, el próximo Supremo Señor de Basram, ¿No tiene
derecho a saber lo que pasa en el país? – dijo Cehris, molesto. -
No
lo tomes así, hermano... – Cathera se dio cuenta del espectáculo que
dieron. Eries se acercó a él. -
Cehris,
tranquilízate... -
Tienes
razón – dijo Cehris – este
no es el momento para arreglar cuentas... – y tomándola de la mano,
se dirigieron al carruaje que se les había preparado después de la
ceremonia. Allen
y Gaddes estaban también algo sorprendidos por Cehris. -
Parece
que Cehris es inocente... –
dijo Allen. -
Jefe...
– dijo Gaddes, volteando alrededor - ¿Dónde está Cerena? -
¡Oh,
no! – dijo Allen al ver que su hermana había desaparecido del lugar. -
¡Van
samaaaaaaaa! – Merle buscaba a Van por todas partes. Dryden también
advirtió que Van no estaba ahí. -
¡Le
dije que no podíamos apresurarnos! ¿Qué demonios va a hacer ahora? Van
corría por una de las calles de Escitia, en dirección al canal de
Kurgan; Hitomi lo seguía, tratando de alcanzarlo. -
¡Van!
– le dijo Hitomi - ¿A dónde crees que vas? -
Tengo
que detenerlos... así que voy por Escaflowne... -
Pero... -
¿Qué
es lo que quieres? ¿Que nos quedemos de brazos cruzados, sin hacer
nada? -
Pero
¿Porqué no hablaste primero con Dryden? Él sabrá que hacer... -
No
hay tiempo para eso... La
calle terminó; el canal de Kurgan se encontraba cerrado por el enorme
dique que detenía el paso de las aceleradas aguas. -
¡Demonios!
– gritó Van, al ver con impotencia que no podría llegar hasta el
puerto de Balkis. -
Te
lo dije, Van... -
Esta
maldita pared... ¡Estoy seguro que ese tal Cehris sabía que vendríamos
por Escaflowne! -
¡No
seas tonto, Van! – le replicó Hitomi, tratando de hacerlo ver su
terquedad – Cehris ni siquiera sabe que ustedes trajeron Guymelfs...
Lo mejor será que te calmes y regresemos, si no queremos levantar
sospechas... Van
no tuvo más remedio que seguir el consejo de Hitomi. Una
carreta entró a gran velocidad a la ciudad de Eron, capital de
Egzardia, país vecino de Astoria. Las calles empedradas de Eron recorrían
toda la ciudad, que consistía en varios niveles, construidos en las
laderas de una enorme cadena montañosa; las construcciones rodeaban un
gran lago, sobre el cual se levantaban los edificios más suntuosos de
toda Gaea. Egzardia era reconocida en todo el planeta por su carácter
refinado, y su gran cultura; era cuna de artistas y músicos, admirados
en toda Gaea. En las cumbres de la cordillera de Eron, se habían
construido también enormes palacios, teatros y plazas. Una serie de
cascadas eran las responsables de alimentar al gran lago, provenientes
de pequeñas lagunas existentes en las cavidades de las montañas. No
había un puerto de recepción para las naves extranjeras, sino que éstas
podían varar directamente en el centro del lago, ya sea por aire, o a
través del río Erg, que comunicaba al mar de Gaea con el lago de Eron. Era
bastante común ver el lago de Eron repleto de naves, como en ésta
ocasión, donde una enorme nave sobresalía de las demás; ostentaba la
bandera de Astoria en una de sus astas, acompañada por otras banderas
con el estandarte de la Familia Fassa. -
Señor
Meiden, solicitan su presencia... – un hombre águila, mayordomo del
navío, avisó a su patrón. -
Sí,
en un momento... – Meiden Fassa, el padre de Dryden, dejó por un
momento su amena lectura para dirigirse al salón donde se encontraban
quienes lo buscaban. Al
entrar a la suntuosa habitación, reconoció a las 2 personas frente a
él. -
¿Anna?
