Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!

 

 

 

 

 

 



MEMORIA

(De una conversación con Héctor Rojas Herazo)

Leticia Bernal

Me recibe con amabilidad. Tiene frió y pide a su hija, Patricia, la bolsa de agua caliente. Se queja de no haber podido dormir durante la noche. Un martilleo permanente, que dura ya meses, lo tiene absolutamente desolado. Y cuando por fin, hacia las cinco de la mañana, cesa el martilleo, un niño toca el tambor - ra pan pan/ panpanpan/ ranpanpan- Hace un gesto- algo como el vuelo de la mano- y se queda en silencio.

Rapidamente se regresa. Hay una exigencia en su cortesía-que durará toda la visita, a pesar de su cansancio, a pesar de su desolación - que es una exigencia templada por él a punto de voluntad. Y no porque sea un excelente conversador - que lo es y en grado mayor -, sino porque su sentir lo arrastra a cada instante dentro de sí. Algo allá muy hondo, lo reclama, y lucha para poder regresar desde sus vísceras. Recuerda entonces un canto flamenco:

Cuando cierro los ojos
Miro pa´ dentro
Para ver si te veo
Donde te siento.

Hoy es el día que sigue al rompimiento oficial de los "diálogos de paz" (Cuantos malos nombres ha dado nuestra historia a la sangre derramada), y con naturalidad y como de sí mismo al mundo nada mediará, dice: Qué asunto tan difícil es entender mi país. El colombiano se afana demasiado por ser importante, y no por ser útil, la fama, y ser importante ¿de qué vale? ¿Qué es? Porque en definitiva no somos más que el tío, el sobrino, el amigo, el vecino.

El hombre y su valer están confinados a estas cercanías. Necesitamos la humildad, no aquella de una falsa modestia o la que encubre la falta de carácter, sino aquella del "solo sé que nada sé". Repite la frase, la repetirá muchas veces durante esta tarde, acompañada siempre por una sonrisa. Entonces recuerda la anécdota del niño que pasaba por ser el más ignorante de la clase, y un día, acosado por la pregunta del profesor sobre el saber, recita - para asombro y vergüenza de éste - un trozo de San Agustín... Evoco un texto que gustaba de repetir en los tiempos en que fui profesora: (Curiosa necedad la de los padres que envían a sus hijos a la escuela a aprender lo que el maestro sabe".

Hay reverencia en su rostro, y por un momento creo compartir sus silencios admirativos. Le pregunto si alguna vez fue profesor, y me cuenta de sus clases de dibujo a los diecisiete años - mis alumnos tenían mi misma edad - y, unos años mas tarde, profesor de literatura en Barranquilla y Honda.

Pero hemos hablado de dibujo, y me hace visitar el cuarto de atrás de su pequeño apartamento, donde reposa un cuadro que solo el día anterior terminó de pintar. El asunto: una mujer que agita una flor.

Había pintado sin descanso. Tratando de redimir sus días y sus noches, y sólo al final lo supo - y lo dice con una vehemencia poco habitual en él es la niña rochi- como llama a su esposa -, a sus diecinueve años (hace traer una fotografía de la época para que la compare y luego la retira de mis manos para protegerla): cuando la conocí jugueteaba con una flor; tenía 19 anos.

Como para disipar el recuerdo más intenso (la niña rochi murió hace seis meses), llegan los otros, los amigos. Una tarde, reunidos en casa de Guayasamín, la mujer de éste exclama: mi marido es el más famoso pintor de todo el mundo, a lo cual el aún muy joven Fernando Botero responde: Pero los famosos siempre han pintado mal.

Sonrisas y trae otra anécdota: tertuliaban una tarde los amigos en un café cercano a la casa de uno de ellos, en medio de las risas ven llegar a Carlos Castro Saavedra, quien les recrimina ¿cómo podéis reír si hay tanto dolor en el mundo? Entonces, sin dejar de reír, se refugian en la casa del amigo y cierran la puerta en las narices de Castro... Evocaciones... Pero ¿quienes eran los amigos de aquella tarde? Se desespera, no comprende porque la memoria se empeña en olvidar los nombres propios. Llama a Patricia le pide que recuerde por él, que le dé las señas, y al final se resigna al fracaso: lo primero que la memoria abandona son los nombres propios, e insiste: los nombres propios...
Dijo alguna vez que los motivos de su escritura los toma de su infancia...

Lo que he sostenido toda la vida es que somos niñez apelmazada. Uno es un ser completo a los ocho o nueve años. ¿por qué? Porque lo que funcionó fue el asombro, o el prodigio. Después, uno llega a la conclusión de que no sabe nada, absolutamente nada. Nadie sabe nada. El hombre es asombro, y además el gran ímpetu creador es el asombro.

Pero usted tiene que padecer el asombro, y la ignorancia personal, como se padece y se goza el amor: Eso tiene que padecerlo personalmente. Y llega un momento en que la creación es, y el primero en asombrarse es usted, porque como no sabia nada... es que a los ocho o nueve años ya tenia yo mucho asombro.

Y la juventud.....

La juventud solo sirve para saber que se ha perdido...

Pero si la infancia da el tema, no servirá la juventud para conquistar un estilo...

Lo que ocurre es que en la niñez usted despliega el asombro, como me ocurrió a mí en el patio de la abuela, allá donde Mamá Buena, que era Celia, allá empecé a conocer y a ver lo que era un árbol... ¡Imagínese! Estrenando sentir es lo que crea. Es que la famosa frase del maestro que dijo sólo sé que nada sé, es la frase que más nos da pues cada uno tiene que desarrollarla, porque el hombre no sabe nada. Tan es así que un profesor estaba diciendo que uno no sabe nada. Entonces un discípulo se acercó y le dijo: "vea profesor, estoy de acuerdo con usted porque la sabiduría es un no saber, una cosa enorme, y yo solamente puedo coger una cucharita para coger algo de esa inmensidad. Pero mijo! le contestó el profesor - usted está muy bien, porque yo no tengo sino un tenedor". Lo que quiero decir es que hay un momento en que uno cree que leyendo profundamente... bueno, lee y aprenderás algunas cositas, pero no la variedad que hay. Hacen preguntas... pero yo solo le hago preguntas al ser humano: ¿cómo se llama el primo hermano de quien dijo sólo sé que nada sé? ¿Me entiende? O ¿Cómo se llamaba el abuelo de fulano. Porque hay preguntas que no tienen respuesta yo le tengo temor a eso.

La novela del Arzobispo se inicia con un hermoso personaje, Gerardo, y su mujer. Leonor...

Fue mi vecino en Tolú, y su historia es la que cuenta la novela. Lo que pasa, ¿sabe? la mujer es tierra, ella permanece, pero el hombre es viento, va de un lado para el otro, y solo la mujer puede a veces retenerlo...

Sus ojos brillan a través de lentas lágrimas, permanece por unos instantes ensimismado. Cuando regresa de sí mismo dice:

A mí me ha salvado, creo... es que desde muy joven entendí que uno no sabe nada... ¿qué ocurre? Que cuando usted no vive sino del asombro, a cualquier edad está impulsivo, tiene el impulso de querer aproximarse a los demás. Porque la creación para mí es eso una verdadera ansia de aproximarse a los demás, de llegar a una auténtica amistad, que es una forma, más o menos certera, de la paz. Cuando usted respeta al otro, el otro lo respeta a usted. Es lo que me ha pasado. Y sobre la poesía, la pintura, la novela... Esas tres cosas se vinculaban y yo quería... porqué, Dios mío, yo no puedo estar en una sola... no puedo... me cogían por el pelo los salvajes esos que están dentro uno... pero yo quería... la primera novela la escribí entre meses y medio porque quería ganar el premio Esso...

Respirando el verano...

...La pude hacer en tres meses y medio porque tenía cuarenta años de estar pensando en ella, padeciéndola, padeciendo ese tema, era el tema de la abuela, y el tema del patio...

Patricia recuerda que su padre siempre ha llorado mientras escribe...

Con la segunda novela (En noviembre llega el arzobispo) me demoré cinco años, ya es otra cosa, tenía que tener más certidumbre. Y para la última (Celia se pudre) fueron diez años... ¿me entiende? Porque llegaba y llegaba...Y uno no puede estar confiado en lo que hace, debe seguir insistiendo, insistiendo, y a medida que avanza en años se da cuenta que unas veces puede coger la poesía, otras la novela, otras la pintura...

En una Escritura, la frase de una novela parece extrapolada de uno de los versos de sus poemas, y un verso puede ser el nombre de un cuadro, y...así.

No fui nunca capaz de dejarlas, y además me servía una cosa para la otra. Eso sí, tengo que pintar, y me pude dedicar completamente a hacerlo cuando dije: novela no hago más, poesía... no sé todavía, tal vez... pero ahora lo que quiero es pintar. Con las novelas dije lo que tenía que decir. Lo que ocurre es una cosa: Hay gente que se expande... que llega a publicar diez libros. Yo no. Además, después de todo, el auténtico individuo que está escribiendo algo que lo atormenta, a la hora de la verdad no tiene sino un tema definitivo, y a la hora del centro un libro, que se repite aquí, acá, y acá en forma diferente, pero usted no puede hacer veinte libros con eso. No es leal ni contigo ni con los demás.

Mire lo que le pasó a Juan Rulfo. Tenemos influencias primarias, como Tolstoi. Un día, cuando estaba haciendo algo sobre la muerte, me dijo alguien: Pero Carlos Fuentes la tiene ya, y yo respondí: no, el que la tiene es Tolstoi. La muerte de Iván Ilich. Además del maestro que es, hay que ver lo sediento que estaba del tema... hasta cuando llegó el momento- como el maestro también creía que nadie sabía un carajo - y que exclamó "esto parece una creación y es una novela"

La muerte...

Hay el drama de vivir y el drama de morir.
Leocadio dice: Dios mío, sálvame ahora que voy a morir tamaña súplica impresionó a la señora que lo quiso tanto, que lo respetó tanto.


Es que tenía una gran cosa la abuela: era una mujer sabia, pero de una sabiduría en el sentido humano de la palabra, o sea una sabiduría humana, interior, por eso supo cómo era el amor, supo cómo eran todas estas cosas. Además la serenidad que tuvo ante la muerte... y no era una mujer culta era una mujer sabia... Sabiduría que nace de las vísceras...

La mayoría de los relatistas creen saber, pero no, lo que hay es que sentir. El sentimiento es una vaina tan intensa que es única, porque cada ser humano siente a su manera, entonces padece, goza, todo a su manera. Está sintiendo, y esto es lo que realmente somos: sentidores.

Uno no es más nada que sentido. Lo acabo de decir también en una cosa que hice para una revista: El sentir no es algo que se haya aprendido, sino algo que se ha padecido. Hay que padecer el sentir...

Cómo lloré yo las veces que tuve que llorar. Digamos cuando murió el que estaba loco... Que sale al comienzo de la novela del Arzobispo... ese hombre vivía al costado nuestro... era de Barranquilla... cómo sufrió ella... que creía que el loco se estaba despidiendo de ella, cuando realmente era ella quien se estaba despidiendo... y se dio cuenta de que era el verdadero cuando le dijo: tú te mereces la tranquilidad cuando he llorado cuando murió... Qué dolor... Qué pesar más hondo..

Patricia preguntas algo sobre el almuerzo. Luego, para retornar, preguntó sobre literatura colombiana, la grandeza de la literatura de la costa en el siglo XX.

Lo primero que necesitábamos era darnos cuenta de que teníamos que hacer algo, porque nosotros no teníamos vanidad de nada. Cuando el maestro Pedro Nel Gómez estuvo en Cali, yo era muy joven, tenía veintitrés años, y le hice un reportaje que al maestro le gustó mucho, y me dijo: y si los costeños sienten ese amor, ¿por qué no escribren? Y yo le contesté: porque estamos actualmente escuchando el llamado del mar...

El costeño es triste y es triste su poética, su música... todas las casas se hacían en tapia, diferentes a las casas de piedra, que duran... Hay una fugacidad en la costa...

Por un momento vuelve el olvido del nombre propio...

Gustavo Ibarra Merlano decía que la novelística de Gabo es una cosa muy bien hecha, pero que la de Héctor es insondable... Porque llega un momento en que el libro, cuando es auténtico, tiene un gran misterio, que el mismo creador no sabe en que consiste, y por eso cuando un lector habla y le enseña al autor qué fue lo que escribió, porque uno no lo escribió sino que lo padeció, que es otra cosa... Uno necesita del amor entrañable del lector. Cuando Luis Rosales hizo el prólogo del Arzobispo, yo le dije: Carajo Luis qué prólogo tan bello, tan entrañable y él me contestó: Bueno eso fue lo que tú me dijiste. No. Yo te di datos, pero el que lo ennobleció todo eso con el amor fuiste tú cuando se ama una obra, el lector es cohacedor, de lo contrario el libro no existe.

Y la escritura...

Uno está muy interesado en decir lo que quiere decir, pasa los días escribiendo y escribiendo y a las dos semanas o al mes regresa a lo que ha escrito y dice: ¡Ay carajo! Porque se da cuenta de que el idioma le hizo una maldad, y usted ha escrito lo contrario de lo que quería decir. Lo más peligroso es cuando empieza a escribir y todo le resulta, cuando se deja llevar por el ritmo, entonces hay que desconfiar. Por eso, el consejo que daba Hemingway: Cuando escribas, cuando hayas escrito, procura volverlo más delgado, más delgado, hasta que se logra muy apretado, lo más apretado que pueda haber. Es que el idioma te hace maldades, y después de mucho padecer, se compadece y dice: Bueno mijo te voy a apoyar...cuando ve la vocación, la voluntad de querer hacer algo correcto.

Durante el almuerzo nos acompaña el poeta Santiago Mutis.
Mientras conversamos, admiro la amistad cómplice que nos une. Pero Héctor Rojas Herazo está cansado y desea aprovechar unas pocas horas de sueño antes de que llegue el martillo de la noche. Entonces se despide.