El
alba comenzaba a aparecer en el horizonte, en la cadena montañosa que
bordea Fanelia. Las puertas de la ciudad volvieron a recibir a su rey.
Hitomi volvió a ver una ciudad floreciente, tanto como la primera vez que
llegó ahí; quizás mejor. Escaflowne aterrizó en la entrada de la
ciudad, y entró caminando, levantando polvo a cada paso. -
¡Miren,
es el Rey! -
¡Y
ha regresado con esa chica! La
gente se asomaba por las ventanas de sus casas, dejaban de hacer sus
actividades por enterarse de la llegada de la prometida del Rey. -
¡Bienvenida,
señorita Hitomi! -
¡Bienvenida
sea! Hitomi
estaba emocionada, y hasta cierto punto sorprendida de que la gente la
recordara con tanto cariño. -
¡Hey,
yo también vengo con ellos! – gritó Merle, al notar que pasaba
totalmente inadvertida. En
el atrio del castillo, donde se extendía un gran friso de llamativos
colores, Escaflowne bajó a Hitomi y a Merle. Van salió de la cabina. Los
4 soldados que lo vieron irse llegaron corriendo a recibirlo. -
Maestro
Van, que alegría que esté de nuevo con nosotros... – le dijo Sutton,
inclinándose junto con sus compañeros. -
Megnon,
Amenfis, Zircon, y Sutton, ella es Hitomi, trátenla como la futura
reina... – Merle puso un gesto de asco, pero ya no le quedaba más
remedio que aguantarse. -
A
sus ordenes, señorita Hitomi – Megnon se inclinó ante ella y le besó
la mano; Hitomi se sonrojó. -
¡Vaya,
solo el excéntrico de Kappei sempai se atrevería a saludarme así en
Tokio! – pensó. Dentro
ya del castillo, sentados en una mesa amplia y maciza, tallada con motivos
guerreros, Hitomi y Van comenzaban con el desayuno. Merle estaba también
presente (como única “familiar” de Van, tiene todo el derecho, como
lo saben todos los que asisten el castillo). -
Quiero
hacer de Fanelia un pueblo guerrero, tal y como Balgus lo hizo cuando vivía. -
¿De
verdad? – preguntó Hitomi. -
Sí,
estoy entrenando a 4 de los mejores soldados de Fanelia para convertirlos
en auténticos Samuráis... -
Pero
es muy terco... – interrumpió Merle, con la boca llena; pasando el
bocado, prosiguió: - Los hace practicar hasta muy tarde, y lo peor de
todo es que les dice que lo ataquen, sin importar lo que le puedan
hacer... -
¡Van!
– Hitomi se mostró preocupada – podrías salir herido... -
Ya
lo sé, pero no hay otra manera de hacerlos los mejores... además, no
puede pasarme nada... Hitomi
y Merle se voltearon a ver, comprendiendo que no podrían hacerlo cambiar
su táctica. -
Disculpe,
Rey Fanel... – uno de los administradores del castillo se acercó a él. -
¿Qué
pasa? -
Unas
personas están interesadas en hablar con usted; parece que quieren
ofrecerle algo... -
En
un momento voy; diles que esperen... Van
se levantó. Hitomi lo siguió con la mirada hasta que salió del comedor;
al volver la vista hacia su plato, notó que la carne había desaparecido. -
¡Merle! -
Comes
muy despacio... pensé que no te gustaba... – Merle se relamió la boca,
satisfecha, y después bostezó. - ¡Van sama! – Se levantó y corrió
hacia afuera. Hitomi, sin nada que comer ya, mejor se levantó de la mesa
y también salió. En
la gran terraza, se encontraban algunos carruajes; 2 hombres, un hombre
zorro y un hombre delfín, hablaban
con Van, tratando de convencerle. -
Sabemos
que Fanelia no conoce mucho del mar... -
Así
que por eso hemos venido a ofrecerle objetos que realmente le interesarán,
su alteza. -
¿Qué
es lo que quieren venderme? – preguntó Van, algo fastidiado. -
Tenemos
especias, sedas, textiles de gran calidad... todo esto, de las regiones
marítimas de la República de Basram... – los 2 individuos comenzaron a
mostrarle algunos jarrones, rollos de seda, papel, entre otras cosas.
Merle y Hitomi se acercaron para curiosear. -
¡Ah,
veo que a la joven dama le interesa nuestra joyería! – el hombre delfín
sacó presuroso un pequeño cofre, tratando de hacer labor de venta, para
mostrárselo a la recién llegada. Merle alcanzó a percibir un extraño
aroma, -
Mmhh...
¡huele delicioso! – y se apartó lentamente del resto, caminando
lentamente. -
No...
de verdad no me interesa... – trató Hitomi de disculparse ante el
vendedor, que insistía en mostrarle collares y joyas. – Pero, de pura
casualidad... ¿No tendrá algún CD? -
¿C...
D...? – los 2 semihumanos no comprendieron el término. A Van le pareció
también desconocido. -
Sí,
bueno... – Hitomi trató de expresarse mejor, simulando la forma del CD
con sus manos – es un círculo así, que brilla y se pueden ver en él
los colores del espectro; es plano, y... -
¡Ah,
por supuesto! -
¿De
verdad? El
hombre zorro buscó en una de sus valijas; de ellas sacó un CD. -
Pero...
¿De dónde sacó esto? – preguntó Hitomi, impresionada. -
No
es común encontrarlos, ni conseguirlos, pero sí puedo decirte que se
trata de un objeto de gran valor... proviene del este, de manos de grandes
personajes... Hitomi
lo miró con detenimiento. No se trataba de un CD de audio; parecía más
bien un CD-ROM. -
¡Dios
mío!... – pensó Hitomi – No hay duda de que alguien de la Tierra
trajo esto... el CD que compré en el bazar de Palas también debe
proceder del mismo lugar... -
Puedes
hacerte un elegante collar con él, je, je... La
curiosa de Merle se acercaba cada vez más al carruaje mayor, cubierto con
una gruesa manta. El aroma la hacía seguir adelante, sin importar lo que
fuera. -
Me
pregunto qué podrá ser... –
Merle se asomó un poco, pero no pudo ver nada. - Van sama, ¿Qué es lo
que traen aquí? -
¿Podrían
mostrárnoslo? – sugirió Van, mientras Hitomi terminaba su transacción
con el hombre delfín. -
Qué
hermoso pendiente, señorita... podría pagarle muy bien si me lo
vendiera... -
Gracias,
pero tiene un valor muy importante para mí... El
hombre zorro, atendiendo la petición de Van, se dirigió hacia el
carruaje más grande; Merle estaba emocionada, relamiéndose los labios. -
Su
majestad, lo que tengo aquí bien le puede dar una gran fortuna... -
¿De
qué se trata? El
hombre zorro retiró la manta del carruaje de un fuerte tirón. El rostro
de Merle (y el de Van, también) se mostraron atónitos. En un enorme
recipiente, a manera de copa, se encontraba una hermosa sirena, algo
asustada. -
Proveniente
de la costa oriental de Basram, éste hermoso ejemplar sería perfecto
para su palacio, Su Majestad. -
¿Una
mujer pez? -
Mejor
llamada sirena, es raro conseguir una, y a tan bajo costo... El
rostro de la sirena se veía asustado, y su cuerpo, acurrucado; sus
cabellos azules se movían lentamente con el agua. Se cubría una de sus
manos con la otra, apretándola fuertemente. -
¡U...
una sirena! – Hitomi dejó de lado al hombre delfín para acercarse al
recipiente. Con cautela tocó el vidrio; la sirena se estremeció,
asustada. – Debe sentirse muy mal... es inhumano mantenerla cautiva. La
sirena miró el rostro de Hitomi, compasivo pero también digno de
confianza. Se sintió más tranquila al verla a los ojos. -
¿Lo
ve? La dama está interesada... ¿Porqué no se la regala? La
sirena volteó lentamente a verse las manos, con las que apretaba algo con
fuerza; después miró a Hitomi de nuevo. Movió un poco sus labios,
saliendo algunas pequeñas burbujas de su boca. Después, destapó su
mano, en la que lucía un anillo redondo. -
Pero...
– Hitomi se sorprendió cuando la sirena le mostró directamente el
anillo, a la vez que su rostro suplicante y sus labios, pronunciaban algo.
– Ese escudo... es de...! -
¿Pero
qué está haciendo? – pensó uno de los vendedores, al ver la actitud
de la cautiva. -
¿Qué
sucede, Hitomi? – Van se cercioró del sorprendido rostro de Hitomi. Uno
de los 2 semihumanos se dio cuenta de que la sirena tenía un anillo, y
por lo tanto, un dueño. Mayor fue su sorpresa al reconocer el escudo. -
¡Garo!
¿De dónde sacó eso? – preguntó alarmado el hombre delfín a su compañero
zorro, llamado Remo, quien también se quedó mudo. Algunas gotas de sudor
resbalaron por la lisa piel del delfín. En la mente de Hitomi se dibujó
el rostro del sabio mercader que conoció en su anterior visita. -
¡Van!
– Hitomi reconoció el escudo de la familia Fassa, de Astoria. -
No,
no teníamos idea de que tuviera dueño... ¡La capturamos en libertad!
– los vendedores sabían que cualquier Rey tendría contacto con el
mayor mercader de Gaea, y por tanto, sabría que estaban cometiendo un
delito al apoderarse de la sirena. – Se la dejaremos, pero por favor, no
nos haga nada... – los 2 vendedores, treparon a sus carruajes, y
salieron de la ciudad. Van, con una sirena justo en la terraza de su
castillo, no entendió lo sucedido. -
Pero...
¿Qué paso aquí?
Una
hermosa playa se extendía hasta el horizonte; pequeñas olas desembocaban
en la orilla; el mar reflejaba el fulguroso sol; algunas estatuas del Dios
Dragón Jichia, se alzaban en los muelles. Es la bahía de Palas. El
trote de un caballo se escuchaba a lo lejos; la figura de un caballo se
acercaba, con una mujer montada en él. Se trata de la princesa Millerna,
que, como acostumbra, cabalga en su caballo todas las mañanas por la
playa. Viste su atuendo para ésta actividad. Se le nota feliz, como si
nada le preocupara. Detrás
de ella, a una distancia muy lejana, se escucha el trotar varios caballos,
que se acercan a Millerna con el tiempo; pronto un corcel blanco pasa
junto a ella, sin jinete; en pocos segundos, alrededor de 50 caballos la
alcanzan. Y siguen llegando cada vez más. Millerna se preocupa, pues es
extraño que una manada de caballos de tan fina raza corran sin un guía. Pronto
se encuentra rodeada por casi un ciento de caballos, que corren hacia
adelante siempre, a la par que el corcel de Millerna. -
Como
siempre, tan bella cada mañana... – Millerna escucha una voz, que la
hace voltear. Dryden, detrás de ella, y cabalgando un caballo blanco, le
extiende un magnífico ramo de flores. Millerna se queda sin habla. –
Que la pase bien, Princesa... – Dryden, junto con sus casi 200 caballos,
dejan a Millerna atrás, perdiéndose en el horizonte. El caballo de
Millerna se queda parado, y su jinete, anonadada, con un ramo de flores en
las manos. -
¡Dry...
Dryden! – el “pequeño” detalle la deja algo confundida. Una
enorme manada de caballos llega a Rampant, el puerto aéreo de Palas; la
nave de Dryden se encuentra ahí. Clerk, el hombre ratón y mayordomo del
mercader, lo recibe con expresión agitada, moviendo los brazos. -
¡Dryden
sama! ¿Cómo se le ocurre hacer esto? ¿Es que no sabe cuantos Gidarus
gasta en cosas tan excéntricas? -
No,
a decir verdad, no me interesa saberlo... – Dryden se baja del caballo,
y se encamina a las puertas de su nave. Clerk le sigue, haciéndole
cuentas de sus excesos por cautivar a la princesa. -
Hace
2 meses que mandó millones de flores a Palacio... -
Sí...
¿Y? -
Ese
ajuar de casi 50 000 Gidarus que le mandó hace poco... -
Ahjá
– Dryden sigue caminando, poniendo poca atención. -
El
baile que organizó solo para ella... traer la Orquesta de Egzardia para
tocarle sólo a ella... regalarle atuendos de Egzardia... -
Así
es; me parece que adiviné sus gustos, ¿verdad? -
¡Sólo
le falta que le construya un mausoleo! -
¡No
es mala idea! !Clerk, consigue un constructor de Daedalus a la brevedad
posible! -
¡Dryden
sama! – Clerk berrincheó al comprender que había abierto la boca de más. -
No
te preocupes por los gastos de todo eso... – siguió Dryden – después
de todo, el pago de Escaflowne fue mucho más severo y nos recuperamos en
poco tiempo... -
En
fin... Dryden
comienza a subir las escaleras, en dirección a la biblioteca. -
Una
cosa más, Dryden sama... Acaban de reportar que tienen una sirena suya en
Fanelia, Señor... -
¿¿¿¿Qué??????
– Dryden voltea a ver a su mayordomo - ¿Y porqué no estamos en camino? -
En
un momento saldremos de Rampant, señor. -
Muy
bien... – Dryden continúa subiendo las escaleras, con una gran sonrisa. -
Emmm...
¿y, qué vamos a hacer con los caballos, señor? -
Déjalos
en mi palacete o suéltalos en las laderas de las montañas Floresta, me
da igual... -
S... Por
los grandes ventanales del palacio de Palas, el navío de Dryden se ve,
zarpando de Rampant, en dirección al oeste. -
Millerna...
– la Princesa Eries deja de mirar por la ventana, caminando hacia
adentro, donde su hermana da la orden de colocar ese gran ramo que le
regalaron, en un jarrón. – Parece que tu prometido zarpó. -
¿Qué?
¿Se fue? -
Míralo
tú misma – Millerna corre al balcón, donde efectivamente, la nave de
Dryden se ve alejarse. -
Bueno,
pero no tengo por que interesarme – Millerna toma una actitud
despreocupada – después de todo, él rompió nuestro compromiso... -
Pero
sigue siendo tu prometido, Millerna... -
Sí,
eso lo sé – sus ojos brillan un poco, pero trata de disimular ante su
hermana – Pero ya hemos hablado mucho de mí... mejor hablemos de ti, la
próxima Primera Dama de Basram... -
¿Porqué
tienes que decirlo de esa forma tan arrogante, Millerna? – Eries se
muestra inconforme. -
¡Pero
si tengo razón! – Millerna continúa – si vas a contraer matrimonio
con el Joven Cehris, serás la Primera Dama del país, ¿no es así? -
Millerna
– Eries trata de aclarar las cosas – A pesar de lo que muchos piensan,
el padre de Cehris no ha muerto aún, así que Cehris no es el Supremo Señor
todavía; además, yo sí cumpliré con el contrato matrimonial que
nuestro padre arregló con esa nación... pero creo que eso, tú no puedes
entenderlo... -
Y
dime, hermana... ¿Cómo es Cehris? ¿Se parece a su padre? -
No
puedo describirlo tan fácil... si quieres saberlo, tendrás que acompañarme
a la visita que haremos a Basram dentro de unos días... -
Por
supuesto que iré... – contesta Millerna, sintiéndose desafiada. Eries
sale de la habitación. Millerna se queda pensativa. - ¿Porqué te
marchaste... Dryden? – se dirige hacia el jarrón con las flores, y
después de percibir su dulce aroma, lanza un breve suspiro.
La
sala de juntas en el Palacio estaba repleta de nobles, así como jurados y
personas allegadas al Rey Aston. -
¡No
puedo permitir que una mujer forme parte de los Caballeros del Cielo! –
el Rey Aston parecía molesto. -
Pero,
señor, ella tiene grandes habilidades; puede superar incluso a varios de
sus Caballeros más destacados. – comentó un jurado. -
¡No
me interesa que tan buena pueda ser, no será jamás un miembro de mi élite!
¡Busquen otro soldado que la supla! ¡Las mujeres son débiles, y no
soportarían la rudeza de una batalla! -
Sí,
su alteza... -
En
cuanto al espadachín, subalterno del Caballero Allen Crusade Schezar...
– comentó otro hombre en la sala. -
El
Rey Aston levantó una pequeña espada, en actitud simbólica. – Doy mi
consentimiento para ello; será nombrado Caballero del Cielo en la próxima
ceremonia... Una
doncella de compañía se acercó hasta la habitación de la Princesa
Millerna. -
Señorita
Millerna... -
¿Sí? -
Un
joven la busca, Princesa; dice que es algo urgente... -
¿Algo
urgente? – Millerna se extraña, pero decide ir a ver qué es lo que
sucede. Acompañada por su doncella, llega hasta la recepción del
castillo, donde la espera un hombre sentado de espaldas, en un cómodo
sillón. -
¿Dry...
Dryden? – Millerna reconoce el cabello de éste, quien intempestivamente
se levanta del sillón y se arrodilla ante ella, besándole la mano. -
Mi
adorada Princesa... -
¿Pero...
que no te habías ido? Vi que tu nave salió de Rampant. -
No
podría irme, sin antes invitar a su Alteza a mi viaje hacia el Reino de
Fanelia... -
¿Fanelia? -
¿Le
agradaría, Princesa? -
Pues...
yo... – Sus mejillas se sonrojan un poco. - ¡Anna, prepara mis cosas! -
Como
usted lo ordene, Princesa... – La doncella se retira. Millerna retira su
mano de la de Dryden, y éste se incorpora. -
Acepto
tu invitación, sólo porque sé que estaré segura... -
Si
se casara conmigo, Princesa Millerna, estaría segura para toda su vida
– Dryden le regala una sensual sonrisa, que la hace mirar hacia otro
lado, disimulada, aunque su corazón manifieste todo lo contrario. – Una
de mis naves peregrinas nos espera para alcanzar nuestro majestuoso navío... Eries
entra en la habitación, donde Dryden corteja a su hermana menor. -
Señor
Dryden... -
Princesa
Eries, que gusto... – también la saludaría de mano. -
Creí
que había comenzado sus viajes de nuevo, después de su larga estancia en
Palas... -
Así
es, me dirijo a Fanelia por cuestiones de negocios... por cierto, la Pequeña
Princesa nos acompañará en nuestra travesía... -
¿Qué,
Millerna irá? -
Creo
que tengo edad suficiente como para decidirlo, hermana -
Está
bien... – Eries cierra los ojos y suspira por un momento – Sólo
espero que regreses dispuesta a casarte con el Señor Dryden de una buena
vez. Millerna
no sabe en donde esconder la cara, avergonzada por el comentario de su
hermana. -
Yo
también espero lo mismo... – afirma Dryden, acomodando sus lentes; el
rostro de Millerna se refleja en los 2 vidrios de sus anteojos. | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | |