-
Me
voy decepcionada de tu tonta actitud... -
Eries,
hija, espera un segundo... – La Princesa Eries abandonó la habitación
donde su padre guardaba reposo, según se lo habían medicado. No
pudiendo alcanzarla, tuvo que resignarse, gritándole desde su lecho.
– ¡No cambiaré mi decisión... Los caballeros del Cielo no son un
juego...! – Un ataque de catarro le hizo callar, siendo rodeado por
doncellas y algunos médicos. Un
fastuoso navío despegó de Rampant; de enormes dimensiones, se
asemejaba a la nave con la que Dryden pagaría al Clan Ispano en aquella
ocasión. El símbolo de Astoria se ondeaba en las múltiples telas que
colgaban de la nave real. Se desplazaba hacia el noreste, en dirección
a la ciudad de Escitia, capital de la república vecina de Basram. -
Basram...
– Hitomi miraba el lejano horizonte, desde la magna terraza en la
parte delantera de la gran construcción; su cabello se movía con el
viento. Eries también veía el horizonte, fijamente, con nostalgia. Van
y Allen entrenaban duro; Merle, como siempre, cerca de su amo, miraba el
espectáculo. La tripulación del Crusade, que iba en la gran bodega de
embarcaciones, detrás y por debajo del navío, se entretenían
ajustando a Scherezade, limpiándolo y dándole mantenimiento. -
¿Supieron
lo ocurrido con la señorita Cerena? -
Parece
que no la designarán Caballero... -
Seguramente
el Rey se enteró de toda la historia... ¡Lástima, porque vaya que es
buena con la espada! – dijo Reeden, acomodándose la pañoleta roja en
la cabeza. -
!Hey,
cállense, que ahí viene el comandante! – Alertó Kio a los demás,
que simularon seguir trabajando. Gaddes llegó con ellos. -
Comandante,
¿Cuando llegaremos? – pregunto Pairu (el de la nariz artificial). -
Llegaremos
en poco tiempo; ya hemos cruzado la frontera con Astoria; solo nos falta
llegar al puerto de Balkis, y de ahí nos dirigiremos a Escitia; todo en
cuestión de horas... - ¿Y ustedes están preparados? -
Por
supuesto, Comandante... – Ort se encontraba puliendo sus navajas –
siempre estamos preparados para lo que sea... Un
puerto marítimo, enclavado en una isla, se deslumbró a lo lejos; se
trataba de Balkis, lugar donde las naves descargan para después llegar
por mar a la capital del país, Escitia. En
el estudio de Dryden, éste se despedía de Sylphy. -
No
te preocupes, resolveré éste problema cuanto antes... Cerena
se colocaba una pequeña coraza en el pecho, así como brazaletes en los
antebrazos, que funcionarían como escudos; su espada (distinta de
aquella que se quedó en el suelo de Palacio) colgaba de su antebrazo. -
Debo
estar preparada para todo... – Cerena se acomodaba un guante,
dispuesta a abandonar el Crusade – Solo Jichia sabe lo que le espera a
la Princesa en Escitia... La
sombra del navío de Astoria cubrió al puerto de Balkis, descendiendo
lentamente. El Crusade salió de la bodega del navío para aterrizar de
manera independiente. Gritos de vigías y personas en el puerto
denotaban gran conmoción por la llegada de una nave Astoriana. -
La
segunda Princesa de Astoria, Eries Aria Aston, ha llegado en visita
diplomática a esta tierra. – El anunciante informó a los caballeros
que guardaban en el Puerto, que inmediatamente bajaría la Princesa
junto con su corte y su guardia protectora. Tanto el Crusade como la
nave de Dryden tuvieron que permanecer ahí. Dryden ordenó a Clerk
mantuviera su embarcación aislada de los soldados, así como también
trasladara a Escaflowne y un Guymelf llamado Fassares, junto con
herramienta especializada que él mismo designó, a los hangares del
Crusade. Numerosos
carruajes cruzaron el Canal de Kurgan, estrecho acuático que separaba
al puerto de la capital; con la marea baja, un extenso camino quedaba al
descubierto entre las 2 localidades, siendo esa la oportunidad que se
tenía para llegar a la capital. Durante la marea alta, se
imposibilitaba el paso, pues las embarcaciones podrían quedar varadas
debido a la baja profundidad, con excepción de pequeñas barcazas... Dryden
miraba por la ventana del carruaje el extenso mar frente a la costa del
país. -
Poseidópolis...
– pensaba; la gran extensión del océano le hacía pensar que se
trataba de una cuidad enorme. Millerna lo acompañaba. -
¿Qué
tiene de extraño el mar? – dijo Millerna, celosa de Sylphy, pues se
había enterado que la sirena provenía de los mares de Basram – lo
ves como si el mar de Palas fuera menos majestuoso que éste...
-
¡Por
supuesto que nuestro mar es más hermoso! Solo pienso en la cantidad de
cosas maravillosas que ésta cortina de agua nos oculta... -
Mmh...
– Millerna se molestó. Trató de disuadirlo para hacerlo dejar eso.
– Dryden... -
¿Sí? -
Cuando
lleguemos a Escitia, aceptaré tu invitación de conocer la ciudad...
– y le extendió la mano, a lo que Dryden la tomó para besar su
palma. -
Será
todo un honor... aunque la invitación no haya sido hecha, Princesa... -
Es
la primera vez que vengo a Escitia – Comentó Van a Hitomi, sentada
frente a él – de hecho, la primera vez que visito Basram... -
¿Qué
puedo decir? Yo también... – Hitomi miraba la magnitud del océano,
vestida de nuevo con su uniforme – Oye, Van... ¿No te gustaría
conocer la bahía de Tokio? -
¿Tokio?
– se preguntó Van, confundido – Qué nombre tan extraño... ¿es
hacia el norte? -
Yo
vengo de Tokio, Van... S -
¡Ah...
Sí, Claro, algún día iremos a la Luna Fantasma para admirar tu
ciudad, Hitomi! -
Es
una ciudad horrenda... – dijo Merle – igual que ella... -
¡Agggh,
Merle! -
¡Miaaau!
– el carruaje se sacudió un poco más de lo normal; el cochero se
rascó la cabeza al ignorar el motivo de la sacudida. Los
carruajes tomaron un empinado camino que nacía antes de comenzar la
ciudad, y que los llevaría hasta el Castillo de la nación, situado
justo encima de un enorme acantilado, que elevaría las tierras más allá
de los 100 metros. Algunas partes del castillo salían por la vertiente
vertical del acantilado, y algunas terrazas se encontraban suspendidas,
sostenidas tan solo por soportes horizontales apoyados en la estructura
misma de la construcción, de forma que el mar se extendería por debajo
de ellos. Un mensajero se adelantó para dar la noticia en el Palacio, y
los invitados pudieran ser recibidos. Desde las puertas del castillo, se
podía apreciar la gloriosa ciudad de Escitia, cuyas casas y
construcciones se hallaban parcialmente forrados con metal, bellamente
tallado y trabajado, que reflejaba de forma única los rayos de luz. -
Es
hermoso... – comentó Allen, quien acompañaba de cerca a Eries, rumbo
al salón del trono de ese Palacio; los pilares rocosos, así como las cúpulas
y bóvedas en todo el castillo se encontraban recubiertos por metal,
pero no totalmente; se podía apreciar una gran armonía en las paredes,
utilizando el metal y conjugándolo perfectamente con la roca. Grandes
candelabros pendían de las bóvedas, iluminando el paso con una extraña
luz que a Hitomi le pareció, era eléctrica, pero no estaba contenida
en bombillas, sino en rocas incandescentes. -
¡Vaya,
tengo muchas cosas que comprar e intercambiar en éste país! – Dijo
Dryden. -
Nunca
había visto algo parecido... – dijo Van – pero no me gusta tanta
ornamentación... prefiero el ambiente de Fanelia... -
Tengo
hambre... Miauu... La
sala del trono se extendió ante ellos. Una alfombra comunicaba la
entrada con el trono, vacío. La sala, de hecho, estaba vacía, de no
ser por los soldados que vigilaban a los lados de la gran alfombra,
hasta llegar a un área circular, donde Eries y su corte (es decir,
todos) esperaron en... -
¡Si...
sillas frente al trono! – se asombró Hitomi al ver la disposición de
éstas en semicírculo. Las sillas eran de madera, y obviamente, metal,
con una forma poco convencional, pero que al fin y al cabo, cumplían su
función. La extrañeza de Hitomi está bien fundamentada, pues en ningún
castillo (conocido por ella), los invitados deberían estar sentados
frente al mandatario; pero esa era la excepción. No parecía una sala
para un Rey, sino más bien para un concejo. -
¿Es
extraño, verdad? – le dijo Van, adivinando sus pensamientos – No
estamos acostumbrados al sistema político de la república... -
¿República?
– dijo Hitomi – Pero... entonces el prometido de la Princesa Eries
no heredará el poder; de ser así, Basram sería una monarquía, ¿no
es así? -
Lo
que sucede... – dijo Eries – es que los habitantes de Basram ya han
elegido a Cehris como su próximo gobernante... solo hay que esperar el
momento para que sea designado Supremo Señor de la nación... y eso será
cuando su padre muera; por lo pronto, funge como su representante ante
toda Gaea... -
Ahora
entiendo... – dijo Hitomi. Les
separaban varios metros del trono, quizás 20, en donde terminaba una
escalera proveniente de un nivel inferior, y que desembocaba
directamente al trono, que era también extraño, pues por su parte
superior y a los lados, se extendían tubos decorados que se empotraban
en las paredes. En toda la sala colgaban telas rojas, con el símbolo
del país, así como múltiples banderas cuyas astas se clavaban en el
cuerpo de las columnas. Vitrales en la gran bóveda dejaban pasar la luz
del exterior. -
En
representación del Supremo Señor de Basram, el Joven Cehris Ofir
Escia... – los soldados levantaron sus espadas. De la escalera, salió
un hombre, dándoles la espalda, para ir a sentarse al trono. -
¡Ese
es... – pensó Millerna – el prometido de mi hermana Eries! El
hombre se sentó, solemne. De actitud sobria, era un hombre de unos 25 años,
alto, de cabello castaño, y pequeña barba en torno al rostro. Sus ojos
eran verdes, de un tono oscuro. Ostentaba un cinturón de tela rojo,
representativo del país, con el símbolo de Basram bordado en la caída
del cuerpo del cinturón, como símbolo de realeza. -
Bienvenidos,
Astoria... – dijo el hombre – Me complace recibirlos en éste
Palacio de Escitia, en nombre de mi padre, el Supremo Señor Estillon de
Basram. -
Joven
Cehris... – un consejero junto a él le habló – frente a usted se
encuentra su prometida, la Segunda Princesa de Astoria, Eries Aria
Aston. - Cehris se levantó de su asiento; la escalera que se interponía
entre él y los invitados se cerró por medio de un piso deslizable,
pudiendo llegar hasta donde Eries se encontraba, y besarle la mano. -
Princesa
Eries, me es grato verla de nuevo... -
Es
también para mí un honor, Joven Cehris... – El rostro de Eries se
mostró emocionado, dentro de su correcta postura. Millerna miraba la
escena algo absorta. Hitomi también. Pero Cerena mostraba cierta
desconfianza hacia el Joven. -
¿Sucede
algo, Cerena? – le susurró Allen. -
Em...
no, nada en especial. No
pasó mucho tiempo después de la recepción con Joven Cehris. Dryden y
Millerna se dedicaron a conocer la ciudad, que tenía algo muy atrayente
para los forasteros. -
¡La
forma con la que los frisos están esculpidos es genial! – dijo
Dryden, maravillado, deteniéndose a mirar de cerca uno de los frisos
metálicos en una fachada de la avenida más grande de la ciudad.
Millerna bajó del carruaje, ayudada por el cochero, y caminando hacia
Dryden, también opinó: -
Es
una ciudad extraña, pero no puedo decir que me desagrada... creo que
Eries será feliz en Basram,
después de todo... Dryden
acercó su mano, tocando el friso frente a él. -
Qué
extraño... No está caliente... -
¿Qué?
– Millerna no le había puesto mucha atención. -
Un
material como éste debería estar sumamente caliente por los rayos del
sol; bueno, eso pensando que se trate de algún metal... sin duda su
función no es meramente decorativa... -
Me
impresiona tu capacidad de observación, Dryden... -
Y
a mí me impresiona su belleza, princesa Millerna... -
Eh...
¡Ah, el carruaje nos espera, Dryden! En
Palacio, la habitación de Hitomi era por demás... diferente; su
mullida y enorme cama se encontraba justo al centro de la gran habitación,
en cuyas paredes los frisos de metal le daban un toque solitario; un
fastuoso librero adornaba uno de los muros, repleto de libros y
pergaminos. Su curiosidad le hizo acercarse, mirando con detenimiento
los lomos de los mismos. - !Pero, qué? – sus ojos no dieron crédito - ¿Un libro de Física Cuántica? – efectivamente, el libro que había tomado en sus manos era un texto, en un idioma reconocible para ella, el inglés. - No lo entiendo, ¿Porqué hay un libro de la Tierra en éste lugar? Pronto recordó en rápidas imágenes el CD que consiguió en Palas, y el reciente CD ROM de Fanelia... - ¿Es que acaso hay alguien de...
El
cielo ya se había obscurecido; los invitados del Joven Cehris estaban
sentados en una larga mesa. En la cabecera, por supuesto, se encontraba
Cehris; a su lado, Eries, Millerna y Dryden. Frente a ellos, Van, Hitomi
y Merle; los 3 guardias de la Princesa también se encontraban en la
mesa (Allen, Gaddes, y Cerena); los acompañaba también una joven,
aproximadamente de 15 años; su cabello era rubio, casi albino,
ondulado, algo largo; 2 bucles salían por detrás de sus oídos, y lucía
2 aditamentos, similares a un par de peinetas; sus ojos eran de color azul
profundo. Ostentaba también el cinturón característico de Basram. Se
trataba de la hermana del Joven, y por consiguiente, se le denominaba
Dama; su nombre era Cathera Air Escia. -
Eries,
tu delicadeza me ha dejado deslumbrado... -
Eres
muy amable, Cehris; también me has dejado sorprendida... -
Fue
hace tanto tiempo que dejamos de vernos... – dijo Cehris. -
Y...
dinos, Hermana – preguntó Millerna - ¿Cómo conociste a Cehris? -
Sucedió
durante la abolición de la monarquía en Basram – contestó Eries - tú
estabas aún muy pequeña, cuando Basram se consolidó como república
en Gaea... Nuestra familia vino hasta Escitia para conocer al primer
Supremo Señor de la nación, el padre de Cehris... -
Así
es – continuó Cehris – así acordaron nuestro compromiso; Eries y
yo éramos unos niños, todavía... -
Disculpe,
Joven Cehris – preguntó Van – tengo entendido que el gobernante de
Basram, su padre, murió hace años, ¿No es eso verdad? -
No
es así, Fanelia... – contestó Cathera, la Dama que los acompañaba
– nuestro padre sufrió una extraña enfermedad, y estuvo a punto de
morir, pero se salvó gracias a sus conocimientos... pero desde entonces
no ha querido mostrarse a los demás... Cerena
se sentía incómoda; había algo que le hacía sentirse intranquila en
la plática. -
Precisamente
su ausencia en la diplomacia de Gaea causó tales rumores, pero la
verdad es que él sigue gobernando Basram, aunque mi hermano Cehris
funja como el representante activo de la nación... -
Eries
deberá de saber todo esto, una vez que hayamos contraído matrimonio... Hitomi
estaba desconcertada por el libro que encontró en su habitación; también
por el CD ROM que le dijeron, provenía de las lejanas tierras del este,
es decir, Basram. La ciudad, a pesar de la oscuridad de la noche, era
iluminada por una enorme roca levitante, que brillaba intensamente,
cerca de la cima del Palacio, haciendo brillar los hermosos frisos de
sus construcciones. -
Disculpe,
su Majestad – Hitomi se dirigió a Cehris - ¿Podría explicarme porqué
la ciudad permanece iluminada, incluso de noche? – el haz de luz podía
verse desde el comedor, donde ellos se encontraban. Cehris miró el haz. -
Basram
y Escitia debe su éxito tecnológico a su inagotable fuente de energía,
la Roca Incandescente, otorgada por nuestro Dios Knar, el Dragón
terrestre. Su fulgor abastece a la ciudad de energía para poder seguir
funcionando y produciendo lo que necesita. -
¡Sabía
que los frisos de la ciudad tenían algo más útil que adornar! – se
dijo a sí mismo Dryden, en silencio – Deben funcionar como receptores
de energía solar o luminosa... -
La
Roca Incandescente... – pensó Hitomi, mirando de nuevo el misterioso
fulgor que se dirigía a la ciudad. -
Somos
una nación de costumbres recientes... – dijo Cathera – Nuestra
religión tiene tan sólo unos cuantos años de haberse establecido,
desde que Knar nos otorgó este tesoro... también la reconstrucción de
Escitia es bastante reciente, por orden de nuestro padre Estillon... -
Tienen
una historia bastante interesante – comentó Dryden – y me gustaría
conocerla; ¿No cuentan con algún texto que narre la historia de
Basram? -
Posiblemente
la biblioteca de nuestro padre cuente con algo de su interés, Señor
Dryden... -
Les
agradezco, queridos camaradas... -
¿Biblioteca?
– pensó Hitomi – Tal vez tengan más libros procedentes de la
Tierra... Cathera
miro con disimulo el uniforme de Hitomi, sin que ella se diera cuenta,
aunque no se percató de la vigilante mirada de Cerena, también
disimulada. -
¿Así
que eres la prometida del Rey de Fanelia, Hitomi? – preguntó Cathera. -
...
Sí, creo que sí – Hitomi se abochornó. -
Disculpa
mi curiosidad, pero... – Cathera continuó – No eres astoriana, ¿Verdad? -
Eh? -
Lo
digo por tus prendas... son muy bonitas, pero francamente no puedo
adivinar de donde
sean... -
Es
que... yo... -
!Ya
sé, tu familia viene de Egzardia, o me equivoco? En ese país la moda
es tan extraña y cambiante... -
Hitomi
viene de una gran ciudad llamada Tokio – dijo Van, tratando de
ayudarla – en un lugar muy apartado, poco conocido por nosotros. -
¡Oh,
ya veo! – Cathera sonrió – Discúlpame, Hitomi... pero en verdad me
encanta tu ropa. -
¿De...
De verdad? – Hitomi se enderezó en la silla. -
Sí...
pero dime, ¿No te gustaría usar algo de Basram? Sé que te agradará
mucho... -
Cla...
claro que sí, Dama Cathera... -
¡Sí,
Hitomi! – le dijo Millerna - ¡Siempre me ha gustado vestir de acuerdo
al lugar que visitamos! Nos divertiremos. -
¡No
se diga más, mañana mismo estarán listos sus atuendos! – dijo
Cathera, y mirando a Cerena, prosiguió – Y me daría gusto que
nuestra compañera también hiciera lo mismo... -
¿Quién,
yo? – Cerena reaccionó confundida. Cathera le sonrió. Un
extraño sonido electrónico se escuchó en la mesa. -
¿Qué
es... – dijo Cehris, absorto al escuchar ese sonido. -
¡Merle!
– Hitomi vio que la niña gato sacaba su Beeper de entre su ropa,
causante del ruido en la sala. -
Miau...
– Merle miraba al aparato con cierto temor. -
¡Pero
si es mi... Merle, ven acá! – Hitomi se levantó rápidamente –
perdónenla, pero acostumbra traer juguetes a todos lados. La alarma
electrónica seguía sonando. Hitomi y Merle salieron del comedor. El
rostro de Cathera era el más asombrado de todos. -
¡Esa
pequeña caja! ¿Cómo es que ella tiene algo así? – pensó. En
uno de los corredores, Hitomi arrebataba su Beeper a Merle. La pantalla
de cristal líquido se encendió al accionar un pequeño botón. -
Ma...
mamá... – el mensaje era enviado por su madre, el cual decía: “Sé
que estarás bien, pero regresa pronto”. La
noche corría sobre la ciudad de Escitia. A pesar de la hora, en ella se
podía observar un gran movimiento. Dryden estaba ocupado, analizando la
ciudad desde su habitación. -
Poseidópolis...
sé que Basram tiene algo que ver con el caos en la ciudad marina... y
ésta ciudad, que nunca para de funcionar como una gigantesca máquina... Los
pasillos del palacio seguían iluminados, a pesar de que nadie pasaba
por ahí tan avanzada la noche. Las salas, los corredores, los patios,
jardines y hangares seguían en movimiento, funcionando en espera de
cualquier situación. El castillo jamás dejaría su actividad, así
como la ciudad entera. La
habitación de Cerena se encontraba excavada dentro de la masa del
acantilado, al igual que la de Allen y Gaddes, los 3 guardias de la
Princesa Eries. Había una ventana que salía directo a la pared del
acantilado, donde se empotraba un pequeño balcón, que comunicaba las 3
habitaciones. El ruido de las olas se escuchaba a pesar de estar a más
de 50 metros sobre las aguas. Allen y Gaddes practicaban ahí con la
espada, mientras que Cerena estaba sentada en el balcón, pensativa, con
la vista fija en la inmensidad del mar. Sus cejas dejaban ver una
expresión de incertidumbre e inconformidad. Allen y Gaddes terminaron,
enfundando sus armas. -
Es
tarde, Cerena – le dijo su hermano – tenemos que descansar... -
No
puedo descansar ahora... no debo descansar -
Cerena...
– Gaddes se acercó a ella por la espalda – tenemos que estar en
condición para poder cumplir con la guardia de la Princesa; por favor,
descansa. – Cerena lo miró, y sonriendo un poco, asintió con la
cabeza. -
Está
bien... en un momento lo haré... Allen
y Gaddes se retiraron, cada uno a su habitación. Cerena siguió
pensativa, mirando al mar. -
Allen,
no sé si es conveniente decírtelo... – pensó. Por
su parte, Hitomi no podía conciliar el sueño, mirando a través del
gran ventanal. -
Hay
algo en Escitia que me inquieta, pero... no puedo saber que es... – y
volteó hacia atrás, donde el CD ROM, sobre la repisa de la habitación
brillaba tenuemente con el reflejo del fulgor que penetraba por el
ventanal. De repente, una terrible visión vino a su mente: una extraña
ciudad bajo el agua, en cuyo centro un hermoso santuario, a manera de
torre, se colapsa, junto con la ciudad completa, entre gritos y
lamentos. La visión se obscurece, y la silueta de un enjuto ser levanta
en su mano un pequeño artefacto, el cual comienza a emitir la misma
alarma electrónica del Beeper de Hitomi. | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | |