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CULTURA Y FARANDULA

Por Eugenio Perea García

'Paisa sí pega en bunde'

Paisa sí pega en bunde: así se denominaba una de las más de veinte comparsas del barrio Niño Jesús, que recorrió Quibdó el pasado 3 de octubre en el marco de las festividades patronales de San Francisco de Asís.

Los paisas, ataviados con ruanas, alpargatas, sombreros y peinillas al cinto, bailaban, pero no al son de la bandola, el tiple o la guitarra. Tenían el respaldo del bombo, el clarinete, los platillos y el redoblante, se tongoneaban levantando los brazos y formaban un enjambre al ritmo pegajoso del revulú sanpachero y el jolgorio negro del bunde africano.

Al inicio de nuestras festividades en el siglo pasado no se permitía participar a los niños ni a las mujeres, pese a que fue una matrona, Raimunda Cuesta (del barrio Yesca Grande), quien las sacó del templo, donde se celebraban a puertas cerradas.

Aunque fueron los blancos y los indios quienes dieron origen a estas efemérides, no se destacaron como actores principales. Fue el elemento negro quien retomó el proceso, lo popularizó y lo introdujo de lleno en el corazón mismo del pueblo. Entonces el blanco se retiró y empezó a mirar las fiestas desde bambalinas considerándola una afrenta para su raza.

Sólo a mediados del siglo 20 la mujer participó de las fiestas en la recolección de fondos, en actividades lúdicas y se convirtió en protagonista. En 1926 la fiesta tomó el carácter popular y se impregnó de los elementos culturales. Ese año la concurrencia –bebiendo aguardiente, guarapo y biche y al compás de la chirimía–, hizo su primer recorrido

por las cuatro calles de Quibdó, deteniéndose en las casas de los alférez o cabecillas de la junta provisional sin pedir más que unas copas de aguardiente.

Por casi treinta años la fiesta se celebró en común hasta que los señores Neftalí Cuesta y Eladio Candía deciden dividir el pueblo en barrios: La Yesquita, Yesca Grande, Alameda Reyes, Pandeyuca, Roma y muchos años después El Silencio, César Conto y Cristo Rey. Aparecen los primeros muñecos "cabezudos" de los padres claretianos, los totes, los voladores, las vacas locas y los cañones pedreros. Y traen al cañón Goliat de Murrí que estremecía la ciudad para indicar que comenzaba la fiesta.

La fiesta era un recorrido general al que se asistía vestido de cualquier manera o disfrazado, bailando detrás de la carroza del disfraz. Pero en los años 70 los yesquiteños, –que siempre han sido pioneros–, se manifestaron con unos desfiles monumentales y unas verbenas concurridas, fenómeno este que desinhibió al pueblo y aparecieron los cachés, las comparsas coloridas y ese ambiente carnavalesco que ahora se vive en San Pacho.

San Pacho significa para el elemento chocoano el acontecimiento más importante de su cotidianidad y se ha convertido en una fiesta pluriétnica, donde en medio del goce y la alegría no existen negros, ni blancos, ni clases sociales, ni católicos ni protestantes. Todos somos iguales.

Datos tomados del libro: Quibdó del Ayer, de Miguel A. Caicedo y Reseña Histórica de la fiesta de San Francisco de Asís, de Ana Gilma Ayala Santos.

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