Leticia
Bernal
Me
recibe con amabilidad. Tiene frió y pide a su hija, Patricia,
la bolsa de agua caliente. Se queja de no haber podido dormir
durante la noche. Un martilleo permanente, que dura ya meses,
lo tiene absolutamente desolado. Y cuando por fin, hacia las cinco
de la mañana, cesa el martilleo, un niño toca el
tambor - ra pan pan/ panpanpan/ ranpanpan- Hace un gesto- algo
como el vuelo de la mano- y se queda en silencio.
Rapidamente
se regresa. Hay una exigencia en su cortesía-que durará
toda la visita, a pesar de su cansancio, a pesar de su desolación
- que es una exigencia templada por él a punto de voluntad.
Y no porque sea un excelente conversador - que lo es y en grado
mayor -, sino porque su sentir lo arrastra a cada instante dentro
de sí. Algo allá muy hondo, lo reclama, y lucha
para poder regresar desde sus vísceras. Recuerda entonces
un canto flamenco:
Cuando cierro los ojos
Miro pa´ dentro
Para ver si te veo
Donde te siento.
Hoy
es el día que sigue al rompimiento oficial de los "diálogos
de paz" (Cuantos malos nombres ha dado nuestra historia a
la sangre derramada), y con naturalidad y como de sí mismo
al mundo nada mediará, dice: Qué asunto tan difícil
es entender mi país. El colombiano se afana demasiado por
ser importante, y no por ser útil, la fama, y ser importante
¿de qué vale? ¿Qué es? Porque en definitiva
no somos más que el tío, el sobrino, el amigo, el
vecino.
El
hombre y su valer están confinados a estas cercanías.
Necesitamos la humildad, no aquella de una falsa modestia o la
que encubre la falta de carácter, sino aquella del "solo
sé que nada sé". Repite la frase, la repetirá
muchas veces durante esta tarde, acompañada siempre por
una sonrisa. Entonces recuerda la anécdota del niño
que pasaba por ser el más ignorante de la clase, y un día,
acosado por la pregunta del profesor sobre el saber, recita -
para asombro y vergüenza de éste - un trozo de San
Agustín... Evoco un texto que gustaba de repetir en los
tiempos en que fui profesora: (Curiosa necedad la de los padres
que envían a sus hijos a la escuela a aprender lo que el
maestro sabe".
Hay
reverencia en su rostro, y por un momento creo compartir sus silencios
admirativos. Le pregunto si alguna vez fue profesor, y me cuenta
de sus clases de dibujo a los diecisiete años - mis alumnos
tenían mi misma edad - y, unos años mas tarde, profesor
de literatura en Barranquilla y Honda.
Pero
hemos hablado de dibujo, y me hace visitar el cuarto de atrás
de su pequeño apartamento, donde reposa un cuadro que solo
el día anterior terminó de pintar. El asunto: una
mujer que agita una flor.
Había
pintado sin descanso. Tratando de redimir sus días y sus
noches, y sólo al final lo supo - y lo dice con una vehemencia
poco habitual en él es la niña rochi- como llama
a su esposa -, a sus diecinueve años (hace traer una fotografía
de la época para que la compare y luego la retira de mis
manos para protegerla): cuando la conocí jugueteaba con
una flor; tenía 19 anos.
Como
para disipar el recuerdo más intenso (la niña rochi
murió hace seis meses), llegan los otros, los amigos. Una
tarde, reunidos en casa de Guayasamín, la mujer de éste
exclama: mi marido es el más famoso pintor de todo el mundo,
a lo cual el aún muy joven Fernando Botero responde: Pero
los famosos siempre han pintado mal.
Sonrisas
y trae otra anécdota: tertuliaban una tarde los amigos
en un café cercano a la casa de uno de ellos, en medio
de las risas ven llegar a Carlos Castro Saavedra, quien les recrimina
¿cómo podéis reír si hay tanto dolor
en el mundo? Entonces, sin dejar de reír, se refugian en
la casa del amigo y cierran la puerta en las narices de Castro...
Evocaciones... Pero ¿quienes eran los amigos de aquella
tarde? Se desespera, no comprende porque la memoria se empeña
en olvidar los nombres propios. Llama a Patricia le pide que recuerde
por él, que le dé las señas, y al final se
resigna al fracaso: lo primero que la memoria abandona son los
nombres propios, e insiste: los nombres propios...
Dijo alguna vez que los motivos de su escritura los toma de su
infancia...
Lo
que he sostenido toda la vida es que somos niñez apelmazada.
Uno es un ser completo a los ocho o nueve años. ¿por
qué? Porque lo que funcionó fue el asombro, o el
prodigio. Después, uno llega a la conclusión de
que no sabe nada, absolutamente nada. Nadie sabe nada. El hombre
es asombro, y además el gran ímpetu creador es el
asombro.
Pero
usted tiene que padecer el asombro, y la ignorancia personal,
como se padece y se goza el amor: Eso tiene que padecerlo personalmente.
Y llega un momento en que la creación es, y el primero
en asombrarse es usted, porque como no sabia nada... es que a
los ocho o nueve años ya tenia yo mucho asombro.
Y
la juventud.....
La
juventud solo sirve para saber que se ha perdido...
Pero
si la infancia da el tema, no servirá la juventud para
conquistar un estilo...
Lo
que ocurre es que en la niñez usted despliega el asombro,
como me ocurrió a mí en el patio de la abuela, allá
donde Mamá Buena, que era Celia, allá empecé
a conocer y a ver lo que era un árbol... ¡Imagínese!
Estrenando sentir es lo que crea. Es que la famosa frase del maestro
que dijo sólo sé que nada sé, es la frase
que más nos da pues cada uno tiene que desarrollarla, porque
el hombre no sabe nada. Tan es así que un profesor estaba
diciendo que uno no sabe nada. Entonces un discípulo se
acercó y le dijo: "vea profesor, estoy de acuerdo
con usted porque la sabiduría es un no saber, una cosa
enorme, y yo solamente puedo coger una cucharita para coger algo
de esa inmensidad. Pero mijo! le contestó el profesor -
usted está muy bien, porque yo no tengo sino un tenedor".
Lo que quiero decir es que hay un momento en que uno cree que
leyendo profundamente... bueno, lee y aprenderás algunas
cositas, pero no la variedad que hay. Hacen preguntas... pero
yo solo le hago preguntas al ser humano: ¿cómo se
llama el primo hermano de quien dijo sólo sé que
nada sé? ¿Me entiende? O ¿Cómo se
llamaba el abuelo de fulano. Porque hay preguntas que no tienen
respuesta yo le tengo temor a eso.
La
novela del Arzobispo se inicia con un hermoso personaje, Gerardo,
y su mujer. Leonor...
Fue
mi vecino en Tolú, y su historia es la que cuenta la novela.
Lo que pasa, ¿sabe? la mujer es tierra, ella permanece,
pero el hombre es viento, va de un lado para el otro, y solo la
mujer puede a veces retenerlo...
Sus
ojos brillan a través de lentas lágrimas, permanece
por unos instantes ensimismado. Cuando regresa de sí mismo
dice:
A
mí me ha salvado, creo... es que desde muy joven entendí
que uno no sabe nada... ¿qué ocurre? Que cuando
usted no vive sino del asombro, a cualquier edad está impulsivo,
tiene el impulso de querer aproximarse a los demás. Porque
la creación para mí es eso una verdadera ansia de
aproximarse a los demás, de llegar a una auténtica
amistad, que es una forma, más o menos certera, de la paz.
Cuando usted respeta al otro, el otro lo respeta a usted. Es lo
que me ha pasado. Y sobre la poesía, la pintura, la novela...
Esas tres cosas se vinculaban y yo quería... porqué,
Dios mío, yo no puedo estar en una sola... no puedo...
me cogían por el pelo los salvajes esos que están
dentro uno... pero yo quería... la primera novela la escribí
entre meses y medio porque quería ganar el premio Esso...
Respirando
el verano...
...La
pude hacer en tres meses y medio porque tenía cuarenta
años de estar pensando en ella, padeciéndola, padeciendo
ese tema, era el tema de la abuela, y el tema del patio...
Patricia
recuerda que su padre siempre ha llorado mientras escribe...
Con
la segunda novela (En noviembre llega el arzobispo) me demoré
cinco años, ya es otra cosa, tenía que tener más
certidumbre. Y para la última (Celia se pudre) fueron diez
años... ¿me entiende? Porque llegaba y llegaba...Y
uno no puede estar confiado en lo que hace, debe seguir insistiendo,
insistiendo, y a medida que avanza en años se da cuenta
que unas veces puede coger la poesía, otras la novela,
otras la pintura...
En
una Escritura, la frase de una novela parece extrapolada de uno
de los versos de sus poemas, y un verso puede ser el nombre de
un cuadro, y...así.
No
fui nunca capaz de dejarlas, y además me servía
una cosa para la otra. Eso sí, tengo que pintar, y me pude
dedicar completamente a hacerlo cuando dije: novela no hago más,
poesía... no sé todavía, tal vez... pero
ahora lo que quiero es pintar. Con las novelas dije lo que tenía
que decir. Lo que ocurre es una cosa: Hay gente que se expande...
que llega a publicar diez libros. Yo no. Además, después
de todo, el auténtico individuo que está escribiendo
algo que lo atormenta, a la hora de la verdad no tiene sino un
tema definitivo, y a la hora del centro un libro, que se repite
aquí, acá, y acá en forma diferente, pero
usted no puede hacer veinte libros con eso. No es leal ni contigo
ni con los demás.
Mire
lo que le pasó a Juan Rulfo. Tenemos influencias primarias,
como Tolstoi. Un día, cuando estaba haciendo algo sobre
la muerte, me dijo alguien: Pero Carlos Fuentes la tiene ya, y
yo respondí: no, el que la tiene es Tolstoi. La muerte
de Iván Ilich. Además del maestro que es, hay que
ver lo sediento que estaba del tema... hasta cuando llegó
el momento- como el maestro también creía que nadie
sabía un carajo - y que exclamó "esto parece
una creación y es una novela"
La
muerte...
Hay
el drama de vivir y el drama de morir.
Leocadio dice: Dios mío, sálvame ahora que voy a
morir tamaña súplica impresionó a la señora
que lo quiso tanto, que lo respetó tanto.
Es que tenía una gran cosa la abuela: era una mujer sabia,
pero de una sabiduría en el sentido humano de la palabra,
o sea una sabiduría humana, interior, por eso supo cómo
era el amor, supo cómo eran todas estas cosas. Además
la serenidad que tuvo ante la muerte... y no era una mujer culta
era una mujer sabia... Sabiduría que nace de las vísceras...
La
mayoría de los relatistas creen saber, pero no, lo que
hay es que sentir. El sentimiento es una vaina tan intensa que
es única, porque cada ser humano siente a su manera, entonces
padece, goza, todo a su manera. Está sintiendo, y esto
es lo que realmente somos: sentidores.
Uno
no es más nada que sentido. Lo acabo de decir también
en una cosa que hice para una revista: El sentir no es algo que
se haya aprendido, sino algo que se ha padecido. Hay que padecer
el sentir...
Cómo
lloré yo las veces que tuve que llorar. Digamos cuando
murió el que estaba loco... Que sale al comienzo de la
novela del Arzobispo... ese hombre vivía al costado nuestro...
era de Barranquilla... cómo sufrió ella... que creía
que el loco se estaba despidiendo de ella, cuando realmente era
ella quien se estaba despidiendo... y se dio cuenta de que era
el verdadero cuando le dijo: tú te mereces la tranquilidad
cuando he llorado cuando murió... Qué dolor... Qué
pesar más hondo..
Patricia
preguntas algo sobre el almuerzo. Luego, para retornar, preguntó
sobre literatura colombiana, la grandeza de la literatura de la
costa en el siglo XX.
Lo
primero que necesitábamos era darnos cuenta de que teníamos
que hacer algo, porque nosotros no teníamos vanidad de
nada. Cuando el maestro Pedro Nel Gómez estuvo en Cali,
yo era muy joven, tenía veintitrés años,
y le hice un reportaje que al maestro le gustó mucho, y
me dijo: y si los costeños sienten ese amor, ¿por
qué no escribren? Y yo le contesté: porque estamos
actualmente escuchando el llamado del mar...
El
costeño es triste y es triste su poética, su música...
todas las casas se hacían en tapia, diferentes a las casas
de piedra, que duran... Hay una fugacidad en la costa...
Por
un momento vuelve el olvido del nombre propio...
Gustavo
Ibarra Merlano decía que la novelística de Gabo
es una cosa muy bien hecha, pero que la de Héctor es insondable...
Porque llega un momento en que el libro, cuando es auténtico,
tiene un gran misterio, que el mismo creador no sabe en que consiste,
y por eso cuando un lector habla y le enseña al autor qué
fue lo que escribió, porque uno no lo escribió sino
que lo padeció, que es otra cosa... Uno necesita del amor
entrañable del lector. Cuando Luis Rosales hizo el prólogo
del Arzobispo, yo le dije: Carajo Luis qué prólogo
tan bello, tan entrañable y él me contestó:
Bueno eso fue lo que tú me dijiste. No. Yo te di datos,
pero el que lo ennobleció todo eso con el amor fuiste tú
cuando se ama una obra, el lector es cohacedor, de lo contrario
el libro no existe.
Y
la escritura...
Uno
está muy interesado en decir lo que quiere decir, pasa
los días escribiendo y escribiendo y a las dos semanas
o al mes regresa a lo que ha escrito y dice: ¡Ay carajo!
Porque se da cuenta de que el idioma le hizo una maldad, y usted
ha escrito lo contrario de lo que quería decir. Lo más
peligroso es cuando empieza a escribir y todo le resulta, cuando
se deja llevar por el ritmo, entonces hay que desconfiar. Por
eso, el consejo que daba Hemingway: Cuando escribas, cuando hayas
escrito, procura volverlo más delgado, más delgado,
hasta que se logra muy apretado, lo más apretado que pueda
haber. Es que el idioma te hace maldades, y después de
mucho padecer, se compadece y dice: Bueno mijo te voy a apoyar...cuando
ve la vocación, la voluntad de querer hacer algo correcto.
Durante
el almuerzo nos acompaña el poeta Santiago Mutis.
Mientras conversamos, admiro la amistad cómplice que nos
une. Pero Héctor Rojas Herazo está cansado y desea
aprovechar unas pocas horas de sueño antes de que llegue
el martillo de la noche. Entonces se despide.