¿Maak? ¿Qué están haciendo aquí? – le llamó la atención la
expresión de miedo de Anna, así que los invitó a sentarse. -
Señor
Meiden, hemos venido a avisarle sobre el Señor Elche... -
Oye,
Kio... parece que hay problemas en la ciudad... – le dijo Reeden,
encargado del faro y telescopio del Crusade. Siguiendo las órdenes de
Allen, todos sus hombres permanecieron en la embarcación, en Balkis.
Tanto Escitia como el puerto de Balkis se encontraban amurallados por
esos diques. -
Después
de esa explosión, ya lo creo... – dijo Kio, asomándose por la
cabina, mirando al encrudecido mar. -
¿Crees
que debemos ir allá? – dijo Ort – Tal vez el Jefe nos necesite... -
Pero... -
¡Ahhh!
– se escuchó la voz de Pairu, que se encontraba en el hangar; grandes
pisadas metálicas se escucharon por el conductor de sonido. -
¡Algo
sucede allá abajo! – la tripulación del Crusade bajó preparado para
pelear. Pairu estaba asustado, pero sostenía su espada temblequeante. En
efecto, una extrañas pisadas se escuchaban entrando al hangar, pero no
se veía nada... -
¿Acaso
no será...? – se preguntó Kio, extrañado. Una espiral de aire
descubrió el Oreades de Cerena frente a ellos. -
¡Si
serás tonto! – le dijeron a Pairu, que se avergonzó por asustarse de
esa manera – Es la señorita Cerena... -
!Kio,
prepara el Crusade! – se escuchó la voz de Cerena desde la cabina de
maniobra del Guymelf - ¡Tenemos que irnos! -
Pero,
señorita Cerena... si no está el Jefe Allen, nosotros no... -
¡Si
Allen no está aquí, entonces me obedecerán a mí! ¡Yo soy quien
ordena ahora! – el Oreades dirigió su brazo derecho hacia ellos,
saliendo de él una navaja de Kuriima, lista para ser disparada. -
E...
está bien... S.
El
Castillo de Basram había regresado a su vida cotidiana. Las doncellas
se dedicaban ahora a arreglar la habitación de los nuevos esposos.
Hitomi pensaba en si la catástrofe ya había ocurrido, y si habría aún
un oportunidad de salvar a Gaea. No se explicaba el porqué su pendiente
reaccionaba de esa manera ante la energía de la estatua del Mausoleo. Cathera
veía desde los grandes arcos del palacio, el mar... -
¿Cómo
es que sabrías lo que sucedería, padre?... – el mar empezaba a
calmarse de nuevo, después del inexplicable suceso. Los diques
comenzaron a bajar al ritmo en el que la marea comenzaba a descender.
– Es cierto que conozco muchas cosas que Cehris ignora, pero... si me
contaras todo lo que planeas... – Cathera volteó hacia la torre del
Rey, la más alta del castillo; sus ojos reflejaban nostalgia. Dryden
buscaba a Cehris, para pedirle entrar a la Biblioteca de nuevo;
disimulaba su ansiedad para no levantar sospechas; pero, claro, en estos
momentos Cehris no le atendería, así que tendría que buscar otra
manera de averiguar el estado de Poseidópolis después de esa extraña
explosión. -
¿Qué
sucede, Dryden? – le preguntó Millerna, al verlo algo preocupado. -
No
es nada, Princesa... -
No
mientas, Dryden, te ves preocupado... -
Es
que... – Dryden trató de inventar algo creíble – me preocupa el
estado de mi navío... Clerk no es muy eficiente que digamos, y... me
gustaría ir a revisar la nave... -
¡Ah,
quieres ir a ver a esa sirena! – supuso Millerna, cruzando los brazos
y volteando a otro lado, sintiéndose ofendida. -
¡No,
no, no es eso! – Dryden agitó las manos, tratando de evitar el
malentendido... -
Bueno,
entonces yo iré también a la nave... -
S...
