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 EDITORIAL

Una tragedia sin fin

Los chocoanos y muy especialmente los quibdoseños estamos desesperados y desesperanzados con la situación que vive la capital del departamento.

Cada vez que regresamos a Quibdó y transitamos el tramo desde el aeropuerto hasta el centro –pese a la satisfacción del reencuentro con lo nuestro– no podemos sacudirnos de la impresión que causa el panorama de miseria y de abandono. La descolgada automotriz desde El Caraño es alucinante, con muy pocos metros que separan a los que ascienden y descienden, a espaldas del cementerio, como un signo fatal premonitorio.

Pero lo peor está por venir: ¡las calles! Solo están a salvo de inundaciones, barrizales, pantanos etc. las que están libres de trabajos que se comienzan y cuya terminación no está garantizada por años.

Hace unos años llegó un europeo a Quibdó. Luego de haber viajado por todo el mundo, se le ocurrió como experiencia final visitar el Chocó. Al llegar a Quibdó, se sorprendió con el espectáculo urbano.

¿Qué pasó aquí?, –preguntó–. ¿Fue acaso una bomba atómica? Nunca había visto un espectáculo de mayor anarquía

urbana.

Los quibdoseños tenemos que aceptarlo: no le hemos podido dar a Quibdó una fisonomía de ciudad a la capital del departamento. Arnobio Córdoba, pese a los denigrantes, hizo un esfuerzo grande por despejar el espacio público, y lo logró. La Alameda Reyes y la apertura de mercados alternos así lo confirman. De haberse proseguido esa política, hoy tendríamos una ciudad distinta, y a los vendedores ambulante situados en polos estratégicos de la ciudad.

Los que vinieron después, en afán politiquero, devolvieron zonas como la Alameda Reyes, el atrio de la iglesia y las adyacentes al malecón, a la venta del pescado, el chontaduro y todas las especies de nuestra tierra tropical.

En ello había –desde luego– un propósito político no rectificado. Ni Jhon Jairo Mosquera, ni su antecesor Patrocinio Sánchez movieron un dedo para impedir que las cosas volvieran a su sitio.

El hecho es que por falta de gestión estamos ante una tragedia sin fin. De una parte los que ostentan el poder se creen poseedores del privilegio de dispensarnos la forma de vida que queremos y merecemos los ciudadanos del común. Y de la otra estamos los que reclamamos como ciudadanos el derecho a elegir cuál tipo de gobierno nos representa mejor.

En el caso de Quibdó han fracasado los dos últimos alcaldes, incapaces de procurar un mínimo espacio público a los ciudadanos, por cuidar unos votos. En la exigencia de resultados sobre Quibdó, seremos persistentes y tenaces. A Quibdó no puede manejársele como un enclave político, tal como si se tratara de un municipio cualquiera. A Quibdó hay que respetarlo.

 

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