El silencio inundó la estancia, ante los azorados ojos de Cehris, que se
enteró de los sentimientos que su guerrero más leal tenía hacia su
hermana. -
Pertén, entiendo tus razones... –
dijo Cehris, bajando su espada, guardándola en su funda, de nuevo – Me
has demostrado tu verdadero valor como Guerrero... y como amigo... –
Cehris retiró la lanza que Pertén sostenía junto a su vientre – No
necesito perdonarte, pues has demostrado que no has cometido falta alguna
a nuestra familia, a nuestra nación, y a Gaea... -
Gracias, Joven Cehris... -
Ahora dime... ¿Qué hacías aquí,
junto a Hitomi Kanzaki? -
Esperábamos a la Dama Cathera, la
cual ha estado decidida a llevar a Hitomi con su padre, el Señor
Estillon... se retiró por algunos momentos, y esperábamos su regreso... -
¡Qué? – dijo Cehris - ¡Planeaba
llevar a Hitomi frente a mi padre? -
La Dama Cathera considera que Hitomi
es la causa por la cual el Supremo Señor ha dejado de sentirse tranquilo; por eso piensa entregársela... Cehris volteó hacia Van y Hitomi,
en la puerta. -
¡Van, tienes que llevar a Hitomi
lejos de Basram! No sé qué planearían Cathera y mi padre en su
contra... -
Así lo haré, Cehris – dijo Van,
tomando a Hitomi, la cual no se movió. -
No... no me iré de aquí – dijo
Hitomi, solemne. -
¿Pero por qué? – dijo Van,
alarmado, al igual que los demás. -
Gaea puede perecer si no hago algo
pronto... y es mi deber entrevistarme con el Padre de Cehris; es lo único
que puede salvar a Gaea del infortunio... -
¿Del infortunio? – dijo Cehris. -
Su Padre, el Señor Estillon, ha
provocado el desequilibrio del planeta, desde que comenzó a robar la
energía de Poseidópolis, la ciudad que resguarda el poder de Atlantis...
la Roca Incandescente, no es sino la energía robada, canalizada en favor
de la ciudad... Cehris sabía que la Roca tuvo que
ser transportada hasta su actual posición, y no había aparecido gracias
al poder del Dios Dragón Knar, como la gente lo creía; pero el origen de
su magno fulgor le era desconocido, por lo tanto, aceptaba que Knar le
daba esa sobrenatural característica a la Roca. -
Por lo que recuerdo, la Roca
Incandescente parecía ser una roca común, hasta que un día comenzó a
brillar... -
Tal vez le sea difícil de creer,
Joven Cehris, pero la Roca Incandescente no es sino un receptáculo de
energía, un proyector que envía la energía de Poseidópolis a la
ciudad, que capta esa energía a través de los paneles, en forma de
frisos, a lo largo de todos los muros de la ciudad, y todo se concentra en
la Estatua del Dios Knar, en el Templo al centro de Escitia... -
¡No puedo creerlo! – dijo Cehris
– entonces Escitia y yo hemos vivido engañados, creyendo que Knar nos
ofrecía su fuerza para que la ciudad fuera próspera; pero en realidad la
energía que Escitia utilizaba, a través de la Roca, era hurtada de un
recinto sagrado... -
Así es... -
Hitomi... ¿Cómo sabes todo eso?
– preguntó Van. -
Lo supe... en mis sueños... Cehris
comprendió que tenía que intervenir cuanto antes. -
Sé que
necesitas ver a mi padre, pero te ruego esperes un poco, Hitomi... –
dijo Cehris. Dicho esto, salió en compañía de Eries. En sus habitaciones, Cathera, limpia
y curada de su herida, penetró a su vestidor; Lía, la chica que la ayudó
en la ducha, la esperó fuera. -
Tú aguarda aquí... lo que haré no
te incumbe... -
Sí... – contestó Lía. Detrás de los ropajes y de la gran
cantidad de atuendos, telas, etcétera, se podía acceder a un pequeño
compartimiento, escondido; en él se encontraba un aparato, arcaico,
consistente en un sistema de tubos, que se empotraban en las talladas
paredes; con él, Cathera envió un mensaje codificado, similar a lo que
en la Tierra se conocería como el Código Morse. Lo hizo moviendo algunas
manivelas y palancas. El destino: la Torre del Rey; ese era el medio por
el cual Cathera avisaba a su padre que pronto lo visitaría ella o Cehris.
Un pequeño foco de color azulado se prendía intermitentemente. -
¿Porqué no contesta a mi llamado?
– se dijo, después de intentarlo varias veces – Debe estar
durmiendo... Sisnos subió con estrépito las
escaleras del Castillo; se acercaba al área contigua al Pasillo de
Cristal. -
¡Sacerdote Sisnos! – dijeron
algunas de las chicas que se encontraban cerca. -
¡Díganme, dónde está la Dama
Cathera! ¡Necesito que me consiga una entrevista con el Supremo Señor
Estillon! -
Lo lamentamos, pero la Dama no ha
regresado de Astoria... – ellas
no se habían enterado de la inesperada e inusual llegada de Cathera al
Castillo. -
¡Maldición! – dijo Sisnos, y sin
prestar atención a las doncellas, comenzó a cruzar el Pasillo de
Cristal, dirigiéndose a la Torre del Rey. -
¡Espere, Señor Sisnos! – ninguna
de ellas se atrevió a dar un paso más; si lo hacían, estarían
profanando el pasillo de Cristal, lo que tenían prohibido; la figura de
Sisnos desapareció en la oscuridad de la Torre del Rey. Una de las jóvenes de la
servidumbre en el castillo localizó a Cehris. -
Disculpe la interrupción, Joven y
Primera Dama... – dijo la chica, reclinándose al verlos en la
Biblioteca. -
¿Qué sucede? -
Varios hombres llegaron al Castillo,
y uno de ellos solicita verles con urgencia; dice venir de parte del
Sacerdote Sisnos... -
¿Sisnos? Pertén comprendió que ese hombre
no era sino el espía que había mandado a esa extraña expedición. -
Es uno de mis hombres, Joven Cehris
– dijo Pertén – La Dama Cathera me pidió mandar a alguien al viaje
del Señor Sisnos a las tierras del Norte... Todos en la sala quedaron
impresionados, Allen, Gaddes, Van y Hitomi no esperaban que Basram hubiera
organizado una exploración al lugar donde ellos terminaron con la
embarcación invasora y la base de recepción; eso significaba que ya se
habían enterado de la pelea que tuvieron allá; pero Cehris estaba aún más
intrigado. -
¿Dices que Sisnos viajó a las
tierras del Norte? ¿Para qué? ¡Si esas tierras son desconocidas! -
La Dama escuchó una conversación
entre el Señor Sisnos y su padre, y descubrió que el Supremo Señor
Estillon ha mandado construir una estructura secreta allá... fue por eso
que me pidió investigar, y mandé a uno de mis hombres entre la tripulación
de Sisnos. -
¡Esto es increíble! – dijo
Cehris, atando cabos - ¡Sin duda esa estructura debe estar relacionada
con la Roca Incandescente, y el atroz ultraje a la ciudad sumergida...! ¡Y
yo desconocía todo eso! Los haces de rojiza luz y las
alarmas en torno al pasillo que desembocaba en la habitación de Estillon
se activaron, llamando la atención de Cerena, que vigilaba en su
invisible Oreades, allá afuera. -
¡Alguien debe acercarse! En efecto, un hombre pudo
distinguirse en la redonda habitación. -
¡Estillon! ¡Estillon! – gritaba
Sisnos - ¿En dónde estás? – no obtuvo respuesta; Sisnos imaginó lo
que debió pasar – Lo más seguro es que no haya regresado aún... o esté
trabajando arriba – y subió la fastuosa escalera, con atropello; varios
pisos repletos de libros dejó atrás, concentrándose en llegar hasta la
cúspide, donde en una ocasión Cehris y Eries llegaron, precisamente el día
de su boda, y de igual manera, Estillon no se encontraba ahí. Como esa vez, Sisnos llegó al final
de los escalones; frente a él se encontraba un extraño artefacto, que
sostenía un pesado y gigantesco cilindro, aparentemente metálico; era
parte de todo un complejo de máquinas alrededor; depósitos de Energist
encerraban a éstos de manera hermética; toda la atmósfera del lugar era
extraña; pero Sisnos parecía estar familiarizado. -
Veo que no está trabajando con el
Reactor... – dijo Sisnos – debió regresar... La bóveda de la Torre del Rey se
podía ver desde donde él estaba parado; sostenía múltiples vigas,
refuerzos que sostenían al extraño artefacto, conectado a su vez con las
máquinas de alrededor, con tubos y cables. La bóveda, como todas en el
Castillo, dejaba pasar la luz del sol a través de sus vitrales, pero en
la Torre del Rey, los vitrales eran tan opacos, que solo una pequeña
cantidad de luz alcanzaba a iluminar el entorno, así que permanecía en
penumbra. De repente, una intensa luz llamó la atención de Sisnos, detrás
de él; cuando volteó, ésta se había desvanecido; pero un hombre,
sentado en una extraña silla, había aparecido ahí. -
Estillon... -
¿Qué haces aquí? – dijo el
enjuto hombre, a la vez que su extraña silla se deslizaba por el sistema
de rieles a lo largo del suelo - ¿Es que acaso planeas regresar allá,
sin terminar el proyecto? -
Claro que no, aunque veo que tú sí
regresaste... -
Odio ese lugar... espero no regresar
ahí hasta terminar con esto... – dijo Estillon. -
He venido a informarte lo sucedido
con Arrus... -
¿Qué fue... lo que paso? – sus
gafas reflejaron un poco de luz, al levantar su caída cabeza. Sisnos abrió la caja que traía
consigo. -
Alguien lo mató, y destruyó la
base de recepción; esa es la razón por la cual el Concentrador dejó de
emitir la energía sobre Escitia... el flujo que Arrus consiguió extraer
del océano fue interrumpido por algo o alguien que pudo derrotarlo... -
... ¿Alguien? – las cejas de
Estillon se fruncieron con esa palabra. La mano de Sisnos sacó una hermosa
pluma blanca de aquella caja. -
No sé qué habrá sucedido, pero en
torno al cuerpo de Arrus encontramos esto... Los ojos de Estillon se abrieron al
máximo al ver esa pluma. -
Por tu reacción, creo que tú sí
sabes de donde proviene ésta pluma... -
¡Un descendiente... de Atlantis! -
¿Qué? -
¡Un descendiente del Clan Dragón,
sigue con vida! – dijo Estillon, sosteniendo esa pluma – Ese hombre
dragón... debe saber que estamos utilizando el poder de sus descendientes
para nuestro proyecto... no podemos dejar que se interponga justo ahora... -
¿Pero cómo sabremos de quien se
trata? -
Esperaremos a que se presente frente
a nosotros... tarde o temprano lo hará... -
¡Dama Cathera! – dijeron las
doncellas al verla caminar junto a Lía, salir de sus habitaciones. -
Veo bastante tensión aquí... ¿Es
que acaso no puedo llegar sin avisar? -
No es eso, Dama, el castillo es suyo
y puede hacer lo que guste... – dijo una de ellas – ¡Pero el Señor
Sisnos, entró a ver a su padre sin autorización de nadie! -
¿Pero... qué, Maldita sea,
sacerdote del demonio!!! – Cathera perdió los estribos; Lía cayó al
suelo, entre el atrabancamiento de su Dama, quien corrió al Pasillo de
Cristal. -
¡Dama, espere... -
¡No permitiré que ese sacerdote
hable con mi padre si no estoy yo ahí! – gritó Cathera, tratando de
llegar al pasillo, pero una voz la hizo pararse en seco. -
¡Alto ahí, Cathera! Ella volteó, sorprendida; era su
hermano, acompañado por su mujer, Allen, Gaddes, Hitomi y Van. -
¡Hermano! – con horror vio que
Hitomi estaba con ellos; sus planes se vieron frustrados, más aún al ver
a Pertén con ellos. -
Dama Cathera... -
¡Ya veo! – gritó la chica - ¡Te
estás burlando de mí, estúpido soldado! – la penetrante mirada de
ella hacia Pertén lo doblegó - ¡Me hiciste creer que podría confiar en
ti, pero veo que no fue así! -
¡No le hables así a uno de mis
hombres! – dijo Cehris, recriminando su actitud. Cathera calló por unos instantes;
su hermano siempre le causaba una gran impotencia, en especial cuando él
se mostraba alterado. -
Lo siento, actué impulsivamente, y
sé que esto trajo malas consecuencias... pero lo hice por el bien de
nuestro Padre, Cehris; eso no podrás reprochármelo... Aún los separaba una mediana
distancia, pero podían verse claramente, a los ojos. -
Pero atentaste contra la libertad de
Hitomi; eso no es algo que pueda perdonar tan fácilmente... -
¡Pero... -
¡Peor aún, firmaste la alianza con
Zaiback, a sabiendas de que con esto perjudicarías a Astoria, de donde
proviene mi esposa, ahora tu hermana! -
¡Entiéndelo, mi padre lo hizo por
el bien de Basram! -
¡Te equivocas, con eso solo provocó
el resentimiento de las naciones vecinas en contra de nosotros! Cathera se encontraba en un callejón
sin salida; su mente comenzó a dar vueltas, tenía que encontrar la
explicación más acertada, aquella que la culpara a ella, y no a su
padre. -
Es verdad... Zaiback era un buen
aliado; nos convenía estar al lado de una nación poderosa, con grandes
avances tecnológicos... las pequeñas naciones son simplemente inocuas
para mi país... – y esbozando una sarcástica sonrisa, miró a Cehris. -
¿Pero cómo puedes decir eso? –
dijo Cehris. -
No culpes a nuestro padre, sólo
porque está indefenso ante ti; si ha habido problemas es porque yo los he
creado... -
Si es verdad, dime... – le preguntó
Cehris - ¿Porqué utilizaste modelos Astharon durante la batalla? -
¿As... Astharon? – Cathera
demostró no saber de qué hablaba su hermano. -
Tú no eres culpable de lo que
sucede; tu ignorancia me lo ha demostrado. Cathera enfureció. -
¡Entonces, di lo que quieras, pero
no permitiré que le reclames a nuestro padre! – y en un arrebato, corrió
adentrándose al Pasillo de Cristal, decidida. -
¡Cathera! – Cehris corrió tras
ella, junto a Pertén; Eries trató de detener a su esposo, pero no pudo
lograrlo. Las escaleras dentro de la torre
terminaron; las cerraduras de la Puerta de la habitación de Estillon
estaban forzadas, seguramente cuando Sisnos entró, enfureciendo a
Cathera. -
¡Maldito sacerdote! – gritó
Cathera, irrumpiendo en el pasillo que desembocaría hasta la verdadera
habitación; los haces de luz rojiza aparecieron en su camino, pero esto
no la detuvo; las sonoras alarmas la hicieron perder el control. -
¡Qué sucede? – dijo Sisnos,
alarmado, al escuchar el escándalo, en la planta baja de la habitación. -
¿Quién se atrevió a entrar aquí?
– dijo Estillon; pero ellos se encontraban varios pisos arriba, y no
pudieron ver nada. Cerena descubrió la figura de una
chica, entrar intempestivamente a la habitación de Estillon. -
¡Es... es ella! – dijo Cerena, al
reconocerla. Las espirales provocadas en el aire circundante al invisible
Oreades, dejaron al descubierto su coraza. Cathera, aturdida y
desequilibrada, vio un inmenso Guymelf rojo frente a ella, detrás del
ventanal. -
¡Cathera! – entraron Cehris y
Pertén, quienes notaron de inmediato la disminución de luz debido a la
aparición del Oreades, que tapaba una buena cantidad de luz del exterior. El brazo del Oreades apuntó hacia
la chica, y disparó. -
¡Cathera! – Cehris vio cómo el líquido
Kuriima destruyó el ventanal, y se acercó a su hermana. -
¡Dama... – Pertén se arrojó
hacia Cathera, y abrazándola, la protegió con su propio cuerpo. -
¡Maldición! – dijo Cerena,
creyendo que era Cehris quien protegía a su hermana, y alcanzó a
modificar su filosa navaja de Kuriima, volviéndola líquida; el Kuriima
se estrelló contra la espalda de Pertén, y debido a su maleabilidad, lo
rodeó; de inmediato se volvió sólido, apresándolo, junto a Cathera. -
¡Cerena, espere! – gritó Cehris,
reconociendo el Guymelf rojo, el cual sacó a Pertén y Cathera del lugar,
succionando el Kuriima, para después bajar a gran velocidad, y aterrizar
con fuerza sobre los jardines del Castillo, donde liberó a sus “víctimas”. -
¡Debí suponer que se trataba de él!
– dijo Cerena, al ver a Pertén, levantarse, después de dejar a Cathera
en el suelo, desmayada. De inmediato lo reconoció como el hombre que
estaba en el Palacio de Palas, que miraba con complicidad a Cathera. Pertén miró al Oreades, cuya
cabina se volvió líquida; Cerena salió de ahí, y de inmediato
desenfundó su espada, retando a duelo a Pertén, quien aceptó por honor;
él cargaba con 2 dagas, que con rapidez sacó, dispuesto a pelear por la
mujer que amaba. -
¡Primero me desharé de ti, para
después terminar con esa mujer! – los 2 se abalanzaron; el choque de
las armas fue estruendoso; una de las dagas mantenía la espada de Cerena
alejada del rostro de Pertén, mientras que con la otra, la atacó, haciéndola
esquivar el ataque, saltando lejos de él. -
¡No dejaré que la toques! – dijo
Pertén, volviendo al ataque; ahora las 2 dagas detuvieron el filo del
contrincante; las armas se trabaron en lucha. Mientras tanto, Cehris había
comenzado a subir por la escalera en la habitación de su padre. -
Pertén cuidará de mi hermana...
mientras tanto, yo me encargaré de mi padre... Allen y Gaddes habían bajado a los
jardines, cuando vieron que Cerena y Pertén sostenían un enfrentamiento;
lo vieron desde los vidrios del Pasillo de Cristal, y salieron para
impedir que continuaran. -
¡Tenemos que detenerla! – dijo
Allen. -
¡Es capaz de matarlo, sin saber de
su inocencia! Hitomi y Van permanecieron frente al
pasillo de Cristal; Hitomi tomó su pendiente. -
Debo ir con Estillon... -
Hitomi... – le dijo Van, al verla
tan decidida. -
La única manera de detener el
holocausto en Gaea, es hablando con él... Ambos se adentraron al Pasillo de Cristal. Eries los acompañó: ella también conocería la padre de su esposo, ese hombre que le causaba un sentimiento de amargura.
-
Estoy preocupada... – dijo
Millerna, mientras Dryden continuaba su lectura. -
¡Preocupada? ¡Pero, ¿por qué?!
– dijo Dryden, siempre optimista. -
Todo eso de Poseidópolis me ha
dejado consternada... es increíble que la ambición de un solo hombre sea
capaz de cegarlo, al grado que no le importe el bienestar de Gaea
entera... -
¿Te refieres al padre de Cehris? -
Sí... qué ser tan malvado debe
ser... -
Millerna... – Dryden se levantó,
y caminó hasta ella, poniéndole las manos en los hombros – Debes
aprender a conocer a las personas, antes de juzgarlas... -
¿Eh? -
¡Así es! – continuó Dryden –
Tú piensas que es un ogro, un insensible... pero ¿Sabes lo que pienso yo
de él? -
¿Qué? -
¡Pues que es simplemente Genial!
– dijo Dryden, dejando a Millerna desconcertada. -
¡Pero cómo puedes decir semejante
cosa! – Millerna se apartó de Dryden, sin creer en sus palabras. Dryden
sonrió, y fue por el libro que instantes antes dejó de leer; hecho esto,
depositó el libro en manos de Millerna, quien extrañada miró los signos
en su portada. -
Es el libro que Hitomi encontró en
el Castillo de Basram... -
Pero... qué signos tan extraños... -
Pues lo que estás viendo, es un
libro que proviene de la Luna Fantasma... El libro resbaló de las manos de
Millerna, impresionada. -
Al parecer, es un tratado sobre
cierta ciencia, que ellos llaman “Física” -
¿Phi...si...ka? – dijo Millerna,
recogiendo el tomo del suelo. -
Tal vez no comprendas muy bien, pero
con ella tratan de descubrir el porqué de las cosas y los fenómenos que
ocurren a nuestro alrededor... -
¿Pero, qué hace un libro de Phísika
en Gaea? Hitomi nos dijo que ella no sabía nada de él, ni de su
procedencia... -
Millerna, ¿De verdad aún no lo has
descubierto? -
¿Descubrir qué? Dryden soltó una sonora carcajada. -
¡Pues que el padre de Cehris es un
hombre de la Luna Fantasma! Millerna se quedó estupefacta. -
¿De verdad es cierto, lo que me
dices? -
¡Pues claro, lo que sucede es que
no has leído el libro! Si Estillon estudió todo éste tratado, no puedo
dudarlo: es un Genio... -
¿Así que ha utilizado esa magia
llamada Phísika para cumplir sus ambiciones? ¡Maldito brujo! – dijo
Millerna. -
¡No, alto ahí! – dijo Dryden –
La Física no es una magia, es una ciencia... así que lo más correcto
sería llamarle un Estudioso o un Científico... – puntualizó Dryden,
para después extrañarse – aunque hay algo que no concuerda con todo
esto... -
¿Qué sucede? -
El tratado habla de supuestas leyes
y postulados “universales”, que rigen a todo el universo... – Dryden
caminó hacia la ventana de la estancia; a poca distancia de ahí podía
verse Rampant, el aeropuerto de Palas, donde encallaban y descansaban las
naves que aterrizaban ahí – No me explico porqué ese hombre está en
Gaea... Una de las naves comenzó a
elevarse; los ojos de Dryden se posaron en las rocas que le conferían ese
poder volador. Escitia. El puerto de Balkis estaba
conmocionado; la cercanía de una nave tenía a todos los hombres del
puerto asombrados. -
¡Hey! ¿Ya vieron qué nave viene
hacia acá? -
¡Impresionante! – dijo uno de
ellos. La gigantesca mole rocosa que sostenía a la nave, totalmente
tallada, representando pasajes memorables de la vida de Egzardia, era algo
que no se veía todos los días; así mismo, el oro, y los metales
preciosos que engalanaban aquella nave, podrían, en conjunto, ayudar a
Fanelia a recuperarse por completo de los desastres que esa nación pasaría
con los cataclismos, y sobraría capital suficiente como para ayudar económicamente
a Chezario y Daedalus; tales eran las construcciones que la Reina Thera de
Egzardia acostumbraba ordenar. La Reina Thera, miraba la ciudad de
Escitia desde la magnífica terraza en la cúspide de la ostentosa nave. -
¿Ésta... es Escitia? – se
preguntó la mujer; Deka, su allegado, la sacó de dudas. -
Así es, mi amada y querida
Monarca... -
Pues ha cambiado radicalmente... no
recordaba una nación tan evolucionada... Gigantescas anclas descendieron
hasta la superficie, donde los hombres del puerto se apresuraron a
atorarlas en muelles destinados a ello. -
¡Con esto podría vivir sin
trabajar hasta que muriera! – dijo uno de los hombres, sosteniendo el
ancla, confeccionada en oro e incrustaciones (sí, incrustaciones; por
cosas como ésta, Egzardia seguía sitiada por el enemigo...S). -
¡Vaya, parece que Astoria no recibe
bien a los viajeros! ¡Según sé, todas las embarcaciones que han llegado
aquí, provienen de Rampant! El duelo entre Cerena y Pertén
continuaba, bravamente; ninguno de los 2 se dejaba someter. Allen y Gaddes
llegaron a los jardines, donde se llevaba a cabo la contienda. -
¡Cerena, detente! – gritó Allen
- ¡Pertén no es culpable de nada! -
¡Cállate! ¡Es un solapador de esa
maldita chica! – gritó Cerena, lanzando un golpe al enemigo, que lo
detuvo con sus 2 dagas. -
¡Tenemos que detenerla! – dijo
Allen, comenzando a correr hacia ella, pero la mano de Gaddes lo detuvo
con fuerza. -
¡No! -
¡Pero por qué no? – dijo Allen,
contrariado - ¡Es capaz de matarlo! -
Lo sé, pero... ella necesita pelear
ésta batalla – Gaddes reflejó alegría: por primera vez, en una
contienda, la mejilla de Cerena permanecía igual, sin laceraciones, a
pesar de estar enfurecida. Allen se dio cuenta de lo mismo. -
¡Pero si... -
Cerena no está peleando para matar
a la Dama Cathera... ese es sólo un pretexto – dijo Gaddes – lo que
ella está haciendo es probarse a sí misma que no volverá a sufrir una
metamorfosis más, tal y como yo, se lo prometí... -
¡Gaddes! – Allen lo miró, para
después mirar a Cerena, quien seguía en pie de lucha. El sonido de un impacto de armas se
escuchó; una de las 2 dagas de Pertén se quebró; la punta de ésta se
clavó en el suave césped, con fuerza, arrojada con el impacto. -
¡Maldición! – dijo Pertén, al
ver que solo sostenía el mango y un poco del cuerpo de su daga derecha. -
¡Ríndete, si es que quieres
permanecer con vida! – dijo Cerena, lanzando un espadazo. -
¡Nunca lo haré, porque protegeré
la vida de la Dama Cathera con mi propia existencia! – la espada de
Cerena rasgó uno de las abultados hombros del uniforme de Pertén, el
cual no se dio por vencido. -
¡Eres un necio! – dijo Cerena -
¡Será mejor que no te interpongas, porque de todas maneras mataré a esa
maldita! -
¡Tendrás que acabar conmigo antes! Cerena pudo palpar la gran
experiencia de Pertén en combate. -
¡Qué terquedad! – le dijo
Cerena, trabada en lucha - ¡No sé por qué la defiendes así, si es una
miserable! -
¡Porque la amo! – gritó Pertén,
lanzando un navajazo a Cerena, rasgándole la dura tela que protegía sus
piernas. -
¿Qué? – Cerena no esperaba esas
palabras; Pertén continuó atacándola, pero ella trataba de defenderse
de él. -
¡Cerena! – gritó Allen, viéndola
en peligro. La filosa navaja de Pertén cortó
el aire a su paso, con un impulso tremendo, para estrellarse contra la
espada de Cerena; el impulso hizo que Cerena perdiera el equilibrio,
cayendo hacia atrás; el choque de las armas, con la gran fuerza del brazo
de Pertén, hizo que la daga saliera disparada de sus manos. -
¡!Cerena!! – Allen gritó. La
daga cayó junto a Cerena, hiriéndola de un brazo. -
¡Aggghh! – gritó Cerena, al
sentir que la filosa navaja le hacía una mediana cortada. Pertén se quedó sin armas, parado
frente a una Cerena cuyo rostro reflejaba su dolor. -
¡Cerena! – Gaddes corrió hacia
donde ellos se encontraban. Cerena, apretaba los dientes para resistir el
dolor, tomándose el brazo herido. Los ojos de los 2 combatientes se
miraron fijamente. De repente, el rostro de Cerena se tranquilizó. -
El enfrentamiento acabó... – la
boca de Cerena esbozó una sonrisa – no puedo pelear contra alguien que
siente lo mismo que yo, hacia alguien más... -
¿Huh? – Pertén no entendió lo
que Cerena había dicho, pero le tranquilizó que todo hubiera terminado.
Gaddes llegó hasta ella, y se reclinó con ella. -
¡Lo logré... lo logramos, Gaddes!
– dijo Cerena, mientras algunas lágrimas brotaban de sus conmovidas
pupilas. -
¡Sabía que esto pasaría! – los
ojos de Gaddes también se conmovieron, al ver la mejilla de Cerena,
totalmente limpia, sin sufrir ningún cambio; aún más, se alegró al ver
que Cerena pudo resistir el dolor sin sufrir cambio alguno. Cerena volteó
con Pertén, quien miraba extrañado a la pareja, abrazada fuertemente. -
Realmente tenía intenciones de
matar a la Dama... – le dijo Cerena – pero ahora debo agradecerte que
hayamos peleado, me hayas hecho enfurecer, y me hubieras herido...
Gracias. Pertén no entendía absolutamente
nada. -
Ya no deseo matarla... deseo que
vayas con ella y la ames con todo lo que puedas... Pertén se asombró; la feroz chica
con quien peleó hace unos instantes, había olvidado sus intenciones de
un momento a otro. -
Si la Dama Cathera fuera como tú,
las cosas hubieran sido diferentes... – dijo Pertén, extendiéndole la
mano, en señal de amistad, a lo que Cerena, aún conmovida, aceptó
gustosa, estrechando a Pertén. Allen, mientras tanto, había
recogido a Cathera, y se acercaba con ellos. -
Creo que tienes que cuidarla... -
Sí... – Allen pasó a Cathera a
los brazos de Pertén, quien se adentró al Castillo, cargando a la
desmayada chica. -
¡Mírame, Allen! – dijo Cerena,
junto a Gaddes - ¡Sigo siendo yo, Cerena, lo logré! -
Me siento muy feliz por ti,
hermana... Cerena no cabía en sí de gozo;
Gaddes analizó su herida; era profunda, pero podría curarse con unas
cuantas puntadas. -
Pero, Cerena... ¿Cómo lograste
acabar con ello, con ese cambio que te asechaba en cada batalla? -
Gaddes me lo dijo – dijo Cerena
– Tengo que confiar en mi misma; solo así podré desechar a Dilandau...
-
Me alegra que ustedes dos se hayan
encontrado – dijo Allen mirándolos; Gaddes se apenó un poco – y
espero que sean felices, juntos – y tomando las manos de ambos, las unió,
aprobando su unión ante ellos – Hazla feliz, mi mejor hombre, y mi
mejor amigo... -
Claro, Jefe... -
¡Hey, ahora tú eres otro
“Jefe”! – dijo Allen, en broma. -
Perdón... Allen – Gaddes se llevó
una mano a la nuca, tratando de ocultar su pena; los 3 miraron hacia
arriba, donde la cúspide de la Torre del Rey guardaba una inquietante
historia. -
Espero que Cehris pueda resolverlo
todo... – dijo Allen -
No, no es algo que solo Cehris deba
arreglar... – dijo Cerena. -
¿Eh? -
Es algo que debemos arreglar todos
los habitantes de Gaea... Sé
que Hitomi nos representará de buena manera ante ese sujeto... Ellos no se habían dado cuenta,
pero varias costas debajo de ellos, trepando por el acantilado, una pequeña
figura se movía con dificultad. -
¡Miau, no debo mirar hacia abajo,
no debo! – era Merle, que tuvo que salir de esa habitación donde
apareció, trepando con sus garras a través de la rocosa pared - ¡Espera,
Hitomi, que te protegeré de esa bruja, grrrr! – el sonido de las olas
la hizo voltear hacia abajo, viendo con horror las filosas rocas que la
aguardaban abajo si caía - ¡Agh, quiero vomitar...! Cehris estaba a punto de llegar
hasta el final de la escalera en torno a la habitación dentro de la Torre
del Rey. -
¡Cehris! – Eries, escaleras
abajo, lo hizo detenerse; pronto los vio que se acercaba junto con Van y
Hitomi. -
Es bueno verlos aquí – dijo
Cehris – Me tranquiliza saber que estarán cerca... -
Hitomi también tiene que estar ahí...
– dijo Van. La escalera terminó. -
¡Qué demonios es eso? – dijo
Van, al ver frente a él la compleja máquina en la cúspide de la torre;
El enorme cilindro reflejaba la poca luz del entorno; Los cables y tubos
en torno a la máquina le daba una extraña apariencia. -
¡Padre, en dónde estás! – gritó
Cehris. Nadie contestó. Cehris no creyó
que su padre estuviera en la Biblioteca. -
¡Sé que estás aquí, sal
inmediatamente! – gritó; un extraño sonido comenzó a escucharse por
todo el lugar. -
¿Qué es eso? – preguntó Hitomi -
Es él – contestó Cehris – Sabía
que no es un cobarde... El sonido, en realidad aquél
producido al deslizarse la silla de Estillon sobre el sistema de rieles,
se seguía escuchando. -
No tienes nada que hacer aquí... | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | |