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 EDITORIAL

Falencias de educadores y educandos

Con la autoridad que nos da el haber administrado la educación en el Chocó con resultados
positivos, reconocidos entonces por los dirigentes sindicales Julio Ibargüen, Benjamín y César Díaz –entre otros–, abordamos el espinoso tema de la educación en el Chocó y su lastimoso estado, en el propósito exento de estigmatización pero sí de que se rectifiquen y corrijan conductas y comportamientos nada conducentes que de un tiempo a esta parte postran nuestras expectativas por hacer del Chocó algo mejor.

En su última visita a Quibdó, con ocasión del foro comunitario presidido por el Presidente de la República, la ministra de educación Cecilia Vélez, expresó algunas reservas dignas de consideración: mientras en Colombia el analfabetismo merced a las políticas estatales se había reducido al 7.5% el promedio del mismo en crecimiento en el Chocó llegaba al 18%, el más alto del país.

A pesar de que el nivel de reconocimiento por los servicios prestados por el magisterio son de los más altos, los resultados no guardan correspondencia al esfuerzo fiscal que realiza la nación.

Pruebas al canto: las evaluaciones del saber en primaria de matemáticas y lenguaje y las del ICFES nos colocan en los últimos lugares, pues nuestros estudiantes no alcanzan un nivel equiparable al de la formación que se imparte en el resto de los departamentos.

A nuestro juicio, la primera responsabilidad recae en los maestros y en la autoridad educativa.

Existe una evidente pérdida de responsabilidad y una notoria disminución de la vocación, que son requisitos básicos para afrontar la tarea de educar. Basta repasar el nombre de las escuelas de Quibdó y de todo el departamento para rememorar a los ilustres pedagogos, que le hicieron honor al propósito de consagrar sus vidas a la formación de las generaciones supérstites.

Eso por un lado. Pero el problema actual ha llegado a un grado determinante en el cual concurren por igual la indigencia económica y la desintegración de la unidad familiar, responsables de la deserción escolar.

Como si no fuera bastante, no existe disciplina en los planteles ni nadie que la imponga. Con cualquier pretexto, San Pacho, día del educador, reinado estudiantil, pintura del colegio, reunión de padres de familia, falta de pagos, etc., los maestros paran sus actividades y envían a sus alumnos a vacaciones no programadas.

El otro fenómeno es que los establecimientos educativos adolecen de la dotación y la infraestructura necesarias para que los educandos reciban en condiciones dignas su formación. Ni tableros, ni tizas, ni medios audiovisuales, ni pupitres.

Y para culminar, el sistema educativo imperante y la llamada promoción automática, donde los estudiantes pécoras pueden ganar el año, con un sistema de evaluación en donde no se premia la dedicación al estudio. Falencias en las que estamos inmersos, con igual grado de responsabilidad entre educadores y educandos.

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