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XV. Juegos Engañosos

  Eries miró la ciudad desde su habitación; un nuevo día comenzaba; los rayos del sol penetraban la estancia, llenándola de vida. Su esposo, Cehris, llegó con ella, abrazándola por detrás.

-          ¿En qué piensas? – le preguntó Cehris.

-          El Rey de Fanelia se ha marchado, junto con esa niña...

-          ¿De verdad? – dijo Cehris, mirando el horizonte, junto a Eries – Creo que fue una buena decisión... después de todo, su país lo necesita...

-          Tienes razón...

Los rayos de luz matutina iluminaban el extenso cementerio; las numerosas tumbas erguían sus estandartes dedicados a Jichia, el Dios Dragón Marino. 2 figuras se adivinaban a lo lejos, contemplando el sitio de descanso de uno de sus seres más queridos. Una tercera persona los esperaba a poca distancia.

-          Madre... estamos aquí, de nuevo los 2... – dijo Allen, mirando la tumba de Encia Schezar. Su hermana depositó sobre la lápida, un ramo de las flores que en vida le eran de más agrado.

-          Cómo me gustaría que vivieras, para que compartieras mi dicha, madre... – dijo Cerena, conmovida como pocas veces lo manifestaba. - ¿Sabes? Pronto seré designada Caballero del Cielo...

-          Debes estar orgullosa, madre – dijo Allen – tus 2 hijos lo han logrado...

-          Y te tendremos siempre en lo más profundo de nuestros corazones – dijo Cerena; algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Allen se percató de un extraño enrojecimiento en una de las mejillas de su hermana.

-          Cerena... – Allen vio brotar un pequeño hilo de sangre de aquella inexplicable e invisible herida en su hermana.

-          ¿Eh? – Cerena notó lo mismo, al llevarse la mano al rostro, manchándose un poco con su propia sangre.

-          Ya es hora de marcharnos, Cerena – le dijo Allen, acercándole un pañuelo.

-          Sí, ahora voy, hermano...

Allen se alejó hacia la figura que los esperaba; se trataba de Gaddes, quien los acompañó al cementerio.

-          Madre... – le dijo Cerena – me he enamorado de un hombre... es el mejor amigo de mi hermano; sé que te agradaría si vivieras... – Al voltear, Cerena vio que los 2 jóvenes la esperaban para regresar – algún día lo traeré conmigo, Madre... te lo prometo... Adiós... – se levantó y a paso apresurado llegó con Allen y Gaddes. Juntos, se retiraron del lugar, en silencio.

Por los cielos de Gaea, Escaflowne volaba en dirección a Fanelia. Hitomi y Merle acompañaban a Van en el Guymelf.

-          Me siento... algo intranquila – dijo Hitomi, mirando su pendiente.

-          Es una mala señal – dijo Van – sin duda Zaiback atacará pronto... debemos estar alertas.

-          Van, ¿Qué harás en cuanto lleguemos a Fanelia?

-          Prepararé a mis hombres y a mis soldados... también debemos apoyar a Astoria en cualquier momento...

Las montañas que bordean la gloriosa ciudad rural se divisaban en la lejanía. Escaflowne surcó los aires, acercándose con rapidez hasta allá.

Escitia. Una carroza proveniente del Castillo de Basram bajó el sendero, encaminándose al templo de Knar. Deteniéndose frente a las puertas del templo, un sujeto esperaba afuera. De apariencia algo mayor, lucía una brillante calva; ataviado con el cinturón de Basram, se adivinaba ser un personaje  de relevancia en la ciudad; sobre su frente se hallaban 2 placas de vidrio, a modo de careta, que podían moverse hacia arriba, para no dificultar su vista.

-          Dama Cathera... – dijo el hombre, viendo a la joven descender del vehículo, ayudada por uno de sus sirvientes – me alegro que haya venido...

-          Vengo por una explicación, Sisnos... necesito que me asesores...

-          Por supuesto, Dama... – Sisnos, encargado del funcionamiento del templo de Knar, hizo una reverencia ante Cathera. Ambos entraron al mausoleo. La estatua almacenadora de energía, al centro de la construcción, parecía funcionar perfectamente.

Sisnos condujo a Cathera hasta la cámara de control, donde grandes máquinas eran atendidas por numerosos trabajadores, accionando manivelas, engranes, levas, etc.

-          Aquí, Dama Cathera, como debe saber, es donde canalizamos toda la energía que nos brinda la Roca Incandescente, a través de los paneles distribuidos estratégicamente por toda la ciudad – dijo Sisnos, refiriéndose a los grandes frisos metálicos que funcionaban como captadores de energía radiante. – Pero... la energía de la Roca que nuestro dios dragón Knar se ha debilitado...

-          ¿Te refieres... a que ha dejado de brillar? – dijo Cathera, preocupada.

-          Así es, Dama... sin el poder de la Roca sobre la ciudad, el control sobre Escitia podría perderse... toda la producción que hemos mantenido inalterada, podría pararse en cualquier momento.

-          Pero, Sisnos – dijo Cathera – tú debes de saber lo que le ha ocurrido a nuestra Roca; eres un experto en éstas cuestiones...

-          Lo que sucede, Dama, es que... – Sisnos dudó un poco, antes de proseguir.

-          ¿Sucede algo, Sisnos? ¿Acaso no puedes decírmelo?

-          Lo siento, Dama Cathera, pero... – Sisnos bajó la cabeza – no puedo contarle nada sin consultarlo primero con el Supremo Señor Estillon...

-          Está bien, si para saber lo que ocurre, necesito que veas a mi padre, no tengo opción; acude cuanto antes al Castillo; yo estaré esperando tu arribo...

-          Gracias, Dama Cathera...

Cathera se dispuso a salir del mausoleo, pero Sisnos la alcanzó.

-          Dama, espere un momento, por favor...

-          ¡Y ahora qué quieres?

-          Tengo algo que comentarle... se refiere al extraño comportamiento de la energía acumulada en la estatua de nuestro dios Knar...

-          ¿Qué pasa con la estatua? – dijo Cathera, fastidiada, molesta por no poderse enterar del porqué el repentino cambio en la Roca sobre el castillo.

-          Al principio pensamos que se trataba de algo inexplicable, pero... nos dimos cuenta de algo muy interesante, Dama Cathera...

-          Algo... ¿Interesante?

-          Sí... ¿Recuerda su visita con aquellas invitadas astorianas?

-          Claro, fue cuando ocurrió la primera sacudida de tal magnitud...

-          Y durante la boda del Joven Cehris... ¿Recuerda el maremoto que acompañó a una segunda sacudida?

-          Sí, ¿pero qué tiene que ver eso con la estatua?

-          Al parecer, uno de sus invitados ejerce una gran fuerza sobre la energía de la estatua de nuestro Dios...

-          ¿Qué?

-          No quisiera aventurarme en mis deducciones, pero... creemos que una de las chicas que acompañan a la Primera Dama Eries causó ésta repentina sacudida...

-          ¿Una de las chicas de mi hermana Eries? – Cathera recordó algo que la hizo estremecerse: durante la boda de Cehris y Eries, y al comenzar la fuerte sacudida, vio rodar un pendiente que despedía un extraño brillo rosado, que se sincronizaba con la estatua; unos instantes después, observó como Hitomi lo tomaba presurosa, tratando de ocultar su brillo. - ¡Es esa chica, esa chica llamada Hitomi!

-          Hay testigos que vieron su extraño comportamiento en ambas ocasiones; al parecer le interesaba mucho la reacción de la estatua de Knar, Dama...

Cathera tenía sentimientos encontrados: por una parte, miedo ante lo desconocido, ante esa chica que le parece tan extraña; por otro lado, odio hacia la misma chica, que supuestamente había causado estragos en su tierra.

-          ¡Así que fue ella... siempre lo supe, tramaba algo extraño!

-          Pero hay algo aún más interesante, Dama Cathera...

-          ¿Algo más?

-          Sí... la influencia de esa chica en nuestro templo nos beneficia; de alguna manera, su presencia en el mausoleo ocasionó que la energía que llegaba hasta la estatua fuera totalmente limpia, canalizada al 100 %... es extraño, pero así sucedió.

-          Entonces... – dijo Cathera – ese pendiente puede sernos útil...

Eron. La capital de Egzardia se mantenía en la más profunda tranquilidad. Algunos navíos se movían lentamente por el hermoso lago interno, donde los edificios más suntuosos de toda Gaea se levantaban sobre las aguas. El sol iluminaba con fuerza la superficie, y el lago de Eron reflejaba esa intensidad; las cascadas que caían al lago desde la cordillera de la ciudad, hacían de toda Eron un espectáculo fascinante. 2 pequeños mercantes llegaban a la ciudad.

-          ¿Qué te parece, Garo? – dijo Remo, el hombre delfín que junto a su compañero zorro, se trasladaban de ciudad en ciudad para vender lo que sus carruajes cargaban. – ¡Sin duda en ésta ciudad nos vamos a hacer ricos!

-          ¡Vaya que sí! – dijo Remo, el hombre zorro – Espero que aquí podamos recuperar la pérdida que tuvimos al dejar la sirena en Fanelia...

-          De eso no te preocupes – contestó el delfín – ésta ciudad está llena de excéntricos; vamos a dejar los carros vacíos... – dijo Garo, mirando al cielo, tapándose con una de sus grandes manos el inclemente sol; de repente, algo llamó la atención del delfín. - ¡Hey, Remo, mira allá arriba!

-          ¿Qué pasa? – Remo volteó, extrañado; una serie de espirales en el aire comenzaban a aparecer en el cielo; una gigantesca estructura rocosa se iba dibujando en las alturas, justo debajo de la ciudad. El sol comenzó a eclipsarse con esa nave. En ese momento, Hitomi tuvo una horrible sensación:

-          ¡Son... son ellos! ¡Han comenzado a atacar! – a pesar de encontrarse en Fanelia, pudo sentir el horror que acompañaría a los Egzarditas.

La gente salía de sus casas, al ver el extraño espectáculo. De repente, decenas de Guymelfs salieron de la construcción.

-          ¿Qué, qué demonios es eso? – gritó uno de los habitantes de la ciudad. Los oscuros y azulados Guymelfs tocaron tierra. Una voz se escuchó desde la magna construcción flotante:

-          “En nombre del general Adelphos, gobernante del Imperio de Zaiback, ésta ciudad está sitiada... No intenten escapar”

El caos inundó a la ciudad capital de Egzardia. En el palacete de la Reina Thera, sus consejeros más cercanos se encontraban desesperados.

-          ¿Y ahora qué haremos? – dijo uno de ellos – ¡La Reina no está aquí para hacerles frente!

-          ¡No podemos contraatacar! – dijo otro de los cabecillas en el gobierno del país - ¡Estamos totalmente acorralados!

En el cielo de la ciudad, la gigantesca fortaleza, del modelo Delate, reinaba sobre Eron. Los modelos Alseides de Zaiback controlaban la situación desde tierra. El río Erg, la vía más importante de comunicación con Astoria y Basram, fue sitiada y obstruida para evitar huídas.

Mientras tanto, en Fanelia, la reacción de Hitomi alertó a Van, quien de inmediato mandó llamar a sus 4 soldados.

-          ¡Megnon, alista tus tropas! ¡Protegerás el norte!

-          Como lo ordene, Maestro Van – Megnon salió veloz, dirigiéndose a los hangares donde se encontraban los Guymelfs que les estarían destinados a ellos 4. Sutton cubriría el Sur, Zircon el Oeste, y Amenfis el Este de Fanelia.

-          ¡Van! – le gritó Hitomi, al verlo salir del Castillo de Fanelia.

-          ¿Qué sucede?

-          Por favor... cuídate... – Van sonrió, demostrándole que no se daría por vencido jamás.

-          ¡Van samaaaaa! – chilló Merle, junto a Hitomi, al verlo lejos, subiendo a la cabina del Guymelf Ispano.

La plazoleta central multicolor de Fanelia pronto se vio repleta por todos los hombres de la ciudad; las mujeres y los niños pequeños los veían reunirse para pelear por su país. Los 4 Guymelfs de los soldados de Van salieron por las puertas de la ciudad, seguidos por miles de hombres, dispuestos a tomar sus estratégicas posiciones. La ciudad cerró sus puertas, reforzando la vigilancia en las torres de la muralla; Escaflowne, junto con miles de hombres armados, aguardaron dentro de la ciudad, el momento fatídico...

-          Pueden llegar en cualquier momento... – dijo Hitomi, en uno de los balcones más elevados del castillo, sosteniendo su pendiente con temor, mirando hacia el Oeste, en dirección a Astoria.

Por los cielos, sobre la frontera de Egzardia con Daedalus, un grupo de naves se dirigía hacia la capital del rico país. Frente a ellos el panorama se veía apacible, limpio, hasta que una de las naves de repente, se estrelló contra algo en el aire.

-          ¿Qué, qué ocurre? – la alarma general ante tan raro suceso se dispersó de inmediato por las naves vecinas; la nube de humo producida por la nave estrellada indicaba que algo invisible se levantaba frente a ellos.

