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XVI. Identidad Peligrosa

En cuestión de segundos, los Astharon se dispersaron a lo largo de Palas, aterrizando para hacerles frente a los Guymelfs de los Caballeros del Cielo. 2 de los Astharon continuaron escoltando el imponente Guymelf de Zaiback, cuyo modelo se limitaba a una sola unidad, llamada Arnes. A diferencia de los Alseides, los Astharon pueden volar gracias a las 2 rocas levitantes que se encuentran en sus hombros, evitando la transformación a modo volador que sufre el Alseides, pudiendo maniobrarse tan bien o mejor en el aire que en tierra. Además contaban con una larga lanza que les permitiría atacar a cierta distancia del contrincante.

-          ¡No puedo creerlo! – dijo Allen, preparando su espada para el enfrentamiento - ¡Basram es un aliado de Zaiback! – la filosa lanza del Astharon se abalanzó contra Scherezade, quien se defendió con su espada. Grimer hacía lo suyo con su contrincante, tratando de esquivar los feroces ataques que éste le lanzaba desde los aires.

Fanelia. La fortaleza flotante en ese lugar había comenzado a desestabilizarse; Escaflowne había irrumpido en su interior, tratando de arruinar los planes de Zaiback; numerosas unidades Alseides salieron a su paso, tratando de evitar que llegara al hangar principal, pero no fueron obstáculo para la habilidad de Van, quien logró eliminarlos del paso. El hangar se encontraba a pocos pasos de él.

Escitia. Cathera había convocado a los Guerreros de Ofir a presentarse ante ella; cerca de 30 sujetos se hallaban postrados ante la chica, de los cuales, uno de ellos, Pertén, habló por todos.

-          Estamos a su mandato, Dama Cathera...

-          Pertén, los he llamado porque quiero que estén enterados de la situación en Gaea...

-          Sabemos que Zaiback se ha apoderado de Eron, Icar, Tassili, Godashim, y están tratando de tomar Fanelia y Palas, Dama... – contestó el Guerrero – estamos preparados para recibir un ataque por parte de ellos...

-          No será necesario... Zaiback no nos molestará...

-          ¿Eh? – Pertén se extrañó.

-          Así es, Guerreros... deben saber que Basram se ha convertido en aliado de Zaiback, por disposición de mi padre, el Supremo Señor Estillon...

La reacción de sorpresa en los hombres de Cehris no se hizo esperar.

-          Sé que es difícil de entender, pero es la única manera de permanecer al margen del problema...

-          Pero, Dama Cathera – dijo Pertén – no estamos al margen... ¡Estamos totalmente de parte del enemigo!

-          Ya sé eso, Pertén, pero es la voluntad del gobernante del país, y no puedo oponerme...

-          Y el Joven Cehris... ¿está enterado? – dijo Pertén, sabiendo que él se encontraba en Palas.

-          Eh... aún no...

Pertén se mostró confundido e inconforme; Cathera ordenó al resto de los Guerreros que se retiraran, pero Pertén fue retenido por la joven.

-          Pertén... tú eres el más fiel de los Guerreros de mi hermano Cehris... ¿No es así?

-          Por supuesto, Dama Cathera... daría mi vida por el Joven Cehris... y por usted...

Cathera sonrió al escuchar precisamente lo que quería; acercándose a él, lo miró con delicadeza.

-          Entonces, ayúdame... sé que puedo encomendarte ésta nueva misión...

-          Sí, Dama Cathera... – Pertén se ruborizó cuando Cathera le tomó de las manos, y recargó su cabeza en su pecho.

-          Sé que serás discreto, así que confiaré en ti... – Cathera acercó sus labios a los de Pertén, quien al principio trató de resistirse, pero al final se dejó llevar por el amor que sentía por ella; Cathera lo detuvo sutilmente, dándose a desear aún más... – Espera... antes tienes que demostrarme tu lealtad, cumpliendo mi encomienda...

Fanelia. Hitomi se encontraba en el balcón más alto del Castillo; la fortaleza en el aire se veía débil; varias columnas de abundante humo se desprendían desde su interior. Su angustia era muy grande; sabía que algo importante ocurriría dentro de poco.

Mientras tanto, Escaflowne había logrado entrar al hangar.

-          Pero... – la reacción de Van también fue violenta al ver varios modelos Astharon en el hangar, descubriendo la alianza entre Zaiback y Basram.

Palas. La batalla entre Guymelfs se volvió bastante cruda; los Astharon tomaron pronta ventaja gracias a que podía escabullirse con rapidez por los aires, mientras que Scherezade y los Guymelfs de los caballeros del Cielo eran blancos fáciles desde las alturas; aún así, no se daban por vencidos.

Uno de los Astharon sobrevolaba la ciudad, dirigiéndose hacia Grimer, que lo esperaba; aumentaba su velocidad a medida que se acercaba; de pronto, una flecha de grandes dimensiones lo interceptó, destruyendo una de las rocas en sus hombros, quedando inmóvil, levitando con su única roca intacta. Grimer volteó al suelo, donde los soldados volvían a cargar las gigantescas bayonetas, tratando de dar en la otra roca para hacerlo caer.

