Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!
 

VI. La Capital Aliada

-          Me voy decepcionada de tu tonta actitud...

-          Eries, hija, espera un segundo... – La Princesa Eries abandonó la habitación donde su padre guardaba reposo, según se lo habían medicado. No pudiendo alcanzarla, tuvo que resignarse, gritándole desde su lecho. – ¡No cambiaré mi decisión... Los caballeros del Cielo no son un juego...! – Un ataque de catarro le hizo callar, siendo rodeado por doncellas y algunos médicos.

Un fastuoso navío despegó de Rampant; de enormes dimensiones, se asemejaba a la nave con la que Dryden pagaría al Clan Ispano en aquella ocasión. El símbolo de Astoria se ondeaba en las múltiples telas que colgaban de la nave real. Se desplazaba hacia el noreste, en dirección a la ciudad de Escitia, capital de la república vecina de Basram.

-          Basram... – Hitomi miraba el lejano horizonte, desde la magna terraza en la parte delantera de la gran construcción; su cabello se movía con el viento. Eries también veía el horizonte, fijamente, con nostalgia.

Van y Allen entrenaban duro; Merle, como siempre, cerca de su amo, miraba el espectáculo. La tripulación del Crusade, que iba en la gran bodega de embarcaciones, detrás y por debajo del navío, se entretenían ajustando a Scherezade, limpiándolo y dándole mantenimiento.

-          ¿Supieron lo ocurrido con la señorita Cerena?

-          Parece que no la designarán Caballero...

-          Seguramente el Rey se enteró de toda la historia... ¡Lástima, porque vaya que es buena con la espada! – dijo Reeden, acomodándose la pañoleta roja en la cabeza.

-          !Hey, cállense, que ahí viene el comandante! – Alertó Kio a los demás, que simularon seguir trabajando. Gaddes llegó con ellos.

-          Comandante, ¿Cuando llegaremos? – pregunto Pairu (el de la nariz artificial).

-          Llegaremos en poco tiempo; ya hemos cruzado la frontera con Astoria; solo nos falta llegar al puerto de Balkis, y de ahí nos dirigiremos a Escitia; todo en cuestión de horas... - ¿Y ustedes están preparados?

-          Por supuesto, Comandante... – Ort se encontraba puliendo sus navajas – siempre estamos preparados para lo que sea...

Un puerto marítimo, enclavado en una isla, se deslumbró a lo lejos; se trataba de Balkis, lugar donde las naves descargan para después llegar por mar a la capital del país, Escitia.

En el estudio de Dryden, éste se despedía de Sylphy.

-          No te preocupes, resolveré éste problema cuanto antes...

Cerena se colocaba una pequeña coraza en el pecho, así como brazaletes en los antebrazos, que funcionarían como escudos; su espada (distinta de aquella que se quedó en el suelo de Palacio) colgaba de su antebrazo.

-          Debo estar preparada para todo... – Cerena se acomodaba un guante, dispuesta a abandonar el Crusade – Solo Jichia sabe lo que le espera a la Princesa en Escitia...

La sombra del navío de Astoria cubrió al puerto de Balkis, descendiendo lentamente. El Crusade salió de la bodega del navío para aterrizar de manera independiente. Gritos de vigías y personas en el puerto denotaban gran conmoción por la llegada de una nave Astoriana.

-          La segunda Princesa de Astoria, Eries Aria Aston, ha llegado en visita diplomática a esta tierra. – El anunciante informó a los caballeros que guardaban en el Puerto, que inmediatamente bajaría la Princesa junto con su corte y su guardia protectora. Tanto el Crusade como la nave de Dryden tuvieron que permanecer ahí. Dryden ordenó a Clerk mantuviera su embarcación aislada de los soldados, así como también trasladara a Escaflowne y un Guymelf llamado Fassares, junto con herramienta especializada que él mismo designó, a los hangares del Crusade.

Numerosos carruajes cruzaron el Canal de Kurgan, estrecho acuático que separaba al puerto de la capital; con la marea baja, un extenso camino quedaba al descubierto entre las 2 localidades, siendo esa la oportunidad que se tenía para llegar a la capital. Durante la marea alta, se imposibilitaba el paso, pues las embarcaciones podrían quedar varadas debido a la baja profundidad, con excepción de pequeñas barcazas...

Dryden miraba por la ventana del carruaje el extenso mar frente a la costa del país.

-          Poseidópolis... – pensaba; la gran extensión del océano le hacía pensar que se trataba de una cuidad enorme. Millerna lo acompañaba.

-          ¿Qué tiene de extraño el mar? – dijo Millerna, celosa de Sylphy, pues se había enterado que la sirena provenía de los mares de Basram – lo ves como si el mar de Palas fuera menos majestuoso que éste... 

-          ¡Por supuesto que nuestro mar es más hermoso! Solo pienso en la cantidad de cosas maravillosas que ésta cortina de agua nos oculta...

-          Mmh... – Millerna se molestó. Trató de disuadirlo para hacerlo dejar eso. – Dryden...

-          ¿Sí?

-          Cuando lleguemos a Escitia, aceptaré tu invitación de conocer la ciudad... – y le extendió la mano, a lo que Dryden la tomó para besar su palma.

-          Será todo un honor... aunque la invitación no haya sido hecha, Princesa...

-          Es la primera vez que vengo a Escitia – Comentó Van a Hitomi, sentada frente a él – de hecho, la primera vez que visito Basram...

-          ¿Qué puedo decir? Yo también... – Hitomi miraba la magnitud del océano, vestida de nuevo con su uniforme – Oye, Van... ¿No te gustaría conocer la bahía de Tokio?

-          ¿Tokio? – se preguntó Van, confundido – Qué nombre tan extraño... ¿es hacia el norte?

-          Yo vengo de Tokio, Van... S

-          ¡Ah... Sí, Claro, algún día iremos a la Luna Fantasma para admirar tu ciudad, Hitomi!

-          Es una ciudad horrenda... – dijo Merle – igual que ella...

-          ¡Agggh, Merle!

-          ¡Miaaau! – el carruaje se sacudió un poco más de lo normal; el cochero se rascó la cabeza al ignorar el motivo de la sacudida.

Los carruajes tomaron un empinado camino que nacía antes de comenzar la ciudad, y que los llevaría hasta el Castillo de la nación, situado justo encima de un enorme acantilado, que elevaría las tierras más allá de los 100 metros. Algunas partes del castillo salían por la vertiente vertical del acantilado, y algunas terrazas se encontraban suspendidas, sostenidas tan solo por soportes horizontales apoyados en la estructura misma de la construcción, de forma que el mar se extendería por debajo de ellos. Un mensajero se adelantó para dar la noticia en el Palacio, y los invitados pudieran ser recibidos. Desde las puertas del castillo, se podía apreciar la gloriosa ciudad de Escitia, cuyas casas y construcciones se hallaban parcialmente forrados con metal, bellamente tallado y trabajado, que reflejaba de forma única los rayos de luz.

-          Es hermoso... – comentó Allen, quien acompañaba de cerca a Eries, rumbo al salón del trono de ese Palacio; los pilares rocosos, así como las cúpulas y bóvedas en todo el castillo se encontraban recubiertos por metal, pero no totalmente; se podía apreciar una gran armonía en las paredes, utilizando el metal y conjugándolo perfectamente con la roca. Grandes candelabros pendían de las bóvedas, iluminando el paso con una extraña luz que a Hitomi le pareció, era eléctrica, pero no estaba contenida en bombillas, sino en rocas incandescentes.

-          ¡Vaya, tengo muchas cosas que comprar e intercambiar en éste país! – Dijo Dryden.

-          Nunca había visto algo parecido... – dijo Van – pero no me gusta tanta ornamentación... prefiero el ambiente de Fanelia...

-          Tengo hambre... Miauu...

La sala del trono se extendió ante ellos. Una alfombra comunicaba la entrada con el trono, vacío. La sala, de hecho, estaba vacía, de no ser por los soldados que vigilaban a los lados de la gran alfombra, hasta llegar a un área circular, donde Eries y su corte (es decir, todos) esperaron en...

-          ¡Si... sillas frente al trono! – se asombró Hitomi al ver la disposición de éstas en semicírculo. Las sillas eran de madera, y obviamente, metal, con una forma poco convencional, pero que al fin y al cabo, cumplían su función. La extrañeza de Hitomi está bien fundamentada, pues en ningún castillo (conocido por ella), los invitados deberían estar sentados frente al mandatario; pero esa era la excepción. No parecía una sala para un Rey, sino más bien para un concejo.

-          ¿Es extraño, verdad? – le dijo Van, adivinando sus pensamientos – No estamos acostumbrados al sistema político de la república...

-          ¿República? – dijo Hitomi – Pero... entonces el prometido de la Princesa Eries no heredará el poder; de ser así, Basram sería una monarquía, ¿no es así?

-          Lo que sucede... – dijo Eries – es que los habitantes de Basram ya han elegido a Cehris como su próximo gobernante... solo hay que esperar el momento para que sea designado Supremo Señor de la nación... y eso será cuando su padre muera; por lo pronto, funge como su representante ante toda Gaea...

-          Ahora entiendo... – dijo Hitomi. 

Les separaban varios metros del trono, quizás 20, en donde terminaba una escalera proveniente de un nivel inferior, y que desembocaba directamente al trono, que era también extraño, pues por su parte superior y a los lados, se extendían tubos decorados que se empotraban en las paredes. En toda la sala colgaban telas rojas, con el símbolo del país, así como múltiples banderas cuyas astas se clavaban en el cuerpo de las columnas. Vitrales en la gran bóveda dejaban pasar la luz del exterior.

-          En representación del Supremo Señor de Basram, el Joven Cehris Ofir Escia... – los soldados levantaron sus espadas. De la escalera, salió un hombre, dándoles la espalda, para ir a sentarse al trono.

-          ¡Ese es... – pensó Millerna – el prometido de mi hermana Eries!

El hombre se sentó, solemne. De actitud sobria, era un hombre de unos 25 años, alto, de cabello castaño, y pequeña barba en torno al rostro. Sus ojos eran verdes, de un tono oscuro. Ostentaba un cinturón de tela rojo, representativo del país, con el símbolo de Basram bordado en la caída del cuerpo del cinturón, como símbolo de realeza.

-          Bienvenidos, Astoria... – dijo el hombre – Me complace recibirlos en éste Palacio de Escitia, en nombre de mi padre, el Supremo Señor Estillon de Basram.

-          Joven Cehris... – un consejero junto a él le habló – frente a usted se encuentra su prometida, la Segunda Princesa de Astoria, Eries Aria Aston. - Cehris se levantó de su asiento; la escalera que se interponía entre él y los invitados se cerró por medio de un piso deslizable, pudiendo llegar hasta donde Eries se encontraba, y besarle la mano.

-          Princesa Eries, me es grato verla de nuevo...

-          Es también para mí un honor, Joven Cehris... – El rostro de Eries se mostró emocionado, dentro de su correcta postura. Millerna miraba la escena algo absorta. Hitomi también. Pero Cerena mostraba cierta desconfianza hacia el Joven.

-          ¿Sucede algo, Cerena? – le susurró Allen.

-          Em... no, nada en especial.

No pasó mucho tiempo después de la recepción con Joven Cehris. Dryden y Millerna se dedicaron a conocer la ciudad, que tenía algo muy atrayente para los forasteros.

-          ¡La forma con la que los frisos están esculpidos es genial! – dijo Dryden, maravillado, deteniéndose a mirar de cerca uno de los frisos metálicos en una fachada de la avenida más grande de la ciudad. Millerna bajó del carruaje, ayudada por el cochero, y caminando hacia Dryden, también opinó:

-          Es una ciudad extraña, pero no puedo decir que me desagrada... creo que Eries será feliz en    Basram, después de todo...

Dryden acercó su mano, tocando el friso frente a él.

-          Qué extraño... No está caliente...

-          ¿Qué? – Millerna no le había puesto mucha atención.

-          Un material como éste debería estar sumamente caliente por los rayos del sol; bueno, eso pensando que se trate de algún metal... sin duda su función no es meramente decorativa...

-          Me impresiona tu capacidad de observación, Dryden...

-          Y a mí me impresiona su belleza, princesa Millerna...

-          Eh... ¡Ah, el carruaje nos espera, Dryden!

En Palacio, la habitación de Hitomi era por demás... diferente; su mullida y enorme cama se encontraba justo al centro de la gran habitación, en cuyas paredes los frisos de metal le daban un toque solitario; un fastuoso librero adornaba uno de los muros, repleto de libros y pergaminos. Su curiosidad le hizo acercarse, mirando con detenimiento los lomos de los mismos.

-          !Pero, qué? – sus ojos no dieron crédito - ¿Un libro de Física Cuántica? – efectivamente, el libro que había tomado en sus manos era un texto, en un idioma reconocible para ella, el inglés. - No lo entiendo, ¿Porqué hay un libro de la Tierra en éste lugar? Pronto recordó en rápidas imágenes el CD que consiguió en Palas, y el reciente CD ROM de Fanelia... - ¿Es que acaso hay alguien de... 

El cielo ya se había obscurecido; los invitados del Joven Cehris estaban sentados en una larga mesa. En la cabecera, por supuesto, se encontraba Cehris; a su lado, Eries, Millerna y Dryden. Frente a ellos, Van, Hitomi y Merle; los 3 guardias de la Princesa también se encontraban en la mesa (Allen, Gaddes, y Cerena); los acompañaba también una joven, aproximadamente de 15 años; su cabello era rubio, casi albino, ondulado, algo largo; 2 bucles salían por detrás de sus oídos, y lucía 2 aditamentos,  similares a un par de peinetas; sus ojos eran de color azul profundo. Ostentaba también el cinturón característico de Basram. Se trataba de la hermana del Joven, y por consiguiente, se le denominaba Dama; su nombre era Cathera Air Escia.

-          Eries, tu delicadeza me ha dejado deslumbrado...

-          Eres muy amable, Cehris; también me has dejado sorprendida...

-          Fue hace tanto tiempo que dejamos de vernos... – dijo Cehris.

-          Y... dinos, Hermana – preguntó Millerna - ¿Cómo conociste a Cehris?

-          Sucedió durante la abolición de la monarquía en Basram – contestó Eries - tú estabas aún muy pequeña, cuando Basram se consolidó como república en Gaea... Nuestra familia vino hasta Escitia para conocer al primer Supremo Señor de la nación, el padre de Cehris...

-          Así es – continuó Cehris – así acordaron nuestro compromiso; Eries y yo éramos unos niños, todavía...

-          Disculpe, Joven Cehris – preguntó Van – tengo entendido que el gobernante de Basram, su padre, murió hace años, ¿No es eso verdad?

-          No es así, Fanelia... – contestó Cathera, la Dama que los acompañaba – nuestro padre sufrió una extraña enfermedad, y estuvo a punto de morir, pero se salvó gracias a sus conocimientos... pero desde entonces no ha querido mostrarse a los demás...

Cerena se sentía incómoda; había algo que le hacía sentirse intranquila en la plática.

-          Precisamente su ausencia en la diplomacia de Gaea causó tales rumores, pero la verdad es que él sigue gobernando Basram, aunque mi hermano Cehris funja como el representante activo de la nación...

-          Eries deberá de saber todo esto, una vez que hayamos contraído matrimonio...

Hitomi estaba desconcertada por el libro que encontró en su habitación; también por el CD ROM que le dijeron, provenía de las lejanas tierras del este, es decir, Basram. La ciudad, a pesar de la oscuridad de la noche, era iluminada por una enorme roca levitante, que brillaba intensamente, cerca de la cima del Palacio, haciendo brillar los hermosos frisos de sus construcciones.

-          Disculpe, su Majestad – Hitomi se dirigió a Cehris - ¿Podría explicarme porqué la ciudad permanece iluminada, incluso de noche? – el haz de luz podía verse desde el comedor, donde ellos se encontraban. Cehris miró el haz.

-          Basram y Escitia debe su éxito tecnológico a su inagotable fuente de energía, la Roca Incandescente, otorgada por nuestro Dios Knar, el Dragón terrestre. Su fulgor abastece a la ciudad de energía para poder seguir funcionando y produciendo lo que necesita.

-          ¡Sabía que los frisos de la ciudad tenían algo más útil que adornar! – se dijo a sí mismo Dryden, en silencio – Deben funcionar como receptores de energía solar o luminosa...

-          La Roca Incandescente... – pensó Hitomi, mirando de nuevo el misterioso fulgor que se dirigía a la ciudad.

-          Somos una nación de costumbres recientes... – dijo Cathera – Nuestra religión tiene tan sólo unos cuantos años de haberse establecido, desde que Knar nos otorgó este tesoro... también la reconstrucción de Escitia es bastante reciente, por orden de nuestro padre Estillon...

-          Tienen una historia bastante interesante – comentó Dryden – y me gustaría conocerla; ¿No cuentan con algún texto que narre la historia de Basram?

-          Posiblemente la biblioteca de nuestro padre cuente con algo de su interés, Señor Dryden...

-          Les agradezco, queridos camaradas...

-          ¿Biblioteca? – pensó Hitomi – Tal vez tengan más libros procedentes de la Tierra...

Cathera miro con disimulo el uniforme de Hitomi, sin que ella se diera cuenta, aunque no se percató de la vigilante mirada de Cerena, también disimulada.

-          ¿Así que eres la prometida del Rey de Fanelia, Hitomi? – preguntó Cathera.

-          ... Sí, creo que sí – Hitomi se abochornó.

-          Disculpa mi curiosidad, pero... – Cathera continuó – No eres astoriana, ¿Verdad?

-          Eh?

-          Lo digo por tus prendas... son muy bonitas, pero francamente no puedo adivinar de donde

      sean...

-          Es que... yo...

-          !Ya sé, tu familia viene de Egzardia, o me equivoco? En ese país la moda es tan extraña y cambiante...

-          Hitomi viene de una gran ciudad llamada Tokio – dijo Van, tratando de ayudarla – en un lugar muy apartado, poco conocido por nosotros.

-          ¡Oh, ya veo! – Cathera sonrió – Discúlpame, Hitomi... pero en verdad me encanta tu ropa.

-          ¿De... De verdad? – Hitomi se enderezó en la silla.

-          Sí... pero dime, ¿No te gustaría usar algo de Basram? Sé que te agradará mucho...

-          Cla... claro que sí, Dama Cathera...

-          ¡Sí, Hitomi! – le dijo Millerna - ¡Siempre me ha gustado vestir de acuerdo al lugar que visitamos! Nos divertiremos.

-          ¡No se diga más, mañana mismo estarán listos sus atuendos! – dijo Cathera, y mirando a Cerena, prosiguió – Y me daría gusto que nuestra compañera también hiciera lo mismo...

-          ¿Quién, yo? – Cerena reaccionó confundida. Cathera le sonrió.

Un extraño sonido electrónico se escuchó en la mesa.

-          ¿Qué es... – dijo Cehris, absorto al escuchar ese sonido.

-          ¡Merle! – Hitomi vio que la niña gato sacaba su Beeper de entre su ropa, causante del ruido en la sala.

-          Miau... – Merle miraba al aparato con cierto temor.

-          ¡Pero si es mi... Merle, ven acá! – Hitomi se levantó rápidamente – perdónenla, pero acostumbra traer juguetes a todos lados. La alarma electrónica seguía sonando. Hitomi y Merle salieron del comedor.

El rostro de Cathera era el más asombrado de todos.

-          ¡Esa pequeña caja! ¿Cómo es que ella tiene algo así? – pensó.

En uno de los corredores, Hitomi arrebataba su Beeper a Merle. La pantalla de cristal líquido se encendió al accionar un pequeño botón.

-          Ma... mamá... – el mensaje era enviado por su madre, el cual decía: “Sé que estarás bien, pero regresa pronto”.

La noche corría sobre la ciudad de Escitia. A pesar de la hora, en ella se podía observar un gran movimiento. Dryden estaba ocupado, analizando la ciudad desde su habitación.

-          Poseidópolis... sé que Basram tiene algo que ver con el caos en la ciudad marina... y ésta ciudad, que nunca para de funcionar como una gigantesca máquina...

Los pasillos del palacio seguían iluminados, a pesar de que nadie pasaba por ahí tan avanzada la noche. Las salas, los corredores, los patios, jardines y hangares seguían en movimiento, funcionando en espera de cualquier situación. El castillo jamás dejaría su actividad, así como la ciudad entera.

La habitación de Cerena se encontraba excavada dentro de la masa del acantilado, al igual que la de Allen y Gaddes, los 3 guardias de la Princesa Eries. Había una ventana que salía directo a la pared del acantilado, donde se empotraba un pequeño balcón, que comunicaba las 3 habitaciones. El ruido de las olas se escuchaba a pesar de estar a más de 50 metros sobre las aguas. Allen y Gaddes practicaban ahí con la espada, mientras que Cerena estaba sentada en el balcón, pensativa, con la vista fija en la inmensidad del mar. Sus cejas dejaban ver una expresión de incertidumbre e inconformidad. Allen y Gaddes terminaron, enfundando sus armas.

-          Es tarde, Cerena – le dijo su hermano – tenemos que descansar...

-          No puedo descansar ahora... no debo descansar

-          Cerena... – Gaddes se acercó a ella por la espalda – tenemos que estar en condición para poder cumplir con la guardia de la Princesa; por favor, descansa. – Cerena lo miró, y sonriendo un poco, asintió con la cabeza.

-          Está bien... en un momento lo haré...

Allen y Gaddes se retiraron, cada uno a su habitación. Cerena siguió pensativa, mirando al mar.

-          Allen, no sé si es conveniente decírtelo... – pensó.

Por su parte, Hitomi no podía conciliar el sueño, mirando a través del gran ventanal.

-          Hay algo en Escitia que me inquieta, pero... no puedo saber que es... – y volteó hacia atrás, donde el CD ROM, sobre la repisa de la habitación brillaba tenuemente con el reflejo del fulgor que penetraba por el ventanal. De repente, una terrible visión vino a su mente: una extraña ciudad bajo el agua, en cuyo centro un hermoso santuario, a manera de torre, se colapsa, junto con la ciudad completa, entre gritos y lamentos. La visión se obscurece, y la silueta de un enjuto ser levanta en su mano un pequeño artefacto, el cual comienza a emitir la misma alarma electrónica del Beeper de Hitomi.

Siguiente capitulo>>

| 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 |

<<Volver a Escaflowne Fanfics