-          Pero... ¡No es posible! – dijo uno de los capitanes, al ver que una construcción rocosa aparecía lentamente frente a sus narices, después de provocar algunas espirales en la atmósfera.

Astoria. La Reina Thera de Egzardia se divertía olfateando las flores de los hermosos jardines; su allegado la acompañaba, siempre a unos pasos de ella.

-          ¡Ahhhhhh! – suspiró la gorda señora, llevándose una flor a la nariz – Después de todo, el futuro Rey de Astoria resultó ser un jovencito... lástima...

-          ¿Por, por qué lo dice, mi querida Monarca? – dijo el allegado.

-          Es que si hubiera sido Elche, de inmediato hubiera caído fulminado ante mi belleza, y Egzardia se habría extendido hasta estas latitudes... pero ese jovencito solo se fijará en la pequeña Millerna... ¡Bien por ella, pero el chico se lo pierde! – terminó la Reina, admirando su S escultural S cuerpo, orgullosa de sus carnes.

-          Claro, Monarca querida, SSSSSSSSSSSS él se lo pierde – dijo el allegado, sosteniendo la cola del vestido de la Reina. – Por cierto, ¿Piensa permanecer aquí hasta la coronación de los nuevos reyes de Astoria?

-          ¡Por supuesto! ¿Crees que me perdería algo como la coronación? Ver esa celebración me ayudará para ver cuales son las nuevas modas y adelantos en Astoria... recuerda que Egzardia va siempre un paso adelante...

-          Pero... ¿No cree que debería estar en Eron? – dijo el allegado, arriesgándose a ser despedido – la ciudad podría ser un blanco fácil sin la Monarca en su sede...

-          Pero... ¿Qué le puede pasar a Egzardia? – dijo Thera, despreocupada – nosotros, tanto como Chezario y Daedalus, somos naciones pacíficas, a las que Zaiback nunca les prestaría interés, ja, ja, ja, ja... – la Reina interrumpió su sonora risa – oye, Deka...

-          ¿Si, Monarca?

-          ¿Sabías tú de algún eclipse en Gaea el día de hoy?

-          No, Madam... – el allegado Deka miró hacia el cielo; el sol parecía estar cubierto por una extraña neblina, que atenuó su brillo en unos instantes; unas espirales aparecieron en el aire, justo sobre ellos. – ¡Aaahhhhhhhh! – dijo el allegado, al reconocer la silueta de una de las fortalezas flotantes de Zaiback.

-          ¿Qué te sucede? – dijo la Reina, totalmente ignorante - ¿Qué es eso que se ve allá arriba? Tengo tiempo que no veía algo así... – terminó la Reina, volviendo a olfatear una de las flores que sostenía en sus manos, haciendo caso omiso a la fortaleza.

-          ¡Es... es Zaiback! – gritó Deka, soltando la cola del vestido de Thera, huyendo despavorido.

-          ¿Za... Zai... back? – la Reina Thera soltó las flores, que volaron con el viento - ¡Deka, no huyas, ayúdame, que no puedo moverme, agghhh!

Las calles de Palas se vieron llenas de pánico, ante la aparición de la fortaleza sobre la ciudad. Las mujeres y los niños se escondieron en sus hogares, temerosos por sus vidas; el palacio estaba tenso, pero no sorprendido.

-          ¡Dryden, Zaiback está aquí! – dijo Millerna, angustiada, entrando al salón donde su esposo se encontraba.

-          Ya veo... parece que todo esto del nuevo Rey los animó a atacar, eh? – dijo Dryden, despreocupado, con una sonrisa, siguiendo con la lectura de su libro.

-          Pero... Dryden, ¿Es que no piensas hacer nada? – dijo Millerna al verlo tan sereno.

-          Millerna, ten fe en los Caballeros del Cielo... ellos se encargarán – Dryden se levantó, cerrando el interesante texto de física Cuántica que Hitomi encontraría en Basram.

Las compuertas de la fortaleza flotante dejaron salir un enjambre de Alseides, el único modelo de Guymelf que Zaiback tenía en gran número después de la guerra de Gaea, puesto que los Teiring se encontraban en Fanelia (el de Eriya) y Astoria (el de Naria, rescatado de las aguas junto con la máquina de Folken), y los modelos Oreades fueron totalmente destruidos por la bomba de Basram, Scherezade y Escaflowne, durante la guerra, con excepción del Guymelf de Cerena, reconstruido posteriormente en Palas. Los portentosos Guymelfs de azulada coraza bajaron hasta la superficie, invadiendo las calles de Palas.

No tardaron en aparecer 10 Guymelfs, de modelo idéntico a Scherezade, aunque ostentando distintos símbolos en sus capas; se trataba de los Caballeros del Cielo (Allen incluido), dispuestos a defender su país. Sin embargo, los Alseides les ganaban en número en una relación de 6 a 1 a los astorianos. También apareció una gran cantidad de Melefs.

-          ¡No tenemos tiempo que perder! – gritó Grimer, uno de los Caballeros, y junto con Allen, era uno de los mejores, abalanzándose contra el Alseides que le quedaba más próximo, quien de inmediato accionó su espada hecha con líquido Kuriima. Las 2 gigantescas espadas chocaron.

Hitomi cayó al suelo, en el castillo de Fanelia.

-          ¡Hitomi! – dijo Merle, corriendo para ayudarla a levantarse.

-          ¡Están... están en Palas! – dijo Hitomi, tomándose la cabeza con ambas manos, aterrada; la visión de la ciudad, convertida en un campo de batalla, cruzó por su mente.

Los Guymelfs de los Caballeros del Cielo trataban de detener a los Alseides; como era de esperarse, los soldados de Zaiback no tenían tanta experiencia, pues no había pasado mucho tiempo de la guerra de Gaea, lo que era una clara ventaja para los Caballeros de Astoria. Pero, en su contra, tenían que la batalla se ejecutaba en Palas, así que tenían que cuidar sus movimientos para perjudicar a la población lo menos posible.

-          El Comandante Adelphos me dará una buena recompensa por tu cabeza, Caballero... – dijo uno de los pilotos Alseides, peleando contra Grimer, quien esquivaba los ataques de su contrincante.

-          Eso lo veremos... – Grimer atacó con precisión, perforando al Alseides justo en uno de sus depósitos de Energist, desactivando su funcionamiento.

-          ¡Maldición! – el piloto Alseides no tuvo más opción que salir del Guymelf, donde varios Melefs lo esperaban.

Por su parte, Allen había terminado con algunos de sus oponentes, pero éstos aumentaban.

-          Son demasiados...

Las defensas de Zaiback seguían en pie, pero iban deteriorándose velozmente. Desde la cabina de la fortaleza sobre la ciudad, la silueta de un hombre miraba todo desde las alturas.

-          ¡General, las tropas están disminuyendo rápidamente!

-          ¡Utilicen el manto invisible, ahora! – gritó Adelphos, quien capitaneaba la invasión desde la fortaleza; La orden se transmitió de inmediato por todos los receptores de los Alseides, quienes se cubrieron con su capa, comenzando a desaparecer de la vista de sus contrincantes.

-          ¡Malditos bastardos! – dijo Allen, al verlos escabullirse de su vista - ¡No se saldrán con la suya!

Millerna permanecía en la biblioteca de Palacio, junto a Dryden, pero éste leía mientras ella veía con terror la estrategia del enemigo. Gaddes entró corriendo a la estancia, interrumpiendo la lectura del futuro rey.

-          ¡Señor Dryden! – dijo Gaddes – ¡Por favor, permítame sacar uno de los Guymelfs de los hangares de palacio! ¡Tengo que pelear!

-          ¡Un Guymelf? – dijo Dryden, acomodándose las gafas - ¡Para qué quieres un Guymelf, si el Fassares ya es tuyo?

Gaddes se quedó... sin habla; Millerna se alegró que Gaddes se quedara con ese fabuloso Guymelf (y eso le aseguraría que Dryden no arriesgaría su vida saliendo a pelear).

-          Gra... Gracias, Señor!

-          Oh, deja de decirme “Señor”, llámame solo Dryden...

Gaddes salió presuroso. Millerna lo siguió con la vista hasta que desapareció a lo lejos.

-          Me alegra que confíes en Gaddes – dijo Millerna – es un hombre muy leal...

-          ¿Si? – dijo Dryden.

-          Y además un excelente amigo... que Jichia te proteja, Gaddes...

-          Él, Allen y la jovencita Schezar se encargarán de todo, Millerna... no hay nada por que temer... – dijo Dryden, volviendo a sentarse, continuando su interesante lectura.

Los Caballeros del Cielo se encontraban confundidos; sabían que el enemigo estaba ahí, pero no podían verlo.

Una serie de pisadas se acercaba a las puertas de Palacio; algunos soldados eran aplastados por la invisible masa metálica, responsable de esas pisadas.  De repente, una navaja de Kuriima salió frente a los Guymelfs invisibles, partiendo a 2 por la mitad, cayendo con fuerza al suelo; la azulada coraza en el suelo se volvió fuego, escuchándose los gritos de sus pilotos, muriendo quemados. Una nueva espiral en el aire descubrió un Oreades rojo, que protegería la entrada al palacio a como diera lugar.

-          ¡Pero si es...! – los Alseides enemigos desplegaron sus capas, volviendo a ser visibles ante quienes ellos creían, se trataba de – ¡Sargento Dilandau!

No tuvieron tiempo de hablar más, en pocos segundos los Alseides se encontraban combustionándose en el suelo.

Por su parte, los caballeros del Cielo, cada uno por separado, pudo advertir que los canales en las calles de Palas, delataban al enemigo. El agua hacía demasiado obvia su ubicación.

-          ¡Sabía que no podrían esconderse por mucho tiempo! – dijo Allen, lanzando un espadazo al aire, del que salió una columna de humo, seguido por la explosión del Alseides frente a él, haciéndose visible.

-          ¡Hey, Allen! – escuchó el grito de su compañero Grimer, cerca de él – Así que la misma ciudad no deja que se escapen de nuestra manos, eh?

-          Así es... – Allen sonrió; las aguas en las calles delataron al enemigo.

Fanelia. El cielo comenzó a obscurecerse, el momento llegó; otra fortaleza más de Zaiback se apareció sobre la cordillera que bordea la ciudad, los gritos de la gente pronto anunciaron la llegada del invasor.

-          ¡Son ellos! – dijo Van; otro enjambre de alrededor de 20 Alseides bajaron rápidamente de la fortaleza (siendo una ciudad pequeña, 20 eran más que suficientes).

-          ¡Es el enemigo, prepárense! – el grito entre los hombres de Fanelia, armados con placas y lanzas, los animó a enfrentarse a los gigantescos Guymelfs, los cuales tocaron tierra.

-          Estúpidos campesinos... – dijo uno de los pilotos Alseides – no son ningún obstáculo en los planes del general Adelphos... – de repente, una gruesa y pesada cadena se enredó en el Alseides, apresándolo sorpresivamente. – ¡Pero qué demonios...! – Un Guymelf tras él, sosteniendo las cadenas, lo vigilaba.

-          Este es el primero, Maestro Van – dijo Amenfis, piloteando el Guymelf, llamado Tarner – pero no el último.

Otro de los Alseides cayó totalmente destruido después del terrible golpe que Sutton, otro de los soldados de Van, arremetió contra éste, con una gigantesca maza.

-          Estará orgulloso de nosotros, Maestro Van.

Lo mismo sucedió con el contrincante de Megnon, quien piloteando otro Guymelf Tarner,  lo eliminó con facilidad con su gigantesca espada.

Al ver el increíble entrenamiento de los soldados de Fanelia, los pilotos Alseides tuvieron que ocultarse bajo sus mantos.

-          Esos malditos... – dijo Zircón.

-          ... no se saldrán con la suya! – Megnon cerró los ojos, según las enseñanzas de Van, concentrándose en el enemigo. Los otros 3 jóvenes hicieron lo mismo. Las figuras de los Guymelfs aparecieron en la mente de los 4 muchachos.

-          ¡Ahora verán! – Megnon inició el ataque de nuevo, ahora sus golpes eran certeros, hacia el Guymelf invisible, cuya estrategia ya no funcionó.

Por su parte, Van había derrotado a 8 de ellos, y con Escaflowne, convertido en modo dragón, comenzó a volar, hacia la fortaleza. Merle salió a la plazoleta multicolor en las afueras del castillo, viendo cómo Van se alejaba.

-          ¡!!!!Van samaaaaaaaaa!!!!!

Mientras tanto, en Astoria, la situación se ponía cada vez más complicada para los invasores.

-          General, el manto invisible no funcionó como lo esperábamos... parece que pueden encontrarlos con facilidad...

-          ¡Malditos sean, Astorianos! – gritó Adelphos - ¡Yo mismo me encargaré de tomar Palas!

-          Todavía tenemos las fuerzas que nos mandó el aliado... – dijo uno de los hombres que tripulaban la fortaleza, pero Adelphos interrumpió:

-          Yo me encargare, indíquenles que saldrán bajo mi orden – Adelphos entró a los hangares, donde un Guymelf diseñado para él lo esperaba.

Escitia. La ciudad permanecía en calma, a pesar de la histeria general por el repentino cambio en la Roca Incandescente. Cathera atravesó el pasillo de cristal, acompañada por Sisnos, el encargado del templo de Knar; ambos se dirigían a la Torre del Rey.

