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XVIII. Aroma de Infortunio

  La Gran asamblea, la ceremonia de Coronación, terminó al fin. La lluvia caía sobre la ciudad, pero las personas ansiaban ver a sus nuevos soberanos, así que seguían aguardando su paso por el Gran Canal. Los niños sostenían aún sus ramilletes, dispuestos a arrojarlos a la avenida fluvial, en cuanto sus Reyes viajaran por ahí; el agua escurría a través de sus cabellos, y resbalaba por sus mejillas.

Las puertas de la Sala del Trono permanecían abiertas, de par en par; los Reyes, Dryden y Millerna, habían comenzado a caminar por la hermosa alfombra, hacia la salida, entre ovaciones y aplausos. Pronto se percataron de la lluvia.

-          Su Majestad... un aguacero ha comenzado a caer... no es prudente que abandonen el Palacio en estos momentos... – dijo uno de los Caballeros del Cielo, que custodiaba en la puerta.

-          Pero... – dijo Dryden.

-          No podemos quedarnos aquí... – dijo Millerna, al ver que una gran cantidad de gente los esperaba, bajo el mal clima – Todos ellos reclaman nuestra presencia...

-          Como guste, Su Majestad...

De inmediato llegaron algunos miembros de la servidumbre de Palacio; sostenían entre 4 de ellos, una tela impermeable, suspendida a manera de techumbre con bastones metálicos; con ésta cubrieron a la Pareja de las meteóricas aguas. Caminando hacia la góndola que los esperaba al final del Palacio, volvieron a pasar por debajo del túnel creado por las espadas de los Guymelfs de la élite guerrera de la Corona; Ahora los Caballeros los acompañaban en 2 filas, a sus lados (como Guerreros, tenían que soportar la lluvia). La orgullosa Cerena cubría su emoción con una expresión de solemnidad, marchando a la par de sus compañeros.

La gente comenzó a salir de la estancia; podían escucharse los gritos de júbilo de todos los ciudadanos, al ver que la Góndola comenzaba a moverse, y sus Reyes se encontraban en su proa. Cehris y Eries caminaban entre la multitud de personas que abandonaban el recinto.

-          Me alegra por los 2... – dijo Cehris – juntos podrán formar un Reino envidiable...

-          Si... – dijo Eries, orgullosa de Millerna, pero se dio cuenta de que: - ¿Y Cathera?

-          Tienes razón – dijo Cehris, al ver que su hermana no estaba con ellos – No me di cuenta de cuándo se alejó de nosotros...

En efecto, Cathera trataba de avanzar entre la multitud, tratando de alcanzar a Hitomi y Van, bastante adelante.

-          ¡Ese pendiente, ha reaccionado de nuevo! – se decía para sí misma – Esta es la oportunidad que esperaba: entre la multitud, nunca sabrá quién tomó su pendiente... ¡Mi padre estará contento si se lo llevo! – sus frenéticos ojos demostraban su gran ambición por conseguir la piedra que Hitomi sostenía entre sus manos.

Por su parte, Hitomi no podía ocultar su preocupación.

-          Algo te sucede, Hitomi... – dijo Van, quien la conocía a la perfección - ¿Tuviste una visión allá adentro, no es así?

-          ¿Eh? – dijo Hitomi, sorprendida, pues Van la había descubierto.

-          Tu actitud, mientras todos aplaudían... – dijo Van – Estoy seguro que algo pasó por tu mente...

-          Sí... pero no sé que signifique...

-          ¡Sólo un poco más! – dijo Cathera, tratando de pasar por entre las personas; la cabeza de Van parecía cada vez más cerca, lo que significaba que Hitomi estaba a unos cuantos pasos...  en su desesperada carrera, no le importó empujar a algunas personas; después de todo, nadie sabía quién era ella, y si lo sabían, tenían conocimiento de su atrabancado carácter.

Hitomi no entendía cuál sería la siguiente catástrofe, anunciada por la habitante de Atlantis; el no saberlo la hacía sentir impotente; quería decírselo a Van, pero creía que la ocasión no era precisa. Sin saber que hacer, estrechó sus manos detrás de su cuerpo; el pendiente se hallaba enredado entre sus dedos. No se dio cuenta, pero justo detrás de ella, una frenética chica estaba a punto de tocarla.

-          ¡Ya es mío! – dijo Cathera, cuya mano se dirigió pronta hacia la rosada piedra que brillaba con tenue resplandor. De repente, una enorme masa se interpuso entre ella y su objetivo: un tremendo trasero, del que se desprendía la cola de un suntuoso vestido:

-          ¿Está segura que se encuentra bien, Querida Monarca Thera? – preguntó el pequeño allegado Deka, al ver que su Reina sudaba más de la cuenta.

-          Sí... es sólo que hay tanta gente... y tanto calor... – decía la Reina Thera, sacudiendo su abanico; sus gruesas carnes eran un obstáculo infranqueable para Cathera, quien desearía tener una daga para hacer filetes con la Reina.

-          ¡Maldita sea! – pensó Cathera, a punto de explotar, buscando inútilmente evadir el cuerpo de la Reina de Egzardia, que comenzaba a caminar cada vez más despacio por la fatiga, retrasándola; la cabeza de Van se veía cada vez más lejos, más lejos, hasta desaparecer en la lejanía de la multitud.

-          Monarca amada, está muy pálida... – dijo Deka, preocupado por la señora.

-          Deka, ayuda a tu Reina, que está a punto de desma... – la Reina Thera perdió el sentido, aflojando todo su cuerpo; Cathera vio con horror que se le venía encima.

