A los
ochenta y un años la edad en que muere, Héctor Rojas
Herazo era uno de los clásicos de la cultura colombiana y
uno de los más grandes escritores de América Latina.
Era, también uno de los creadores artísticos más
valorados por las generaciones del país, y su obra era y
es objeto de decenas de artículos y comentarios tanto en
publicaciones nacionales como en centros académicos internacionales.
Además de ser uno de los novelistas que introdujo, al lado
de Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio,
la modernidad narrativa en Colombia, fue uno de los protagonistas
de la modernización del periodismo colombiano y continental.
Escribió la columna "Telón de fondo" durante
casi 30 años, en la que, desde el tratamiento de temas muy
diversos, se propuso contribuir a la construcción de una
nación moderna.
Fue además
uno de los pintores que renovó la plástica nacional,
combatió el cosmopolitismo de segunda mano, defendió
los aires renovadores del grupo de Antioquia y se enfrentó
a la dictadura crítica ilustrada de Marta Traba. Fue un poeta
esencial de la historia literaria nacional, que se atrevió
a plantear las bases de una lírica renovadora, en la que
confluyeron diversas influencias, tanto nacionales- la revaloración
de la herencia poética más cercana- como las internacionales
- las nuevas corrientes americanas, españolas y norteamericanas-.
Como polemista, con lucidez y pasión aspiró siempre
a despejar los ostensibles rezagos y los perjuicios paralizantes
de la vida nacional. Nacido en Tolú en 1921, fue además
un caribe universal, que se sentía cercano por igual a Luis
Carlos López y Clemente Manuel Zabala pero también
a Baldomero Sanin Cano, Jorge Zalamea y Jorge Gaitán Durán;
a los cumbiamberos costeños pero también a Louis Armstrong,
a Barba Jacob y César Vallejo, a Federico Fellini y a Rufino
Tamayo, y un amigo generoso que ejerció con plenitud vital
un magisterio insobornable en la defensa de entender el mundo. A
pesar de su convicción de defender la individualidad creadora,
participó de maneras muy diversas en varias de sus experiencias
colectivas y de los procesos más importantes del siglo veinte:
los grupos Cartagena y Barranquilla, la revista Mito, el suplemento
de El Tiempo, la búsqueda de una identidad plural.
Rojas
Herazo fue desde los años cuarenta, uno de los primeros y
ya maduros periodistas que saca a la crónica y a la opinión
de su centenario doctrinarismo, su patética quietud estilística,
su obsecuencia política y su lenguaje petrificado, y las
enriquece con las contribuciones de la literatura, también
entendida ya de otra manera, asociada a nuevas nociones de lenguaje,
ritmo, tratamiento y enfoque.
Su obra
narrativa que articula conexiones esenciales con su poesía
y su periodismo - se inicia a principios de los años sesenta
con "Respirando el verano", su primera novela - en la
que una estructura fragmentaria, el uso recursivo de monólogo
moderno y de las audacias liberadoras del cine, enseñan la
interioridad turbulenta de una familia, cuyo centro es ya Celia,
el personaje capital de su novelística.
Allí
cada destino de la asunción de un desconcierto la ambigüedad
del afecto, la incertidumbre del sexo y la soledad irrebasable crean
un conjunto de aplazados que hallan en el rencor y silencio tal
vez la única posibilidad de relación. En 1967 gana
el premio Nacional de Novela Esso con "En noviembre llega el
arzobispo", que profundiza la saga del Cedrón, la visión
de la familia y de Celia se amplía en una comarca por la
ardentía del clima y la imposibilidad del progreso pero especialmente
por las irradiaciones tácitas o manifiestas, amenazantes
y enloquecedoras, del terror colectivo.
Y en
donde el miedo- sentimiento central de su novelística- refuerza
la tragedia primigenia de la incomunicación humana. "Celia
se pudre", su novela capital, mezcla de piedad y sarcasmo,
de lujo barroco y perfección coloquial, es una autoconfesión
cifrada pero también un vasto proceso de autorreflexión
sobre una nación casi inexplicada y tan exigente en su comprensión
como la propia estructura novelística que el autor propone
como metáfora de la locura y la grandeza de Colombia.
Hacia
el inmediato futuro esta obra constituye una de las referencias
más notables de la inteligencia caribe y colombiana, de su
agudeza ante la peripecia social y su compasión por el destino
humano, de la sensualidad de las formas y la potencia del pensamiento,
y de su ambición universal. Rojas Herazo alentó desde
sus inicios el nacimiento del Observatorio del Caribe Colombiano,
y su obra es una de las luces más altas para transitar entre
las tinieblas del duro camino.
Paginas
2, 3
y 4.
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