-          ¡Ya veo – dijo Grimer, dándose cuenta que el depósito de Energist de los Astharon se encontraba precisamente en sus hombros – si inutilizamos sus rocas, tomaremos ventaja!

El Crusade también sobrevolaba la ciudad; con su proa restaurada, Ort, Kattsu y los demás hombres de Allen buscaban una oportunidad para atacar.

-          ¡No puedo esperar a terminar con otro sujeto de esos! – dijo Ort, frenético, recordando cómo se deshizo de un Astharon con ayuda de una flecha.

-          ¡Siiiií! – gritaron todos los tripulantes del Crusade.

Cerena, en las afueras de Palacio, custodiaba la entrada, evitando que intrusos llegaran hasta allá; tripulando su Oreades rojo, a través de su visor pudo observar el Arnes, que se acercaba hacia ella con gran velocidad, acompañado por 2 Astharon.

-          ¡Ese Guymelf... es el general Adelphos!

Pronto un estruendo se escuchó frente a ella; la enorme masa del Arnes tocó tierra, levantando una nube de polvo, los 2 Astharon se detuvieron a unos metros de la superficie, sosteniendo sus afiladas lanzas.

-          No podía creerlo... ¡Pero es verdad! – se escuchó la gruesa voz del general Adelphos dentro del Arnes - ¡Eres tú!...

-          Adelphos... – la voz de Cerena desde la cabina del Oreades le pareció extraña al General, comprendiendo de inmediato lo que había ocurrido con el joven que tiempo atrás estuvo bajo sus órdenes.

-          Así que el Comandante de los Dragon Slayers se encuentra con vida... Dilandau Albatou... me alegro por ti, muchacho...

-          Le debo mi vida a Astoria... así que no permitiré que tomen la ciudad...

Las risas del General Adelphos retumbaron en el ambiente, encolerizando a Cerena.

-          ¿Un mocoso me impedirá tomar Astoria? O quiero decir... ¿una niña?

Cerena se paralizó; al parecer Adelphos sabía que ella...

-          Veo que al final el experimento no dio buenos resultados... pero fuiste un excepcional Comandante dentro del imperio...

-          En vista de que lo sabes... – Cerena levantó el brazo del Oreades, accionando su espada de líquido Kuriima - ¡Debes morir!

-          ¡Eso es, demuéstrame que aún conservas ese deseo de sangre, Dilandau! – las 2 espadas chocaron, en medio de una nube de chispas; después de varios intentos fallidos, el Arnes retrocedió, para volver a la carga.

-          ¡Maldición! – dijo Cerena cuando su espada comenzó a mellarse; Adelphos sonrió malévolo.

-          ¡Vamos, demuéstrame lo que aprendiste en Zaiback, demuéstralo!

-          ¿Qué? – Cerena utilizó el Kuriima de su otro brazo para construir una nueva espada, atacando a Adelphos.

-          ¡Sí, aunque no quieras aceptarlo, eres lo que eres gracias a mí, el general Adelphos de Zaiback!

-          Aghhh.. – Cerena mostró su ira con repetidos ataques al Arnes, quien se defendía bastante bien (no en vano era tripulado por un general experto en guerra).

-          ¡De no haber sido por Zaiback, no hubieras aprendido a manejar la espada! ¡Serías una estúpida chiquilla más!

-          ¡No te atrevas a decir eso! – gritó Cerena, iracunda, accionado sus lanzallamas contra Adelphos, quien rápidamente bloqueó el fuego con un escudo hecho de Kuriima.

-          ¡Gracias a Zaiback te transformaste en un hombre, en un Guerrero! – gritó Adelphos, golpeando al Oreades en un ataque inesperado, aventándolo contra el muro del palacio.

-          Eres un maldito bastardo... – dijo Cerena, agitada; trató de levantarse, pero el Arnes la tenía acorralada.

-          ¡Astoria no te merece, un guerrero de tu clase no debería pertenecer a sus filas! – dijo Adelphos, levantando su gruesa espada – ¡Si no estás con Zaiback, entonces no debes vivir! – la espada se dirigía con rapidez hacia el Oreades.

-          ¡!!Cerenaaa!!! – un espadazo en la espalda del Arnes detuvo el inminente ataque; una profunda herida en el cuerpo metálico del Arnes comenzó a despedir humo y chispas. Adelphos giró su Guymelf, aún en guardia, descubriendo tras él un Guymelf azulado, que ostentaba un extraño cuerno en su cabeza; sus articulaciones se encontraban cubiertas por piel de Medum; se trataba del Fassares, tripulado por...

-          ¡Gaddes! – dijo Cerena, al ver a su salvador.

-          ¡Quién demonios eres tú, que te atreves a atacar a traición al general Adelphos? – dijo el General; pronto se percato que los 2 Astharon que lo acompañaban se encontraban hechos trizas (Gaddes los había derrotado mientras Cerena y Adelphos peleaban) - ¿Qué... acaso tú...?

El Oreades tuvo tiempo para levantarse, y prepararse para embestir al Arnes; ahora contaba con la ayuda de Gaddes y su Fassares.

Mientras tanto, el Palacio de Palas se encontraba hermético; la batalla entre el Arnes, Gaddes y Cerena, se podía ver desde la estancia de la construcción. Eries y Millerna se mostraban asustadas ante la cercana batalla; Dryden había comenzado a dejar su lectura por momentos al notar que la batalla estaba encrudeciéndose, Cehris salió de la estancia, furioso.

-          ¡Cehris, ¿A dónde vas?! – gritó Eries, tratando de alcanzarlo.

-          ¡Tengo que detener ésta guerra!

-          ¡Hermano! – gritó Millerna, llegando junto a Eries, quien impotente no pudo detenerlo.

-          ¡Quiero regresar a Eron! ¡Quiero volver, ahora! – gritó la desenfrenada e histérica Reina Thera, al ver que los Guymelfs se enfrentaban a poca distancia del Palacio.

-          Pero. Monarca, espere, ¡Oiga! – el allegado tras ella pidió ayuda para no dejarla abandonar el recinto; fueron necesarios varios hombres para detener a Su Pesada Majestad Thera.

Fanelia. Los 4 soldados de Van se reunieron en la plazoleta multicolor, bajando de sus respectivos Guymelfs. Los gritos de los hombres anunciaban la victoria, al menos en la ciudad; los pilotos Alseides eran transportados a las celdas del Castillo. Hitomi, encerrada en su habitación, trataba de guardar la calma.

-          ¡Hitomi! – chilló Merle, irrumpiendo en la habitación, para buscar consuelo - ¡Van sama se ha ido! ¡Tal vez no vaya a regresar!

-          No te preocupes, Merle – dijo Hitomi, también angustiada – sé que volverá victorioso... Fanelia lo reclama...

-          No había sentido tanto miedo hasta ahora...

Palas. El desorden en la ciudad podía escucharse hasta la prisión, donde Elche se mantenía arraigado, en una esquina de su celda, tomando su cabeza con ambas manos.

-          Si no muero condenado por el Rey, moriré aplastado por uno de esos Guymelfs... – sus manos temblorosas sacaron de entre sus sucias ropas un pequeño saco. Introdujo sus dedos en él, sacando unas hojas de color verde oscuro; eran hojas de Sutaro, con las que había logrado envenenar al Rey Aston.

Scherezade cayó de cuclillas al suelo, perdiendo el equilibrio al tratar de esquivar el mortal golpe de la lanza del Astharon frente a él, pero se levantó rápidamente para seguir combatiendo. Uno de los Astharon sobre la ciudad fue totalmente acribillado con las flechas que las enormes bayonetas en tierra lanzaron contra él; hilos de sangre salieron por la cabina del Guymelf, suspendido en las alturas.

La fuerza del brazo del Arnes arrojó al Fassares al suelo, mientras que se defendía de la espada del Oreades rojo.

-          ¡Ustedes 2 no son nada en comparación conmigo!

-          ¡Cállate! – Cerena accionó con uno de sus brazos libres, las navajas de Kuriima en dirección a Adelphos, quien las desvió con su antebrazo, reforzado con un escudo.

Gaddes se levantó, empuñando su espada, dándole un severo golpe más al cuerpo del Arnes, el cual sufrió otra profunda herida en una de las piernas, saltando chispas de ella; aún así, el Arnes seguía moviéndose con agilidad.

-          ¡Maldito... – gritó Adelphos al ver que Gaddes había logrado lastimar su Guymelf, arrojando sobre él las 30 navajas de Kuriima que sus extremidades podían expulsar; Gaddes trató de esquivarlas, pero éstas se fundieron alrededor del Guymelf de Gaddes, aprisionándolo.

-          ¡Gaddes! – Cerena vio que Gaddes estaba a merced de Adelphos, y trató de liberarlo, pero los reflejos de Adelphos fueron más rápidos, uniendo el Kuriima de sus brazos para dejar una extremidad libre, con la cual formó una espada; Cerena estrelló su navaja de Kuriima contra la nueva espada de Adelphos, trabándose en lucha.

-          ¡Suéltalo, maldito infeliz! – gritó Cerena; su mejilla había comenzado a sangrar desde hacía ya bastante tiempo.

-          Veo que el ser una chica te ha hecho más ingenuo, Dilandau... – La espada de Adelphos se fundió, apresando la navaja en el brazo del Oreades; inmediatamente después, una cámara oculta en el brazo del Arnes disparó una alargada y potente navaja que se estrelló contra el Oreades.

-          ¡Aggghh! – gritó Cerena al recibir el impacto directo a un costado de su Guymelf; el golpe había penetrado en ésta, hiriéndola en su costado, el cual comenzó a sangrar con rapidez.

Adelphos movió su brazo, arrojando a Cerena lejos, estrellándose de nuevo contra el muro; con su brazo opuesto, mantenía al Fassares parcialmente envuelto en Kuriima.

-          ¡Cerena! – Gaddes lo vio todo, pero por más que trataba de moverse, el metal que lo envolvía se lo impedía.

-          Ahora vas a morir aplastado como un asqueroso bicho... – el Kuriima comenzó a hacerse cada vez menos denso; sonidos de desquebrajamiento indicaron al aterrado Gaddes que el Fassares no resistiría mucho...

Cerena lo veía con un inmenso odio; trató de levantarse, pero un terrible dolor invadió su costado herido.

-          ¡Aaaagggghhhh....aghh! – las pupilas de Cerena se contrajeron, mientras sus dientes se estrujaban, soportando el dolor.

-          ¡Ah... no te gusta que lo lastime, eh? – dijo Adelphos al ver que el Oreades intentaba incorporarse desesperado. La ventana en el cuello del Fassares empezó a rajarse, ante la mirada de Gaddes, que no podía salir del Guymelf.

-          ¡De... déjalo en... aghhh!

-          ¡Vamos, ven y defiéndelo, muchacho! – el Arnes levantó al Fassares, envuelto en Kuriima, para estrellarlo contra el suelo, sin liberarlo aún. Cerena se sentía impotente, y el dolor inundaba su cuerpo...

-          No te dejaré... que sigas... aghhh... – sus pupilas contraídas de dolor comenzaron a temblar, tornándose rojizas; su cuerpo comenzó a reaccionar; sus manos, trabadas de dolor, se volvieron más toscas; su cabello empezó a palidecer, perdiendo su natural ondulamiento.

-          ¡Cerena, huye de aquí! – gritó Gaddes, tratando de alejarla del peligro.

Adelphos miraba al Oreades, tambaleándose entre los espeluznantes gritos de Cerena, que provenían de la cabina.

-          Pero... ¿Acaso estará sucediendo...? – Adelphos notó un cambio en la tesitura de los gritos desde el Guymelf rojo; se habían vuelto más roncos. Gaddes se impresionó al oírlos.

-          ¡Cerena... no puede ser!

Sobre la frente de Cerena cayeron 2 grandes mechones de lacio cabello lila; sus pupilas rojas, inyectadas de odio, y una enorme cicatriz en su sangrada mejilla acompañaron los gritos de dolor de la chica... su torso se modificó, repentinamente. Desde el Arnes, Adelphos miraba un Oreades fuera de control, que de repente, y en un acto imprevisto, lanzó su Kuriima hacia el Arnes, sin darle oportunidad de defenderse, perforando su coraza.

-          ¡Maldición! – gritó Adelphos, obligado a soltar al Fassares para poder pelear al 100%; el Guymelf con Gaddes dentro cayó al suelo, ya liberado; mostraba serios desperfectos en brazos y piernas, estrujados por el líquido metálico. Cuando menos lo imaginó Adelphos, el Oreades había volado atrabancadamente hasta el Arnes, haciéndolo perder el equilibrio.

-          ¡Agghhhh.....Graaaaggghhhhhhhhhh! – el piloto dentro del Oreades arremetió contra el Arnes, que se cubrió con un escudo hecho emergentemente con el líquido de sus brazos, pero no pudieron embestir el fuerte golpe de espada del Oreades, que perforó el escudo, penetrando el cuerpo del Arnes, quien intentó escapar, sin resultado.

-          ¡Pero si eres...

-          ¡No te perdonaré nunca, maldito bastardo! – una voz agrietada y adolorida lo condenó desde el interior del Guymelf rojo.

-          ¡... Dilandau! – Adelphos adivinó quien era el piloto que lo acorralaba; a pesar de la enorme masa del cuerpo del Arnes, ya habían sido varias las averías que había sufrido, comenzando a fallar en su funcionamiento; los gigantescos pies del Oreades aplastaron una buena parte de las placas que cubrían uno de los brazos del Arnes.

Gaddes intentó incorporar al Fassares, con gran dificultad, apoyándose con su gran espada.

-          ¡Maldito, hiciste que Cerena volviera a sufrir lo mismo! – intentó caminar, pero el Fassares se desplomó; Gaddes tuvo que salir de él; frente a él, un desquiciado Guymelf rojo trataba de despedazar a otro, que era casi 2 veces más grande que él, pero se encontraba ya en el suelo, indefenso. Adelphos, viéndose acorralado, sin poder escapar, trató de negociar.

-          ¡Escucha, Dilandau! – gritó - ¡Ahora que has vuelto a ser un guerrero, únete a mí, y te ofreceré la gloria!

-          ¡Ahora que he vuelto a ser un Guerrero, me odio como nunca lo había hecho! – gritó Dilandau - ¡Y todo es gracias a ti! ¡Por ti perderé al hombre que amo, y eso no podrás remediarlo con la gloria! ¡Porque yo... yo amo a Gaddes! – el “puño” del Oreades se estrelló contra la cabina de Adelphos, lloviendo metal, polvo y sangre; el grito de dolor de Adelphos se apagó en un instante.

-          ¡Ce... Cerena! – Gaddes corrió, acercándose al Oreades, que levantó su puño ensangrentado; pero ahora no eran risas, sino un amargo e impotente llanto el que inundó la atmósfera. El viento levantó el manto del Oreades. La puerta de la cabina de éste se volvió líquida, cayendo al suelo un frágil cuerpo.

-          ¡No... te acerques! – dijo Dilandau, tratando de levantarse, tomando su costado herido y apretándolo para apaciguar el dolor.

-          Pero... Cerena... – Gaddes se contrarió al escucharlo.

-          Ya no soy quien esperas... – los ojos rojizos de Dilandau se dejaron ver entre los despeinados mechones que caían sobre su rostro ensangrentado.

-          Te equivocas, yo...

-          ¡!!!!!!Cállate!!!!!!!!!  - Dilandau desenfundó su espada – Es mejor que mueras, si no quieres vivir pensando en quien soy ahora...

-          ¡Cerena! – Gaddes vio como Dilandau se abalanzó sobre él, pero Gaddes no sacó su espada; el cansado y doliente Dilandau no podía calcular bien sus movimientos, cayendo a pocos pasos de Gaddes, quien llegando junto a él, se inclinó y lo tomó de los hombros. La mano de Dilandau tomó a Gaddes por el cuello, apresándolo; sus ojos mostraban ira, pero los de Gaddes manifestaban todo lo contrario.

-          ¿Porqué... porqué sigues aquí? – dijo Dilandau, furioso.

-          Porque no te dejaré sola... Cerena.

Los ojos de Dilandau se tensaron, iracundos, lágrimas salieron de ellos, aligerando su tosca expresión. Su mano dejó de lastimar el cuello de Gaddes.

-          Yo estaré contigo, seas Cerena o Dilandau, y te amaré por siempre... – Gaddes tomó la cara de Dilandau, besándolo, ante la sorpresa del sanguinario muchacho; una cálida sensación recorrió el cuerpo de Dilandau, que se desvaneció en brazos de Gaddes; su cuerpo comenzó a regresar a la normalidad; su cabello volvió a ondularse y adquirió su color cenizo; su torso volvió a contornearse, y la horrenda cicatriz en su rostro desapareció.

El cielo, cubierto por pesadas y oscuras nubes, comenzó a llover. Las unidades Astharon que aún permanecían peleando, eran piloteadas por hombres bastante buenos en artes militares; los Caballeros del Cielo estaban viendo un negro desenlace, pero...

-          ¡En nombre de Cehris Ofir Escia, heredero del poder de Basram, ordeno que se detengan, soldados de Basram!

Los Astharon suspendieron sus enfrentamientos al reconocer la voz que les mandaba parar con todo; sobrevolando Palas, la nave de Dryden conducía a Cehris, cuyo estandarte rojo, con el símbolo de Basram, ondeaba por los aires; un altavoz amplificaba la orden de Cehris.

-          Pero si es... – dijo Allen, interrumpiendo su pelea al ver la nave sobre ellos.

-          ¡Jo...Joven Cehris! – dijo un soldado de Basram, asustado al ver a Cehris en Palas.

Scherezade miraba al cielo, sin prestar atención al hombre que caminaba hacia él, cansado.

-          ¡Jefe!

-          ¿Huh? – Allen miró hacia abajo; Gaddes se detuvo cerca de él, cargando a Cerena, inconsciente; las ropas de ambos escurrían la sangre de Cerena, que el agua de la lluvia removió de las telas de sus atavíos. - ¡Cerena!

-          Volvió a suceder... por última vez... – dijo Gaddes. El agua resbalaba por la cara de Cerena, descubriendo su mejilla totalmente curada.

Van entró al castillo, acompañado por sus 4 soldados; lucía furioso, como lo habían notado Megnon y los demás, así que prefirieron guardar silencio hasta que Van les dijera más.

-          Parece que el Maestro Van descubrió Guymelfs de Basram en la fortaleza... – dijo Sutton.

-          Sí... eso confirma que Basram es aliado del enemigo... – dijo Zircon.

-          ¡Van samaaaa! – gritó Merle, corriendo dispuesta a abrazarlo, pero su recia expresión la hizo desistir – Miau...

-          ¡Van! – Hitomi lo alcanzó, al notar su coraje.

-          Esos malditos basramitas... se aliaron con Zaiback; Estuvimos allá y no fuimos capaces de darnos cuenta... – dijo Van, colérico.

-          ¿Qué? – Hitomi se quedó parada; Van siguió su camino - ¿Basram... traicionó a Astoria?

Palas. Los hombres del Crusade entraron atropelladamente al palacio, Kio cargaba a Cerena, herida en uno de sus costados. Gaddes entró frenético, pidiendo ayuda médica, pero en la situación en la que Palas se encontraba, todos los médicos se encontraban refugiados, lejos del Palacio.

-          ¡Un médico! ¿Dónde demonios están! – gritó Gaddes, desesperado. Allen también entró a palacio, preocupado. Las doncellas inmediatamente atendieron a Cerena, instalándola en una habitación.

Anna irrumpió en la estancia donde Dryden, Millerna y Eries permanecían.

-          ¡Señor Dryden, Princesa Millerna, la hermana del Caballero Allen fue herida!

-          ¿Qué dices? – dijeron los 3.

Fanelia. Hitomi permanecía en su habitación, sabía que Van estaba demasiado alterado como para estar con él, debía dejarlo solo por unos momentos.

-          Todo esto ha sido provocado por la ambición de poseer el Poder de Jichia, guardado en Poseidópolis... – dijo Hitomi, tomando entre sus manos el pendiente - ... El poder de los Dioses...

Recargándose en una cómoda en el cuarto, siguió pensativa.

-          Parece ser que haber venido de nuevo a Gaea solo agravó la situación... y ahora solo me he convertido en un estorbo... Sin el tarot, ya no soy de gran ayuda – y suspiró – Si tan solo pudiera ayudar en algo... intentar descubrir aquello que se encierra en Basram...

El pendiente brilló tenuemente; un extraño sentimiento la hizo llamar su atención en uno de los cajones de la cómoda; sin saber porqué lo hacía, lo abrió.

-          Pero... ¡Si es el CD! – dijo, levantando el disco que reflejaba la luz que entraba desde la ventana – Si pudiera saber qué contiene... tal vez... – un extraño brillo corrió por el perímetro del disco.

Escitia. Una nave cruzó la ciudad, saliendo desde el puerto de Balkis, en dirección al norte; los estandartes de la nación habían sido retirados previamente.

-          ¿Qué rumbo tomaremos, Señor Sisnos?

-          Hacia el norte, hasta que encontremos algo... – dijo Sisnos, en busca de la hipotética base de recepción que Estillon habría mandado construir en tierras no exploradas, para averiguar qué habría ocurrido.

Mientras tanto, en el castillo de Basram, Cathera era informada.

-          Dama Cathera, uno de mis hombres logró infiltrarse entre la tripulación que salió con el sacerdote Sisnos...

-          Muy bien, Pertén... – Cathera le sonrió – ahora tenemos que proseguir con lo planeado...

-          Sí...

Palas. Las doncellas entraban y salían de la habitación; Kio, Reeden y los demás fueron sacados de ahí.

-          Por favor, esperemos aquí... – dijo Allen, llevándose a sus hombres – la Princesa Millerna se encargará de ella.

-          Pero... ¿estará bien, Jefe? – dijo Teo, preocupado.

-          No hay porqué temer... La Princesa sabe lo que hace...

-          ¿Y el comandante? – dijo Pairu, volteando a su alrededor, sin ver a Gaddes con ellos.

-          Él asistirá a la Princesa...

La habitación, cerrada y esterilizada, tenía numerosas velas alumbrando el lugar; Millerna se preparaba para comenzar la operación, pues, después de auscultar la herida de Cerena, descubrió algunos pedazos de metal dentro.

-          Gaddes, ¿estás listo?

-          Eh... um... sí... – dijo el joven, nervioso – comience ya, Princesa... – con varios tratados médicos a su alrededor, Millerna se informaba sobre qué hacer con el bisturí. Gaddes miraba a Cerena, preocupado

-          Ya lo verás... sanará y todo volverá a la normalidad... – dijo Millerna, para tranquilizarlo.

Cuando el sol se ocultó tras el horizonte, las fuerzas basramitas, que bajaron sus armas ante Cehris, ya habían sido confiscadas y dirigidas a los hangares más próximos; los pilotos habían sido conducidos a la prisión; los pasos de alguien se escucharon bajar las escaleras, alertando a quien cuidaba los pasillos.

-          ¡Prin... Princesa Eries! – dijo el vigilante, extrañado al verla en ese lugar - ¿Qué hace aquí?

-          Hemos venido a ver a los prisioneros... – contestó la seria mujer, su marido se reunió con ella después de bajar las escaleras; ambos fueron conducidos hasta las rejas donde casi 20 sujetos permanecían presos.

-          ¡Es... es el Joven Cehris! – dijeron algunos soldados, asustados ante la presencia de su gobernante.

-          ¿Quiénes son ustedes? – preguntó Cehris, molesto - ¿Quién los envió a Astoria para apoyar a Zaiback? – el silencio entre los soldados enfureció a Cehris, quien sacando su espada, golpeó las rejas para intimidarlos - ¡Qué sucede, porqué no contestan?

-          So... somos parte del escuadrón del Su... Supremo Señor Estillon, Joven Cehris... – balbuceó uno de los hombres.

-          ¿Escuadrón?

-          Servimos directamente al Supremo Señor Estillon... por eso acatamos la orden de apoyar las fuerzas de Zaiback...

-          Pero... ¿Qué demonios...? – Cehris parecía perder el control, pero Eries lo tranquilizó. - ¿Mi padre les dio la orden para atacar?

-          N... no... Fue la Dama Cathera, Joven Cehris...

Eries se sorprendió; Cehris ya se lo imaginaba, pero aún así le causó un gran desagrado la noticia.

-          ¿Qué acaso no saben que somos aliados de Astoria?

-          S... sí, pero la orden dictaba lo contrario... lo sentimos, Joven Cehris, pero no podíamos desobedecer...

-          Esto no puede seguir así... – dijo Cehris, retirándose de ahí, seguido por Eries.

-          ¡Joven Cehris, nos ayudará a salir de aquí? – dijo uno de los hombres.

-          ¡Espero que se mueran ahí dentro! – la pareja subió las escaleras de la prisión.

-          Cehris, creo que debes pensar muy bien las cosas...

-          No es cuestión de pensar, Eries... mi padre me dijo claramente que no intervendría, pero hizo todo lo contrario, y encima, se alió con el enemigo... lo que no puedo tolerar es que Cathera haga todo lo que él dice, así sepa que no es nada bueno...

-          ¿Y... qué harás entonces? – Eries trató de sacarle la verdad.

-          Tenemos que arreglar este asunto frente a frente... y tú estarás ahí, Eries...

-          Por supuesto...

Fanelia. La noticia de la muerte del General Adelphos se dispersó rápidamente a través de todas las naciones de Gaea; así, Freid, Daedalus, Chezario y Egzardia se vieron liberados del sitio del que fueron objeto. Fanelia corrió con la misma suerte.

-          ¡Pero, Maestro Van! – Megnon se enteró de los planes de su Rey – ¡No creo que sea conveniente retar a Basram en éste momento! Es una nación sumamente poderosa, y no podríamos sostener una batalla con ella...

-          ¡Pero tenemos que enfrentar los problemas de frente! ¡Tenemos que acabar con los traidores de una buena vez! – Van parecía estar cegado, por su acostumbrada terquedad.

-          ¡Señorita Hitomi! – Megnon trató que Hitomi intercediera a su favor.

-          Creo que Megnon tiene razón... además, la Princesa Eries es parte ahora de Basram; si buscas problemas con ellos, te buscarás problemas con Astoria y Freid también; además, recuerda que Fanelia es aliada de Astoria...

-          Pero...

-          Y lo más importante... podrías arruinarlo todo si te precipitas... no sabemos qué trama Basram, y sea lo que sea, tenemos que estar prevenidos...

-          Hitomi tiene razón, Van sama... – dijo Merle.

Van tuvo que resignarse de nuevo ante las sabias palabras de Hitomi.

Palas. La ciudad volvió a la normalidad, a pesar del deterioro que sufrió; los ciudadanos se encargaban de apagar el fuego que se había provocado; la reconstrucción de la ciudad se efectuaría rápidamente, pues los daños no fueron demasiados.

-          Cerena... ¿Te encuentras bien, Cerena? – dijo Gaddes, tomándole de la mano, al notar que comenzaba a recobrar el conocimiento.

-          ¡Señorita Cerena! – los hombres de Allen abarrotaban la habitación; Millerna y Dryden también estaban ahí, esperando su recuperación; Allen se mostraba agradecido con los futuros reyes de Astoria por la atención que había recibido su hermana.

-          Princesa Millerna, Dryden, se los agradezco...

-          No hay problema... – dijo Millerna, a pesar de haber salido extenuada de la jornada.

-          Mhhh... – Cerena abrió los ojos, frente a ella, Gaddes y Allen la miraban fijamente; Kio, Reeden, Teo, Ort, Pairu, y Kattsu la miraban con sonrisas de bienvenida. - ¿Qué, qué pasa, porqué están todos aquí?

-          ¡Hurra, la señorita Cerena despertó! – dijo Reeden, levantando un pequeño ramo en honor a la chica.

-          Hey, Hey... – Ort le tocó  el codo, para que no olvidara que Gaddes estaba ahí.

-          Uh... perdón...

-          No se porqué se preocupan tanto... – dijo Cerena – siempre me sucede lo mismo, y al poco tiempo estoy subida en el Guymelf, peleando por mi nación, ¿No?

-          Pero te arriesgas demasiado, Cerena... – le dijo Gaddes; todos notaron el intercambio de miradas entre los 2, comprendiendo que había mucha gente ahí.

-          Eh, bueno... creo que mejor la dejamos descansar un poco, eh? – dijo Teo.

-          Sabia decisión... – dijo Dryden, encaminándolos hasta la puerta.

Gaddes y Allen se quedaron con ella.

-          ¿Sucedió... otra vez, no es así? – preguntó Cerena.

-          Sí... pero será la última... – dijo Gaddes.

-          ¿La, ultima? – se cuestionó Cerena.

-          No me preguntes por qué – dijo Allen – pero Gaddes asegura que así será...

-          Entonces así será... – dijo Cerena, sonriendo – Por cierto... ¿Podríamos ir a ver a mamá?

-          Eh... – Allen prefirió que descansara – creo que esperaremos a que mejores; pero te prometo que iremos con ella...

-          ¿Los 3? – la pregunta de Cerena abochornó a Gaddes; Allen le extendió la mano a su amigo, en señal de aprobación.

-          Sí, los 3... – Gaddes y Allen sellaron con ese apretón de manos, su sincera amistad, y el compromiso con Cerena. Un extraño ruido, proveniente del exterior, entró a la habitación; Allen abrió la ventana para ver qué sucedía; una gran nave volaba sobre Palas, tratando de aterrizar en Rampant.

-          Pero...

Cehris veía la misma nave desde otra parte del Palacio.

-          ¿Una nave de Basram? – se preguntó, guardando su enojo dentro de sí. Los banderines y grandes telas rojas, ostentaban las 2 serpientes características de ese país.

Yukari se despertó confundida; aún se sentía adormilada, pero algo le parecía extraño; sentándose sobre su cama, se tomó la cabeza con las manos.

-          Hitomi...

Los rayos de luz entraban a su cuarto; sobre su escritorio, notó algo que no había visto.

-          ¿Qué... es eso? – levantándose de la cama, atinó a acercarse; los rayos del sol se reflejaban en ese objeto. - ¿Hitomi... entonces no fue un sueño? – tomándolo con cuidado, la silueta de un CD-ROM se recortaba; un extraño brillo corrió por el perímetro del disco.

La gran nave tocó tierra en el aeropuerto de Rampant; los carruajes que provenían del Palacio, estaban entrando al aeropuerto; los caballos se detuvieron en seco. Dryden y Millerna salieron de ahí; Cehris y Eries bajaron del otro vehículo; frente a ellos, la portentosa nave basramita bajaba sus rampas.

-          ¿Quién podrá ser? – se preguntó Cehris.

-          ¡Guardias, estén preparados! – Dryden movilizó las tropas del aeropuerto para cualquier contingencia.

-          ¡Dryden, espera! – le regañó Millerna – Aún no sabes si vienen en son de paz...

-          Es mejor que lo hagan así – dijo el mismo Cehris, apoyando a Dryden – no sabemos con qué problema nos enfrentaremos ahora...

Sonidos de marchas se escucharon desde el interior de la nave; en poco tiempo, pudieron verse una serie de 30 soldados, armados con una filosa lanza de 2 navajas, que se formaron a lo largo de la rampa. Pertén los encabezaba; se trataba de:

-          ¿Los Guerreros de Ofir? – dijo Cehris al reconocer su propia élite guerrera – Entonces...

Una figura se vio salir de la nave; era una figura femenina, que al ver a Cehris, comenzó a correr hacia él.

-          ¡Hermano, Cehris!

-          ¿Ca... Cathera? – Cehris reconoció a su hermana, la cual se acercaba llorando; Cathera lo abrazó, tan pronto como lo tuvo enfrente, sin darle oportunidad de reclamarle nada.

-          ¡Hermano... sabía que estarías aquí! – levantó su mirada para descubrir a Eries y a los futuros reyes de Astoria, a unos cuantos pasos de Cehris. - ¡Hermana Eries, me alegra que ambos estén bien!

-          Pero, Cathera... ¿Qué sucedió, porqué viajaste a Astoria?

-          Hermano... huí de Escitia... – y lo abrazó con más fuerza, desahogándose; Pertén, con inmutable expresión en el rostro, formado en las filas de los Guerreros, veía a Cathera llorar.

-          ¿Huiste, pero por qué?

-          Nuestro padre se alió con Zaiback para mantener la paz en Basram, pero yo lo consideré traición, más cuando tú y mi hermana estaban en Astoria... por ello vine aquí, esperanzada en que Astoria pudiera acogerme mientras tanto...

-          ¡Cathera!

-          No te preocupes... – dijo Dryden – eres bienvenida en Astoria...

-          Gracias, Señor Fassa...

-          Está bien... regresemos a Palacio...

Cathera subió al carruaje con Eries; Cehris se quedaría en Rampant, con su élite guerrera, para organizarse; antes de irse, Cathera dirigió su mirada hacia Pertén, quien también la miró, fijamente.

-          Pertén – le dijo Cehris al soldado más leal de los Guerreros de Ofir - ¿Sabías tú si las unidades Astharon fueron construidas a pesar de la prohibición de mi padre?

-          No, Joven Cehris... tengo entendido que no se fabricaron por representar un peligro para la ciudad; eran unidades muy complejas y no estaban probadas...

-          Pertén, 20 unidades Astharon atacaron ésta ciudad ayer...

-          ¿Qué? – Pertén no sabía nada acerca de esos Guymelfs, por lo que se sorprendió.

-          Así es... algo me dice que la prohibición de mi padre solo fue una cortinilla ante todos nosotros...

-          Probablemente... – Pertén recibió ordenes de Cehris para trasladar a los Guerreros de Ofir a Palas.

-          Quiero que ustedes permanezcan aquí...

-          ¿Aquí, en Palas?

-          Sí... porque no regresaré hasta que Cathera quiera regresar también... entonces aclararé todo esto...

-          Como usted lo ordene, Joven Cehris...

El interfón del departamento de Kappei se activó.

-          ¿Quién es?

-          ¿Kappei sempai? Soy yo, Yukari Uchida...

-          Ah, Yukari... en un momento te abriré...

La puerta se abrió; Kappei recibió a Yukari en su casa.

-          Y... ¡A qué debo la visita, Uchida?

-          Es sobre Hitomi...

-          ¿Hitomi? – Kappei se emocionó - ¿Es que ya regresó de sus vacaciones?

-          Em... no; sería muy largo de explicar, pero...

-          ¿Pero?

-          Hitomi me ha pedido un favor...

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