-          ¡Ahhhhhhh!

Pronto, Cehris y Eries vieron un escándalo entre la gente, caminando hacia allá.

-          ¡Se lo agradezco, Señorita! – decía Deka, con una reverencia – De no haber sido por su ayuda, mi adorada Monarca hubiera caído al suelo...

-          Mhmmmjmmpppp... Sí.... Gra... mmhhppfff... Gracias, pero... agggmhhhpfff... ¡!!!Alguien que me ayude a sostener a la señora!!!! – entre los dedos de Cathera se salían las carnes de la Reina del país más glamoroso de Gaea.

-          ¡Cathera! – Cehris acudió a ayudar a su hermana, sosteniendo a la Reina; otros personajes de la Corte de Astoria ayudaron también en la faena. Eries atinó a sostener a la desfalleciente Cathera, cuyas pupilas se quedaron blancas por el esfuerzo.

-          Cathera, ¿Estás bien? – preguntó Eries.

-          ¿Her... hermana Eries? – dijo Cathera, jadeante – Sí, estoy bien... No se preocupen por mí... pero la Señora, ¡hay que evitar que le vuelva a pasar lo mismo!...

La Reina Thera volvía en sí, mientras que la mente de Cathera era una completa revolución.

-          Creo que me precipité... la oportunidad era muy buena, pero... pude arruinar lo planeado con Pertén; debo ser más calculadora... – unas pequeñas gotas de sudor brillaban en su frente.

La Góndola Real seguía su procesión por el Gran Canal.

-          ¡Míralos, Millerna! – dijo Dryden, mientras levantaba su mono, saludando - ¡Realmente nos aman!

-          Claro... Esperan una vida igual o mejor con la Corona en nuestras cabezas... – respondió Millerna.

-          Ah, Astoria... realmente esa chica me ha dejado un fuerte legado...

-          ¿Esa chica?

-          La hermana de Allen... yo también daría mi vida por Astoria...

-          Parece que la lluvia no cesará en un buen rato... – dijo Van, quien junto a Hitomi y Merle, regresaban a las habitaciones que se les habían asignado; Van trataba de aflojar el cuello de su atuendo - ¡Agh, no puedo quitarme esto!

-          No podrás quitártelo a tirones... tienes que desabrocharlo de la forma correcta...

-          Rrrrrrrrrrrrr.... – Merle seguía prendida al brazo de Van.

-          Está extasiada... – dijo Hitomi.

El Palacete de la Familia Fassa se mantenía lleno de luz; todas las habitaciones habían sido iluminadas por Clerk, que buscaba con esto celebrar el ascenso de su Dryden-sama. El pequeño hombre ratón se asomó por una de las enormes ventanas del Palacete; el agua resbalaba por los vitrales de ésta; sin embargo, podía verse con cierta claridad, la Góndola donde su amo era homenajeado por la ciudad, allá, en la Avenida Principal.

-          Si yo sabía que Dryden-sama llegaría muy alto... – dijo Clerk, sosteniendo una lámpara de aceite; la imagen a través de la escurridiza agua comenzó a borrarse al aumentar el agua que resbalaba por ahí – Vaya, la lluvia arrecia... espero que los Reyes no vayan a mojarse con esto...

El mayordomo de los Fassa se retiró de la ventana; subió la suntuosa escalera, presto a iluminar el estudio de su señor; una vez prendidas las luces, los miles de libros en todo alrededor tomaron de nuevo su color; era una habitación sobria, y la luz de las velas la hacía verse algo... bohemia; una gigantesca pecera, empotrada entre los estantes, era el hogar de Sylphy.

-          ¿Qué te parece? – dijo Clerk, prendiendo las velas a los lados de la pecera – Nuestro señor es ahora el Rey de Astoria...

El sonido de unas burbujas en la pecera hizo a Clerk mirar su interior; Sylphy se encontraba aterrorizada, mirando con horror la ventana del estudio.

-          ¿Qué, qué sucede, Sirenita? – preguntó el confundido Clerk.

Los ciudadanos comenzaron a desocupar las laderas de la Gran Avenida, puesto que la lluvia arreciaba y tenían que regresar a sus hogares; la Góndola Real emprendió su regreso a Palacio.

-          ¿Estás segura que era un Sobreviviente de Atlantis? – preguntó Van, absorto.

-          Sí... era la misma que apareció frente a mí en Poseidópolis... me dijo que ocurrirían más desgracias... y que no queda mucho tiempo – dijo Hitomi, sosteniendo su pendiente a la altura de sus ojos - ¿Lo ves? Comenzó a brillar desde la visión y no ha dejado de hacerlo...

-          Tampoco yo lo comprendo... – dijo Van; el sonido de la lluvia retumbaba en las bóvedas del Palacio.

-          ¡Hey, Caballeros! – gritó Allen, entrando a los hangares donde sus colegas habían resguardado sus Guymelfs, después de la ceremonia; los hombres de cada uno de los Caballeros se encargaban de limpiar el Guymelf de su respectivo Jefe.

-          ¡Allen Schezar! – gritaron todos los Caballeros, entre risas, levantando sus espadas en señal de burlesco recibimiento.

-          Vengan acá... los nuevos Caballeros del Cielo no les han sido presentados aún...

Cerena y Gaddes, que lo acompañaban, fueron pronto rodeados por sus nuevos colegas.

-          ¡Gaddes Haghia, el brazo derecho de Allen! – dijo uno de los Caballeros – En nombre de todos, ¡Bienvenido seas, amigo! – y ofreciéndole la mano, Gaddes la estrechó con la suya.

