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BOCADILLOS DE PRENSA

Maturana, el color que está de moda

Revista Afro, 01 edición sept./03.

¿A qué se debe que un departamento como el Chocó haya ganado el torneo Ponyfútbol?

A mí me parece que el Chocó es un laboratorio que me seduce. Yo lo digo, si en este momento estuviera empezando mi carrera como técnico y quisiera buscar un ruido bien bravo me iría a trabajar al Chocó, con todas las limitaciones iría y con toda seguridad que tendría resonancia al final de equis tiempo. ¿Por qué? Porque vos de pronto, gana Valle, gana Antioquia y no pasa nada, pero el día que Chocó llegue a ganar un campeonato juvenil o campeonato sub 23 eso suena, y el técnico que este ahí pues va a encontrar un reconocimiento. A mí me parece que es un desafío, que es atractivo.

¿Qué recuerdos tiene del Chocó?

Yo creo que el recuerdo más latente del Chocó es mi papá, mi familia. Mi mamá, mi papá, son auténticos chocoanos. El hecho de que hayan vivido acá y nos hayan dado la posibilidad a nosotros de crecer en un medio con mayores garantías, en ningún momento le ha quitado a ellos ese amor por el Chocó, por su tierra, por su

casa. Mi papá casi vive allá, aquí viene cuando de pronto lo llamamos al orden y viene un ratico a estar en la casa, pero de resto vive allá en su soledad, en su reencuentro, de pronto con un espacio, con el espíritu de la abuela, con su pescado, con su Chocó, con su informalidad, con su color, estas cosas son vida. El día que mi papá se identifique o lo traigamos acá, socialmente no vive. A mi papá vos lo ves con ochenta años y lo ves más chocoano que nunca, aferrado a su tierra. ¿Cuándo dice uno que es chocoano? Cuando se tomó dos aguardientes y le dio por bailar su chirimía y levantar los brazos, eso es alegría, eso es Chocó y son nuestras raíces.

¿Qué sintió cuando la representante del Chocó ganó el reinado Nacional de Belleza?

La verdad que emociona y uno siente que es algo bonito de su tierra porque, más allá de las ausencias, desde el punto de vista físico hay un vínculo afectivo y sentimental que no podés nunca desligar. Entonces, cualquier cosa que pase por la grandeza de su tierra, pues te emociona, te eriza la piel. Aparte de eso yo creo que esta niñita trascendió, no solamente fue la bandera del Chocó, sino que era la bandera de una raza, porque es una raza. Una raza linda. La verdad es que es muy linda y dan ganas como de quererla. Una chica que genera ese sentimiento.

¿Cree qué es ridículo pensar que algún día puede haber un presidente negro en Colombia?

No lo sé, pero yo no creo que el ser negro sea una condicionante, si el negro es un buen color y es el color que está de moda. Yo creo que el negro es el color que está de moda.

Reinado con mucho color

El Tiempo, octubre 18/03

Malaika es una frase que en swahili, la lengua más hablada en África, significa ángel. Y el encargado de ponerla a sonar en este lado del trópico es Freddy Riascos, presidente del concurso Miss Malaika Colombia. Profesor de ciencias sociales, de 33 años, dejó la docencia por los reinados, porque quería institucional en el país un certamen para las mujeres de color. Riascos, de Buenaventura (Valle), obtuvo la franquicia del

concurso con sede en Johannesburgo (Suráfrica) que convoca a las mujeres con raíces africanas del planeta, y realiza campañas en contra del sida.

Suspenden al alcalde de Istmina

El Tiempo, oct 03.

La Procuraduría formuló pliego de cargos al actual alcalde de Istmina (Chocó), Miguel Ángel Guerrero Garcés, y además lo suspendió provisionalmente de su cargo por tres meses por presuntas irregularidades en la celebración de acuerdos conciliatorios extrajudiciales. Según la investigación, Guerrero al parecer, reconoció a un abogado 67 millones de pesos en un proceso, cuando la deuda era solo de 17 millones.

La escuela de la esperanza

El Tiempo, octubre 19/03

Hace cinco años Samuel Pardo, normalista de la Escuela Nacional Superior, tuvo que abandonar la academia de fútbol que dirigía en Quibdó (Chocó). Un mensaje anónimo, de esos que es prudente obedecer, le ordenaba salir del pueblo.

Pardo llegó a Bogotá y trabajó pegando ladrillos, atendiendo en una ferretería, mezclando cocteles en un bar y dictando clases en colegios, hasta que se aburrió y decidió montar su propia escuela. Una escuela de lata y madera ubicada en una montaña que le pertenece una parte a Ciudad Bolívar, en Bogotá y otra en Soacha, en Cundinamarca.

Con Pardo, trabajan Aldo Camacho – un joven de 26 años que hasta hace cinco años se dedicaba a alfabetizar abuelos en Nueva Venecia (Magdalena)–, Yarlin y John Alexander Pardo, quienes también vienen del Chocó.

Ni los maestros ni las dos madres que se encargan de la cocina reciben sueldo. Los pupitres fueron donados por la facultad de trabajo social de la Universidad Nacional, que también se ocupa de capacitar a los profesores, la comida (refrigerio y almuerzo para maestros y estudiantes) es ayuda de la ONG Centro Social Cazucá y del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.

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