CAPÍTULO 3: SIMPLEMENTE... ANA.

 

  Diariamente, la actividad cotidiana en Swan solía considerarse como una rutina, debido a la forma tan estricta en que se llevaba a cabo, de acuerdo a un programa de labores. Pero lejos de la monotonía que eso pudiese aparentar, lo cierto es que cada día, durante todos los días, los niños del Centro disfrutaban de juegos y diversiones, casi siempre espontáneas o instintivas, que hacían de lo rutinario cualquier cosa excepto tedioso.

  Por la mañana, los más de setenta chicos, de entre seis y trece años, eran levantados puntualmente a las ocho horas del día, para que tomaran un abundante desayuno en el salón comedor. Después, se les juntaba en el amplio patio trasero de la mansión Swan, donde se ubicaban varias canchas deportivas y amplias áreas verdes, para que se entretuvieran un rato, que no pasaba de durar el resto de la tarde; a las dieciocho horas se les regresaba al interior para una tomar una abundante comida vespertina.

  Al final, pasadas las nueve de la noche, se les mandaba de doce en doce a sus respectivas habitaciones para que durmieran hasta el día siguiente.

  Claro que, en ocasiones especiales, se sacaba a los niños de excursión a algún parque o centro recreativo a parte, para alejarlos un poco de la rutina que pudiese afectar a uno que otro chico.

  Cabe señalar que, en Swan, todas y cada una de las personas encargadas del cuidado de los niños eran mujeres, y éstas no pasaban de tener veintiséis años de edad. Para facilitar el trabajo de aquellas jóvenes féminas, se había dividido la población de infantes en dos grados de estancia: el grado "uno", donde se colocaban a los menores de doce años, y el grado "dos", para los que eran de esa ó de una mayor edad. Obviamente, nuestra joven protagonista era ubicada en el primer grado de estancia.

  A la manera de pensar de Ariana, siempre había dos opciones para todo en la vida: el camino grato y el camino que no era grato. En cualquier situación o problemática, estas dos formas de resolver conflictos eran puestas en práctica por la agitada mente de Ariana, aunque realmente sólo escogiese una. También tomaba en cuenta que, para justificar un acto, no importando de que se tratase, se debían dar por lo menos dos explicaciones como base, para que otras personas no dudaran de la seguridad que uno tuviera en haber cometido dicha acción. Habían pasado cinco horas desde su arribo al Centro Swan, y Ariana ya tenía dos cositas en claro con ese respecto: una, si quería ser amiga de alguien, debía alejarse de personas que le metieran en líos. Segundo: si en dado caso nadie se le acercaba para platicar, todavía contaba con su amado libro de pasta rojiza para pasar el tiempo.

  Mientras sus compañeros de habitación se hallaban en los alrededores de la casa jugando, Ariana, prefirió quedarse en la pieza que le habían asignado, para recostarse en una de las doce camas y leer su intrigante e inconcluso texto. Apenas abrió el libro para buscar la página en que se había quedado, cuando una voz perturbadora le advirtió:

- ¡Oye "chavala"!. No es por molestar, pero... si permaneces sobre esa cama, te va a ir mal.

 

 

  En el primer piso de la mansión del Centro Swan, también existía una oficina destinada a los asuntos administrativos, la cual era atendida por el señor Patrick Hiller, un experimentado hombre, alto y calvo, quien coordinaba todas las actividades en el lugar cada vez que no se encontraba el verdadero propietario de Swan: Michael Yagar. En sí, Hiller era la mano derecha en los negocios y administración de Yagar.

- Puede pasar Cross - murmuró Patrick desde el interior de la oficina principal. La enfermera obedeció en el acto, abriéndose paso por la puerta del recinto; éste era reducido de espacio. Había un atractivo acuario en un lugar de la pared al fondo de la oficina, donde nadaban pececillos varios de colores igualmente diversos. Unos estantes repletos de libros cubrían las dos paredes laterales. En medio de la habitación se ubicaba un escritorio de madera oscura, cuya parte delantera estaba rodeada de muebles acolchonados. Hiller estaba sentado en un sillón de respaldo alto, mirando de frente la puerta primaria de la oficina; una segunda puerta se podía ver hasta el extremo más alejado del muro izquierdo.

- ¿Quería verme, señor?

- En efecto. Adelante, tome asiento.

  Cross se sentó en uno de los muebles sin ocupar, quedando separada de su interlocutor, sólo por el escritorio.

- Señorita Cross... según tengo entendido, usted tuvo la gracia de recibir a una niña de nombre Ariana a nuestro Centro. El señor Yagar ya me había informado de la aceptación que tuvimos para con ella. Quiero saber... ¿cómo ha sido el acoplo de ésta chica a su nuevo ambiente?

- Pues verá... Ariana sólo ha visto una vigésima parte de todas las instalaciones en Swan. Dudo que ya tenga una idea de lo que trata todo esto.

  Hiller tomó un cigarrillo de su bolsillo, luego lo encendió y prosiguió con la conversación:

- Muy bien. Ahora quisiera saber otra cosa, ¿tiene usted conocimiento previo acerca de nuestra nueva inquilina?