-          ¡Y qué decir de nuestro nuevo elemento, la Señorita Schezar! – dijo Grimer, también estrechando su mano. Los demás Caballeros del Cielo acogieron a la chica con una sonrisa, haciéndola sentir en confianza.

-          Solo una advertencia: - dijo Cerena, con una sonrisa – Nada de delicadezas conmigo...

-          ¡Como tú lo digas, Cerena Schezar! – dijeron algunos Caballeros.

-          Grimer... ¿Podrías soltarme un momento?

-          ¿Eh...? ¡Ah, claro!, Disculpe, Caballero... – Grimer, apenado, se inclinó ante Cerena, quien caminó con Gaddes, rodeando con su brazo la cintura de éste.  

-          Y... ¿Cuándo les otorgan sus Guymelfs, Caballeros?

-          Aún no tenemos noticia  – contestó Gaddes – aunque tenemos nuestras propias unidades...

-          ¿De verdad? – contestó uno de ellos – Pero... siendo parte de nosotros, es su deber maniobrar únicamente el Guymelf que el Rey les otorgue, así que creo que tendrán que despedirse de sus antiguos modelos...

-          ¿Antiguos? – dijo Cerena – Disculpen señores, pero creo que los modelos que ustedes usan son bastante antiguos, ¿No?

Las risas de los Caballeros del Cielo corroboraron lo dicho. Por fin, la élite del Rey de Astoria volvía a estar completa.

-          Cerena Schezar... – pensó Grimer - ¿Porqué no te conocí antes? Ahora Gaddes es el único en tu corazón...

Hitomi volvió a encontrarse sola en su habitación; la invitación a la cena de honor estaba prevista para dentro de unas horas; por ello prefirió no cambiar de vestimenta. Caminó hacia el balcón, y apoyando sus manos en los vidrios del inmenso ventanal, miró hacia el horizonte, pero éste no podía distinguirse; tal era la fuerza de la tormenta sobre Palas.

-          No puedo dejar de sentir esta desesperación... – el pendiente seguía brillando con ese extraño y tenue resplandor, motivo que la hacía permanecer intranquila. Mirando su reflejo en el ventanal, de repente la imagen de Van apareció frente a ella - ¿Van? – el entorno cambió drásticamente, ahora Hitomi estaba rodeada por oscuridad, y la figura de Van, cuyo rostro mantenía una expresión de confusión, comenzó a alejarse de Hitomi.

-          ¡Van! ¿Qué pasa? – Hitomi, al verlo alejarse, trató de correr hacia él, pero por más que trataba, la figura de Van se alejaba cada vez más; desesperada, trataba de aumentar su velocidad, pero era inútil; de pronto, las manos de un hombre la tomaron por la cintura, deteniéndola; Van desapareció en la lejanía, mientras que Hitomi trataba de zafarse de aquellas manos opresoras - ¡Van, espera! – finalmente, un anillo azul cayó a los pies de Hitomi; un extraño aroma llegó hasta Hitomi, quien seguía apresada por una figura detrás de ella, la cual mostraba únicamente sus manos - ¡Vaaaaaan!

Hitomi abrió los ojos; se encontraba en la habitación del Palacio; todo seguía igual; pero ese aroma seguía presente en su olfato.  

-          ¿Qué... qué significa? Este aroma...

Una enorme nave, encallada en las lejanas tierras del norte de Gaea, inspeccionaba las ruinas de la Base de Recepción, mencionada por Estillon. La lluvia en el lugar también era bastante fuerte.

-          ¡Señor Sisnos, no hay nadie aquí!

-          ¡En éste sector tampoco! – los gritos de los hombres podían ser escuchados por Sisnos, a pesar de las violentas caídas de agua de la tormenta; era difícil inspeccionar el área en esas condiciones, pero ya estaban ahí; además, Sisnos tenía un presentimiento:

-          Tenemos que saber qué sucedió aquí, ahora... no podemos demorar más... el fenómeno que Estillon predijo está comenzando a suceder... – Sisnos extendió sus manos, en las cuales el agua golpeaba con fuerza. Después, miró al cielo; oscuros cirros y cúmulos relampagueantes desembocaban su poder a través de la incesante tormenta.

-          ¡Señor Sisnos! – gritó uno de sus hombres - ¡Venga a ver esto!

-          ¿Qué sucede? – Sisnos caminó entre los escombros y los ríos de agua que surcaban las fisuras en las rocas. Llegando con sus hombres, sus pupilas se abrieron de sorpresa.

-          ¿Sabe usted de quién se trata, Señor?

Frente a ellos, el cuerpo de un hombre alto, de gran musculatura, yacía entre rocas y metal; todo parecía indicar que había caído desde la superficie.

-          ¡Arrus! – pensó Sisnos - ¿Qué sucedió en éste lugar?

Trató de mover el inerte cuerpo de Arrus, pero se encontraba fuertemente anclado por rocas sobre él. Algo llamó la atención de Sisnos: numerosas plumas blancas, dispersadas por las proximidades; su forma se conservaba íntegra a pesar de la lluvia; Sisnos levantó una de esas plumas, absorto.

-          Ésta pluma... no es de un ave normal... – lo decía por su extraño comportamiento, al no sufrir alteración alguna con el agua que escurría por ella (una pluma de ave, normalmente se reduciría a un filamento, si se le mojara).

Los ojos vigilantes del espía mandado por Pertén, no dejaban de percibir un solo detalle. 

-          Este es el momento... – se escuchó la voz de una chica, en medio de la oscuridad que ofrecían las columnas del Palacio de Astoria – tienes que estar preparado y alerta...

-          No se preocupe, Dama Cathera... no la defraudaré...

-          Señorita Hitomi... – una de las doncellas de Palacio tocó a su puerta – Se me ha indicado que debe usted bajar al comedor; en un momento más se iniciará la cena en honor al Rey y la Reina...

-          Gracias... ahora voy – Hitomi esperó a que la doncella se retirara; aún confundida con esa visión, trató de tranquilizarse – Creo que estoy preocupándome demasiado... – y salió de su habitación; la habitación de Van se encontraba más adelante, doblando en la esquina del inmenso corredor. Hitomi se encaminó hacia allá.

-          ¡Miau... Hitomi! – Merle salió corriendo del pasillo, a cuatro patas (a pesar de vestir un caro y fino atuendo), al encuentro de Hitomi; su boca mostraba los caninos, y sus ojos tenían un maligno brillo.

-          ¿Merle? – Hitomi estuvo a punto de caer cuando Merle le jaló sin compasión la caída del vestido - ¡Oye, ten cuidado!

-          ¡Quien debe de tener cuidado eres tú, niña ingenua! – dijo Merle, rabiosa, arrastrándola hacia el final del corredor, donde se doblaba a la derecha para llegar a la habitación de Van.

-          No te entiendo... ¿Qué sucede? – Hitomi y Merle llegaron a la esquina del corredor, donde Merle se agazapó, en actitud de espía, mirando hacia la puerta de Van; Hitomi se asomó, también, extrañada. Se sorprendió al ver a una elegante chica frente a Van, esperándolo a salir.

-          ¿Lo ves, tonta? – dijo Merle, con lágrimas en los ojos - ¡Esa maldita fulana nos lo arrebatará!

-          ¡Pero si es... la Dama Cathera!

Van salió de la habitación; se encontraban a una considerable distancia de Hitomi y Merle, así que ellas no podían escuchar qué decían.

-          ¡Ah, es usted, Dama Cathera! – dijo Van, que pensó que era Hitomi quien llamaba a su puerta.

-          ¡Si, Rey de Fanelia! – dijo Cathera, con una dulce sonrisa – lo que pasa es que vi que su prometida bajaba las escaleras en compañía de la niña felina, y me extrañó que usted no fuera con ellas... por eso vine a ver qué ocurría...

-          ¿Es que acaso ya bajaron? – dijo Van, extrañado por la actitud de Hitomi y Merle – Es raro que hagan eso...

-          Bueno, por lo pronto... ¿Porqué no bajamos nosotros? Ya nos están esperando...

-          Eh... sí, claro... – Van no podía dejar que Cathera llegara sola al comedor, según dictaban las buenas maneras.

-          ¿De qué tanto hablarían, Miauuuu? – gimió Merle.

-          No debes enfadarte... – dijo Hitomi, algo extrañada por la actitud de Van, disimulando ante Merle – esa chica debió pasar por ahí... y como Van es un caballero...

Una voz detrás de ellas llamó la atención de las 2.

-          ¿Señorita Hitomi?

-          ¿Huh? – Hitomi volteó; el líder de los Guerreros de Ofir se encontraba frente a ella; Hitomi percibió el mismo aroma que en su visión, extrañándose por ello – ¡Éste aroma...!

-          ¿Qué hace usted aquí, sola? – dijo Pertén – Deben estarla esperando en el comedor...

-          Sí, es que... – Hitomi trató de ser cortés – nos retrasamos un poco y...

-          ¡No se diga más! – dijo Pertén, ofreciéndole su brazo, para acompañarla – Yo también estoy invitado, así que... bajemos juntos...

-          Oh... – Hitomi enrojeció un poco; pero, si Van lo hizo, ¿Porqué ella no? – Claro, Gracias...

-          Y Usted, pequeña dama... – dijo Pertén, a la ofuscada Merle - ¿Gusta acompañarnos? – y ofreciéndole el otro brazo, Merle también pudo bajar en compañía de un noble Caballero.

-          Miau... aún así, Van sama es más atractivo... – pensó Merle, odiando tener que utilizar formalismos tan absurdos; ella sería feliz comiendo debajo de la cama, sin cubiertos, y sin tener que hacer “pláticas estúpidas”, como ella les llamaría.

Hitomi creyó que estaba predispuesta a ese aroma que percibió de Pertén, debido a la visión que tuvo instantes antes.

-          Creo que estoy exagerando... – pensó.

Van y Cathera caminaban, dispuestos a bajar al comedor; Cathera, sabiendo que Pertén bajaría con las chicas por el otro extremo, tenía que tardar un poco, para que Hitomi estuviera ahí antes que Van, y su mentira no fuera descubierta.

-          Rey... si no es molestia, ¿No podría esperarme un momento?

-          Eh... Claro...

Cathera aprovechó la cercanía de su habitación para demorar un poco; Pertén encaminó a Hitomi y Merle hasta el comedor.

-          ¡Hitomi, Merle! – dijo Millerna, en una de las cabeceras de la inmensa mesa - ¡Bienvenidas!

-          Gracias...

-          Miau...

-          Señor Pertén, me alegra que nos acompañe... – dijo Dryden, en la otra cabecera.

-          El placer es mío, Majestad... – Pertén se inclinó ante Dryden, para después ayudar a Hitomi a sentarse; trató de ayudar a Merle, pero ella ya estaba totalmente sentada, y con los cubiertos en la mano.

