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XIV. Verdad al Descubierto

-          Millerna... has ganado tu propia batalla – dijo Eries, al verlos de nuevo juntos, como marido y mujer.

Después de darse por terminado el Concilio, los consejeros se reunieron en una sala.

-          ¡Esto no puede ser posible! – dijo Elche, golpeando su puño en la mesa, tratando de convencer a los consejeros que supuestamente lo ayudarían a obtener el trono. - ¿Porqué pudieron acceder al trono si no estaban comprometidos?

-          Entiende que su compromiso no pudo haberse disuelto; el dios Jichia no lo hubiera permitido... además, estando ellos 2 juntos, no tienes nada por qué pelear; lo siento, perdiste tu oportunidad, Elche...

-          ¡No puedo darme por vencido! !No permitiré que...

La sala fue interrumpida; los Guardias reales entraron a la sala, rodeando a Elche.

-          Señor Elche, por disposición del próximo Rey de Astoria, Dryden Fassa, permanecerá en prisión hasta que el asesinato del Rey Aston se haya resuelto...

-          ¿Cómo se atreven? – gritó Elche, siendo sometido por los Guardias, que lo sacaron de ese lugar.

-          Millerna – le dijo su hermana, abrazándola con cariño – estoy orgullosa de ti...

-          Gracias hermana... – dijo Millerna, satisfecha por su actuación frente a la asamblea.

-          Felicidades, hermana... – le dijo Cehris.

-          Se los agradezco mucho, hermana, hermano Cehris... de no haber sido por su ejemplo, quizás la Corona de Astoria hubiera dejado de pertenecer a nuestra familia.

-          Creo que será un buen Rey... – dijo la Reina Thera, justo tal y como lo dijo para Elche, demostrando su poca capacidad política.

-          Es cierto... no tenemos porqué preocuparnos por Astoria... está en buenas manos ahora... – dijo el Rey Sardos Icar. – De cualquier manera, no podemos descuidarnos; Zaiback sabe que el Rey de Astoria apenas comienza y podría aprovecharse de su inexperiencia...

-          Por mi parte – dijo el Vicario Cnossos Roul – Chezario es un aliado seguro para Astoria.

-          Daedalus también lo será. – aseguró su soberano.

-          ¡En Egzardia tengo un ajuar fabuloso! – dijo la Reina Thera, totalmente fuera de lugar.

La tranquilidad volvió a Palas después de tan ajetreada jornada. La población se mostraba feliz por la sucesión de Dryden en el trono de Astoria.

-          ¡Con ese mercader en el trono, no dudo que pronto podamos vivir sin preocupaciones! – se comentaba entre la gente de la ciudad.

-          !Astoria se volverá una nación casi tan rica como Egzardia!

-          ¡Esa princesa Millerna no pudo haber hecho una mejor opción!

-          Me alegro que la Corona siguiera en manos de los Aston... de no haber sido así, tal vez Astoria se hubiera ido a pique...

-          ¡Hitomi! – le dijo Millerna al verla salir de su habitación, tiempo después - ¿No te gustaría ayudarnos?

-          ¿Ayudar? – se preguntó Hitomi.

-          Sí... Verás, Dryden dice que tú podrías averiguar algo sobre el asunto de mi Padre... ¿Podrías hacernos ese favor?

-          Pero Millerna... yo...

-          ¡Gracias, Hitomi, ven por aquí! – y tomándola de la mano, la encaminó hacia donde Dryden decidía qué hacer con ese problema.

Por su parte, los jardines del Palacio Aston estaban, por decirlo así, saturados de visitantes, entre ellos la Corte de la Reina Thera.

-          ¡Qué le parecen éstos hermosos jardines, Reina Thera? – le comentó Deka, su allegado, admirando las propiedades de la familia Aston.

-          ¡Jumh! Son bonitos, pero no pueden compararse con la hermosa ciudad que me he encargado de construir... – dijo la Reina, refiriéndose a Eron, la capital de su país.

-          Por cierto, Su Ilustrísima Majestad... – continuó el allegado - ¿Cuándo tiene planeado regresar a Egzardia?

-          Oh, déjame disfrutar ésta visita... – dijo la Reina, moviendo un abanico cerca de su rostro – Son pocas las veces que hay un fuerte pretexto para visitar lugares vecinos...

-          Ya lo sé, majestad, pero la amenaza de una invasión por parte de Zaiback...

-          Zaiback no nos molestará... – finalizó la Reina – es una nación decadente y sin recursos; nada podrá hacer contra mi maravilloso país...

La puerta de la sala del Rey en el palacio de Astoria se abrió con fuerza. Millerna, literalmente arrastrando a Hitomi, entró con atropello.

-          ¡Aquí está, Dryden! – dijo la Princesa - ¿Verdad que nos ayudarás, Hitomi?

-          Yo, eh... Millerna... – Hitomi se sintió apenada ante la mirada de Dryden, Allen, Cerena, Gaddes, Van, Merle, Eries y Cehris que se encontraban en la sala. – Lo... lo siento, pero he dejado de leer el Tarot...

-          ¡A buena hora se te ocurre dejarlo, chiquilla tonta! – dijo Merle - ¿Y ahora que haremos?

-          ¡Oye! – respondió Hitomi, ganándose una sonora trompetilla por parte de Merle - ¡Agggh, me las pagarás, ya nos veremos después!

-          Entonces, Hitomi... – dijo Millerna, mirándola con desesperanza - ¿Entonces...

-          Por favor, no molesten a Hitomi... – se escuchó una pequeña voz entre la concurrencia, voz que Hitomi reconoció como la del Rey Chid de Freid.

-          ¡Chid! – dijo Hitomi, alegre de volver a verlo.

-          Hitomi, me da gusto que hayas vuelto... – le contestó el niño, feliz, dentro de lo que su angustia por la situación de Gaea le permitía.

-          Bueno, bueno... – dijo Dryden, espabilando la escena, al ver que estaban desviándose totalmente – Parece que Hitomi no podrá ayudarnos ésta vez, así que pensemos en otra cosa.

Chid se tornó serio, tomando muy en serio su papel de mandatario de su país.

-          Disculpa, Tío Dryden... – el término “Tío” hizo sentir a Dryden más viejo – Creo que uno de mis Plaktu podrán hacer confesar a ese maldito sujeto...

-          ¿Un Plaktu? – dijo Van.

-          ¡Ah, ya sé a qué te refieres, muchacho! – dijo Dryden, orgulloso de su “sobrino” - ¿Quieres decir que podrías prestarnos uno de tus misteriosos monjes?

-          Así es, Tío Dryden...

Dryden caminó hasta donde estaba el pequeño Chid.

-          Hecho, sobrino... – y agarrándolo desprevenido, lo levantó por los aires.

-          ¡Dryden! – el regaño de Millerna lo hizo detenerse en seco - ¡No le hagas eso, ya no es un niño!

-          Ah... perdón...  Dryden bajó al asustado Chid.

-          No... no te preocupes, Tía Millerna – dijo Chid, sonriendo, un poco mareado – veo que el Tío Dryden es muy gracioso...

Van se mostraba algo molesto por la ligereza con la que Dryden tomaba la amenaza de Zaiback.

-          Tal parece que no estás tomando en serio tu papel como el próximo Rey de Astoria... – dijo Van. – Tu país podría estar a punto de sufrir un ataque, y estás divirtiéndote con el pequeño Rey Chid...

-          Mi querido Rey de Fanelia... – dijo Dryden, acomodándose las gafas, en medio de una expresión despreocupada – El futuro rey de Astoria está haciendo lo mejor por su nación... aunque no sepas cómo verlo...

La cara de Van reflejó su molestia, al escuchar las palabras de Dryden.

-          Pero... ¡Deberías estar organizando tus tropas, preparando a la ciudad para un posible ataque! ¿Qué no lo entiendes? – gritó Van, al ver que Dryden miraba con tranquilidad el mar desde la hermosa ventana de la habitación.

-          Van... – dijo Hitomi, tratando de calmarlo.

