-
¿En dónde estamos? – se
preguntaron los pequeños miembros del Clan, mirando algo asustados y
desconcertados el entorno, con sus cíclopes ojos. -
Este lugar... es Gaea... -
Pero... porqué hemos salido del
puente dimensional? – se pregunto uno de ellos. -
Parece que el puente acaba de ser
eliminado... – dijo el capataz – Alguien usó el Poder de Jichia para
unir ambas dimensiones... Las sonoras carcajadas del hombre
frente a Van y Hitomi eran ensombrecidas por el zumbido que ocasionaba la
rotación del gigantesco Reactor de Partículas. -
¡Mi cuerpo, está recuperándose! Cathera lloraba amargamente,
reclinada frente al cuerpo de Pertén, sin vida. Miles de recuerdos
llegaron a su mente. -
¿Dónde estás, hija? – la voz
del verdadero Estillon se escuchaba por los jardines del Castillo -
¡Papá! – la pequeña Cathera, de
alrededor de unos 6 años, salió de los arbustos, impecable; sabía ser
toda una dama, a pesar de su corta edad. -
¡Aquí estás! – dijo su padre,
agachándose para después elevarla por los aires, con sus potentes
brazos; le agradaba escuchar la risa de su pequeña hija; eso significaba
que era feliz, a pesar de haber perdido a su madre después de que ella
naciera. -
¡Te quiero mucho, papá! -
Yo también, Cathera... – la niña
besó a su padre, en señal de amor hacia su padre. Otro fugaz recuerdo marcó la vida
de Cathera; Estillon permaneció fuera de Escitia por una corta temporada,
en la que visitó Daedalus por cuestiones militares. -
¡Dónde está papá? – preguntó
la chiquilla, al verlo ausente en el Castillo. -
No está aquí, Dama... – dijo una
de las doncellas – tuvo que arreglar algunos negocios con una nación
vecina; tardará algunos días en venir... Fue una estupenda oportunidad para
lograr escabullirse en la majestuosa habitación de su padre; una habitación,
situada en el lugar más elegante de la construcción, pero no era aquella
en la Torre del Rey (la Torre del Rey permanecía deshabitada, después de
la abolición de la monarquía en Basram). Una multitud de tesoros se
encontraban en esa cámara; pieles, telas, oro, piedras preciosas... todo
lo que un Gobernante de una rica nación podía tener... La cama era muy grande; era muy
tentadora la idea de subir a ella, y probar qué tan blando y cómodo
estaba. La niña no resistió, y se dejó vencer; en unos momentos, estaría
sobre la mullida cama... -
¡Qué cómoda! – la niña se
acostó, rebosando de alegría; pero, algo llamó su atención: una
gigantesca pintura, un retrato de su madre, Mirna Galia Assab, que dejó
Egzardia para casarse con Estillon, y murió después de dar a luz a su
hija, que ahora la miraba con atención - ¿Mamá? – en realidad Cathera
no la había conocido; escuchaba que Cehris hablaba de ella, nostálgico;
a ella le hubiera gustado tenerla cerca – No entiendo por qué te
fuiste, Mamá... -
¿Has visto? ¡La dama Cathera entró
a la habitación de su padre! -
¡Qué hacemos, la sacamos de ahí?
– dijo una de las doncellas. -
Pero no podemos hacerlo... es la
hija del Supremo Señor... y ya has visto lo delicada y consentida que
es... Cathera estaba a punto de salir de
la habitación de su padre, cuando escuchó a las doncellas, a pocos
pasos; se encontraba compungida por lo de su madre. -
¡Solo espero que no haya
desacomodado nada! -
No lo dudo... ¡Es un verdadero
demonio! – dijo la otra doncella, sin advertir que era escuchada por la
niña. -
Sí... es muy inquieta... –
respondió la otra mujer – Sabía que iba a ser muy problemática, desde
que nació... -
Sí, tienes razón; tal vez por eso
la Primera Dama Mirna murió después de su nacimiento... -
Lo siento por la Primera Dama... tan
buena mujer... ¡Quién hubiera pensado que su propia hija le provocaría
la muerte durante el alumbramiento! La niña sufrió un pesado trauma al
escuchar a esas 2 doncellas; había descubierto la verdad: ella nació,
pero su madre perdió la vida en la empresa; en realidad, el parto de
Mirna tuvo bastantes complicaciones, y no pudieron salvarla;
milagrosamente, la niña sobrevivió. Pero Cathera no entendería eso, y
su infantil mente la haría sentir completamente culpable por ello. Cuando Estillon regresó de su
viaje, se encontró con una niña que lloró amargamente abrazada a él,
por largo tiempo, desde que lo vio llegar, entrando al Castillo. -
¡Hija, qué te sucede? ¿Porqué
esas lágrimas? – dijo Estillon, desconcertado, acariciándole la
cabeza. -
¡Perdóname, papá! – chilló la
niña - ¡No quise matar a mamá, no quise hacerlo! El rostro de Estillon se encrudeció; alguna estúpida doncella había abierto la boca de más, cerca de su hija. -
¿Quién pudo ser la idiota? –
pensó, bastante molesto, pero guardo su coraje, para tranquilizar a su
hija – Pero si tú no
tuviste la culpa, Cathera... -
¿De... de verdad? – balbuceó la
chiquilla. -
Ella tuvo que irse, pero a cambio
viniste tú... -
¿Eh? -
¿Sabes? Tu madre vive dentro de
ti... La niña se asombró. -
¡Dentro de mí? -
Sí... decidió permanecer en tu
corazón y en tu mente; así que debes estar orgullosa, y enaltecer el
nombre de tu madre, siempre... Los recuerdos terminaron; Cathera se
levantó decidida, con una mirada cargada de profundo odio y
resentimiento. -
Has matado a mi Padre, y al hombre
que amé... nos has herido a mí y a mi madre, con tu sucio juego... –
dio unos cuantos pasos; el hombre la miró, con miedo; se había levantado
de su silla, y le costaría trabajo llegar a ella para accionar el arma
que lo defendería, lanzando esas pequeñas lanzas metálicas. -
¡Espera... -
¡Esto, es por Pertén! – gritó
la chica, sin escuchar a su hermano, que le gritaba que desistiera;
abalanzándose contra el débil sujeto, que enmudeció; una sonora
bofetada lo tiró al suelo. -
¡Aggh! -
¡Y esto es... por mi Padre! –
Cathera lo tomó del cuello, comenzando a asfixiarlo – Por mi madre...
– apretó con más fuerza, mirándolo con sed de venganza – Por mi
hermano... – lágrimas corrían por sus mejillas, pero no demostraba
estar triste, sino iracunda - ¡Y por todos aquellos que han sufrido por
tu maldita ambición! El hombre luchaba, desesperado, por
liberarse de su opresora; metió una de sus manos entre sus ropas, sacando
un artefacto desconocido en Gaea. Un disparo se escuchó, seguido por
el grito de dolor de Cathera, que cayó al suelo, inconsciente, herida en
uno de sus brazos. -
¡Cathera! – gritó Cehris, al
borde de la histeria. El hombre se levantó, con
dificultad; sostenía un arma, un cañón que disparaba municiones. -
Tu padre... también murió en manos
de ésta arma... espero que lo hayas disfrutado... Hitomi y Van miraron al cielo, a
través de la cúpula de la Torre, semidestruida, después de las
vibraciones del Reactor de Partículas, que cimbraron la ciudad entera. -
¡Esto es imposible! – dijo
Hitomi, al ver la Tierra cubriendo una gran parte del cielo de Gaea; parecía
como si de un momento a otro, los 2 astros fueran a estrellarse. El sempai de Hitomi, Kappei Kanno,
salió de su departamento, asombrado; corriendo escaleras abajo, salió
del edificio, se detuvo en seco, junto a su Porche rojo, mirando al cielo.
Toda la gente en la ciudad miraba el cielo, extrañados y asustados; un
extraño planeta, similar a la Tierra, pero de menores dimensiones, había
aparecido de repente en el panorama. Se veía tan cerca... -
¡Increíble! – dijo Kappei - ¡Es
tal y como lo decía ese CD de Hitomi! ¡Pensé que era algo absurdo,
pero... la teoría está a punto de cumplirse! -
¡No podemos dejar que éste
artefacto continúe funcionando! – gritó Van, corriendo hacia la base
de la complicada máquina, tratando de destruir los cables cercanos con su
espada. -
Es inútil... el proceso ya ha
comenzado, y no se detendrá... -
¡Tengo que acabar con esto, de
alguna manera! – gritó Van, furioso. Hitomi seguía viendo la Tierra, tan
cerca de ella. -
¡Está a punto de hacerse realidad!
¡El caos o la felicidad, alguna de las 2 sucederá! Allen, Gaddes y Cerena trataron de
conservar la calma, ante los disturbios en la ciudad; permanecían en los
patios de Castillo, donde Escaflowne, Scherezade, y el Fassares se mantenían
erguidos; el Oreades de Cerena estaba desolado, en los jardines detrás de
la construcción. -
¡Hay algo... que me dice que
tenemos que ir allá! – dijo Cerena -
¿Cómo lo sabes? -
No lo sé... tal vez sea intuición,
pero sé que tenemos que ayudarles... -
acercó sus manos a su pecho, estrechándolas, preocupada - ¡Están
en problemas! Un extraño resplandor verdoso a sus
espaldas los hizo voltear hacia sus Guymelfs, de donde provenía el
brillo. -
¡Escaflowne! – dijo Allen, al ver
que su depósito de Energist brillaba con ese intenso resplandor. -
¡Qué le pasa al Guymelf Ispano?
– dijo Gaddes, asombrado ante la inesperada reacción de Escaflowne. -
¡Mi... miren! – dijo Cerena,
apuntando hacia la cabeza de Escaflowne; una figura femenina salió de
ella, fantasmagórica; desplegó sus blanquísimas alas para después
desaparecer. -
¿Qué fue eso? – dijo Allen; de
repente, y sin esperarlo, una columna de luz brotó del suelo, cubriendo a
Escaflowne. En segundos, el Guymelf desapareció. -
¡Se ha ido! -
¡Vamos, tenemos que llegar allá
cuanto antes! – gritó Cerena, corriendo al interior del Castillo,
acompañada por los 2 Caballeros. Hitomi no sabía qué hacer; el
hombre había logrado su propósito, y pronto ambos mundos se encontrarían;
miró a Van, en su empeño por detener el proceso. -
¡Tengo que hacer algo! – gritó,
levantando su pendiente - ¡Detén esta catástrofe, por favor, por el
bien de Gaea y de la Tierra! – el pendiente brilló tenuemente, para
después apagarse, sin haber ocurrido nada - ¿Porqué no puedo lograrlo?
– se sintió impotente, al ignorar cómo utilizar el Poder de Atlantis,
el poder de los hombres; anteriormente, utilizaba el poder del pendiente
con la fuerza de sus deseos, pero ésta vez no funcionaba; algo estaba
mal. -
¡Date prisa, Hitomi! – gritó
Van, mientras trataba de arruinar los controles del Reactor, sin obtener
ningún resultado. -
¡Es que... no puedo hacer nada! –
gritó Hitomi, preocupada. El hombre los miraba, con seriedad. -
Se empeñan en detenerlo... pero
esto ya no puede pararse; el proceso debe acabar, y no puede ser
interrumpido... – dijo, para sí. Cehris y Eries miraban el empeño
con el que Van y Hitomi trataban de detener ese Reactor; ayudado por su
esposa, pudo caminar hasta donde Cathera estaba, tirada en el suelo; su
brazo derecho estaba sangrado; al parecer, una munición se había alojado
ahí, razón por la cual perdió el conocimiento. -
¡Cathera, hermana! – dijo Cehris,
al notar que respiraba. -
Hay que sacarla de éste lugar...
– dijo Eries – si la atendemos pronto, sanará... -
¿Pero cómo? Un pilar de luz se materializó
dentro del lugar. -
¡Pero si es...! – dijo Cehris. -
¡Escaflowne! – dijo Hitomi,
cuando el Guymelf se visualizó entre el pilar de luz, que desapareció en
unos instantes. -
¡Escaflowne! – Van corrió hacia
su Guymelf, para tomar posesión de él; el corazón del Guymelf seguía
brillando con ese extraño y verdoso resplandor. Van recordó ese mismo
resplandor, cuando intentó despertarlo, para ir a la Luna Fantasma por
Hitomi – es el mismo resplandor, tan intenso como aquella vez... El pendiente de Hitomi reaccionó
ante la presencia de Escaflowne; ahora emitía un brillo verdoso, también. -
Este brillo... es de... – dijo
Hitomi. -
¿Qué está sucediendo? – dijo el
hombre llamado Stephen, al mirar los extraños sucesos, incomprensibles
para él. Una silueta apareció entre Hitomi y
Van; era una mujer de larga cabellera negra, y un par de alas intensamente
blancas. -
¿Madre? – dijo Van, extasiado. - ¿La madre... de Van? – dijo Hitomi.
Hitomi y Van no daban crédito a lo que veían; Varie, la
madre del Rey de Fanelia, frente a ellos, los desconcertaba. -
¡Madre! – gritó Van. -
Van... – su madre cerró los ojos,
por un momento, para después seguirlo viendo con esa mirada esperanzadora
– Los tiempos de felicidad para Gaea han terminado... pero no puedes
permitir que volvamos al planeta de Atlantis... -
¿Al planeta... de Atlantis? – se
preguntó Van. -
Se refiere... a la Luna Fantasma...
– dijo Hitomi. Varie volteó a ver a Hitomi, y en
especial, su pendiente. -
Ustedes 2 deberán ser los
reconstructores de Gaea, los 2 que poseen los magníficos poderes de los
Dioses y los Hombres... Una atmósfera blanquecina descubrió
un hermoso lugar; en su cielo podía verse la Luna, menguante, gigantesca,
asomándose por las nubes; sin embargo, el sol también se encontraba en
el cenit; las tierras en ese lugar, albergaban una magnífica civilización:
Atlantis, la más importante de la Tierra. La ciudad resplandecía por sí
sola; su belleza era sin igual; jardines colgantes, grandes y blancas
construcciones; columnas altísimas, hermosos y extensos parques y
arboladas por todas sus preciosas avenidas. Las nubes eran cada vez más
abundantes; la luz del sol penetraba por éstas, dándoles una coloración
nacarada. El cielo era cruzado por hombres
alados; una raza de hombres que habían logrado manipular el poder de sus
sueños, gracias a la Legendaria Máquina de Atlantis, que funcionaba en
la cúspide de la altísima Torre de Atlantis, al centro de la ciudad; de
hecho, todas las avenidas desembocaban en ella. La Máquina producía un excepcional
brillo, el brillo de la voluntad de los hombres; fue esa voluntad, la que
les otorgó alas, y grandes conocimientos; les dio la dicha, la felicidad
absoluta. -
Los Atlantes lograron la perfección...
– se escuchaba la voz de Varie – el nivel más alto que la humanidad
había concebido; todo ello, gracias al poder de los Dioses, el Poder de
Jichia. Efectivamente, la gigantesca Torre
central, cuya cúspide sostenía la máquina de Atlantis, en realidad era
controlada con la energía procedente del salón sagrado, un salón
oculto, al fondo de la torre, donde el Poder de Jichia se mantenía
latente. -
Atlantis... – dijo Hitomi, quien
podía ver la visión, al igual que Van. -
Poseidópolis y Atlantis... 2
ciudades tan parecidas... -
El Santuario de Jichia, en Poseidópolis
– dijo Hitomi, recordándolo – es idéntico a esta hermosa torre –
refiriéndose a la Torre de Atlantis. -
El Poder de los Dioses, mantenía la
armonía y la vida en Atlantis... – dijo Varie – mientras que el Poder
de los Hombres, creado con la voluntad de todos ellos, era el que les
otorgaba felicidad y perfección... -
Entonces hubo un tiempo en que ambos
poderes se complementaron... – dijo Hitomi. -
Pero... la ambición de poder y más
perfección, por parte de los hombres, desquebrajó esa íntima relación...
– dijo Varie. En efecto, la ciudad, apacible y
hermosa, simplemente perfecta, se volvió un caos, al explotar la Máquina
de Atlantis; el poder encerrado en ella se salió de control; las llamas
invadieron Atlantis, en un abrir y cerrar de ojos. -
La ambición, es algo tan humano...
la perfección que habían alcanzado no les fue suficiente... -
Y ello provocó la destrucción de
Atlantis... – dijo Van, quien ya conocía esa parte de la historia. Entre la desgracia de Atlantis, un
selecto grupo de hombres Dragón, se reunió en el anfiteatro de la
ciudad, donde reunieron todo el poder que les quedaba. -
¡Pero si... son esos Pendientes!
– dijo Van, al ver que todos los habitantes de Atlantis levantaban un
pendiente idéntico al de Hitomi. -
Con ellos lograron el último deseo
de Atlantis... – dijo Varie – y crearon a Gaea con él... Toda la energía de esos pendientes,
se reunió, siendo disparada al espacio exterior, donde se consolidó,
formando un hermoso planeta, Gaea, en una dimensión paralela; en él, la
Tierra y la Luna se veían en el cielo. -
Pero, una vez formada, el ciclo de
la vida no comenzaría hasta que el Poder de Jichia pudiera establecerse
ahí; así que, antes de perecer, los 2 miembros supremos del Clan Dragón
emigraron a Gaea, trayendo consigo el Poder de los Dioses, y originaron la
vida en éste nuevo paraíso... – dijo Varie – Los hombres de Atlantis
recibieron su mayor lección, pero su deseo se cumplió; Atlantis resurgió
en el nuevo planeta, bajo el resguardo de los mares... -
Entonces... Poseidópolis es... –
dijo Hitomi, comprendiéndolo todo. -
Así es... la Nueva Atlantis... -
¡Y Basram se atrevió a invadir la
ciudad sagrada! – dijo Van, furioso. En esa visión, pudieron ver el
resurgimiento de Atlantis, lejos de los nuevos habitantes, para no volver
a cometer el mismo error; pero se convirtieron en sus dioses; de ésta
forma Jichia y Escaflowne resguardaron la paz de sus naciones, desde
entonces... -
¡Madre, eso significa que... -
Nosotros somos descendientes de
Escaflowne, el Dios Dragón Volador... el Guymelf Ispano es la prueba de
ello... Van, tú tienes la sangre del Clan Dragón, de uno de los dioses
de Gaea... Varie se dirigió hacia Hitomi. -
Hitomi, has sido escogida, desde el
principio de los tiempos, por los dioses de Gaea; de alguna manera, el
Poder de los hombres llegaría hasta ti, y tu deber sería usarlo en
beneficio de Gaea. -
¿He sido escogida? -
Tus visitas a este mundo no han sido
meras coincidencias; vives por Gaea y para Gaea... y en unión con Van,
serán capaces de devolver la tranquilidad a éste mundo. Van habló. -
¿Porqué, madre, porqué sabes de
todo esto? ¿Es que acaso no habías muerto? Varie lo miró con una tierna
sonrisa. -
Nunca te he abandonado, Van...
siempre he permanecido cerca; y ante la amenaza que ocurrió, otorgué mi
vida al Guymelf Ispano, para que pudieras luchar con todas tus fuerzas,
sin reparos; Escaflowne es tu armadura, y yo vivo en ella... -
¡Entonces, eras tú quien despertó
a Escaflowne! – Van recordó que, cuando trató de despertar al Guymelf,
para ir por Hitomi y Merle a la Luna Fantasma, éste lo hizo sin necesidad
del Energist rosado, cosa que Van nunca entendió porqué, y se preguntaba
siempre qué significaba ese verdoso resplandor en el corazón de
Escaflowne. -
¿Recuerdas aquel Energist, que te
otorgué cuando encontraron Atlantis, por primera vez? Mi esencia estaba
encerrada en ese Energist, aguardando la oportunidad para poder
ayudarte... Van recordó que, durante su
estancia en la Nave Ispano, los técnicos le indicaron que existía un
Energist de una naturaleza desconocida, dentro del Corazón de Escaflowne. -
Ese momento llegó, y debes dar tu
mejor esfuerzo... Hitomi, debes unir tu corazón con el de Van, y salvar a
Gaea del infortunio. -
Sí – dijo Hitomi, decidida. La imagen de Varie comenzó a
desvanecerse, lentamente. -
¡Madre! -
Ustedes son los reconstructores de
Gaea... no lo olviden... La silueta de Varie desapareció por
completo; Hitomi y Van se vieron de nuevo en la cúspide de la Torre del
Rey; todo había sido una prolongada visión. -
Así que esa fue la historia de
Gaea... tal y como los textos de Estillon lo remembraban... – dijo el
hombre frente a ellos - ¡Pero yo haré una historia ideal, por fin
realizaré la utopía que todos los científicos, filósofos y pensadores
han buscado! ¡Compartiré 2 mundos, y crearé una civilización perfecta,
aún mejor que Atlantis, gracias a la ciencia! -
Maldito... ¡Nunca te lo
permitiremos! – dijo Hitomi. Algunos pasos atrabancados se
escuchaban en las escaleras que conducían hasta donde ellos estaban. -
¡Alguien se acerca! – dijo Eries,
aún más asustada, al escuchar eso. -
¡Qué? – dijo Cehris. 3 siluetas se formaron en las
escaleras, cubiertas por la oscuridad. -
¡Joven Cehris! ¡Primera Dama
Eries! -
¿A... Allen? – Eries reconoció
la voz de su Caballero; en efecto, Allen, acompañado por Cerena y Gaddes,
arribaron al lugar, dispuestos a pelear. -
Pero... ¿Qué demonios...? – dijo
Cerena, al ver a Cehris herido, con Cathera en sus brazos, desfalleciente,
y a Pertén, muerto en el suelo. -
¡Rápido, Caballeros, lleven a
Cathera a un lugar seguro! – dijo Cehris, respirando agitado. Allen vio a Hitomi y Van, lejos de
ellos. -
¡Hitomi, Van! Pero ellos no lo escucharon; parecía
que los ignoraban. -
Déjalos, Allen – dijo Eries –
Esta pelea... es de ellos... -
¿Qué? -
¡Salgamos, pronto! – gritó
Cerena, al notar una fuerte vibración, proveniente del Reactor de Partículas. -
¡Vamos! – Allen cargó a Cathera;
Gaddes ayudó a Cehris a incorporarse; Cerena miró el cuerpo de Pertén,
inerte. -
¿Porqué tuviste que morir? – se
dijo, en silencio; una lágrima corrió por su mejilla – Fuiste quien
salvó mi vida de la desgracia; no debiste morir, tú no... – y agachándose,
lo acomodó en sus hombros; era un hombre pesado, pero poco le importó. El zumbido del Reactor de partículas
iba en aumento, y la vibración en el lugar se incrementó; la gran bóveda
comenzó a desquebrajarse; hilos de polvo comenzaron a caer. -
¡Esto no resistirá, vámonos! Un estruendoso sonido cristalino
acompañó a la herrumbre de la bóveda; los grandes trozos de cristal
cayeron con fuerza. Hitomi y Van esquivaron la lluvia de escombros; el
hombre llamado Stephen, estaba a salvo en las cercanías del Reactor de
Partículas. Los 3 Caballeros, y Eries corrieron
hacia las escaleras, pero una gigantesca pieza de la bóveda cayó frente
a ellos, obstaculizando el paso. -
¡Maldición! – dijo Allen - ¡No
podemos salir! -
Pero... ¡Cathera morirá si no
hacemos algo pronto! La desesperanza los invadió; Allen
no podía esperar al Crusade, pues sus hombres se encontraban en el
Castillo, y debido a los movimientos de tierras, Escitia estaba amurallada
con sus diques, y el acceso al puerto de Balkis, donde el Crusade se
encontraba varado, estaba cerrado. -
¿Qué haremos ahora? -
¡Maldición! – gritó Cehris, con
todas sus fuerzas - ¡Vamos a morir, tal y como ese desgraciado lo desea! La luz de la sumamente cercana Luna
Fantasma, pudo iluminar el lugar, entrando por las cavidades de la
destruida bóveda. Mientras tanto, Hitomi y Van se
recuperaban del susto de la herrumbre. -
¿Te encuentras bien, Hitomi? -
Sí... no puedo morir con algo así;
debemos terminar con esto, de una vez... El hombre los miraba, fijamente; sus
gafas reflejaban la blanca luz de la Luna Fantasma. De pronto, esa luz se
vio eclipsada por algo, en el exterior. - ¿Qué está sucediendo? – dijo
el sujeto, molesto. Todos voltearon extrañados y
asustados. Una nave, similar al Crusade, elevaba sus hélices para
estabilizarse sobre la torre. -
¿Qué es eso? -
Pero si es... – dijo Allen,
esperanzado. El ascensor del navío comenzó a
descender, velozmente, acelerado por la tripulación, que maniobraba con
rapidez las poleas para bajar a su Comandante. -
¡No hay tiempo que perder! – se
escuchó la voz de un hombre, en el ascensor; la cara de Allen mostró
alegría. -
¡Eres tú! El hombre en el ascensor bajó, de
un salto; cayó al suelo, de pie; se trataba de Grimer, el Caballero del
Cielo que decidió por su propia cuenta seguir al Crusade, en su nave,
llamada Grimaldi. -
¡Suban, tenemos que irnos! -
¡Sí! – dijeron Cerena; en unos
segundos, subieron al pequeño ascensor. -
¿Qué sucede, porqué no vienen?
– preguntó Grimer a Van y a Hitomi, que no tenían intenciones de salir
de ahí. -
Váyanse y sálvense; hay un asunto
que arreglar aún... Las palabras de Van dejaron a Grimer
sin argumentos para convencerlos. - Como usted diga, Rey de Fanelia... – Grimer corrió hacia el ascensor, ya algunas costas arriba; sus hombres le lanzaron una resistente cuerda, de la que se tomó; las rocas de la embarcación aumentaron su capacidad de levitación, elevando al navío; las hélices volvieron a posición horizontal, una vez a buena altura, retirándose del sitio. | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | |