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III. El sello del Sabio

El alba comenzaba a aparecer en el horizonte, en la cadena montañosa que bordea Fanelia. Las puertas de la ciudad volvieron a recibir a su rey. Hitomi volvió a ver una ciudad floreciente, tanto como la primera vez que llegó ahí; quizás mejor. Escaflowne aterrizó en la entrada de la ciudad, y entró caminando, levantando polvo a cada paso.

-          ¡Miren, es el Rey!

-          ¡Y ha regresado con esa chica!

La gente se asomaba por las ventanas de sus casas, dejaban de hacer sus actividades por enterarse de la llegada de la prometida del Rey.

-          ¡Bienvenida, señorita Hitomi!

-          ¡Bienvenida sea!

Hitomi estaba emocionada, y hasta cierto punto sorprendida de que la gente la recordara con tanto cariño.

-          ¡Hey, yo también vengo con ellos! – gritó Merle, al notar que pasaba totalmente inadvertida.

En el atrio del castillo, donde se extendía un gran friso de llamativos colores, Escaflowne bajó a Hitomi y a Merle. Van salió de la cabina. Los 4 soldados que lo vieron irse llegaron corriendo a recibirlo.

-          Maestro Van, que alegría que esté de nuevo con nosotros... – le dijo Sutton, inclinándose junto con sus compañeros.

-          Megnon, Amenfis, Zircon, y Sutton, ella es Hitomi, trátenla como la futura reina... – Merle puso un gesto de asco, pero ya no le quedaba más remedio que aguantarse.

-          A sus ordenes, señorita Hitomi – Megnon se inclinó ante ella y le besó la mano; Hitomi se sonrojó.

-          ¡Vaya, solo el excéntrico de Kappei sempai se atrevería a saludarme así en Tokio! – pensó.

Dentro ya del castillo, sentados en una mesa amplia y maciza, tallada con motivos guerreros, Hitomi y Van comenzaban con el desayuno. Merle estaba también presente (como única “familiar” de Van, tiene todo el derecho, como lo saben todos los que asisten el castillo).

-          Quiero hacer de Fanelia un pueblo guerrero, tal y como Balgus lo hizo cuando vivía.

-          ¿De verdad? – preguntó Hitomi.

-          Sí, estoy entrenando a 4 de los mejores soldados de Fanelia para convertirlos en auténticos Samuráis...

-          Pero es muy terco... – interrumpió Merle, con la boca llena; pasando el bocado, prosiguió: - Los hace practicar hasta muy tarde, y lo peor de todo es que les dice que lo ataquen, sin importar lo que le puedan hacer...

-          ¡Van! – Hitomi se mostró preocupada – podrías salir herido...

-          Ya lo sé, pero no hay otra manera de hacerlos los mejores... además, no puede pasarme nada...

Hitomi y Merle se voltearon a ver, comprendiendo que no podrían hacerlo cambiar su táctica.

-          Disculpe, Rey Fanel... – uno de los administradores del castillo se acercó a él.

-          ¿Qué pasa?

-          Unas personas están interesadas en hablar con usted; parece que quieren ofrecerle algo...

-          En un momento voy; diles que esperen...

Van se levantó. Hitomi lo siguió con la mirada hasta que salió del comedor; al volver la vista hacia su plato, notó que la carne había desaparecido.

-          ¡Merle!

-          Comes muy despacio... pensé que no te gustaba... – Merle se relamió la boca, satisfecha, y después bostezó. - ¡Van sama! – Se levantó y corrió hacia afuera. Hitomi, sin nada que comer ya, mejor se levantó de la mesa y también salió.

En la gran terraza, se encontraban algunos carruajes; 2 hombres, un hombre zorro y un hombre delfín,  hablaban con Van, tratando de convencerle.

-          Sabemos que Fanelia no conoce mucho del mar...

-          Así que por eso hemos venido a ofrecerle objetos que realmente le interesarán, su alteza.

-          ¿Qué es lo que quieren venderme? – preguntó Van, algo fastidiado.

-          Tenemos especias, sedas, textiles de gran calidad... todo esto, de las regiones marítimas de la República de Basram... – los 2 individuos comenzaron a mostrarle algunos jarrones, rollos de seda, papel, entre otras cosas. Merle y Hitomi se acercaron para curiosear.

-          ¡Ah, veo que a la joven dama le interesa nuestra joyería! – el hombre delfín sacó presuroso un pequeño cofre, tratando de hacer labor de venta, para mostrárselo a la recién llegada. Merle alcanzó a percibir un extraño aroma,

-          Mmhh... ¡huele delicioso! – y se apartó lentamente del resto, caminando lentamente.

-          No... de verdad no me interesa... – trató Hitomi de disculparse ante el vendedor, que insistía en mostrarle collares y joyas. – Pero, de pura casualidad... ¿No tendrá algún CD?

-          ¿C... D...? – los 2 semihumanos no comprendieron el término. A Van le pareció también desconocido.

-          Sí, bueno... – Hitomi trató de expresarse mejor, simulando la forma del CD con sus manos – es un círculo así, que brilla y se pueden ver en él los colores del espectro; es plano, y...

-          ¡Ah, por supuesto!

-          ¿De verdad?

El hombre zorro buscó en una de sus valijas; de ellas sacó un CD.

-          Pero... ¿De dónde sacó esto? – preguntó Hitomi, impresionada.

-          No es común encontrarlos, ni conseguirlos, pero sí puedo decirte que se trata de un objeto de gran valor... proviene del este, de manos de grandes personajes...

Hitomi lo miró con detenimiento. No se trataba de un CD de audio; parecía más bien un CD-ROM.

-          ¡Dios mío!... – pensó Hitomi – No hay duda de que alguien de la Tierra trajo esto... el CD que compré en el bazar de Palas también debe proceder del mismo lugar...

-          Puedes hacerte un elegante collar con él, je, je...

La curiosa de Merle se acercaba cada vez más al carruaje mayor, cubierto con una gruesa manta. El aroma la hacía seguir adelante, sin importar lo que fuera.

-          Me pregunto qué podrá ser...  – Merle se asomó un poco, pero no pudo ver nada. - Van sama, ¿Qué es lo que traen aquí?

-          ¿Podrían mostrárnoslo? – sugirió Van, mientras Hitomi terminaba su transacción con el hombre delfín.

-          Qué hermoso pendiente, señorita... podría pagarle muy bien si me lo vendiera...

-          Gracias, pero tiene un valor muy importante para mí...

El hombre zorro, atendiendo la petición de Van, se dirigió hacia el carruaje más grande; Merle estaba emocionada, relamiéndose los labios.

-          Su majestad, lo que tengo aquí bien le puede dar una gran fortuna...

-          ¿De qué se trata?

El hombre zorro retiró la manta del carruaje de un fuerte tirón. El rostro de Merle (y el de Van, también) se mostraron atónitos. En un enorme recipiente, a manera de copa, se encontraba una hermosa sirena, algo asustada.

-          Proveniente de la costa oriental de Basram, éste hermoso ejemplar sería perfecto para su palacio, Su Majestad.

-          ¿Una mujer pez?

-          Mejor llamada sirena, es raro conseguir una, y a tan bajo costo...

El rostro de la sirena se veía asustado, y su cuerpo, acurrucado; sus cabellos azules se movían lentamente con el agua. Se cubría una de sus manos con la otra, apretándola fuertemente.

-          ¡U... una sirena! – Hitomi dejó de lado al hombre delfín para acercarse al recipiente. Con cautela tocó el vidrio; la sirena se estremeció, asustada. – Debe sentirse muy mal... es inhumano mantenerla cautiva.

La sirena miró el rostro de Hitomi, compasivo pero también digno de confianza. Se sintió más tranquila al verla a los ojos.

-          ¿Lo ve? La dama está interesada... ¿Porqué no se la regala?

La sirena volteó lentamente a verse las manos, con las que apretaba algo con fuerza; después miró a Hitomi de nuevo. Movió un poco sus labios, saliendo algunas pequeñas burbujas de su boca. Después, destapó su mano, en la que lucía un anillo redondo.

-          Pero... – Hitomi se sorprendió cuando la sirena le mostró directamente el anillo, a la vez que su rostro suplicante y sus labios, pronunciaban algo. – Ese escudo... es de...!

-          ¿Pero qué está haciendo? – pensó uno de los vendedores, al ver la actitud de la cautiva.

-          ¿Qué sucede, Hitomi? – Van se cercioró del sorprendido rostro de Hitomi.

Uno de los 2 semihumanos se dio cuenta de que la sirena tenía un anillo, y por lo tanto, un dueño. Mayor fue su sorpresa al reconocer el escudo.

-          ¡Garo! ¿De dónde sacó eso? – preguntó alarmado el hombre delfín a su compañero zorro, llamado Remo, quien también se quedó mudo. Algunas gotas de sudor resbalaron por la lisa piel del delfín. En la mente de Hitomi se dibujó el rostro del sabio mercader que conoció en su anterior visita.

-          ¡Van! – Hitomi reconoció el escudo de la familia Fassa, de Astoria.

-          No, no teníamos idea de que tuviera dueño... ¡La capturamos en libertad! – los vendedores sabían que cualquier Rey tendría contacto con el mayor mercader de Gaea, y por tanto, sabría que estaban cometiendo un delito al apoderarse de la sirena. – Se la dejaremos, pero por favor, no nos haga nada... – los 2 vendedores, treparon a sus carruajes, y salieron de la ciudad. Van, con una sirena justo en la terraza de su castillo, no entendió lo sucedido.

-          Pero... ¿Qué paso aquí?

Una hermosa playa se extendía hasta el horizonte; pequeñas olas desembocaban en la orilla; el mar reflejaba el fulguroso sol; algunas estatuas del Dios Dragón Jichia, se alzaban en los muelles. Es la bahía de Palas.

El trote de un caballo se escuchaba a lo lejos; la figura de un caballo se acercaba, con una mujer montada en él. Se trata de la princesa Millerna, que, como acostumbra, cabalga en su caballo todas las mañanas por la playa. Viste su atuendo para ésta actividad. Se le nota feliz, como si nada le preocupara.

Detrás de ella, a una distancia muy lejana, se escucha el trotar varios caballos, que se acercan a Millerna con el tiempo; pronto un corcel blanco pasa junto a ella, sin jinete; en pocos segundos, alrededor de 50 caballos la alcanzan. Y siguen llegando cada vez más. Millerna se preocupa, pues es extraño que una manada de caballos de tan fina raza corran sin un guía.

Pronto se encuentra rodeada por casi un ciento de caballos, que corren hacia adelante siempre, a la par que el corcel de Millerna.

-          Como siempre, tan bella cada mañana... – Millerna escucha una voz, que la hace voltear. Dryden, detrás de ella, y cabalgando un caballo blanco, le extiende un magnífico ramo de flores. Millerna se queda sin habla. – Que la pase bien, Princesa... – Dryden, junto con sus casi 200 caballos, dejan a Millerna atrás, perdiéndose en el horizonte. El caballo de Millerna se queda parado, y su jinete, anonadada, con un ramo de flores en las manos.

-          ¡Dry... Dryden! – el “pequeño” detalle la deja algo confundida.

Una enorme manada de caballos llega a Rampant, el puerto aéreo de Palas; la nave de Dryden se encuentra ahí. Clerk, el hombre ratón y mayordomo del mercader, lo recibe con expresión agitada, moviendo los brazos.

-          ¡Dryden sama! ¿Cómo se le ocurre hacer esto? ¿Es que no sabe cuantos Gidarus gasta en cosas tan excéntricas?

-          No, a decir verdad, no me interesa saberlo... – Dryden se baja del caballo, y se encamina a las puertas de su nave. Clerk le sigue, haciéndole cuentas de sus excesos por cautivar a la princesa.

-          Hace 2 meses que mandó millones de flores a Palacio...

-          Sí... ¿Y?

-          Ese ajuar de casi 50 000 Gidarus que le mandó hace poco...

-          Ahjá – Dryden sigue caminando, poniendo poca atención.

-          El baile que organizó solo para ella... traer la Orquesta de Egzardia para tocarle sólo a ella... regalarle atuendos de Egzardia...

-          Así es; me parece que adiviné sus gustos, ¿verdad?

-          ¡Sólo le falta que le construya un mausoleo!

-          ¡No es mala idea! !Clerk, consigue un constructor de Daedalus a la brevedad posible!

-          ¡Dryden sama! – Clerk berrincheó al comprender que había abierto la boca de más.

-          No te preocupes por los gastos de todo eso... – siguió Dryden – después de todo, el pago de Escaflowne fue mucho más severo y nos recuperamos en poco tiempo...

-          En fin...

Dryden comienza a subir las escaleras, en dirección a la biblioteca.

-          Una cosa más, Dryden sama... Acaban de reportar que tienen una sirena suya en Fanelia, Señor...

-          ¿¿¿¿Qué?????? – Dryden voltea a ver a su mayordomo - ¿Y porqué no estamos en camino?

-          En un momento saldremos de Rampant, señor.

-          Muy bien... – Dryden continúa subiendo las escaleras, con una gran sonrisa.

-          Emmm... ¿y, qué vamos a hacer con los caballos, señor?

-          Déjalos en mi palacete o suéltalos en las laderas de las montañas Floresta, me da igual...

-          S...

Por los grandes ventanales del palacio de Palas, el navío de Dryden se ve, zarpando de Rampant, en dirección al oeste.

-          Millerna... – la Princesa Eries deja de mirar por la ventana, caminando hacia adentro, donde su hermana da la orden de colocar ese gran ramo que le regalaron, en un jarrón. – Parece que tu prometido zarpó.

-          ¿Qué? ¿Se fue?

-          Míralo tú misma – Millerna corre al balcón, donde efectivamente, la nave de Dryden se ve alejarse.

-          Bueno, pero no tengo por que interesarme – Millerna toma una actitud despreocupada – después de todo, él rompió nuestro compromiso...

-          Pero sigue siendo tu prometido, Millerna...

-          Sí, eso lo sé – sus ojos brillan un poco, pero trata de disimular ante su hermana – Pero ya hemos hablado mucho de mí... mejor hablemos de ti, la próxima Primera Dama de Basram...

-          ¿Porqué tienes que decirlo de esa forma tan arrogante, Millerna? – Eries se muestra inconforme.

-          ¡Pero si tengo razón! – Millerna continúa – si vas a contraer matrimonio con el Joven Cehris, serás la Primera Dama del país, ¿no es así?

-          Millerna – Eries trata de aclarar las cosas – A pesar de lo que muchos piensan, el padre de Cehris no ha muerto aún, así que Cehris no es el Supremo Señor todavía; además, yo sí cumpliré con el contrato matrimonial que nuestro padre arregló con esa nación... pero creo que eso, tú no puedes entenderlo...

-          Y dime, hermana... ¿Cómo es Cehris? ¿Se parece a su padre?

-          No puedo describirlo tan fácil... si quieres saberlo, tendrás que acompañarme a la visita que haremos a Basram dentro de unos días...

-          Por supuesto que iré... – contesta Millerna, sintiéndose desafiada. Eries sale de la habitación. Millerna se queda pensativa. - ¿Porqué te marchaste... Dryden? – se dirige hacia el jarrón con las flores, y después de percibir su dulce aroma, lanza un breve suspiro.  

La sala de juntas en el Palacio estaba repleta de nobles, así como jurados y personas allegadas al Rey Aston.

-          ¡No puedo permitir que una mujer forme parte de los Caballeros del Cielo! – el Rey Aston parecía molesto.

-          Pero, señor, ella tiene grandes habilidades; puede superar incluso a varios de sus Caballeros más destacados. – comentó un jurado.

-          ¡No me interesa que tan buena pueda ser, no será jamás un miembro de mi élite! ¡Busquen otro soldado que la supla! ¡Las mujeres son débiles, y no soportarían la rudeza de una batalla!

-          Sí, su alteza...

-          En cuanto al espadachín, subalterno del Caballero Allen Crusade Schezar... – comentó otro hombre en la sala.

-          El Rey Aston levantó una pequeña espada, en actitud simbólica. – Doy mi consentimiento para ello; será nombrado Caballero del Cielo en la próxima ceremonia... 

Una doncella de compañía se acercó hasta la habitación de la Princesa Millerna.

-          Señorita Millerna...

-          ¿Sí?

-          Un joven la busca, Princesa; dice que es algo urgente...

-          ¿Algo urgente? – Millerna se extraña, pero decide ir a ver qué es lo que sucede. Acompañada por su doncella, llega hasta la recepción del castillo, donde la espera un hombre sentado de espaldas, en un cómodo sillón.

-          ¿Dry... Dryden? – Millerna reconoce el cabello de éste, quien intempestivamente se levanta del sillón y se arrodilla ante ella, besándole la mano.

-          Mi adorada Princesa...

-          ¿Pero... que no te habías ido? Vi que tu nave salió de Rampant.

-          No podría irme, sin antes invitar a su Alteza a mi viaje hacia el Reino de Fanelia...

-          ¿Fanelia?

-          ¿Le agradaría, Princesa?

-          Pues... yo... – Sus mejillas se sonrojan un poco. - ¡Anna, prepara mis cosas!

-          Como usted lo ordene, Princesa... – La doncella se retira. Millerna retira su mano de la de Dryden, y éste se incorpora.

-          Acepto tu invitación, sólo porque sé que estaré segura...

-          Si se casara conmigo, Princesa Millerna, estaría segura para toda su vida – Dryden le regala una sensual sonrisa, que la hace mirar hacia otro lado, disimulada, aunque su corazón manifieste todo lo contrario. – Una de mis naves peregrinas nos espera para alcanzar nuestro majestuoso navío...

Eries entra en la habitación, donde Dryden corteja a su hermana menor.

-          Señor Dryden...

-          Princesa Eries, que gusto... – también la saludaría de mano.

-          Creí que había comenzado sus viajes de nuevo, después de su larga estancia en Palas...

-          Así es, me dirijo a Fanelia por cuestiones de negocios... por cierto, la Pequeña Princesa nos acompañará en nuestra travesía...

-          ¿Qué, Millerna irá?

-          Creo que tengo edad suficiente como para decidirlo, hermana

-          Está bien... – Eries cierra los ojos y suspira por un momento – Sólo espero que regreses dispuesta a casarte con el Señor Dryden de una buena vez.

Millerna no sabe en donde esconder la cara, avergonzada por el comentario de su hermana.

-          Yo también espero lo mismo... – afirma Dryden, acomodando sus lentes; el rostro de Millerna se refleja en los 2 vidrios de sus anteojos.

Dentro del Castillo de Fanelia, una sirena mira a través del cristal de su pecera, en dirección a las ventanas, que dejan ver el despejado cielo de Gaea. A la vez que sostiene el anillo entre sus manos, sus labios pronuncian una palabra silenciosa, llena de esperanza.

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