-          Lo que entiendo... – dijo Dryden, esbozando una sonrisa, sin dejar de mirar el panorama – es que Astoria vencerá... Porque contamos con los mejores guerreros, ¿No es así, Caballeros del Cielo? – y volteó a ver a Cerena, Gaddes y Allen, quienes quedaron sorprendidos.

-          ¿Caballeros... – dijo Gaddes.

-          ... del Cielo? – finalizó Cerena, sin creerlo aún.

-          ¡Pero no me vean así! – dijo Dryden – No les estoy haciendo un favor, les estoy dando lo que se merecen...

El rostro de Cerena seguía extasiado. Las manos de Gaddes se posaron en sus hombros, brindándole calidez.

-          ¡Caballeros... del Cielo!

Escitia. La silueta del Castillo de Basram se recortaba en el horizonte. La gente de la ciudad comenzó a salir de sus casas, extrañadas, mirando hacia el castillo. Pertén buscaba a Cathera desesperado por todo el Castillo. Encontrándola en una de las habitaciones, se tornó solemne.

-          Dama Cathera...

-          ¿Eres tú, Pertén? – Cathera miró detrás de ella, donde el líder de los Guerreros de Ofir se arrodilló ante ella. Pertén, un hombre alto, de cabello café claro, y ojos de un tono verde oscuro, tenía en su cabeza un extraño lunar, que se desplazaba desde su sien derecha, hasta la parte más alta de su cabeza; el bigote y barba que usaba, lo hacía verse demasiado serio. Y siempre miraba a Cathera con un profundo sentimiento, reprimido por no saber si era correspondido.

-          Dama Cathera, el Joven Cehris ha mandado orden de preparar nuestras fuerzas para la batalla...

-          ¿Cehris? – dijo la chica.

-          Así es... Creo que usted sabe que Astoria está pasando por serios conflictos internos, y Zaiback podría aprovechar la oportunidad para invadir la región.

-          Sí, estoy enterada... – contestó Cathera – Si Astoria cae en manos de Zaiback, Basram sería un blanco fácil, y los pequeños países caerían tarde o temprano...

-          Sería algo terrible... – dijo Pertén.

-          Así que Cehris mandó prepararnos para ayudar a Astoria... – dijo Cathera, mirando hacia arriba, pensativa – Por lo pronto, espera mi orden, Pertén... yo lo consultaré con mi padre...

-          Como usted diga, Dama... Cathera... por cierto...

-          ¿Qué pasa, Pertén? – dijo Cathera, mirando el rostro algo alterado de Pertén – me asustas al verte así...

-          Lo que sucede es que... la Roca Incandescente... ¡ha dejado de brillar!

-          ¿Qué dices? – Cathera quedó paralizada.

Cathera se alejó, alarmada. Pertén la vio irse, aún arrodillado.

-          Dama Cathera... juro que la protegeré... para tenerla a mi lado... siempre.

Palas. La ciudad se mantenía en calma. Los canales que corrían por sus calles reflejaban la rojiza atmósfera al atardecer. Por la ancha puerta de una de las tabernas de la ciudad, la tripulación del Crusade pasaba el tiempo, aprovechando su estancia en Palas.

-          ¡Hey, Pairu, no te acabes la bebida! – dijo Kio, tratando que arrebatarle la jarra que sostenía junto a su boca.

-          ¡Déjame en paz! – dijo Pairu, tomando hasta saciarse.

-          ¿Parece que ahora sí, Kio será el consentido del jefe, eh? – dijo Ort, en tono burlón hacia el más grande de los hombres de Allen.

-          Deja de decir eso... – contestó Kio – la verdad es que el Comandante nos va a hacer falta...

-          Eso es cierto... – dijo Reeden, dejando su bebida en la pequeña barra junto a él – el Comandante Gaddes sí podía darle batalla al Jefe Allen; dudo que Kio pueda hacer lo mismo con esa panzota...

-          Al menos no soy un insignificante trapo, como tú...

-          ¿Quieres pelea? – dijo Reeden, levantándose repentinamente, acomodándose la pañoleta roja en su frente.

-          ¿Quieres morir aplastado, inmunda sabandija? – Kio también se levantó. Sobrepasaba a Reeden por más de media costa y casi el doble de su peso.

-          ¡Ustedes 2 dejen de estarse molestando! – dijo Teo, el moreno de la tripulación – Ahora que el Comandante se va, estamos viendo cuánto dependíamos de él...

-          Creo... que Teo tiene razón – dijo Reeden, tranquilizándose – perdón, amigo; no quise ofender tu protuberante estómago.

-          Sí... claro...

-          Y lo peor de todo es que a lo mejor y la señorita Cerena también se vaya del Fuerte Castello... – dijo Ort.

-          ¡Vaya que eso sí es una lástima! – dijeron a coro los 5 hombres, levantando sus tarros, suspirando.

El puente Meifia estaba solitario, como siempre; la gente en Astoria cree en extrañas supersticiones acerca del puente. Los incidentes rayos del sol a punto de ocultarse, hacen que las sombra del puente se proyecte algunos metros sobre las aguas del canal que pasa por debajo de éste. La figura de un joven se ve recargada, mirando su propio y oscuro reflejo en el agua. Hitomi y los 4 soldados de Van miran el puente desde una distancia algo cercana.

-          Señorita Hitomi... – dijo Megnon - ¿Usted creé que el Maestro Van hizo lo correcto?

-          Claro que sí – dijo Hitomi – mandarlos de regreso a Fanelia fue lo mejor que pudo haber hecho... ustedes serán quienes protejan al país, con todas sus fuerzas...

-          Pero... – dijo Zircón, mirando a su maestro allá, en el puente – necesitamos que el Maestro Van esté con nosotros... él tiene que guiarnos...

-          Van los alcanzará... sé que los acompañará en la batalla – dijo Hitomi – pero por ahora, déjenlo reflexionar un poco... hay que admitir que...

-          es... muy testarudo? – dijo Amenfis, terminando la frase. Hitomi lo miró con sorpresa.

-          ¡Amenfis! – dijo Megnon, regañándolo por su gran bocota.

-          Pe... perdón, señorita Hitomi... no quise decir eso...

-          No te preocupes – dijo Hitomi, regalándoles una sonrisa – me alegra saber que ustedes lo conocen tan bien como yo... ¿saben algo? – Hitomi les hizo una seña, para decirles un secreto. Los 4 muchachos se acercaron a ella. – No solo es testarudo... es obsesivo, impulsivo, rencoroso, no mide las consecuencias de sus actos, es muy arrogante... en fin...

-          ¡Vaya, señorita Hitomi! – dijo Sutton, llevándose una mano a la nuca – es usted la primera persona que se atreve a decir eso de nuestro Rey... nosotros no nos atreveríamos...

-          Y... ¿no es cierto? – dijo Hitomi. Las risas de los 4 jóvenes la convencieron que conocían a Van a la perfección. – Escúchenme... síganlo, y protéjanlo; es una persona con grandes cualidades...

-          Así será, señorita Hitomi – dijo Megnon, aun sonriente por la gran confianza que Hitomi les había demostrado. Hitomi les sonrió de nuevo.

-          Estoy muy orgullosa de que Van tenga amigos como ustedes... – finalizó Hitomi, caminando hacia el puente Meifia. Los 4 soldados de Fanelia la miraron alejarse.

-          ¡No entiendo por qué lo toma con tanta calma! – dijo Van, arrojando una pequeña piedra al canal debajo de él.

-          Van...

-          Ah... Hitomi, eres tú...

-          ¿En qué piensas?

-          Mhhh... en que Dryden no sabe lo que hace...

-          ¿Cómo puedes saber lo que es bueno para Astoria, Van?

-          ¿Qué, tú también opinas que...

-          No. No sé que es lo que planeé Dryden, pero sí puedo decirte algo...

-          ¿Eh?

-          Él no ha puesto en peligro su vida, y sin embargo logró mantener a su país intacto, antes de la guerra de Gaea; creo que su éxito se debe a que piensa las cosas antes de realizarlas...

-          Pero...

-          Van, tienes que entender que tus impulsos pueden ocasionarte grandes problemas...

-          Mhhh... – Van tuvo que resignarse, ante las sabias palabras de Hitomi.

Una pequeña nave arribó a Rampant, proveniente del país del sur, Freid. En poco tiempo, el monje Plaktu sería llevado a Palas para ponerse a las órdenes del Rey Chid. Mientras tanto, en el palacio Aston, las doncellas se agilizaban acondicionando el edificio, para la coronación de los nuevos reyes de Astoria, que se celebraría pronto.

-          ¡Por favor, dense prisa con las telas que van colgadas en los capiteles de las columnas! – dijo Anna, volviendo a su habitual puesto de Primera Doncella; su séquito de jovencitas (y no tan jovencitas) realizaban la gran labor.

Cerena caminaba por las calles de Palas, acompañada por Gaddes. El mercado se encontraba justo al doblar la esquina.

-          Así que... – dijo Cerena, todavía confundida – ¿el Rey de Freid es... mi sobrino?

-          Así es... – dijo Gaddes – Pero Chid no lo sabe... podrían suscitarse grandes problemas si la verdad se esclareciera.

-          Pobre de mi hermano... tener que vivir ocultando esa verdad...

Ambos llegaron al mercado, donde las voces de los comerciantes ahogaba el ambiente, junto con tambores, flautas, etc.

-          Aún me es difícil asimilarlo... – dijo Cerena, mientras se inclinaba a ver el filo de algunas dagas en uno de los puestos – tengo un sobrino al que no puedo ofrecerle el amor que merece...

-          Cerena... – dijo Gaddes. La hoja metálica de la daga que sostenía Cerena reflejaba su rostro, tranquilo.

-          Mira; creo que ésta daga me lucirá bastante bien...

-          ¿Te... lucirá?

-          Sí... con el uniforme de Caballero del Cielo – la imagen del rostro de Cerena en la hoja de la daga se hizo borrosa.

-          Pronto seremos Caballeros del Cielo... – dijo Gaddes, pensativo.

-          Y protegeremos  a Astoria, tal y como lo hemos deseado desde hace tanto tiempo – finalizó Cerena, empuñando la daga, maniobrándola de forma maestra.

-          Me pregunto... ¿Cómo luciré con un atuendo como el del Jefe? – dijo Gaddes.

-          Sin duda, muy apuesto... – le dijo Cerena, levantándose, y mirándolo fijamente.

-          Eh... Oh... – Gaddes se apenó.

-          Pero... hay algo que debes hacer en cuento vistas como mi hermano...

-          ¿Eh? – Cerena acercó la daga hacia el rostro de Gaddes, pasando el filo por su mentón; algunas de sus esporádicas barbas cayeron al suelo.

-          ¿Sabes afeitarte?

Los 2 se sonrieron, y comenzaron a caminar por el sendero de los vendedores.

-          ¡Hey, oiga, págueme esa daga! – el hombre águila se levantó de su puesto, al verlos alejarse - ¡Ouch! - una dorada moneda se estrelló junto entre sus ojos, a manera de pago, haciéndolo caer.

Dryden y Millerna bajaron las escaleras de los calabozos en el palacio. Elche había sido retenido en una de las celdas.-          ¿Pero qué tenemos por aquí? ¡Ah, si es el Señor Elche! – dijo Dryden, irónico.

-          Dryden... – Millerna trató de callarlo, al ver la feroz mirada de Elche.

-          Mercader Fassa... – dijo Elche – Pronto se dará cuenta que ha cometido una terrible equivocación, dejando a esas plebeyas en libertad, y manteniéndome cautivo...

-          Ya lo ve, Señor Elche; las jovencitas dieron su testimonio, y francamente... ¡les creí! – dijo Dryden, con una enorme sonrisa, que encolerizaba cada vez más a Elche, tras las rejas.

-          ¿Cómo puedo probarles la verdad? ¡Soy inocente de todo, puedo jurarlo!

-          Nosotros ya lo escuchamos todo... – dijo Millerna, seria – pero no podemos culparlo si no tenemos una fehaciente prueba de su inocencia...

-          Tíos Dryden y Millerna, el Plaktu ha llegado a Palas... – se escuchó la voz del pequeño Chid, bajando las escaleras, en compañía del monje ancestral.

-          ¿Quién... quién es él? – preguntó Elche, alarmado por la profunda mirada del monje.

-          Es un... amigo... – dijo Dryden, haciendo una seña con la mano al monje, quien colocó un collar entre sus manos. Elche cayó en trance.

-          Veo que Astoria cuenta con grandes avances... – dijo Cehris, acompañado por su mujer, quien le mostraba los hangares de la ciudad, donde se construían Guymelfs y Melefs.

-          Y no solo eso; los Caballeros del Cielo son la élite mejor preparada para la batalla en toda Gaea – dijo Eries.

-          Sí... lo comprobé hace poco – dijo Cehris – Con suma razón Dryden confía tanto en su nación; sabe que está muy bien preparada para cualquier emergencia...

-          Soy Elche Phaestos, segundo consejero del Rey Efud Grava Aston, de Astoria...

-          Creo que deberías venir a Fanelia, Hitomi... – dijo Van, dando las últimas lijadas a la espada de Escaflowne.

-          ¿A Fanelia?

-          Si algo ocurriera, estarías a salvo allá; mis hombres te protegerían a toda costa, y el poder de Atlantis que encierra ese pendiente no se destruiría...

-          Tal vez... tengas razón – dijo Hitomi, mirando el pendiente con extrañeza.

-          Permanecí al lado de Mi Rey desde su sucesión al trono, al formarse la Monarquía...

-          Señor Elche, ¿Conocía la relación del Rey Aston con sus hijas y herederos? – el incienso llenaba la celda con humo blanquecino.

-          Allen Schezar...

-          ¡Rey Chid! – Allen atendió la voz del niño, detrás de él.

-          Allen... Tú eres quien debe guiar las tropas de Astoria, en nombre del futuro Rey; sé que puedes lograrlo...

-          Rey, yo...

-          Mi madre tenía razón... eres un Caballero único, que antepondrías tu vida por el bienestar de tu patria...

-          Lo haré, Rey... cuente con ello...

-          Allen... Me gustaría que hubieras sido mi hermano mayor... así podría tener el apoyo de alguien muy cercano, y el trono de Freid no sería algo tan pesado... – Allen se quedó pasmado.

-          Las Princesas de Astoria permanecían siempre bajo las reglas del Rey, en especial Marlene y Eries; la princesa Millerna trataba de hacer su voluntad, pero, a final de cuentas su padre la hacía doblegarse; sus 3 herederos, fueron escogidos por el Rey según su conveniencia: Mahad Dal Freid, el heredero del país más solemne de Gaea; Cehris Ofis Escia, quien estaba destinado a tomar el poder de uno de los 2 países más industrializados en el planeta; y Dryden Fassa, hijo del mercader astoriano más rico de Gaea, un latente gran potencial económico para el Reino...

-          ¿El Rey pidió la opinión de sus consejeros para designar a sus herederos?

-          Padre... Cehris quiere movilizar sus tropas para defender Astoria...

-          ¿Defender... Astoria? – dijo Estillon, dando las espalda a su hija Cathera.

-          Sí... al parecer lo hace para mantener la alianza con el país de mi hermana Eries...

-          Le dije que no intervendríamos en una batalla contra  Zaiback, no importa si somos aliados de Astoria o no... no quiero problemas con Zaiback...

-          Entonces, Padre...

-          No darás ninguna orden hasta que yo haya decidido qué hacer...

-          Sí, Padre; será como tú lo ordenes...

Cathera salió de la Torre del Rey.

-          No pude decirle acerca de la Roca Incandescente... temí que se enfermara aún más... tengo que resolver esto yo misma...

-          El Rey no buscó nuestra aprobación en esa ocasión... Simplemente lo decidió por su maldita voluntad...

-          ¿Maldita voluntad? – dijo el Plaktu - ¿Porqué le dice usted, “Maldita” voluntad?

-          Yo sabía que escoger al hijo de Meiden como heredero, echaría a perder mis planes...

-          ¿Sus planes? ¿De qué planes habla? – Dryden y Millerna escuchaban con asombro la declaración de Elche, bajo hipnosis.

-          Acceder a la Corona de Astoria... y para ello, tenía que deshacerme de ese maldito mercader...

-          ¿Qué planeó para sacarlo de su camino?

-          Desaparecerlo, en una de sus muchas travesías a lo largo de toda Gaea... pero su compromiso con la Princesa Millerna se disolvió, así que no tuve que hacer nada; pero había un estorbo más...

-          ¿Quién? – preguntó el monje, agitando el collar en su mano

-          El mismo Rey...

-          Merle, es hora de irnos...

-          ¿A dónde vamos, Van sama? – Merle interrumpió su minuciosa inspección al florero frente a ella; las flores dejaron de moverse al dejar de meter la nariz entre ellas.

-          A Fanelia...

-          ¿A Fanelia? – gritó Merle, feliz. Hitomi también mostraba algo de alegría.

-          Sí... tenemos que ponerte a prueba lo antes posible...

-          Pero... – Merle borró su alegre expresión, sustituyéndola por una de hastío.

-          ¿Poner a Merle a prueba? – dijo Hitomi, desconociendo lo que Van planeaba desde hace tiempo.

-          ¿No lo sabías? – dijo Van – Merle aprenderá a pelear, como todos los miembros de la realeza en Fanelia.

-          Pues... – Hitomi miró a Merle incrédula e irónica – no sé... es demasiado...

-          ¡Agghhh! – dijo Merle, fuera de control - ¿Qué insinúas, maldita pelona?

-          ¡Solo digo la verdad!

-          ¡Ya veremos si unos buenos arañazos en la cara te hacer decir otra vez la “verdad”! – dijo Merle, levantando sus garras.

-          ¡Merle! – dijo Van, a manera de regaño.

-          ¡Miauuuu! – Merle se escondió tras las piernas de Van, con la cola entre las piernas.

-          No podemos demorar más – dijo Van – Megnon y los demás ya deben estarnos esperando.

-          Sí... – dijo Hitomi – me gustó estar en Palas...

-          ¡Responde, maldito infeliz! – dijo Dryden, interrumpiendo la pregunta del monje - ¿Atentaste contra la vida del Rey Aston?

-          ...

-          ¿Qué sucede? ¡Contesta! – dijo Millerna, furiosa.

-          ... Sí...

Las telas que Anna sostenía entre sus brazos se vinieron abajo.

-          Anna... ¿Qué pasa? – dijo Jenia, quien la ayudaba a cargar las gruesas telas que adornarían el palacio.

-          La verdad... la verdad será dicha... ¡ahora! – dijo Anna, con esperanza.

-          Pero... ¿Cómo lo sabes?

-          No lo sé... intuición, tal vez...

Millerna cayó al suelo, llorando al escuchar a Elche, quien permanecía en hipnosis. Chid también comenzó a llorar, abrazado a su tía. Los ojos del Plaktu seguían inmóviles, acostumbrados a ese tipo de hombres. Dryden no podía resistir, frente a él se encontraba un traidor, que faltó no solo al Rey Aston, sino a Astoria.

-          No podemos actuar contra él por ahora; esperaremos a la Coronación – le dijo Dryden a Millerna, ayudándola a levantarse.

-          Nunca he deseado la muerte a nadie, pero... – dijo Millerna, reflejando odio en sus ojos, mirando al hombre hipnotizado tras las rejas – no podré perdonarlo nunca...

-          Ha sido suficiente, Plaktu... – dijo Chid, tratando de guardar la compostura.

-          No, aún no – dijo Dryden, acercándose a Elche - ¿Cómo lo mataste? Dímelo...

Hitomi se detuvo en su camino hacia el Palacio. La extraña figura de un pequeño saco se dibujó en su mente. Por su parte, Anna recordó por un instante las manchas que su Rey presentaba en la espalda, antes de morir.

Con... Sutaro.

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