-          Pstt... ¡Merle! – Hitomi le hizo saber a señas que tomar los cubiertos antes de comenzar la cena era una falta de educación; Merle, harta de formalismos, tuvo que dejar los cubiertos a un lado.

-          ... Es extraño... – pensó Cerena, sentadas desde hace tiempo con los Reyes - ¿Porqué Hitomi no vino con el Rey Van?

-          Buenas noches...

Todos miraron a Cathera, quien había saludado a todos en la mesa; fue una sorpresa para todos que Van la acompañara.

-          ¿Qué, el Rey de Fanelia acompañando a esta idiota mujer? – pensó Cerena – Un momento... el Guerrero predilecto de la Dama Cathera trajo a la mesa a Hitomi, y ella está acompañada por el Rey Van... esto no me gusta...

Hitomi y Van se vieron, ambos con una cara de extrañeza, aún así, se sentaron juntos, como siempre; Hitomi no tocaría el tema para nada, y Van no podía zafarse de la incesante plática de Cathera. Las miradas de Pertén y Cathera volvieron a cruzarse, por unos momentos.

-          ¡Oh, pero si es usted! – escuchó Cathera una dulce voz a su lado; al voltear, se percató que la Reina Thera, sentada junto a ella, le trataba de agradecer su ayuda durante la Coronación.

-          ¡Ah... Buenas noches...S!

-          ¡No sabe qué agradecida estoy por su auxilio! ¡Considéreme su más sincera amiga, la Reina Thera Isabel Assab, del Reino de Egzardia!

-          Sí... je... SS - a partir de éste momento, Cathera estuvo obligada a escuchar las estupideces y frivolidades de la Reina Thera.   

La cena en honor de los nuevos Reyes de Astoria se celebró con fastuosidad; el ambiente de calma y felicidad reinó en la mesa; de hecho, Hitomi y Van habían olvidado lo sucedido, y no les importó; por el contrario, ni siquiera se tomaron la molestia de preguntarse el porqué uno se había ido antes que el otro. Pero había algunas miradas siniestras: la de Pertén, que esperaba cualquier nueva indicación; la de Cathera, que intentaba fulminar a la Reina Thera en su subconsciente, pero frente a todos no podía fingir más que cordialidad; la de Cerena, que siempre había presentido algo raro en el comportamiento de Cathera, y la de Merle, que odiaba a más no poder a Cathera por ser una:

-          ... maldita resbalosa, ventajosa y asquerosa mujer... Miau...

Cathera miró a Van y a Hitomi, conviviendo como si nada hubiera ocurrido.

-          ¡Maldición! Creo que se tienen demasiada confianza... tendré que separarlos de  otra manera...

La tormenta no cesaba; al contrario, comenzaba a ser un verdadero problema; el sonido del agua cayendo, retumbaba por todo el Palacio; los invitados a la cena se habían retirado ya del lugar.

-          Dime algo, Allen...

-          ¿Qué sucede, Cerena?

-          Si un Caballero del Cielo arremetiera contra un personaje importante en un país extranjero... ¿Tendría problemas?

-          Siempre y cuando exista una poderosa razón para incomodarlo, no hay de qué preocuparse... ¿Por qué me lo preguntas?

-          Esa chiquilla... la hermana del Joven Cehris de Basram... hay algo en ella que me incomoda... sé que no puedo confiar en ella...

-          ¡Por favor, Cerena! Exageras... Yo la he observado y no he visto nada anómalo en ella... tal vez sea una chica superficial, pero eso es todo...

-          Será que no eres una mujer, y no puedes entenderlo, hermano...

-          ¡Pero qué tormenta tan incómoda! – dijo Eries, al ver que su furia se incrementaba con el tiempo – Espero que los canales de la ciudad no se desborden con tanta lluvia...

-          Puede ser un peligro potencial, pero... Palas está bien construida... nada le sucederá – dijo Cehris.

-          Quería contarte algo, Van...

-          ¿Qué? – Hitomi entraba a su cuarto, acompañada por Van.

-          Acerca de la visión durante la Coronación... creo que sé cual es la catástrofe a la que se refiere la mujer alada...

-          ¿La catástrofe?

-          Sí... – dijo Hitomi, mirando el ventanal, que no permitía ver más allá, debido al abundante agua que resbalaba por él – Es ésta tormenta...

-          Pero... ¿Cómo una tormenta puede ser fatal para Gaea?

-          Van... Palas no sufrirá daños, porque es un puerto... pero Fanelia...

-          ¿Fa... Fanelia?

-          ¡Tenemos que hacer algo para salvar a Fanelia! Es una ciudad amurallada por montañas; ¡Puede ser muy peligroso!

-          Sí, tienes razón... pero ¿Cómo podemos salir de Astoria con éste tiempo? – dijo Van. Comenzaba a preocuparse verdaderamente por el suceso...

-          No lo sé...

-          ¡No podemos quedarnos aquí! – gritó Van, saliendo de la habitación.

-          ¡Van! – Hitomi se dispuso a seguirlo, pero un extraño aroma la hizo detenerse en seco – Es éste aroma... este aroma... – acto seguido, recordó la visión pasada, en la que Van se alejaba, mientras que ellas no podía seguirlo, y un anillo caía frente a ella – ¡No sé que es lo que significa, pero Van debe estar en peligro! – y saliendo de la habitación, se dispuso a encontrarlo.

Van corría por las escaleras de Palacio; estaba decidido a llegar hasta los hangares, donde se encontraba Escaflowne; la tormenta no podía ser un impedimento para él; en su impotencia por estar lejos de su patria, bajó los últimos escalones; tendría que cruzar una estancia para salir al patio del Palacio, después del cual se extendían los hangares.

-          ¡Tengo que llegar hasta Escaflowne!

Hitomi corría por los pasillos del Palacio, gritando el nombre de Van. No se daba cuenta que alguien la seguía de cerca.

Van salió al patio, donde la pesada tormenta lo hacía más lento; corriendo a través del amplio patio, vio un bulto tirado cerca de él.

-          ¿Qué...? – Van se detuvo por un instante; el bulto parecía ser una persona, en medio de la lluvia, tendida en el suelo. Se acercó, y pudo ver un húmedo vestido en la persona - ¡Hey, se encuentra bien? – tomando el cuerpo para verle el rostro, descubrió su verdadera identidad.

-          Rey... de Fanelia...

-          ¡Dama Cathera! – Van se sorprendió - ¿Qué hace aquí, en medio de la tormenta?

Cathera sonrió, y se abrazó a él.

-          Sabía que alguien pasaría, y me ayudaría a regresar al Palacio... Gracias, Rey de Fanelia...

Hitomi comenzó a bajar las escaleras; por los vitrales del cuerpo de la escalera, se podía ver el inmenso patio; un relámpago iluminó la escena; Hitomi pudo ver 2 personas allá afuera; su corazón latió con fuerza.

-          ¡Quiénes son esas personas? – dijo Hitomi, sin perder velocidad.

-          Dama Cathera, tenemos que regresar... la cargaré hasta llegar adentro...

Cathera fingió desfallecerse, cayendo al suelo; tirada, y antes de que Van la levantara de nuevo, colocó su mano en su boca; el anillo azul que portaba contenía un extraño aceite que ella impregnó en sus labios.

-          ¿Dama Cathera? – Van notó que Cathera “volvía en sí”. Hitomi terminó de bajar las escaleras; la lluvia no la dejaba ver el exterior; las 2 personas que ella vio afuera, se ocultaban tras la gruesa cortina de agua. Hitomi se detuvo en el gran arco del patio, aún techado.

Cathera, en un arrebatado impulso, tomó a Van por el cuello, y acercando sus labios a Van, lo besó con fuerza. Un relámpago iluminó el patio, descubriendo a la pareja frente a Hitomi, que quedó paralizada; varios relámpagos siguieron iluminando el lugar.

-          ¡No... No puede ser! – dijo Hitomi, cuyo corazón latía acelerado. El aceite que Cathera impregnó en sus labios, al contacto con Van, lo hizo perder conciencia de sí mismo; en realidad se trataba de un hombre a merced de lo que Cathera quisiera. Los 2 cayeron al suelo, frente a los ojos de Hitomi.

Las manos de Hitomi se estrecharon en su pecho; la imagen de Van alejándose entre la oscuridad pasó por su mente, entonces pudo comprender el significado de su visión: Van se alejaría de ella. De repente, aquel aroma llegó a su olfato, pero ésta vez era verdadero.

-          Yo tampoco soporto verla con él... – se escuchó una masculina voz - pero se trata de una treta...

Hitomi sintió que la tomaban por detrás, apresándola, tapándole la boca con un pañuelo impregnado con una sustancia somnífera. Sus ojos se llenaron de pánico,  perdiendo el conocimiento; lo único que pudo recordar, fue a Van besando a Cathera, bajo la inclemente tormenta.

Todo permaneció en la más absoluta oscuridad; Hitomi abrió los ojos: se encontraba en un cuarto, una recámara que le parecía conocida; tenía varios osos de peluche sobre la cama, y un enorme espejo en una de sus paredes; la colcha tenía motivos musicales. Sobre el escritorio de esa habitación, algo parecía brillar; algo plano, redondo, que reflejaba la luz del sol, y la descomponía en sus 7 colores. Hitomi caminó hacia el escritorio, pero el objeto desapareció, de repente.

-          ¿Dónde estoy? – se preguntó; por la ventana de la recámara, podía verse la Torre de Tokio, parcialmente tapada por la translúcida cortina que ondeaba con el viento, era de noche, y la luna brillaba con fuerza sobre la ciudad, reflejándose en el mar. – Esta es...  ¡la recámara de... Yukari!

Pronto advirtió que seguía vistiendo el atuendo astoriano con el que había estado en la Cena de los Reyes, momentos antes; no se explicaba el porqué se encontraba en la Tierra.

-          Pero... ¿Porqué he regresado? Si yo no quería regresar aún... ¿o acaso sí?

La puerta de la recámara se abrió, sorprendiéndola; Yukari entró al cuarto.

-          ¡Hitomi! – dijo Yukari, corriendo a abrazarla - ¡Sabía que vendrías pronto!

-          ¡Yukari! ¿Cómo sabías que vendría? – preguntó Hitomi, absorta.

-          Intuición femenina, je, je...

Hitomi se sintió reconfortada al ver a su amiga ahí; suspiró, mirando por la ventana de nuevo.

-          ¿Has venido por la respuesta, verdad?

-          ¿Eh? ¿Cuál respuesta?

-          Sí... me pediste un favor y lo he cumplido, Hitomi.

-          ¿Yo... te pedí un favor?

-          ¡Ay, Hitomi! – suspiró Yukari – parece que no te has dado cuenta en dónde estamos, ¿Verdad?

-          Pues... en tu recámara, en Tokio, claro...

-          Hitomi... ¿No te has fijado en la cama aún?

-          ¿Eh? – Hitomi volvió a ver la cama; se sorprendió al ver a otra Yukari ahí, recostada, dormida.

-          ¿Ya te diste cuenta? – le preguntó la Yukari parada frente a ella.

