CAPÍTULO 2: SWAN.
Como ya fue citado con anterioridad, el lugar
donde se desarrolla nuestra historia está ubicado en el centro de un valle,
rodeado de majestuosas montañas y cerros. Su nombre es Bird´s Town. Se le ha
llamado así por la inmensa diversidad de aves que sobrevuelan a diario los
templados cielos de la región. Justo en la cima de una de esas montañas ya
mencionadas, se encuentra una de las construcciones más reconocidas, no sólo en
el pueblo, sino en el extranjero. Se trata de una grandiosa mansión de dos
pisos, rodeada de preciosos jardines y protegida por una muralla de concreto
gris: es el Centro para Infantes de Swan, presidido por el honorable señor
Michael Yagar.
A bordo de su
automóvil negro, Gabe Adams ha arribado a Swan en compañía de Ariana, hasta
entonces la niña huérfana a su cargo. Ambos se hayan de pie frente a una reja
de barrotes plateados que sirve de entrada a los amplios terrenos del Centro.
Ariana comienza a dudar sobre la idea de ingresar a un ambiente tan
resguardado:
- "Todo el sitio está dentro de una barrera alta
de piedra maciza. La única forma de entrar y salir de él, es la reja que tengo
enfrente... ".
- ¡Buenos días! - saluda el hombre mediante un
intercomunicador colocado en la pared a la derecha de la reja -. Soy Adams...
he traído a Ariana.
- Bssssh - contesta el aparato -... ¿Si?, ¿señor
Adams...? - habló de repente la inconfundible voz de la señorita Cross -. Lo
estábamos esperando; ahora mismo le abro la reja para que puedan pasar.
Luego de
soltar el botón del intercomunicador, Adams dirigió el rostro hacia su
acompañante. Ella se mostraba decepcionada.
- ¿Qué ocurre Ariana? No me digas que no es lo que
esperabas. Fíjate bien en el patio. En un área tan grande podrás correr hasta
que tus pequeñas piernecitas no te alcancen el paso.
- Éste lugar parece una cárcel... y lo repudio.
- ¡Oye! ¿No crees que esa sea una palabra muy dura
para una niñita como tú?
Ariana mira
de reojo la mansión Swan.
- Tiene razón, me corrijo... aborrezco éste sitio.
Adams suspira
resignado. Al tiempo, una de las puertas que conforman la reja principal se
recorre por si sola hacia el interior del jardín. Los dos visitantes se
aproximan al pórtico de la mansión tomando un caminito empedrado que comunica
la reja con la puerta de entrada. Mientras Ariana avanza con precaución por el
solitario pasaje, observa detenidamente unas fuentes que escupen chorros de
agua al cielo, adornadas con estatuas de cisnes a punto de emprender el vuelo.
Dichas fuentes se hayan a la izquierda y a la derecha del camino empedrado.
También se pueden escuchar los gritos eufóricos de varios niños jugando, aunque
Ariana no los ve. Luego de subir tres escalones de madera fina, tanto ella como
el señor Adams llegan a la parte más alta del pórtico.
- ¡Hola! - sorprendió la enfermera Cross, abriendo la
puerta principal -. ¡Bienvenidos al Centro Swan!
Ariana casi
se va contra uno de los pilares del pórtico ante el susto provocado. La
señorita que tenía enfrente lucía en extremo afectiva.
- Bu... buenos días, señorita.
- ¡Buenos días señor Adams! - continuó la mujer con un
grito.
- He venido para entregarles a Ariana - acotó Adams
señalando a la niña.
- ¡Hooola pequeña! - y con un salto, Cross llegó con
la susodicha -. Dime, ¿estás feliz de encontrarte aquí?
- Eeh... creo.
- ¿Crees? ¡No, no, no... ! Mal contestado.
- ¿Disculpe?
- ¡Debes decir "¡¡siiiiii, estoy very
happy!!"! Bueno, ¡va de nuevo! ¿Estás feliz de encontrarte aquí?
- Eeh... si - dudo la niña -, estoy... estoy... ¿cómo
estoy?
- Veee... - sopló Cross.
- ¡Ah, si! Estoy very happ...
- Yyy...
- Happy.
- ¡Más fuerte!
- ¡Happy!
- ¡Más fuerte!
- ¡¡Happy!!
- ¡Más fuerte!
- ¡¡¡Siiiii, estoy very happy!!!
Cross se
plantó firme en el piso de manera bajo sus pies y sonrió satisfecha.
- Eres genial Ariana. Gracias por ese potente grito.
De inmediato,
la señorita se dirigió hacia el señor Adams. Por su parte, Ariana intentaba de
algún modo recuperar el aliento. Nunca en lo que recordaba de su vida, había
hablado tan fuerte, y ni que decir de haber gritado.
- ¡Será lindo trabajar con ella! - Cross siguió
sonriendo.
