CAPITULO XIII

UNA PROMESA HECHA CON EL CORAZÓN

        

       Los cazas de combate Endoriano continuaban avanzando más y más hacia el grupo de naves aliadas que permanecían en la órbita de Noat. Sin perder tiempo, los capitanes aliados dieron la orden a todos los pilotos para que abordaran sus naves y salieran al espacio a proteger a la flota.

       A pesar de que las naves caza de ambos bandos continuaban acercándose rápidamente a un punto de encuentro, todavía ningún piloto había recibido la orden de abrir fuego. Era una guerra de nervios donde la mayoría de los pilotos contaban los largos segundos con expectación mientras llevaban sus naves adelante.

       Andrea había dado la orden de no iniciar la batalla a menos que el enemigo disparara primero. Aunque la reina sabía que tenía escasas posibilidades de lograrlo, confiaba en poder convencer a los capitanes imperiales de dejarlos ir sí le decía que transportaba un gran número de civiles. Desde hacía tiempo era sabido por muchos que algunos oficiales de la flota Endoriana secretamente permitían huir a las naves que transportaban civiles, pero lo que la reina no sospechaba era que en aquella ocasión su propio hermano comandaba la fuerza de ataque detrás del capitán Jasanth.

       — Repito, llevamos en su mayoría oficiales heridos y civiles —volvió a decir Andrea tratando de oírse tranquila—. Capitán, usted sabe que esto está mal.

       Los cazas enemigos continuaban aproximándose al punto de encuentro, pero ninguno había abierto fuego todavía.

       River, el primer oficial del Artemisa, se volvió hacia la reina.

       — Estamos recibiendo una transmisión de la nave enemiga de mando.

       La pantalla visora del puente cobró vida y el rostro del emperador de Endoria apareció en él. José contempló a su hermana y sus acompañantes como si se encontrase tan por encima de ellos que cualquier clase de contacto entre él y los de la Alianza fuera prácticamente inconcebible.

       — ¡José! —exclamó Andrea muerta por la sorpresa—. ¿Has venido al frente de... .

       — Vaya, hermana, no esperaba verte todavía con vida —le interrumpió el emperador de Endoria—. Parece que los informes de tu supuesta muerte durante la batalla de Marte fueron bastante exagerados.

       La reina logró recuperar la compostura y se acercó un poco a la pantalla.

       — José, sólo llevamos heridos y civiles no puedes atacarnos. Sería un asesinato.

       Zeiva se mostró completamente indiferente.

       — ¿Asesinato?... vamos, no digas tonterías. No todo tiene que terminar en una batalla —hizo una pausa y sonrió cínicamente—. ¿Crees que a mis soldados les gusta disparle a sus propios compatriotas o a los heridos?. No, no soy un monstruo como tú y la Alianza han querido pintarme.

       — ¿No dejarás ir? —preguntó Andrea con suspicacia—. ¿En verdad lo harás?.

       José asintió.

       — Sí, lo único que tienes que hacer es entregarme a los Caballeros Celestiales que ocultas. Sí haces lo que te pido podrán marcharse en paz.

       — ¡Maldito miserable! —vociferó River desde su puesto—. No le crea, alteza, en cuanto obtenga lo que quiere no dudara en dispáranos.

       José lanzó una incomoda mirada de soslayo al oficial.

       Andrea se giró levemente hacia River y con la mano le indico que se tranquilizara. Luego se volvió otra vez hacia la pantalla visora.

       — ¿Celestiales? ¿de qué hablas? —preguntó tranquilamente—. Esos guerreros están extintos desde hace varios años. No sé de que me hablas.

       José frunció el entrecejo denotando malestar.

       — No te hagas la graciosa conmigo —replicó a manera de regaño—. Sé muy bien que estás escondiendo a esos malditos. Te ordenó que me los entregues de inmediato o de lo contrario mejor prepárate para ser destruida.

       Andrea exhaló un profundo suspiro y bajó la mirada un momento. Ciertamente aquella era una situación sumamente difícil. Frente a ella había siete destructores imperiales y cientos de cazas de combate. Salvo la Artemisa, el Juris-Alzus y el Proteo, las naves restantes únicamente eran transportes civiles y carecían del armamento suficiente para sostener una batalla. Además estaban las personas que había dejado descender en Noat, los imperiales no tardarían en descubrirlos, sí es que no lo habían hecho ya, e irían por ellos en cuanto comenzara la batalla.

       Por unos segundos, que le parecieron eternos, no supo que hacer ¿Debía entregarles a Astrea y Asiont para salvar a los más de quince mil tripulantes de la flota?, pero y sí así lo hacía ¿qué le impediría a su hermano romper el trato y aniquilarlos ahí mismo como River sugería?. De pronto la imagen de su amigo Asiont se formó en su mente y recordó lo ocurrido en Marte.

       José tenía razón en una cosa. Andrea, como muchos otros, estuvo a punto de morir en el planeta rojo cuando las fuerzas de Abbadón hicieron pedazos a la armada de la Alianza Estelar, pero en el último momento, un joven apareció de la nada para rescatarla de su nave en llamas mientras que Astrea por otro lado, salvaba a su hija al mismo tiempo.

       Las palabras pronunciadas en ese instante por el joven Ben-Al se quedaron impresas en su mente "Cualquier riesgo vale la pena sí con ello salvas aunque sea una vida".

       — ¿Y bien? —preguntó José impaciente—. No tengo tu tiempo.

       La reina le dio varias vueltas al asunto, pero por más que lo intento no encontró otra solución que la que le dictaba su conciencia. Levantó la cabeza y le lanzó una mirada a su hermano tanto directa como impasible.

       — Lo lamento, pero no puedo hacer lo que me pides... te pido una vez más que no dejes ir.

       — ¡Maldita! —exclamó Sigma entrando al campo de transmisión para que Andrea pudiera verle—. No estamos bromeando, entrégalos o los mataremos a todos.

       — Transportamos civiles y heridos... sí nos atacan violaran todos los tratados de guerra —prosiguió la reina sin prestarle atención—. Este ataque es completamente ilegal.

       José la aniquiló con la mirada y luego la pantalla se oscureció.

       — Cortaron la comunicación —informó River.

       Andrea respiró hondo.

       — Vamos, José... no nos obligues a hacer esto... .

       De pronto, River se llevó la mano al audífono que sostenía en su oreja y al cabo de un momento exclamó:

       — ¡Sus naves ya abrieron fuego!.

       En ese momento, en el espacio, los cazas Endorianos comenzaban a lanzar ráfagas láser en contra de las naves de la Alianza. Andrea contempló la escena sólo una fracción de segundo y rápidamente exclamó:

       — ¡Diablos! —Apretó el botón comunicador de una consola cercana—. Todas las naves: ¡Abran fuego! Repito: ¡Abran fuego!.

       A la orden, los cazas estelares aliados respondieron el ataque y el espacio entre las naves aliadas y los destructores Endoriano se convirtió en un feroz campo de batalla.

        

        

       José se volvió hacia Jasanth para mirarlo fijamente. El cápitan Endoriano, por su parte, permaneció impasible en espera de ordenes.

       — ¿Qué noticias tienes sobre los transportes que descendieron en el planeta?.

       — No han abandonado el planeta todavía, señor mío.

       Una sonrisa se insinuó en los labios de Sepultura.

       — Eso nos garantiza un buen espectáculo... je, je. Los Caballeros Celestiales aún se encuentran en el planeta, creo que será bastante divertido buscarlos.

       Lilith miró a su compañero de reojo un instante y luego se dirigió hacia el emperador Endoriano.

       — Supongo que iremos personalmente por esos infelices Celestiales, ¿no?.

       El emperador Zeiva se giró hacia la Khan de Selket y asintió.

       — Claro que iremos por ellos —hizo una pausa y se volvió hacia Jasanth—. Capitán, continúe el ataque hasta que no quede ni una sola nave en pie. Sí se rinden destrúyanlos de todos modos, eso servirá de escarmiento a todos aquellos que se atrevan a desafiarnos.

       El Endoriano respondió con un saludo militar y asintió.

       — Sí, señor mío.

       Sigma volvió la vista un instante hacia la pantalla visora, que en ese momento mostraba el campo de batalla, las naves aliadas y más allá la resplandeciente esfera de Noat, y sonrió malévolamente.

       — Esos malditos no tienen escape esta vez —susurró para sí.

        

        

       Reino de Papunika.

       Dai fue el primero en entrar a la nave y experimento la sensación de estar en una extraña y exótica caverna. El interior era una cámara iluminada por unas luces provenientes del techo. Las paredes, llenas de tecnología, no se parecían a nada que jamás hubiera visto hasta entonces. Poppu, por el contrario, sentía un irrefrenable impulso de dejarlo todo y salir de aquella extraña máquina. Eclipse, que ya estaba adentro, no hacía más que empeorar las cosas con su actitud misteriosa.

       — ¿Qué les parece mi changarro? —preguntó.

       Hyunkel se agachó para no golpearse con el techo de la minúscula cabina, y se dirigió a la parte anterior de la nave, donde al fin pudo ver, detrás de las ventanas, un paisaje normal. A la vista del Caballero Inmortal, la cabina estaba como viva, llena de artilugios y luces parpadeantes.

       — Jamás había visto nada parecido —murmuró mirando todo a su alrededor.

       Lance se introdujo en la nave conduciendo a Marina y a Leona hasta unos asientos ubicados en la parte posterior de la nave.

       — Bueno, sólo siéntense aquí y nosotros nos encargaremos de todo lo demás —les dijo.

       Leona miró todo a su alrededor con curiosidad, estaba intrigada con el interior de la nave.

       — ¿Qué son todas esas luces? —preguntó, refiriéndose al panel de control.

       Lance volvió la vista un instante hacia la cabina y sonrió.

       — Sólo son los controles de la nave. Sí gusta más adelante puedo enseñarte como funcionan.

       — ¿En serio? —preguntó Leona con el ánimo desbordado por la emoción—. Eso será increíble.

       Marina, por su parte, guardaba sus reservas respecto a la nave.

       — Disculpe, princesa, pero no me parece conveniente que... .

       — Vamos, Marina —le interrumpió Leona haciendo un gesto con la mano—. No tienes por qué preocuparte.

       Desde un rincón apartado, Dai estaba mirando discretamente a la soberana de Papunika mientras ésta conversaba con Lance. Inexplicablemente comenzó a sentir una extraña sensación de vacío en el estómago. Intrigado, bajo la mirada y se llevó las manos al abdomen examinándose. Una nueva carcajada de Leona lo hizo alzar el rostro. De pronto, Poppu apareció por su costado.

       — ¡Aja! —exclamó en voz baja—. ¿Celoso, eh?.

       El chico se ruborizó al instante.

       — ¿Qué estás diciendo, Poppu? —le inquirió medio molesto, medio apenado.

       — Vamos, no puedes ocultar tus celos —insistió Poppu divertido con la reacción de su amigo—. Yo que tú... .

       — Yo que tú iba para afuera a convocar las nubes —le instó Eclipse interviniendo en la plática de pronto—. ¿Qué rayos crees que haces?.

       Poppu frunció el entrecejo con cierto fastidio y se dirigió a la escotilla.

       — Ya voy... .

       Dai se volvió hacia Eclipse.

       — No seas tan rudo con Poppu, él sólo... .

       — Sólo estaba perdiendo el tiempo —le interrumpió Eclipse colocando su mano en la cabeza de Dai—. Aunque la verdad lo corrí por algo que me llamó la atención.

       El chico lo miró intrigado.

       — ¿Qué cosa?.

       Eclipse volvió la cabeza hacia atrás para cerciorarse de que nadie lo escuchaba y luego se hinco frente a Dai.

       — ¿A ti te gusta Leona, verdad? —guiñó el ojo.

       Al oír aquella pregunta, el chico no pudo hacer otra cosa que irse de espaldas al suelo.

       Fuera de la nave, Poppu extendió los brazos hacia el cielo con las manos abiertas, cerró los ojos y comenzó a concentrar su energía. Varias nubes negras empezaron a cubrir el cielo lentamente. De pronto, el joven mago abrió los ojos y gritó:

       — ¡Ranalion!

       Krokodin, Apolo y Eimi alzaron la vista conjuntamente para mirar la gran cantidad de nubes que había aparecido. Desde la escotilla de la nave, Hyunkel contemplaba la escena impasible mientras el aire mecía su capa y sus cabellos.

       En la cabina, Lance y Eclipse ya habían tomado sus lugares y estaban realizando los últimos ajustes para despegar. El Celestial observaba minuciosamente todo el exterior a través de la ventana.

       — No tenía idea de que estos chicos pudieran hacer esto —murmuró impresionado.

       Eclipse se giró hacia él.

       — Yo tampoco, pero sí lo que Dai dice es verdad y puede atraer un rayo entonces podremos volver a casa. De lo contrario nos quedaremos aquí para siempre, princesa.

       Lance asintió y enseguida giró su rostro hacia los controles.

       — Ahora sólo falta poner todo listo —bajó una palanca y encendió los motores. El artefacto se elevó en el aire, temblando ligeramente, hasta que se estabilizó a unos metros de altura.

       Una vez cumplido su cometido, Poppu se volvió hacia la nave e intento alcanzar la escotilla abierta con las manos, pero estaba demasiado alto para él.

       — ¡Oye, Hyunkel! ¡Ayúdame!.

       El Caballero Inmortal bajó la mirada y se inclinó para ayudarlo a subir. Una vez que Poppu estuvo dentro, la escotilla se cerró tras él.

       — Espero que tengan suerte —masculló Eimi mientras sus pensamientos volaban hacia su hermana y la princesa—, dioses protéjanlos.

       Apolo colocó una mano en su hombro en señal de apoyo.

       — Descuida, recuerda que Dai está con ellos.

       La joven Sabia asintió con la cabeza.

       Dentro de la nave, Eclipse tomó los controles y se dispuso a despegar.

       — ¡Aquí vamos!.

       El Espía Estelar tiró de los mandos para elevarla, pero la nave no respondió de la forma que él esperaba. Se desplazó hacia atrás, como un rayo, cruzando el campo y obligando a Krokodin, Apolo y Eimi a tirarse al suelo. La nave continuó su camino hasta golpear un frondoso árbol y partirlo en dos por la mitad.

       Poppu, que acababa de sufrir algo parecido a un infarto imaginario, se había quedado sin aliento como todos los demás.

       — ¡¿Qué rayos fue eso?!.

       En la cabina, Lance se volvió furioso contra Eclipse y le lanzó una mirada asesina.

       — ¿Qué crees que haces, idiota? —gruñó.

       El espía se encogió de hombros y sonrió apenado.

       — Olvide que la tenía en reversa, hagámoslo de nuevo —dio un fuerte empujón a los mandos y esta vez la nave salió disparada hacia el cielo—. Como si no le hubiera sucedido a usted antes.

       Desde el suelo, Krokodin y los Sabios miraron al pequeño platillo alejarse velozmente. En ese momento, Eimi y Apolo rezaron para que todos regresaran con bien y que tuvieran éxito.

       — Que tengan buena suerte, amigos —susurró el Rey de las Fieras.

       Poco después del despegue, el platillo comenzó a dar vueltas en forma de espiral. Se enderezaron e inmediatamente volvieron a girar haciendo rizos en las nubes.

       — ¡Uuuuuaaaa! —gritó Poppu, gorgoteando y gimiendo al mismo tiempo—. ¿Qué sucede?.

       Leona, por su lado, alzó los brazos y dio un grito de júbilo.

       — ¡Yuuujú!.

       Lance, que permanecía pegado a su asiento, se volvió iracundo hacia su acompañante.

       — ¿Qué rayos haces, tonto?.

       — Todo está bien —le aseguró Eclipse—. Únicamente me estoy luciendo frente a estos novatos.

       El Celestial lo fulminó con la mirada.

       — Déjate de payasadas, bodoque —hizo una pausa y se volvió por encima del hombro para mirar a Dai, quien estaba balanceándose de un lado a otros intentando no caer. Poppu, por su parte, estaba sujeto de una de las piernas de Hyunkel y se resistía a soltarse—. ¡Dai, prepárate para atraer el rayo!.

       El chico se sujetó a una de las paredes, asintió con la cabeza y enseguida levantó un dedo índice hacia el techo.

       — ¡Rayden!.

       Un poderoso rayo eléctrico emergió de unas de las nubes oscuras que los rodeaban y se impactó en el casco del platillo, produciendo una violenta sacudida. Eclipse luchó contra la tentación de disminuir la velocidad, sabía que debía ir todavía más rápido. No lo pensó dos veces, llevó la mano a la palanca de velocidad y tiró de ella con fuerza.

       — ¡Vamos a morir! —gritó Poppu, aterrado.

       En un momento determinado, el Espía Estelar activó los controles dimensionales y acto seguido, un pequeño agujero luminoso se formó delante de ellos. Al verlo, Eclipse tiró de los mandos llevando la nave directamente hacia el punto de luz. Justo cuando la nave entró por el orificio, presionó otro botón para encender las emisoras. Una especie de música que nadie había oído antes comenzó a escucharse por toda la nave mientras ésta se bamboleaba de un lado a otro.

       — Tú y yo ale, ale, ale... —canturreó Eclipse alegremente, siguiendo la letra de la canción.

       Lance hizo una mueca de inconformidad al escuchar aquella extraña música.

       — ¿Qué rayos es eso? —se tapó los oídos—. Suena horrible.

       — ¿Cómo que es eso?. Es Ricardo Martín —le informó—. Un cantante de la Tierra de hace más de cien ciclos estelares terrestres. Fue un éxito en su tiempo, ¿no lo sabías?.

        

        

       Mientras dos destructores Endorianos se aproximaban peligrosamente a la flota de naves aliadas y los cazas de ambos bandos estallaban aquí y allá, un transporte imperial abandonó la nave principal y se dirigió velozmente hacia Noat.

       — Una vez que lleguemos a nuestro destino, yo me encargaré de matar a las basuras Celestiales —declaró Sepultura con desdén—. No quiero que nadie se meta.

       José miró al Khan de la Muerte con indiferencia.

       "Maldito engreído", pensó. "Sólo porqué sirves a N´astarith no te doy una patada en el trasero".

       Sepultura se volvió hacia el emperador de Endoria inmediatamente.

       — ¿Así que te parezco un engreído?.

       — Yo no dije nada de eso —masculló José apenas conteniendo su sorpresa—. No sé de que rayos me estás hablando, Sepultura.

       Lilith rió levemente.

       — No seas mentiroso, yo también te escuche.

       El emperador fingió demencia y apartó su mirada hacia una ventana.

       — Están locos, no he abierto la boca para nada.

       Sepultura se acercó unos pasos.

       — Pero lo pensaste, ¿no es así?. Nosotros los de Abbadón hemos desarrollado niveles de comunicación más avanzados que el sólo hecho de hablar con palabras.

       — Telepatía —murmuró José lentamente mientras Sepultura caminaba en torno a él,—. Maldito, esa es una clara invasión a la privacidad.

       — ¿Privacidad? —repitió el Khan sarcásticamente—. Ah, sí. Olvidaba que eras un terrícola. Es una pena que tu raza no haya superado los niveles básicos de comunicación. De donde venimos todos dominamos la telepatía y es por eso que podemos leer la mente de nuestros aliados... y evitar que lean nuestros pensamientos.

       José bajó la cabeza y rió divertido.

       — Vaya, de manera que puedes leer la mente, eso no lo sabía —alzó la cabeza—. Pero no olvides con quien tratas, basura. Soy el emperador de Endoria y no puedes venir y amenazarme.

       — ¿Y qué harás al respecto, oh emperador? —inquirió Sepultura.

       — El gran N´astarith pactó un acuerdo de unidad entre los imperios de la galaxia. Mi autoridad está debajo de la de él, pero está por encima de la tuya, estúpido.

       Está vez fue Sepultura quien rió.

       — Es verdad, oh emperador, lo lamento, pero no puedo evitar leer la mente. Le pido que tenga cuidado con lo que piensa.

       José le lanzó una mirada asesina.

       — Jesús y algunos sujetos de otras razas también pueden leer la mente, ¿lo sabías?. No me sorprendes.