– Dryden se dio cuenta de la situación – Si no le digo la verdad,
probablemente la pierda para siempre... Creo que tener a Sylphy conmigo
no me favorece con Millerna... – pensó. -
¿Qué
pasa, no quieres que te acompañe? -
Eh,
Princesa Millerna, creo que tienes que saber algo... -
¿Crees
que esté bien, Cehris? – preguntó Eries, que acompañaba a su esposo
a través del pasillo de cristal, que comunicaba el resto del castillo
con la Torre del Rey. -
Eries,
eres mi esposa ahora... – le dijo Cehris, quien estaba un tanto
molesto por lo ocurrido en el Mausoleo – así que tiene que conocerte,
y tendrá que aclararnos varias cosas... -
Pero...
Cathera me dijo que no le agrada que lo visiten sin avisar... -
Ese...
es su problema. Cathera,
que miraba hacia la torre del Rey, pudo distinguir las figuras de su
hermano y su esposa, dispuestos a llegar a la torre. -
¡Cehris!
– dijo Cathera, alarmada; Recogiendo la caída de su vestido, trató
de alcanzarlos... - ¿Qué crees que vas a hacer? – Cathera sabía que
Estillon no toleraría una visita inesperada, y mucho menos para
reclamaciones. Cehris
y Eries comenzaron a subir a través de la escalinata de la torre;
Cathera trataba de alcanzarlos, pero le llevaban ventaja. -
¡Hermano!
– gritó Cathera, tratando de alcanzarlo, pero tropezó, quedando en
medio del pasillo de cristal. La
puerta al final de la escalinata se encontraba cerrada (cuando estaba
entreabierta, era porque Cathera informaba a su padre que quería
visitarlo, a través de un sistema de tubos similares al instalado en el
Crusade). Cehris tomó su espada, y forzó la cerradura, que se venció.
La puerta se abrió. -
Entremos... -
Pero,
Cehris... Al
primer paso que dieron, la alarma electrónica sonó, y la telaraña de
haces rojizos se interpuso. Eries se asustó, pues nunca había visto
algo semejante. -
¡Padre!
Nadie
contestó; decidido, caminó por el pequeño pasillo hacia la habitación,
el cual seguía emitiendo extraños sonidos electrónicos a cada paso
que daban. -
No
te preocupes, Eries... no nos pasará nada... Llegaron
a la habitación, redonda, con una escalera curveada al centro, y detrás
de ella, en el fondo, el gran ventanal. -
¡Padre! Las
alarmas y los haces de luz disminuyeron hasta apagarse. La habitación
se veía sola; Cehris insistió en llamarlo, pero, nadie contestó. -
No
está aquí... – dijo Eries, tratando de tranquilizarse. -
No
lo entiendo... nunca sale de aquí... siempre que se escuchan esos
ensordecedores sonidos, es porque está dentro de su habitación... Cehris
recorrió la habitación, en compañía de su mujer, que no se separaba
de él; convencidos de que no se encontraba ahí, decidieron subir la
escalera al centro de la habitación. Pronto se dieron cuenta de que
tampoco estaba ahí. -
Cehris...
es una habitación muy extraña... -
Nunca
había subido aquí... esto me es totalmente desconocido... Eries
estaba extrañada por la gran cantidad de libros alrededor de las
paredes, con signos incomprensibles para ella. También le extrañaba el
sistema de rieles a lo largo de todos los pasillos. -
Vamos
arriba – le dijo Cehris, mirando hacia allá, donde la escalera se
terminaba. Caminando hasta el último nivel, se sorprendieron por lo que
vieron ahí. Una gigantesca estructura, una máquina sumamente compleja,
que sostenía un enorme cilindro metálico, se encontraba al centro; múltiples
alambres y tubos se conectaban en ella. Varios depósitos con Energist
se encontraban encerrados herméticamente, de una manera sumamente extraña,
conectados también al gran complejo frente a ellos; Todo se veía en
penumbras, debido a la poca luz que entraba a través de la empolvada bóveda
de la torre (como todas las torres del Castillo de Basram, la bóveda
consiste en un gran vitral). Cehris decidió irse de ahí: - No está
aquí... tiene que estar en la Biblioteca, vamos allá... – Los 2
bajaron por la escalera y salieron de la Torre del Rey. Cathera los
esperaba en el pasillo de cristal. -
¡Cehris!