- Si, eso veo - comentó el hombre, al tiempo que
secaba el sudor aparecido en su frente y trataba de recobrar el aire de
seriedad que le quedase -. Bueno, yo... tengo que irme ahora.
- Pase usted.
Adams se dio
la vuelta y se dispuso a retirarse, no sin antes dedicar un último pensamiento
hacia Ariana, a quien miraba intrigado.
- "Mi niña, de hoy en adelante éste será tu
hogar. Aún así, es predecible que tarde o temprano terminarás por destruirlo...
como has hecho con todos los otros".
Una vez que
Adams se hubo retirado del Centro, las dos señoritas que quedaban entraron a la
mansión.
Dando la cara
directamente a la puerta principal, unas escaleras de brillante madera se
alzaban en forma de "U". Había diez escalones que llegaban a una
plataforma cuadrada, dos metros arriba del suelo; otros diez escalones
comunicaban esa plataforma con el segundo piso de la casa. Todo lo que se podía
ver en la recepción del primer nivel eran largos pasillos que se prolongaban a
"algún lado", mesitas con uno que otro florero, cuadros y pinturas
vistosas, y varias puertas cuyo custodiado contenido era un secreto seguro.
- ¡Sígueme Ariana! Tu habitación se localiza en el
segundo nivel.
Cross saltó
de dos en dos los peldaños de la escalera hasta el piso superior.
- ¡Date prisa!, te estoy esperando.
Ariana
suspiró temerosa, y sin más subió tranquilamente. A dos metros del final de la
escalera, había una pared que se prolongaba horizontalmente, en la cual se
hallaban múltiples ventanales. A través de ellos se podía ver el patio frontal
de la mansión. Se trataba pues, de otro pasillo. Ambas señoritas giraron al
extremo izquierdo de éste, y llegaron a una puerta de color fucsia. Del otro
lado, se divisaba un nuevo y largo pasillo hacia enfrente.
- Disculpe, ¿ya casi llegamos?
- ¡Sip!
Ariana caminó
por ese estrecho tramo del recorrido; a los costados del mismo había más
puertas.
- "Se parece mucho al sanatorio del señor
Adams" - pensó la niña.
Finalmente,
Cross se detuvo frente a una puerta color azul con la inscripción uno en ella.
- ¡Bien, hemos llegado!
- ¿Es aquí?
- ¡Aja! Es en este cuarto donde dormirás. Yo tengo mi
propia habitación en el Centro, justo frente a la tuya; si deseas algo, sólo
toca a mi puerta. Los juegos, las pláticas, la comida y la diversión estarán
afuera.
La enfermera
tomó la perilla dorada de la puerta azul, la giró y empujó con delicadeza para
dejar a la vista el interior de la pieza.
Y allí
estaba: un cuarto relativamente grande, comparado con el oscuro y acolchonado
que Ariana había tenido antes. Doce camas individuales se alineaban en dos
filas de seis a los lados de la habitación, separadas por un pasillo que
comunicaba la puerta de entrada con un lavabo funcional. Más ventanales,
cubiertos por cortinas de ceda, cubrían lo alto de la pared izquierda de la
pieza. Finalmente, ésta era coronada por un candelabro dorado con incontables
foquitos transparentes.
- ¡Qué bonito! - exclamó Ariana entusiasmada, mientras
caminaba por el lijado piso de madera del cuarto -. ¿Esto es para mí?
- ¡No, no, no... !. No te emociones. Aquí dormirás
junto a doce niños más. No todo es para ti.
- ¡Bueno, no importa! De cualquier modo, acepté venir
a éste lugar para convivir con chicos de mi edad.
- ¿En serio? ¿Por qué no lo dijiste desde un
principio? A ésta hora del día, los setenta y dos niños de Swan se encuentran
en el salón comedor, recibiendo su desayuno.
- ¿Podría usted llevarme con ellos?
- Claro.
El salón
comedor era la habitación más lujosa del Centro. Dichosos serían los mortales
que dentro de él se mostrasen. Cuatro paredes de madera finísima y brillante,
sobrepuesta al muro de concreto primario, se elevaban a varios metros del piso,
concluyendo su ascenso en un techo incrustado de adornos estilo barroco,
semejantes a aquellos sólo vistos en las catedrales del viejo continente.
Estatuas de aves, animales y cosas sin forma aparente custodiaban la entrada a
dos portones del salón, de igual manera que en los muros. Además, como en
varias zonas de la casa, increíbles ventanales se alzaban del piso hasta el
techo en las dos paredes laterales.
Y como la
habitación era destinada para la hora de la comida: dos mesas a lo largo del
salón, recubiertas por manteles de tela fina para el servicio a los niños de
Swan, y una mesa a lo ancho, hasta el fondo del salón, para el uso de los
propietarios y trabajadores del Centro eran requeridas. La mesa de los adultos
se encontraba en una plataforma alta, a tres escalones del piso real, para que
se tuviera una mejor visibilidad sobre los chicos y así detectar alguna
anomalía, que pocas veces era registrada. Como dato final, y para facilitar el
accionar de los comensales por las noches, se habían colgado siete candelabros
en el techo que funcionaban con energía eléctrica. Dos interruptores eran
manejados para su encendido; uno estaba al lado del portón derecho de entrada,
y el otro detrás de la mesa de los adultos.
- Aquí es - suspiró Cross.
- ¡Wow!, ¡es enorme! - Ariana admiraba el doble portón
del comedor.
La señorita
empujó una de esas imponentes puertas hacia adentro, dejando ver el contenido a
su pequeña acompañante.
- ¡Qué te dije! - sonrió la mujer, tocándose la cadera
con su mano derecha.
Ariana lanzó
una leve mirada al interior del salón. Dos mesas en el comedor se hallaban
repletas de chicos ansiosos de iniciar con sus alimentos.
En una de
esas mesas largas se lleva a cabo una usual y ruda conversación. Sus
protagonistas eran Carlos, un niño pelirrojo de diez años, de carácter fuerte,
aguerrido e inquebrantable sentido de liderazgo. Por otra parte estaba Norma,
una jovencita rubia de once años cuya maña y persistencia le hacían inconfundible
con las demás chicas de Swan.
- ¡Eres una torpe! - recriminaba Carlos -. ¿¡Cuántas
veces te tiene que decir uno para que comprendas!? Nosotros los terrestres no
queremos, ni permitiremos ser conquistados por una raza alienígena tan inútil
como la suya.
- ¿Me estás llamando extraterrestre? ¿Quién te crees
que eres? Yo soy una señorita educada y bella a la que le debes respeto,
monstruito.
- ¡Aah...!. Con qué ahora el monstruo soy yo, ¿no?
- Así es, cosa.
- ¡Ja!, y doble ¡ja!
- Pues aunque te rías babosito.
- Por favor... eso es una "corquiería".
- ¡Se dice "tontería"!. Suenas como un
"indiorante" cuando hablas. Primero aprende a "hablur".
- ¡Je, je, je...!. ¡Hablur! - interrumpió Marco, un
chico gordo, amigo de Carlos, quien escuchaba la conversación.
- Oye Norma - siguió el pelirrojo -, ¿podrías hacerme
el favor de mirarte a un espejo y comprobar que tu eres la rara?
- ¿Por qué lo pides?
- No me digas que no lo has notado. ¡Sólo échate un
vistazo! Tu cara está llena de bolitas rojas, tu voz suena a sirena
descompuesta y tu pecho se infla como si te fuese a estallar de un momento a
otro.
- ¡Oye! Por si no lo sabías, hay chicos que consideran
mi pecho atractivo.
Norma se
cruza de brazos y se voltea sobre su asiento dándole la espalda a Carlos. Al mismo
tiempo, la enfermera Cross y Ariana se acercan a ella.
- ¡Aja...! - exclama Norma al percatarse de la llegada
de Cross -. ¡Señorita Crooossiiiii!.
- ¿Eeh? Norma, ¿qué pasa? - cuestiona ella,
acercándose a los enemistados niños.
- ¡A ver Carlos! - retó la pequeña rubia -, ¿por qué
no le dices extraterrestre a la señorita Cross?
- ¡Cállate Norma! - ordenaba Carlos, sonriendo
tímidamente a la mujer recién llegada.
- ¡No me callo! Para empezar, deberías fijarte bien lo
que hablas. Digo... si yo soy un monstruo por tener un pecho diminuto, la
enfermera Cross debe ser un súper mutante.
- ¿¡Qué!? Pero niños... ¿de qué han estado hablando?
- Y es que lo que sea de cada quien... y usted me va a
disculpar señorita, pero con lo que trae enfrente, los hombres deben estar
acosándola todo el tiempo.
- ¡Norma, silencio! - susurraba Cross, un tanto
incómoda -. Los otros chicos te pueden oír.
- Además tengo que admitirlo... envidio tanto su
preciosa figura, tan bien hecha y tan...
- ¡¡¡Norma, cállate ya!!! - terminó por gritar la
ruborizada enfermera.
En ese
instante, la atención de cuanta persona estuviese en el salón había sido
llamada por una avergonzada enfermera quien no pudo contenerse ante la única
chica en el Centro que lograba desquiciarla por sus comentarios tan abiertos y
llenos de elocuencia, más no de conciencia. Ariana creía que su estancia en
Swan no sería tan aburrida después de todo. Carlos, quien hasta ese instante se
la pasó riendo por las necedades de su compañera mayor, giró la cabeza hacia
una niñita pálida y tranquila que compartía su espacio. Aquella pinta desconocida
le tomó desprevenido.