-          Pero... ¡Si hace un momento... no estabas ahí! ¿Cómo pudo suceder?

-          Es mi sueño, como también es el tuyo... Me extraña que no te hubieras dado cuenta...

Hitomi no sabía qué pensar; le parecía increíble estar viviendo eso.

-          Es la única forma en la que puedo comunicarme contigo... desde que desapareciste de nuevo...

-          Recuerdo... recuerdo que yo también he soñado contigo, Yukari – dijo Hitomi, aún extrañada – pero...

-          ¡Sí, ya lo sé! – dijo Yukari, cerrando los ojos, repitiendo – “¡Estoy bien, Yukari, estoy bien... no te preocupes por mí!” , es lo que siempre me dices...

-          Yo...

-          A mí también me pareció increíble en un principio, pero desde que me pediste ese favor, me doy cuenta que en mis sueños realmente puedo encontrarte y platicar contigo...

-          Yukari, lo siento, pero no recuerdo nada de lo que me dices...

-          Mira, tontita... – dijo Yukari, sacando de su escritorio un CD-ROM - ¿No recuerdas esto, eh?

-          ¡Pero si es... ¿Cómo es que llegó hasta tus manos, Yukari?

-          ¡Pero si tú misma me lo diste! Me dijiste que hiciera hasta lo imposible para descubrir su contenido, así que acudí a Kappei sempai... por cierto, te extraña y mucho...

Hitomi trató de comprender qué era lo que sucedía; en cierta manera, Yukari y ella tenían una conexión mediante sus sueños; Yukari sabía que ella estaba bien, y tenía en su poder ese CD.

-          No sé si sea verdad... pero... al parecer cuando anhelo saber algo, o hacer algo, de alguna forma tú te enteras, ¿no es así? – dijo Hitomi

-          Así es... vienes, interfieres en mis dulces sueños, y me encargas favores... es así de fácil...

-          Increíble...

-          ¿No recuerdas cómo me diste ese CD? Llegaste cínicamente a mi sueño, y me dijiste: “Yukari, por favor, ayúdame: ayúdame a saber qué contiene...”, y me lo mostraste, de frente, y tenía un extraño brillo...

Hitomi recordó que la última vez que vio ese CD-ROM, lo había guardado de nuevo en la cómoda de su habitación en Fanelia, y después se durmió.

-          Entonces... mi ansiedad por saber su contenido me hizo pedírtelo...

-          ¿Pero porqué estás tan pensativa? – dijo Yukari – pareciera como si no estuvieras contenta allá donde estás...

-          ¿Eh?

-          No sé qué hagas ni en donde te encuentres... pero siempre me has de pronunciar un nombre: Van...

-          ¿Te... te lo he dicho? – Hitomi enrojeció.

-          ¡Ah, ya veo, es el chico que te gusta, eh?

-          Mhhh...

-          Bueno, ya después me lo dirás; porque siento que pronto despertaré, y no puedo hacerte perder más tiempo... ¿Quieres que te diga qué tiene ese CD-ROM?

-          Por favor, Yukari, dímelo... me será de gran ayuda...

El sonido de los relámpagos se escuchó a lo lejos; Hitomi abrió los ojos; se encontraba en una pequeña nave, minúscula, denominada Phiro, que se tambaleaba debido a los fuertes vientos y la encolerizada lluvia.

-          ¿Dónde estoy?

-          ¿Ya despertaste? – la voz que escuchó la hizo asustarse de nuevo; fue la misma que le habló momentos antes de perder el conocimiento; ese aroma que la aterró, estaba presente de nuevo; al mirar con detenimiento, pudo ver a Pertén, que trataba de maniobrar la nave, deteniéndose en seco cuando el viento era demasiado feroz.

-          ¿Qué quiere de mí, porqué me lleva lejos de Astoria?

-          Por favor, perdóname, pero no puedo decirte nada hasta que lleguemos a Escitia...

-          ¿Escitia? – Hitomi se levantó.

-          No quiero hacerte daño... puedes comprobarlo, al ver que no te até y no tienes un solo rasguño...

Hitomi comprobó las palabras de Pertén, al verse totalmente libre de ataduras; tomando sus precauciones, se acercó; Pertén volteó a verla, pero una sacudida lo hizo volcar toda su atención al mando de la pequeña nave.

-          ¿Creé que podamos llegar a Escitia en medio de ésta tormenta? – dijo Hitomi, mirando por los vidrios de la embarcación.

-          Tenemos que hacerlo... de lo contrario, la pasaríamos mal...

Hitomi pudo percatarse que Pertén no tenía intenciones de lastimarla; tan solo la retenía con él, y la llevaba a otro lugar, aún en contra de su voluntad. La actitud de su opresor, le inspiró algo de confianza.

-          No podemos seguir... – dijo Hitomi - ésta tormenta será tan violenta como nunca se había visto en Gaea...

-          ¿Qué? – Pertén no podía dejar de atender los mandos de la embarcación, que si bien respondían a simples manivelas para estabilizar la roca en la que se encallaba, los vientos hacían de la maniobra algo muy difícil.

-          ¡Por favor, debes bajar a tierra! ¡Corremos peligro!

-          Entiéndelo... no podemos abandonar el curso... – en la frente de Pertén podían verse algunas gotas de sudor, muestra del gran esfuerzo de éste por continuar.

Los relámpagos eran cada vez más fuertes; uno de ellos cayó bastante cerca del ala o timón derecho de la nave; una violenta sacudida se originó por ello; Hitomi cayó al suelo, rodando hasta chocar con uno de los muros.

-          ¿Te encuentras bien? – gritó Pertén, que apenas y podía mantenerse en su sitio, tratando de no abandonar los controles – Será mejor que vengas aquí, y te coloques éste cinturón... – apuntó junto a él, un pequeño banco, donde debería viajar el copiloto; una serie de cinturones fijaban a quien se sentara ahí; por ello Pertén no había caído del asiento con la última sacudida.

-          Pero...

-          No tengas miedo... ya sé que todo te es muy confuso, pero no voy a matarte... – dijo Pertén, con una sonrisa, tratando de calmar a Hitomi, quien no tuvo más opción que hacerlo, por su propia seguridad.

-          ¿Porqué te empeñas a llegar hasta Escitia? Esperemos a que la tormenta aminore...

Los relámpagos iluminaban el cielo, fantasmagóricamente; la brújula de la nave les indicaba el camino, ante la casi invisible ruta.

-          La Dama Cathera quiere tu pendiente... eso es todo...

-          ¿Qué?

-          Parece que tiene una gran importancia para la ciudad...

-          ¿Mi pendiente?... – dijo Hitomi – Entonces... ¿Ella sabe...

-          No, no sabe más de lo que te dije... pero el encargado del Templo de Knar averiguó que tu pendiente puede ser beneficioso para Escitia... además...

-          ¿Hay algo más?

-          El Supremo Señor Estillon había mandado tenerte vigilada, pero saliste de Basram inesperadamente, y perdimos tu pista... por eso es que la Dama Cathera viajó a Astoria, para traerte de regreso al Castillo de Basram...

Hitomi sentía que Pertén no debería confesarle eso; le parecía extraña esa actitud.

-          ¿Por qué, porqué me dices todo eso? Se supone que no debería saberlo...

-          Lo hago porque... – su rostro cambió – porque creo que tú deberías intervenir...

-          ¿Intervenir?

-          Basram es una nación próspera, pero se lo debe a extraños planes del Supremo Señor; sé que podrían haber terribles consecuencias de seguir con esas investigaciones secretas; sé que se realizan, porque la Dama Cathera me mandó investigar...

-          ¿Extraños planes?

-          Creo que si en verdad, tú tienes un poder que puede salvar a Escitia, debes usarlo, por el bien de Basram, y de toda Gaea... prefiero que lo sepas, para que colabores con la Dama, sin necesidad a que te obligue a hacerlo...

-          Este hombre... – pensó Hitomi – ama a su país... ¡y a Cathera! – pronto adivinó los sentimientos de Pertén hacia la hija del gobernante de aquel país.

-          La Dama Cathera no sabe nada de lo que te he hablado; no le he informado aún sobre lo que he averiguado en el Castillo; no quiero que siga cumpliendo la voluntad de su padre...

-          ¿Qué dices?

-          Ante todo, soy un Guerrero de Ofir, que daría mi vida por el Joven Cehris y la Dama Cathera... al enterarme de anomalías, ordenes giradas por el Supremo Señor a espaldas de su hijo, mi deber es estar del lado de ellos, sin importar las consecuencias... para mí, el Supremo Señor Estillon es sólo un estorbo, que puede perjudicar a la Dama en cualquier momento, y no lo permitiré...

-          ¡Pertén! – pensó Hitomi.

-          No le he comentado nada a la Dama, para que no se preocupe; sé que de saberlo, apoyaría a su padre sin miramientos... pero tengo que protegerla... ¿Me ayudarás?

-          Eh...

El cielo retumbó, seguido por la incesante luz de un poderoso rayo; el timón derecho de la nave Phiro fue alcanzado por la corriente eléctrica, pulverizándolo.

-          ¡Maldición! – dijo Pertén, al ver que su nave caería irreparablemente - ¡Date prisa, tenemos que protegernos del impacto! – y en una inesperada acción, arrancó los cinturones que lo fijaban al banco; la nave caía acelerada; todo temblaba por la fricción con el aire.

-          ¡No puedo zafarme! – gritó Hitomi, aterrada. Pertén la tomó con fuerza.

Pocos metros faltaban para estrellarse; el impacto levantó un inmenso caudal de agua estancada en la superficie; el polvo que pudo dispersarse se vio prontamente desplazado por la lluvia. Varias columnas de humo salieron de la pequeña nave, cuya roca levitante se había desquebrajado con el impacto.

Hitomi abrió los ojos; Pertén la abrazaba con fuerza; recordó que la había liberado con un fuerte tirón, y abrazándola, corrió a un pequeño compartimiento en la nave. Pertén respiraba acelerado.

-          ¿Pertén? – preguntó Hitomi, tratando de entender lo que sucedió. Los brazos del hombre, que la abrazaban con fuerza, se tornaron livianos.

-          Estoy... bien... ¿Tú, te lastimaste?

-          No...

Pertén apartó sus brazos de Hitomi; una de sus sienes sangraba, por el golpe.

-          Pero... ¡Estás herido! – dijo Hitomi, tratando de ayudarlo a incorporarse.

-          No te preocupes, no es nada; el golpe tuvo que lastimarme en alguna parte...

-          Hay que detener esa hemorragia...

Fanelia. La población se había congregado en las cumbres de las montañas que rodean la ciudad rural; varios hombres trataban de sacar el agua que comenzaba a inundar Fanelia, en largas filas, hasta donde la muralla detenía el paso de más corriente.

-          ¿Dónde se encuentra, Maestro Van? – Megnon alzó la vista hacia el cielo, su rostro se cubrió en un instante con el agua proveniente del cielo.

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