- ¿A qué se refiere?

- A la misma razón por la que se me ha ordenado colocar a Ariana en la lista de bajas potenciales.

- ¿¡Disculpe, qué ha dicho!?

- Perdóneme si le he tomado por sorpresa.

  Hiller toma una carpeta del interior de un cajón en el escritorio. Rápidamente se la entrega a la enfermera Cross. Ella abrió el fólder, intrigada. Dentro, aparecían fotografías de Ariana, mostrando las múltiples heridas sobre su cuerpo. También se hallaban documentos escritos que describían los padecimientos físicos y psicológicos de Ariana; su inestable comportamiento cuando fue llevada a un hospital local y la secuencia de eventos que le mandaron a un sanatorio mental.

- Mírelo con sus propios ojos. Ésta niña no es como tantas otras que hemos recibido. Tal vez, sea lo que fuera que le pasó, antes de ser encontrada en aquel terreno baldío, le perturbó de manera alarmante.

- ¡Por Dios! Y pensar que le di la bienvenida de una forma tan inconsciente.

- No es hora de lamentaciones Cross. De cualquier modo es una lástima lo que ocurrió con ésta pequeña.

  Hiller suspiró al ver como su colega se derrumbaba con tan cruda información. Luego de un silencio casi total en la oficina, el hombre se levantó del sillón donde estaba, y se plantó justo frente a la rubia mujer. Ella tardó en percatarse de la incómoda y cercana presencia de Hiller.

- Señorita... debe recordar que nosotros dos somos los pilares del pensamiento del señor Yagar; si no damos un consentimiento unánime sobre un asunto determinado, éste no puede proseguir. Tanto el jefe como yo pensamos que sería más conveniente para Ariana y para el Centro, que una niña de tal complejidad sea adoptada por una familia real en la brevedad posible - Hiller acercaba su rostro al de Cross, a cada palabra suya -. Imagina lo traumatizante que resultaría no tener a alguien a quien llamar mamá o papá... tener que abstenerse de impulsos amorosos en un medio de una unidad fraternal artificial... que lo más próximo a una madre sea una hermosa señorita rubia... que sólo la verá como a una niña de un montón...

- Se equivoca...

- ¿Disculpe?

- ¡¡Dije que se equivoca señor Hiller!! - gritó Cross, incorporándose de golpe y apartando a quien pretendía besarle -. Para mí, cada uno de los niños representa más que un elemento del todo. Son mis amigos... mis pequeños... ¡mis hijos!

- ¡Está bien...!. No es necesario que se irrite. Pero volviendo a lo de Ariana y suponiendo que usted de veras considera a los niños como parte importante de su vida... no se opondrá a la idea de que la niña en cuestión sea colocada en la lista de bajas potenciales de Swan. Una familia verdadera siempre será mejor que una de fantasía... ¿no piensa lo mismo?

  Hiller sonrió maliciosamente en contra de una desconcertada Cross. Pese a que a la mujer le molestara la actitud acosadora de su compañero, el ideal que le había planteado tenía mucho sentido. Pronto, la señorita no tuvo más opción que imprimir su nombre en tinta sobre el papel aprobatorio del “caso Ariana”.

- Espero que ahora si me deje en paz, señor Hiller - gruñó Cross.

- No se preocupe. Ya conseguí que diera su aceptación para la causa laboral; aunque hay una diminuta petición extra que quisiera hacerle.

- ¿De qué se trata? - preguntó de mala gana, dirigiéndose a la puerta de salida.

- Enfermera Cross... ¿saldría a cenar conmigo alguna vez?

  La enfermera se detuvo en seco al abrir la puerta. Se quedó estática por unos segundos, para luego voltearse coquetamente hacia Hiller. Ella estaba sonriendo de manera burlona.

- Para que yo acepte salir contigo... primero debería acabarse el mundo.

- ¿Quep...?. ¿Qué has dicho?

  Cross reía a carcajadas al tiempo en que salía de la oficina. Hiller se había quedado frío, literalmente.

 

 

  Ariana permanecía sentada, con una mueca de desconcierto dibujada en su rostro. Aquel recién llegado no le habría caído en gracia durante el desayuno, ni le caería bien en ese momento preciso.

- ¿A qué debo tu comentario? - cuestionó seria.

- A que la cama que estás usando pertenece a Norma, la chica más molesta que te puedas imaginar. Hazle alguna maldad, y ella se desquitará con mil veces más de fuerza.

  Ariana miró a su alrededor. Se encontraba en la cama del rincón derecho al fondo de la habitación; los ventanales allí le quedaban de frente.

- Entonces... gracias por preocuparte. Me iré a otra cama para poder leer a gusto.

- ¡No! Tampoco puedes hacer eso. Todas las camas pertenecen a alguien.

- De acuerdo... supongo que no tendré más remedio que sentarme en el piso...

- ¡¡No, el piso es sagrado!! Los mismos dioses se han encargado de construirlo y no les gustaría que un mortal lo usara de apoyo.

  Ariana soltó un suspiro de enojo. Tomó su libro y en cuanto pudo ponerse en pie, se dispuso a retirarse de la habitación.

- Entonces... creo que salir al patio será mi única opción, ¿no?

- Habéis comprendido rápido, señorita Ariana.

- ¿Qué dices? ¿Cómo es que conoces mi nombre?

- Simple. ¿No eres tú la niña que acompañó a la enfermera Cross al salón comedor?

- Si.

- ¡Pues ahí está! Ayer por la noche escuché una conversación que tenían las enfermeras Willert y Cross... hablaban sobre una nueva niña que vendrían al Centro a la mañana siguiente. Su nombre: Ariana.

- Bueno, eso lo explica todo.

- ¡Ah!, por cierto - acotó el joven, sacando algo del bolsillo de su pantalón -. Como un regalo de bienvenida, quisiera que aceptaras... ¡esto!

  Ariana regresó a donde su compañero para contemplar un diminuto ramo de flores que traía sobre su palma extendida al viento.

- ¿Para mí?

- ¡Aja! Quiero que seamos buenos amigos, por eso te la obsequio.

- ¡Gracias!, está precioso.

- Espero que no te hallas tomado en serio mi cuento de dioses. Era una broma.

- ¿Una broma?

- Sip. Quería saber como reaccionabas. ¡Ah!, y por cierto, también te preparé una cosita más.

  El joven chico esculcó de nuevo su bolsillo y sacó una colorida tira de papel envuelta en una cubierta plástica. De ella colgaba un cordón delgado anaranjado.

- ¿Qué es eso?

- Es un separador. Sirve para que lo pongas entre las páginas de un libro que estés leyendo y así encuentres donde se quedó tu lectura más fácilmente.

- ¡Justo lo que necesitaba!

- ¿En verdad? ¡Ja!, lo supuse. Cuando te vi en el comedor sosteniendo un libro, deduje que te gustaba mucho leer. Por eso se me ocurrió como regalo de bienvenida.

- ¡Me fascinaron ambas cosas! Eres muy tierno... más de lo que pensaba en un principio.

  Y para agradecer los obsequios, Ariana se acercó al chico y le dió un beso en la mejilla.

- ¡Vaya! Eso fue grandioso.

- Intentaré hacerlo muy seguido para que sigas sonriendo.

- Oye, de tanta emoción hasta presentarme se me ha olvidado. Soy el mozo Carlitos, pero de cariño me dicen Carlos.

- Yo soy Ariana, como ya sabes.

  Ambos niños se saludan de mano, riendo de forma divertida.

- Es un placer señorita Ariana. ¿Podría decirme cómo le dicen sus amistades?

- Pues... a mí me dicen... me dicen...

  Ariana dudó por un segundo, pero en el momento en que fijó su vista en la portada del libro que tenía bajo su brazo, contestó sin titubeos:

- Pues verá, a mí me dicen Ana de cariño.

- ¿Ana?, ¡qué bonito suena eso!

- Muchas gracias... lo acabo de inventar.

  Y después, los dos echaron a reír aún más fuerte.

 

  Al caer la noche, antes de que todos en Swan estuvieran dormidos, la señorita Cross pasó a la presentación de Ariana con sus compañeros de cuarto.

- ¡Bien chicos! Ahora que todos estamos reunidos en el cuarto, quisiera presentarles a una nueva amiguita.

- ¡Buenas noches! - intervino la recién llegada -. Mi nombre es Ariana, pero me gustaría que me llamaran simplemente Ana, por dos cosas: una, porque es el nombre de mi personaje de libros favorito: Annie Frank. Segundo, porque es corto y más fácil de pronunciar.

- ¡Hola Ana! - dijeron todos los niños de la habitación "uno" -, ¡bienvenida!

- Gracias. Sois muy amables - y a esto hizo una reverencia.

- ¡De acuerdo! - Cross volvió a tomar la palabra -. Como sólo tenemos doce camas, y con Ana somos trece, creo que ella deberá dormir con Norma por esta noche.

- ¿¡Qué!? ¿Pero por qué?

- No seas mala, Norma - habló Carlos, con acento burlón -. ¿No ves que Ana es nueva aquí? ¿O qué? ¿Quieres que piense que en Swan todos somos envidiosos y crueles?

- No es eso. Sólo que... ¡¡me da pena dormir con alguien!!

- No te preocupes chica - la enfermera le consolaba, acariciándole la cabeza -. Ana estará bien quietecita, y ni siquiera notarás que duermes con ella. ¿Verdad, Ana?

- Aja.

- ¡Entonces ya está decidido! Todos métanse debajo de sus cobijas y procuren descansar para mañana. Será un laaargo día.

- ¡¡Si señorita Cross!! - dijeron los trece infantes.

 

  Finalmente, las luces se apagaron en el Centro. La tranquilidad se apoderó de los alrededores con suma rapidez.

  Las circunstancias pueden llegar a ser bastante contrastantes entre el día y la noche, ¿no?

  Por una parte, los pequeñines de Swan soñaban que eran inmortales y vivían en un reino mágico lleno de alegría... por otro, en un lugar muy, muy distante... una niña pálida deseaba, más que nada en el mundo, encontrarse muerta...

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