¿Cómo fuiste capaz de entrar así con mi padre? -
No
está ahí... – le contestó Cehris, dejándola atrás; Cathera los
siguió. -
Entiéndelo...
tal vez no esté preparado para que hables con él... está enfermo, tú
lo sabes... Cehris
no le contestó; tomaba a Eries de la mano y ambos caminaban hacia la
puerta de la Biblioteca; Cathera trataba de disuadirlo para que
desistiera, mientras Cehris trataba de abrir la cerradura de esa
habitación. -
Déjalo
descansar... – Al ver que su hermano ignoraba sus palabras, se dirigió
a Eries, para que intercediera por ella: - Eries, por favor, convence a
Cehris de que desista; mi padre necesita tiempo para poder recibirlos, y
conocerte... Eries
contestaría, de no ser porque Cehris había abierto la Biblioteca y
entraron con atropello a ella. Cathera prefirió quedarse fuera,
asustada por la reacción de su padre al entrar sin su consentimiento. -
!Padre,
en dónde estás? – la Biblioteca parecía estar sola; no podía
percibirse un solo ruido, un indicio de que Estillon estuviera en ese
lugar. -
Cehris,
tampoco está aquí... es mejor que lo veamos en otra ocasión... –
las palabras de su esposa tranquilizaron a Cehris, saliendo de la
Biblioteca. Cathera los vio irse de ahí, no sin antes recibir una
advertencia de su hermano: -
No
podrá esconderse por mucho tiempo... Cathera,
sola frente a la monumental puerta de madera, se extrañó por la
ausencia de su padre en el Castillo. -
¿En
dónde puede estar? En su estado no puede salir... – pensó con algo
de preocupación. La
sombra de un vehículo volador, de dimensiones un tanto pequeñas, cubrió
una buena parte del Castillo de Basram, atravesándolo, para tirar
anclas en los jardines detrás de él. Allen salió al jardín,
reconociendo de inmediato la nave. - ¡Qué está haciendo el Crusade aquí?
-
Hermano
Cehris, ¿Puedo pasar? – preguntó Millerna, lista para entrar al
estudio donde los recién casados se encontraban. -
Millerna,
adelante – Cehris se encontraba sentado en un gran escritorio de
madera rústica; Eries miraba el paisaje urbano, y el mar que volvía a
la calma paulatinamente. -
Lamento
interrumpirlos, pero... – y haciendo una pequeña reverencia a Cehris,
prosiguió: - tengo que informarles que nuestros invitados partieron
hace un momento hacia... -
¿Fue
el Crusade la nave que pasó por encima de nosotros? – preguntó
Eries, un tanto extrañada, pues lo había visto momentos antes a través
de la ventana. -
Así
es... al parecer ocurrió algo inesperado y Allen tuvo que zarpar de
inmediato; pero me han pedido que los disculpara ante ustedes, y
asegurarles que no tardarán mucho... -
Millerna
– le dijo Cehris, sereno – ustedes son libres de hacer lo que gusten
en Basram; somos una nación libre y nuestros invitados deben sentirse
como en su casa; así que no hay necesidad de explicaciones... -
Gra...
Gracias, hermano – contestó Millerna, pensando: -
Allen, dense prisa, si no quieren meterse en problemas... (a éstas
alturas, Millerna había sido enterada de la peligrosa situación, por
Dryden, así que accedió a ser su cómplice ante Cehris y Eries). El
Crusade había desviado su ruta hacia el sur para fingir regresar a
Astoria, pero reivindicaron su dirección hacia donde Dryden había
situado Poseidópolis. -
Si
no me equivoco... – decía Dryden, con un mapa de Gaea en la mesa,
iluminado por unas cuantas velas, recordando las coordenadas con las
cuales los lentes de la misteriosa plazoleta oculta en la Biblioteca, le
habían dado la oportunidad de mirar la magnífica cuidad sumergida –
debe estar en éste pequeño sector... – y encerró con un movimiento
de su dedo índice, una porción del mar de Gaea. -
Ya
escucharon – dijo Gaddes, que acompañaba a Dryden, recibiendo la
información – Kio, vira 23 grados hacia el Este. -
De
acuerdo, Comandante – Kio giró el volante, volando ocultos sobre las
nubes más bajas. -
¡Preparen
a Scherezade, pronto! – gritó Allen, en los hangares del Crusade;
Escaflowne ya había sido preparado. Van esperaba impaciente a que
Dryden llegara al hangar; Hitomi miraba la tensa escena. -
Poseidópolis...
espero que no sea demasiado tarde... Cerena
miraba el interminable mar por la compuerta abierta del hangar. La voz
de Dryden se escuchó en el lugar. -
¡Vamos,
es hora de trabajar! – todos en el hangar voltearon a mirarlo. Van
corrió hacia Dryden. -
Pronto,
tenemos que acondicionar a Escaflowne... -
Sí,
si, ya lo sé... pero primero veamos al maravilloso Fassares... El
Fassares, un Guymelf de color azulado, descansaba junto a Escaflowne; un
extraño aditamento, similar a un cuerno deformado, sobresalía de su
frente. Era muy notorio el hecho de que todas las articulaciones del
Guymelf se encontraban forradas con piel animal, holgada, de manera que
no obstaculizaba el movimiento de brazos, piernas, y demás
articulaciones. -
He
aquí un Guymelf que revolucionará la forma de combatir en Gaea... -
¿La
forma de combatir? – preguntó Cerena, incrédula – no creo que haya
una máquina mejor que el Oreades de Zaiback... -
No
lo digo por los avances tecnológicos que tiene, porque no es tan increíble
como tu Guymelf, pero es el
único que puede maniobrarse bajo el agua sin peligro... -
Ah,
vaya... – dijo Cerena, insatisfecha. -
Las
articulaciones están protegidas; además el exterior del Guymelf se
recubre con una capa de Medum para hacerlo impermeable... -
¿Medum?
– preguntó Hitomi, desconociendo el término. -
Es
una grasa extraída de Meders (Carneros de Gaea) – dijo Allen, mirando
el Fassares – y si no me equivoco, las articulaciones están
protegidas por piel de Meder, ¿No es así? -
¡Por
supuesto! Van
se mostraba impaciente. -
Quiero
ver la cabina... -
Espera
un momento, Van... – dijo Dryden, subiendo por la escalera entre las
piernas del Fassares, abriendo la cabina; los demás subieron a
observar. - Aquí la tienen... - la cabina era similar a las
convencionales, pero la compuerta estaba reforzada con piel de Meder,
para sellarla al cerrar. Las aberturas que permiten al tripulante mirar
lo que sucede, habían sido sustituidas por una sola, sumamente ancha,
protegida con vidrio; de ésta manera, el tripulante podría
tener un campo de visión más amplio, lo que compensaría la disminución
del movimiento bajo el agua. Los pies del Guymelf contaban con turbinas
para sacarlo a la superficie. Todo esto fue explicado por Dryden. -
Parece
que sí funcionará... – dijo Allen, un tanto asombrado por el
“invento” de Dryden. -
Y
lo siento, Allen – dijo Dryden – pero creo que Scherezade no podrá
acompañarnos... como carece de turbinas, no podrá impulsarse a la
superficie... -
Vaya...
– dijo Allen, algo desilusionado. -
Pero...
– dijo Cerena, todavía insatisfecha – les falta algo... -
¿Te
refieres al manto invisible? – dijo Dryden, orgulloso – No te
preocupes; adquirí la fórmula y algunas capas después de la guerra;
el Fassares será invisible bajo el agua... – Cerena se quedó sin
argumentos. -
¿De
verdad puede ocultarse a la vista? - Preguntó Hitomi, asombrada. -
Claro
que sí... un mercader como yo siempre consigue lo más extraño, y útil
a la vez... ¡Ah! y antes de que pregunten,
con el movimiento, la capa del Fassares se adhiere al cuerpo del
Guymelf gracias a la capa de Medum, que se vuelve viscosa al
humedecerse, no hay posibilidad de que puedan verlo... -
¡Muy
bien, tenemos que hacer lo mismo en Escaflowne! – dijo Van. -
Van,
recuerda que no puedes modificarlo... – le dijo Hitomi – el Clan
Ispano no lo reparará de nuevo... – Van se desilusionó. -
Creo
que Hitomi tiene mucha razón, pero... – dijo Dryden, rascándose la
cabeza – sí podemos cubrir sus articulaciones con piel, sin hacerle
daño a la armadura, y podemos cubrirlo con Medum, al menos en ésta
ocasión... -
¡Sí!
– dijo Van, entusiasmado. -
Dryden...
– dijo Allen – el Fassares es muy bueno, pero... ¿Qué respirará
quien lo maneje? -
Bueno,
he pensado en varias opciones... el tripulante puede pertenecer al Clan
Mir, como Sylphy, y podrá
respirar el agua del mar – las cabezas de todos lucieron una pequeña
gota, y ojeras (principalmente Merle); Dryden pasó a la segunda opción,
al ver la reacción de todos – o también podrían respirar el aire
encerrado en la cabina, pero eso implica que tendrían que pelear en un
lapso bastante reducido, para no asfixiarse... -
Pero...
no sabemos cuánto tiempo duremos peleando – dijo Van. -
Pues...
tendrían que subir a la superficie cada determinado tiempo, para llenar
de nuevo la cabina de aire. Todos
se mostraron inconformes con la gran limitante que el Fassares tenía.
De repente, Hitomi recordó algo. -
Eh...
Dryden – dijo Hitomi, pensativa. -
¿Qué
sucede? -
No
sé si funcione, pero estudié que hay un método de extraer aire del
agua... -
¿Eso
es cierto? – preguntó Allen, estupefacto. -
Sí...
es muy sencillo, pero si tan sólo pudiera recordar su nombre... La
cara de Dryden también se mostró pensativa. -
¿Acaso
no se llama... – le preguntó Dryden – Electrólisis? -
¡Sí!
– dijo Hitomi, asombrada - ¿Cómo lo supiste? -
¡Vaya!,
veo que no leíste el libro que encontraste en tu habitación... -
Eh...
– Hitomi se mostró apenada por su pereza. -
Creo
que tienes razón – le dijo Dryden – podemos usar el agua como
combustible, y el tripulante podría tener una fuente de aire ilimitada.
Podemos sustituir con la energía del Energist, la electricidad, o como
se llame... -
Pues,
manos a la obra... – dijo Allen... -
Me
siento cada vez peor... - dijo el Rey Aston a Elche, que lo obligaba a
comer “para que se recuperara”. - ¿Ya has llamado a Meiden? -
Sí,
mi Rey... ya lo he mandado traer... Una
pequeña embarcación flotante se acercaba discretamente a la nave del
mercader Meiden, que había zarpado de Eron después de aquella
sorpresiva visita. La pequeña nave, utilizaba como escudo su propia
roca flotante, de manera que, mirando desde la nave astoriana, sólo se
observaba un pedrusco que volaba sin rumbo, sin saber que detrás de
ella se encontraba el complejo mecánico. -
¿Preparados?
– la voz de un pequeño ser salió de la pequeña nave; de inmediato
salieron de ella 4 hombres gecos, listos para saltar a la nave de
Meiden. Cuando el acercamiento estuvo listo, los 4 sujetos saltaron,
adhiriendo sus pies y manos a la cubierta. Meiden
se encontraba en su estudio, revisando algunos documentos, el sonido de
un vidrio desquebrajado lo alertó. -
¿Qué,
que está pasando? – Meiden se levantó del escritorio; 3 hombres
gecos lo rodearon en un instante, mirándolo con sus ojos reptilianos,
que nunca se quedaban quietos - ¿Quiénes son ustedes, qué buscan aquí?. -
De
parte de su amigo Elche, venimos a saludarlo... – la voz de un cuarto
hombre geco desde el filo de la ventana lo hizo saber lo peor. Los 3
gecos que lo rodeaban lo sujetaron, arrodillándolo, y descubriéndole
el cuello. El otro geco saltó desde la ventana, y sacó un pequeño
cuchillo, sucio y mellado, de sus tristes ropas. – El señor Elche le
desea un feliz viaje... je, je, je... – levantó el cuchillo,
caminando lentamente hacia Meiden, indefenso. La
cara del geco mostraba una sonrisa malévola, a la vez que sus compañeros
se reían del mercader, que veía horrorizado cómo se acercaba su
muerte. -
Hasta
nun... – la voz del geco se corto, cayendo inerte al suelo,
inesperadamente; sus compañeros dejaron de reír, traumados. Una larga
flecha se encontraba enterrada en la espalda de su compañero. -
Sabía
que esto sucedería... – dijo Maak, el cochero, que era diestro con el
arco, preparando otra flecha cuya punta se encontraba forrada con una
hoja de Azor, planta venenosa que causa parálisis instantánea al
contacto con el torrente sanguíneo. Los gecos soltaron a Meiden,
asustados, al verlo a Maak en un rincón del estudio, donde había
pasado inadvertido. – ¡Vamos, al rincón! -
Ahhhhhh,
agghh.... – los 3 gecos gemían asustados, levantando sus manos,
siendo arrinconados ante la amenazante punta venenosa que los apuntaba.
Meiden trató de tomar aire, en el suelo, pasando el susto. -
¿Lo
ve, Señor? Usted mismo ha corroborado las intenciones del Señor
Elche... -
No
lo había creído hasta ahora... – dijo Meiden, caminando a la puerta,
solicitando a uno de los plebeyos trajera algo para amagar a los
intrusos. El
mar parecía no terminar jamás, las coordenadas que Dryden había
supuesto no eran suficientes para Kio, que no sabía que más hacer. -
Jefe...
– Gaddes entró al hangar, donde Escaflowne y el Oreades eran
preparados para la contienda – No podemos seguir... Reeden no ha
conseguido ver nada allá abajo... -
Pero,
¿es que acaso no siguieron las instrucciones de Dryden? – refutó
Allen, molesto por la “incompetencia” de sus hombres. -
Al
pie de la letra, Jefe, pero... Allen
se mostraba inconforme; primero recibió la noticia de que no sería
conveniente que Scherezade se sumergiera, puesto que al carecer de
turbinas para volar, no podría emerger por su enorme peso; y ahora
resultaba que el Crusade no había cumplido su cometido de llevarlos
hasta Poseidópolis. Hitomi se acercó a él. -
Allen,
creo que yo puedo encontrar la ciudad... -
¿Tú? -
Sí,
con ayuda de mi pendiente... -
¡Cómo
no se nos ocurrió antes! – gritó Allen, esperanzado - ¡Gaddes,
acompañemos a Hitomi hasta la cabina! -
¡Sí,
Jefe! Los
3 subieron a la cabina; Merle los siguió, por curiosidad, para avisarle
a Van si algo se lograba. Hitomi corrió hasta la proa del Crusade,
donde a través de los vidrios se miraba el inmenso mar de Gaea. -
Abuela,
por favor – cerró los ojos, concentrándose en la ciudad que le
revelaron sus anteriores visiones – ayúdanos a encontrar la ciudad de
Poseidópolis. - El pendiente brilló tenuemente, para aumentar su
intensidad cada vez más. Allen y Gaddes le brindaron ayuda, concentrándose
junto con ella. En
el hangar, Van cubría con piel de Meder una de las muñecas de
Escaflowne, cuyo corazón comenzó a brillar con un fulgor verdoso, como
la ocasión en que despertó. -
¿Qué,
qué está pasando? El
pendiente de Hitomi brillaba al unísono con Escaflowne. En la mente de
Hitomi se dibujó la imagen de Poseidópolis, la ciudad sumergida.
Hitomi abrió los ojos, con sorpresa. -
¿Hitomi?
– preguntó Gaddes, al verla reaccionar. -
¡Hay
un resplandor allá abajo! – gritó Reeden, mirando a través del
visor. | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | |