Capitulo 1
Carta de Lagos a los Chilenos......
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UNA MIRADA AL CHILE ACTUAL
Chile es de todos
Este libro es una forma de dar cuenta del amor a Chile que todos sentimos. Un amor que resulta a ratos difícil de precisar porque muchos lo reducen a sus propios sentires y opiniones, a sus propios intereses. Políticos, empresarios, dirigentes sindicales, los militares, los representantes de Iglesia, de juntas de Vecinos hablan con frecuencia desde", propia manera de ver y sentir la patria considerar criterios o ideas distintas que enriquecer o completar las propias maneras pensar.
Quiero que se piense a Chile desde lo nacional, que es todo lo que ha sido el país y todo lo que es, nuestros muertos, nuestras vidas y también ni hijos y nuestros nietos, nuestro pasado y nuestro futuro. Lo nacional, Chile como un todo, es una fuente de esperanza, es la inspiración de la patria que haremos de la que existe y de la que se está haciendo esa patria que conocemos pero que seguimos' descubriendo, esa patria de la que sigue surgiendo la historia. Si concebimos que la patria ya está hecha, la concebimos quieta, la empobrecemos.
Un gran error de la dictadura y de los dirigentes políticos que la apoyaron fue el intento de establecer un sentido de nación parcial y excluyente. Hubo un intento de apropiarse de la patria y en nombre de esa patria expropiada en lo colectivo se combatió a quienes eran opositores, no de la patria, sino del régimen.
Por eso hoy, para algunos resulta difícil entregar ese amor. Miran a un pasado en que las cosas parecían quizás más simples, pero eran también más brutales y aplastaban el espíritu. Otros miran al futuro, se preguntan qué país quieren y lo ven muy distinto del Chile real. Es lo que ocurrió con personas tan diversas como Luis Emilio Recabarren y Gabriela Mistral, que debieron soñar con futuros distantes para expresar mejor su amor por la comunidad.
Nosotros tenemos que trabajar por la patria de hoy, la de cada día, como trabajó por ejemplo el Padre Hurtado, quien quiso mejorar la situación de los más pobres. Ese día de hoy por el que entregó su vida Diego Portales, el ministro constructor del Chile que conocemos, aquel que en la vigilia de su fusilamiento innoble dijo que conservar la República debe ser nuestra primera mira.
Nos duelen las carencias del Chile actual porque, nuestra patria puede más, porque podemos proponernos alcanzar mejores condiciones para nosotros, para nuestras familias y nuestras comunidades, con toda nuestra rica diversidad.
¿Cuál es entonces la respuesta de hoy para mejorar las cosas? Es necesario imaginarlas distintas y buscar el camino que permita recorrer la distancia entre los sucesos de hoy y la realidad de mañana. Para ello es que quiero convocar y poner en juego las mejores cualidades humanas: la comprensión, la solidaridad y la imaginación que permitan realizar el propósito común y una vida más plena.
Nuestra historia está llena de estos ejemplos, por eso hoy día nos podemos inspirar en un O'Higgins que terminó con la esclavitud; en un Portales que aplastó el caudillismo militar; Manuel Montt que multiplicó la estructura física de Chile; Arturo Alessandri que abre el sistema político a la clase media, Aguirre Cerda que con tanta fuerza dice que gobernar es educar; Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende que realizaron los grandes cambios sociales de este siglo; o la Concertación que derrotó a la dictadura y los Aylwin y Frei que echaron las bases de¡ crecimiento con equidad. Estos nombres serán ejemplos para la futuras generaciones, cuando estas digan qué se hizo ayer y cómo hacerlo hoy.
Así comprobaremos que aquel camino entre los sueños y la realidad que nos señalaron quienes hicieron grande a Chile en cada momento histórico, puede ser también construido hoy y que las pesadas inercias de la mediocridad pueden ser removidas.
El quiebre de la democracia
Si queremos entender nuestro pasado inmediato debemos remitirnos, por lo menos, a la década de los sesenta e inicios de los setenta, antes de la dictadura.
Estos años estuvieron marcados por una creciente democratización de nuestra sociedad, por nuevas libertades personales y por un intenso desarrollo cultural. Era una época en la que todo parecía posible, no sólo en el país. Los mayores criticaremos, tal vez, la confusión entre los sueños y la realidad en la que muchos cayeron, pero cómo quisiéramos rescatar la capacidad de entonces para soñar y cambiar la vida.
¿Cómo ocurrió, precisamente en esos años, el desencuentro entre los demócratas y qué importancia tuvo para Chile y para la democracia?
El desencuentro se produjo cuando los chilenos y chilenas nos dividimos, siguiendo tres proyectos que según los actores de la época eran integrales e incompatibles. Ningún gobierno logró interpretar a la mayoría de los- chilenos ni contar con su realidad de los hábitos de convivencia republicana se deterioraron y desde todos los sectores, en mayor o menor medida, se abusó de la democracia.
Estas fueron graves y serias equivocación es. Revelaban falta de madurez y sabiduría democrática.' Demostraban que se confiaba más en la mecánica que en la sustancia de la democracia. Correspondían a la conducción de líderes más interesados en vencer que en convencer.
Digamos que hubo personas que vieron la necesidad de que se unieran en una amplia mayoría quienes planteaban hacer los cambios necesarios. Tal fue el caso de Aníbal Pinto y Radomiro Tomic, pero ellos no fueron oídos.
La opinión pública se dividió en tres tercios y en cada uno se impuso el voluntarismo. Todos fueron soberbios, porque sin títulos suficientes nos atribuimos la representación de Chile; esa. representación que debimos haber buscado con humildad
Los partidos se encerraron en el 'camino propio, pensaron que con sus propias fuerzas podían construir una patria mejor. Estas limitaciones afectaron también al gobierno de Salvador Allende. Quienes lo apoyamos entonces tenemos que hacer nuestra autocrítica y admitir que en más de una ocasión y dejamos solo al mejor de los nuestros.
En eso estábamos cuando nos fue arrebatada la democracia por la fuerza. Mientras los demócratas discutíamos sobre cuántos chilenos apoyaban nuestras respectivas opciones, otros decidieron eliminar las reglas democráticas y hacer de su propia voluntad la regla general. En otras palabras, resolvieron imponer una' dictadura. Quienes supieron de boca del Presidente Allende que él pensaba convocar a un plebiscito para dar una salida política al conflicto que vivía el país, adelantaron el golpe para evitarla.
Todos pensamos entonces que perdíamos algo, pero nunca imaginamos la inmensidad de lo que llegaríamos a perder. Los que creyeron que los costos serían pequeños se equivocaron; los que supusieron que la democracia volvería pronto, se equivocara ' n. Porque lo que hubo no fue un golpe militar contra un gobierno, sino contra un régimen, contra una forma de vida; lo que hubo fue un golpe de fuerza contra la convivencia democrática. Parte de lo mejor de las tradiciones chilenas cayó aplastada; lo que tantas generaciones de chilenos y chilenas habíamos construido fue arrasado como por un terremoto; junto con las debilidades de nuestra democracia se destruyó la democracia misma.
En definitiva, perdimos lo principal en que decíamos concordar: la democracia. El gran perdedor, sin duda, fue el pueblo de Chile.
¿Cómo nos reencontramos los demócratas?
A todos nos costó reconocer nuestros errores y fue duro luchar contra la dictadura. Tuvimos que superar las recriminaciones mutuas por lo perdido y aprender a luchar juntos por lo que nos unía.
Sobre el país cayó una interminable noche; la sociedad entera fue sometida a un régimen de terror. Se nos impuso el más largo toque de queda de nuestra historia y probablemente de la historia del mundo en tiempos de paz. "economía se deterioró año tras año y la distribución del ingreso empeoró cruelmente. A Chile lo hicieron más pobre y más injusto. Lo convirtieron en un país triste y temeroso. Un país en donde, incluso entre quienes apoyaban a la dictadura, se hablaría del apagón cultural.
Pero la profundidad de la crisis, el dolor, el desgarro del tejido social y la tragedia que golpeó a todos los chilenos nos obligaron a pensar mejor. Comprendimos que no había proporción entre los errores y debilidades de los demócratas y los horrores que sufría Chile. Que si hubo culpa, la corrección debió ser política y no militar; que con el zarpazo dado a la democracia retrocedíamos de golpe a las naciones menos civilizadas de la tierra.
En su valerosa homilía del 18 de septiembre de 1974, el Cardenal Raúl Silva Henríquez planteó de modo diáfano la profundidad del problema de Chile.
Dijo que era urgente recuperar el consenso y restablecer la libertad, porque en ello estaba en juego nuestra alma nacional. Nada más, ni nada menos: nuestra alma nacional.
Este llamado a nuestro ser nacional, a nuestra existencia como chilenos y chilenas daba cuenta muy bien de la magnitud de la tarea. Los demócratas estábamos obligados a evitaría violencia descomunal y desproporcionado, pero teníamos también que sanar el alma nacional, en la que se habían acumulado tantas divisiones y reproches.
Para sorpresa de algunos, caminamos al reencuentro. Desde nuestro dolor, desde nuestras soberbias humilladas, poco a poco fuimos compartiendo nuestras reflexiones solitarias.
Ojalá hubiéramos andado más rápido, ojalá lo hubiéramos hecho mejor. Ojalá hubiéramos anticipado el reencuentro de los demócratas, dando la razón al Presidente Allende cuando antes de su sacrificio dijo que, Más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas, por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor
Nos volvimos a encontrar en el hecho básico de nuestra chilenidad, nuestra hermandad natural, nuestra historia compartida. Y coincidimos en el propósito de usar la democracia para sumar, no para restar.
Descubrimos el error que significa confundir el arte del gobierno y la política con los discursos ideológicos y altisonantes. Advertimos la necesidad de hacer primero lo urgente y necesario y discutir, después, las diferentes visiones de nuestros intelectuales.
Entendimos que los partidos y los movimientos sociales deber y estar en la política para impulsar programas y propuestas de progreso y bienestar, y no para enfrentarse a cada paso sobre visiones supuestamente integrales de la sociedad y aún de la realidad misma, con una falta de modestia desatada. Coincidimos en que nadie tiene el monopolio de la verdad última y que, en cambio, de todos depende la vida en este suelo. Que esta responsabilidad ética es irrenunciable.
La larga lucha contra la dictadura nos sirvió a los chilenos para apreciar mejor la democracia. Nos hizo entender más a fondo que lo nacional, lejos de ser una pretensión de algunos iluminados, es lo que reúne, lo que interpreta al conjunto de chilenos y chilenas. En ese período negro, cuando la patria estuvo al borde del abismo, cuando muchos de los nuestros eran torturados, asesinados, arrojados al mar o enviados al exilio, fuimos capaces de reflexionar, de mirar hacia el futuro y señalar, entre todos, un camino para salir de la dictadura.
Mantuvimos la fidelidad a la idea de la justicia social y no abandonamos la esperanza. La vasta mayoría de los chilenos conservó sus convicciones democráticas y no se plegó a la dictadura.
Por otra parte, junto con nosotros, cambió el mundo; la economía internacional se volvió mucho más global y se intensificaron extraordinariamente las relaciones comerciales y financieras, transformando así las posibilidades de la política económica en modos que eran impensables en las décadas pasadas. También colapsó el comunismo y se acabó la Guerra Fría que dividiera al mundo en dos bloques hostiles. Se alteraron así los referentes internacionales que tanto habían marcado al sistema político chileno. Sólo una pequeña pero poderosa minoría de derecha siguió vuelta al pasado, con nostalgia por el enfrentamiento al que se habían habituado.
Resultó entonces que, mientras la dictadura se pavoneaba de haber inventado el mercado y liquidado el comunismo por su cuenta, nosotros, los demócratas' comprobamos que buena parte de nuestras diferencias de¡ pasado habían dejado de tener sentido en las nuevas circunstancias internacionales.
Estos acontecimientos dramáticos en Chile y en el mundo, nos permitieron recuperar la continuidad histórica y volver a nuestras fuentes. Los principios y la voluntad de cambio persistían, pero los instrumentos eran distintos y sobre ellos resultó más fácil ponernos de acuerdo. Esto nos permitió encontrar una salida nacional, un camino para los demócratas, de izquierda, de centro y de derecha.
Como señala el ex Presidente Patricio Aylwin en su reciente libro, El camino recorrido no fue el que originalmente queríamos y llegamos a la victoria en el plebiscito después de haber fracasado en varias propuestas anteriores. Y agrega, El plebiscito de 1988 fue, en verdad, nuestra última trinchera, después de haber perdido múltiples batallas. Creo que todos hubiéramos preferido triunfar antes y de otra manera.
El trabajo de los partidos de la Concertación fue fundamental, en aquellos momentos en que había temor en Chile y en que reinaba la confusión sobre el rumbo a seguir. Cuando llegó el momento crucial, nos pusimos de pie y nos organizamos; con miles de apoderados controlamos el plebiscito y con un lápiz derrotamos a la dictadura. Y le dijimos al mundo que nos habíamos puesto en marcha para recuperar la democracia y reconstruir la convivencia nacional. El libro mencionado termina con el abrazo que nos dimos Aylwin y yo al conocer nuestro triunfo en la noche del plebiscito. Como él dice, fue un abrazo que simbolizaba la unidad de la Concertación. Ese triunfo marcó el principio del fin de la dictadura.
Balance de diez años de gobierno de la Concertación
Es bueno revisar lo que hemos hecho por convertir en realidad nuestros valores democráticos durante los gobiernos de la Concertación. Debemos ser justos con lo logrado y humildes para reconocer nuestras deficiencias. Necesitamos imaginación y valor para proponer caminos nuevos.
Sin duda Chile es mejor hoy que a fines de la dictadura. Esta es la obra principal de la Concertación, que ha sido capaz de plantear un desarrollo nacional; es decir, un desarrollo para todas las chilenas y chilenos.
En lo político, pusimos fin a los 17 años de autoritarismo. Chilenos y chilenas logramos una transición pacífica a la democracia. Es imperfecta, por cierto, pero nos da la seguridad de que no seremos sometidos a los abusos de un poder represivo. Somos más libres para pensar, criticar y participar.
En lo económico, hemos vivido el mejor período de nuestra historia contemporánea. El Producto Nacional Bruto se duplicó en diez años. Antes, doblar la producción nos costó 75 años. Se han creado más de un millón de empleos, los sueldos y salarios aumentaron más de un 30 por ciento en términos reales. La inflación se redujo, del 27,3 por ciento en 1989 al 4,7 por ciento en 1998. Han mejorado significativamente las remuneraciones en el magisterio y la salud, y se han elevado las pensiones y el salario mínimo.
En lo social, el número de pobres bajó a la mitad y se cambió la geografía de las comunas populares. El trato igualitario a las mujeres y la conciencia y cuidado por el medio ambiente son hoy día temas que preocupan a todos. Hemos luchado por recuperar la dignidad de las personas, por mejorar sus condiciones de vida, por sacarlos de la marginalidad y la discriminación. Para ello, hemos construido casas, pavimentado calles, puesto vidrios en las ventanas de las escuelas, construido retenes y comisarías, creando parques. Ha habido programas de reforma educacional y de apoyo especial a las escuelas con menores recursos. Todos los escolares que lo necesitan, tienen desayuno y almuerzo garantizados. En fin, hemos cambiado las condiciones de vida de vastos sectores populares.
La Comisión Rettig certificó el terrorismo de Estado y las horrendas violaciones a los derechos humanos perpetradas bajo el régimen autoritario. Es cierto que nadie cumple condena por los miles de casos de detenidos desaparecidos, pero se dio un paso, elemental y emblemático, cuando se juzgó y condenó al general Manuel Contreras, jefe del aparato represivo del régimen. Hoy está en la cárcel, cumpliendo su condena.
Y por todo eso, una, gran mayoría nos apoya. Los ciudadanos y ciudadanas que en los últimos casi cincuenta años daban siempre una mayoría electoral a la Oposición a quien estaba en el gobierno, por un afán de lograr cambios que en definitiva no conseguían, nos han dado más de¡ 50 por ciento de los votos en todas las elecciones en las que la Concertación se ha presentado desde 1989. Ya elegimos dos Presidentes. Si reconocemos las nuevas realidades y sabemos enfrentarías, la misma mayoría de chilenas y chilenos llevará a La Moneda a un tercer Presidente de la Concertación. A pesar de lo logrado, los cambios son insuficientes y, lo que es más importante, los rasgos de la sociedad que están emergiendo no nos gustan. Por esto hay que introducir cambios.
En lo social, faltan oportunidades para muchos jóvenes; las relaciones laborales siguen siendo atrasadas e injustas; la salud y educación van a dos velocidades, como si correspondieran a dos países distintos; la situación de los pensionados y ¡así viudas sigue siendo mala; existen demasiadas inseguridades ante la enfermedad, la vejez, la cesantía, las dificultades para acceder a una buena educación. En el área privada se han constituido o,¡ consolidado grandes grupos de poder que permanecen insuficientemente regulados; las políticas públicas para promover mejor la equidad y el acceso a las oportunidades tienen diversas limitaciones.
La política está en deuda con el país de todos. Los mismos que la han restringido, se empeñan en desprestigiarla. ¿Quién no ha oído hablar de los! enclaves autoritarios, las leyes de amarre y los poderes
fácticos? Son los que tienen puesto el freno a Chile, los que han intervenido la voluntad ciudadana y están detrás de los senadores designados. Los que prometieron reformas democráticas y después no cumplieron. El sistema electoral binominal es un acto de prestidigitación aritmético: 34 por ciento de los votos vale casi lo mismo que el restante 66 por ciento, el voto de unos pocos vale igual que el de muchos.
El dinero tiene un peso desmedido en la política y los vínculos entre ambos son cada vez más estrechos. Además, ella se ha convertido en escenario de disputas menores y en vitrina para salir bien parado en las encuestas y, a veces, para acomodarse con los grupos de poder y las grandes corporaciones. Para muchos, el voto, que es la mejor forma de expresión de quienes no tienen otro poder de presión, ha perdido valor.
Por otra parte, la unidad y la lealtad, que parecían aseguradas en la Concertación, son amenazadas por el sectarismo y por un oportunismo sin principios, que busca perpetuarse en el poder a toda costa.
Pese a los casi diez años transcurridos, no hemos logrado superar algunas debilidades estructurales que limitan la expansión del potencia¡ de Chile y lo amarran al subdesarrollo. La distribución de los beneficios del crecimiento económico es demasiado desigual: un 10 por ciento de la población recibe el 46 por ciento del ingreso per cápita nacional, mientras el 10 por ciento más pobre recibe sólo el 1,3 por ciento; es decir, una diferencia de 30 veces. Por eso es que estamos entre los países con mayor desigualdad de ingreso. Desde 1990, la pobreza y la indigencia absoluta disminuyen, pero la brecha entre la enorme mayoría y los muy pocos no se acorta.
La diferencia de oportunidades empieza antes del nacimiento y puede profundizarse durante el resto de la vida. Todo depende del acceso a la educación, el empleo, la capacitación, la posibilidad de montar una pequeña empresa. La desigualdad de oportunidades golpea a los muchos. Por ejemplo, castiga a las mujeres o a los consumidores, o a ciertos grupos, como los discapacitados, los jóvenes, los niños y los ancianos. Afecta a la cultura, la justicia, la economía, las opciones personales y la calidad de vida. Condiciona las situaciones provisionales y la atención en salud. La desigualdad de oportunidades se transmite a los pensionados y a los hijos, y éstos vuelven a empezar el ciclo de vivir en el Chile sumergido.
Subsisten situaciones muy crudas de discriminación y exclusión; resabios tradicionales como el racismo y el clasismo; el centralismo, que lo abarca todo y no deja de crecer; el machismo y la situación desmedrada de los niños. Todos ellos son verdaderas estructuras de lo antiguo y de lo injusto.
A esto se agregan situaciones de falta de protección de la familia, los consumidores y los usuarios.
Su origen está en la falta de límites al poder de las personas, organismos y entidades que, a veces, incurren en arbitrariedades o no respetan las reglas del juego. La violencia creciente también discrimina contra los pobres, pero es causa de miedo e inseguridad para todas las chilenas y chilenos.
Pero las trabas estructurales no son sólo económicas, sino también culturales y sicológicas. En la cultura se asienta, casi sin contrapeso, un individualismo malsano y la soberbia de quienes miden a sus compatriotas por sus riquezas o por su éxito económico. Hay soberbia en los empresarios que parecieran pensar que son el único factor productivo, como si la riqueza nacional, el trabajo, el ahorro, el marco institucional y el mercado no fueran la obra de todos los chilenos. Hay soberbia e intolerancia en todos aquellos que no logran o no quieren ver ni considerar a los demás.
El deterioro de nuestra convivencia se inició durante la dictadura, pero nos ha costado revertirlo. Nos cuesta ser sensibles a lo que la gente siente, piensa, necesita. Los desvelos y anhelos de las personas, sus contradicciones y tensiones no encuentran espejo en los discursos públicos. Se instala un doble discurso, una brecha entre el mundo de las apariencias y lo que todos vemos y sentimos. Abunda la autocensura, el ocultamiento de las discrepancias y el conformismo. El discurso público pierde credibilidad y la palabra su valor. Nos quedamos sin habla para expresar lo que nos pasa. Así, el deterioro del lenguaje común conduce a veces a la desconfianza.
Por otro lado, existe una disminución de los espacios de encuentro para compartir diferentes experiencias. Lo colectivo tiende a disolverse. Más allá de la radio, ¿dónde compartir nuestros temores y sueños, nuestras soledades y fantasías? El mundo parece más duro y exigente porque carecemos de las redes sociales que nos ofrezcan compañía, protección e integración. Recuerdo que cuando luchábamos contra la dictadura nos reuníamos en centros de estudios, organizaciones modestas que nos permitían pensar el Chile que íbamos a construir. Estas organizaciones tienen que ser revitalizadas en los próximos años para seguir pensando a Chile.
La familia se ve afectada por estrategias individualistas de éxito que a veces pueden ser muy provechosas, pero que cortan los lazos sociales que nos alimentan espiritual y efectivamente. Para muchos, la vida se transforma en algo ficticio y tedioso que termina por enfermarlos.
Pienso que el desaliento tiene que ver con los valores que inspiran a la Concertación. Una alianza electoral o de administración de las cosas se satisface con facilidad, pero en la Concertación apuntamos más alto. Por eso, incluso los éxitos históricos de nuestros gobiernos no nos bastan. Y por la misma razón, no podemos aceptar conductas que van derechamente en contra de nuestros valores: la corrupción y la soberbia en lo personal; la complacencia con las políticas que agreden a las familias o con la actual distribución de las oportunidades.
En suma, hay problemas que no hemos podido resolver por falta de recursos; otros que no hemos podido abordar por los amarres de la dictadura. Pero también están aquellos que no solucionamos por nuestras propias fallas y debilidades y los que corresponden a problemas estructurales e institucionales. Enfrentarlos juntos es el desafío del futuro.
La coyuntura actual
Este es el rol que reivindicamos hoy para el ciudadano y ciudadana. Son éstos quienes van a definir el futuro de la sociedad chilena. No será el mercado; el mercado funciona bien para asignar recursos de acuerdo a la voluntad de los consumidores. Es cierto que consumidores somos todos, pero algunos consumen más que otros; en cambio, cuando decimos que el tipo de sociedad que queremos lo define el ciudadano, ciudadano somos todos, todos valemos lo mismo y por lo tanto ese esta instancia final en democracia, lo que decida el ciudadano.
Debemos tomar la conducción de nuestro desarrollo. Para eso debemos reconocer que el avance del país es la obra de todos. No existe un modelo único de modernización, si bien existen condiciones comunes en las experiencias exitosas, tales como la cohesión social, un ahorro alto y disciplina fiscal. El modelo norteamericano es distinto al europeo o al japonés y el nuestro será también diferente. Hay distintas estrategias de desarrollo y nuestra sociedad encontrará la manera adecuada de compatibilizar las exigencias del crecimiento económico y social con las condiciones particulares del país. Ello exige acuerdos, grandes y pequeños, y sólo conseguiremos tales acuerdos sobre el desarrollo que deseamos, en la medida en que discutamos nuestras aspiraciones en un marco democrático.
Esta es la paradoja de la democracia y del humanismo. Como señalara jacques Maritain, una democracia auténtica súplica un acuerdo profundo de las mentes y las voluntades sobre las basa de la vida común, y es consciente de sí misma y de sus principios. De nosotros depende ser fieles a nuestra esperanza y hacerla realidad.
Para eso, lo que hemos hecho mal, debemos corregirlo; lo que hemos hecho bien, nos obliga a superarnos; lo que hemos hecho a medias, requiere ser mejorado; y lo que no hemos hecho, es ya tiempo de proponerse hacerlo.