-          Me parece extraño que mi padre tenga tantos deseos de verte, Sisnos... – dijo Cathera, algo celosa porque su padre prefería ver a un extraño que a su propia hija.

-          Le agradezco que me haya conseguido una entrevista con el Supremo Señor Estillon, Dama Cathera...

-          Sí, claro...

Los 2 subieron las obscuras escaleras en el interior de la torre, hasta llegar a la majestuosa puerta, entreabierta, señal de que Estillon los esperaba. Después de la siempre presente alarma sonora, y la red de haces rojizos, la voz de Estillon indicó que pasaran.

-          ¿Padre? – la dulce y a la vez temerosa voz de Cathera llamó la atención de Estillon, dándole la espalda.

-          ¡Cathera! ¿Qué haces aquí? – la voz de Estillon le demostró que ella no era bienvenida en esa reunión.

-          Es que Sisnos quería...

-          Sé lo que Sisnos quiere... no tienes nada qué hacer aquí...

-          Pero...

-          ¡Vete, la situación en la ciudad no te permite estar aquí, ocúpate de lo que te ordené! ¡Tienes que permanecer pendiente a la situación!

-          Está bien... – los ojos de Cathera se humedecieron – solo quiero que te enteres que hice todo tal y como lo ordenaste... pero no sé que piense Cehris de esto...

-          ¡Yo soy el Supremo Señor de Basram... él no tiene poder de mando mientras yo esté aquí, así que lo que piense no importa...!  – la voz de Estillon trató de calmarse, al notar que había sido duro con Cathera – ahora, por favor retírate...

-          Sí, si padre... – Cathera salió pronto de la habitación de Estillon, dejando a Sisnos con él, pero se mantuvo oculta tras la puerta, llorando en silencio, escuchándolo todo.

-          Estillon... la Roca Incandescente ha dejado de brillar... – le comunicó Sisnos.

-          ¿Qué? – las manos de Estillon apretaron con fuerza la silla que lo sostenía - ¿Cómo pasó?

-          No lo sé... de repente disminuyó su brillo hasta apagarse... desde entonces la ciudad no ha respondido por la falta de energía...

-          Esto no puede ser posible... Arrus no debería dejar que eso sucediera... – dijo Estillon.

-          ¿Arrus? ¿Quién es Arrus? – pensó sorprendida Cathera, oculta en las sombras.

-          Así es, Estillon, pero el flujo de energía desde Poseidópolis parece que cesó de una forma muy brusca... no encuentro otra explicación... – dijo Sisnos.

Cathera estaba totalmente confundida y sorprendida por lo que escuchó.

-          ¿El flujo de energía... desde Poseidópolis? – se dijo Cathera a sí misma - ¿De qué demonios están hablando?

-          No sé que habrá sucedido en la Base de recepción, pero el problema es que la energía dejó de llegar al Concentrador, y podríamos tener problemas...

-          Ese idiota de Arrus... – dijo Estillon, mirando por su enorme ventanal hacia el norte, donde se encontraba la construcción que drenaba el poder desde Poseidópolis, destruida por Van – algo debió ocurrir en la Base de recepción...

-          Últimamente han sucedido acontecimientos muy extraños, que al parecer podrían relacionarse de una u otra forma con tus planes, Estillon...

-          ¿A qué... te refieres? – dijo Estillon.

-          Al principio, desde que la Base de recepción comenzó a canalizar la energía hasta Escitia, siempre se han presentado algunos desajustes, como pequeñas sacudidas en el templo, pero era algo natural, pues la energía que el concentrador mandaba a la ciudad era algo inestable... pero desde que la esposa del Joven Cehris arribó a Escitia, han ocurrido cambios drásticos en el templo...

-          ¡Cambios? – los ojos de Estillon se estremecieron, ocultos debajo de sus gafas, que reflejaban la luz que entraba desde el ventanal.

-          Sí... de alguna forma, la energía que el Concentrador enviaba a toda la ciudad y llegaba al receptáculo principal, en el templo, había logrado una excelente estabilidad, en 2 ocasiones... la primera, cuando las doncellas de la Dama Eries visitaron el templo, y la segunda ocasión, durante la boda del Joven Cehris... ambas ocasiones bajo una circunstancia muy interesante...

-          ¿Cuál?

-          La presencia de una chica... – dijo Sisnos; los ojos de Cathera se abrieron al máximo – su presencia en el receptáculo principal ocasionó grandes disturbios, pero al final la energía se estabilizó a niveles extraordinariamente altos... creo que esa chica podría ser útil en tus planes, Estillon...

-          ¿Una chica?... – Estillon recordó las palabras de su hija Cathera, tiempo atrás, cuando le comentó sobre los invitados de Cehris, cuando llegaron por primera vez a Escitia:

-          “Padre, quería hablarte sobre una joven... ha venido con Eries desde Palas... es muy extraña... tiene una pequeña caja igual a la tuya... sus orejas no tienen orificios; lo que más extraña es el lugar de donde proviene... Padre, ¿acaso tú sabes dónde está la ciudad de... Tokio?”

-          ¿Sucede algo, Estillon? – preguntó Sisnos al ver que éste permanecía en silencio.

-          Esa chica... esa chica viene de la Luna Fantasma – dijo Estillon; Sisnos se quedó pasmado, pero Cathera estaba totalmente anonadada con la noticia.

-          ¡Esa chica... proviene de la Luna fantasma! – pensó Cathera, asustada.

-          Pero... ¿estás seguro de ello? – dijo Sisnos.

-          Si... y si es tan valiosa para el plan, entonces tenemos que mantenerla cerca, y utilizarla para nuestro propósito, pero no debe darse cuenta de ello... de lo contrario todo podría arruinarse...

-          Pero, Cathera me ha comentado que la chica se fue hace tiempo...

-          Ya lo sé, pero... tenemos que encontrar la manera de traerla aquí, y lo más importante... evitar que regrese a la Luna Fantasma...

El pasillo de cristal vio pasar a Cathera, cubierta de lágrimas; pero un extraño sentimiento se gestaba dentro de ella.

-          Dama Cathera, ¿le sucede al...

-          ¡Lárgate de aquí y déjame sola! – la pobre doncella se quedó parada, sin saber que decir, viendo a la chica encerrarse en una de las muchas habitaciones. Sola, ahí dentro, sus lágrimas se secaron.

-          ¿A qué se referirían con “el Concentrador”? Si no me equivoco, así le llamaron a la sagrada Roca Incandescente... – pronto sacó por conclusión, que el receptáculo principal era la estatua del Dios dragón Knar, en el templo de Escitia; pero la base de recepción, el flujo de energía, y ese nombre, “Arrus”, aún la mantenían en desconcierto. – Pero... si la Roca Incandescente es un concentrador de energía... ¿eso significa que el relato de que el Dios Knar la otorgó a Basram, fue solo una invención para ocultar una verdad aún más secreta?... Y esa chica...

La batalla en Palas parecía inclinar el triunfo hacia los Caballeros del Cielo, quienes habían diezmado a los Alseides; en Fanelia, prácticamente habían desaparecido los enemigos en la ciudad, y Van había conseguido penetrar en la fortaleza, comenzando a destruirla por dentro, sin importar las consecuencias.

-          Parece que esto se terminará pronto... – dijo Grimer, terminando con su contrincante; Allen y los demás Caballeros se ocupaban de los restantes; mientras tanto, los Melefs y los soldados astorianos se habían encargado de capturar a los pilotos Alseides que eran obligados a salir de su Guymelf después de ser desactivado.

Un estruendo se escuchó sobre la ciudad de Palas; una nueva flotilla de Guymelfs, de coraza negra,  aparecieron bajo la fortaleza. Cehris miraba desde el palacio la batalla.

-          Pero... ¡No puede ser! – dijo Cehris, al ver la flota que salía de la fortaleza flotante.

-          ¡Qué sucede, Cehris? – le preguntó Eries.

-          ¡Esos Guymelfs! – Cehris se enfureció al ver que ostentaban un cinturón como el suyo.

Cerena miró al cielo, al notar la nueva amenaza; su rostro reflejó un inmenso odio.

-          ¡Lo sabía! ¡Son esos malditos Guymelfs!

Allen también los reconoció. Una flota de 20 unidades Astharon (Guymelfs con los que enfrentaron en  la embarcación secreta de Basram, en el mar de Gaea), acompañaban a un Guymelf único, notablemente más grande, tripulado por el general Adelphos.

-          Esos Guymelfs son prototipos que nunca se llegaron a construir... – dijo Cehris, al verlos desde las ventanas de Palacio – ¡Se suponía que mi padre prohibió su producción!

-          ¡Cehris! – dijo Eries, al verlo furioso.

¡Son unidades Astharon!

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