       — Vaya —exclamó el Khan divertido—. ¿Sabe lo que es el Aureus, emperador?.

       — Ahora hablarás de leyendas, ¿no? —dijo a manera de burla, pero interiormente recordó las palabras de N´astarith acerca del Aureus.

       Sepultura dejó de caminar y se colocó frente a José Zeiva mirándolo fijamente.

       — Es algo que seres como usted, jamás podrán poseer. Piensa que porque ha alcanzado a dominar el aura ya conoce lo que es el poder. Pero eso es sólo el principio, tenga cuidado con lo que dice. Existen cosas que se mueven más rápido que la luz.

       José frunció el entrecejo sin entender ni una palabra, iba a decir algo, pero Sepultura se alejó dándole la espalda. Completamente intrigado por las palabras del Khan bajó la mirada para sumergirse en sus pensamientos. Era extraño, pero en ese momento experimentó una leve sensación de temor.

        

        

       En la base aliada de Noat, los técnicos, oficiales y soldados estaban terminando de cargar lo que quedaba de utilidad en los transportes mientras algunos civiles disfrutaban del campo y de un enorme lago que estaba frente al complejo militar.

       Como las comunicaciones estaban interferidas debido al ataque, a nadie se le había ocurrido pensar que una feroz batalla se estaba desarrollando en el espacio.

       Asiont y Astrea habían decidido alejarse un poco para explorar, pero como se dieron cuenta de que caminando no iban a alcanzar a cubrir mucho terreno, ambos decidieron ir volando hasta una montaña cercana.

       Cuando al final descendieron, Astrea se maravilló de la hermosa vista que tenía la oportunidad de contemplar.

       — ¡Esto es maravilloso! —exclamó emocionada—. Que hermoso.

       — Es verdad —convino Asiont—. Es curioso, pero a pesar de que Noat fue anteriormente una base militar no presenta menoscabos en sus recursos naturales.

       La chica sonrió y se volvió hacia él.

       — Deja de hablar así, parece que estoy en una clase de ciencia.

       Asiont sonrió y se llevó una mano a la nuca.

       — Es verdad, discúlpame.

       La chica se dio la vuelta y se acercó unos pasos.

       — Lo que me interesa saber es que has pensado acerca de nuestro futuro. ¿Crees que podremos vivir tranquilamente a pesar de Cadmio?.

       — Él lo entenderá, en el fondo es un buen sujeto.

       Astrea se sentó en el suelo.

       — ¿Has pensado en retomar el entrenamiento?.

       El joven la imitó y sujeto una pajilla con los dientes.

       — ¿Estás loca, Astrea? Aristeo fue bastante claro... no puedo volver.

       — Pero tú puedes ser un gran Celestial. Estoy segura de que sí vuelves y le explicas todo, él te entenderá.

       — Ojalá fuera así de simple —respondió Asiont—. Pero no creo que lo entienda. ¿Es tan difícil comprender que no podía soportar saber que miles de personas sufrían mientras nosotros nos escondíamos?.

       La chica sonrió y bajó la cabeza.

       — La manera en que se lo planteaste no fue la más adecuada —dijo con tranquilidad—. Pudiste haberte disciplinado un poco. Sin embargo, aún creo que puedes llegar a ser un gran Caballero, de hecho podrías ser él más fuerte de todos sí te lo propones.

       — Gracias por el voto de confianza —respondió Asiont—. Pero a pesar de eso se necesita más que buenos deseos para ser un Caballero. Lo que no acabo de entender es porque ninguno de los Celestiales que recuerdo dominaba el Aureus.

       — Según tengo entendido, el simple hecho de convertirse en Celestial no es garantía para aprender a usarlo y sin una adecuada preparación es imposible controlar ese poder —explicó la chica—. Recuerda lo que sucedió con Azarus.

       — Azarus —repitió Asiont en tono pensativo—. ¿Haz pensado alguna vez en él desde lo que paso en Adur?.

       La chica negó con la cabeza.

       — Trato de no hacerlo. Todavía me da miedo el recordar sus palabras cuando lo sentenciaron al exilio eterno.

       Asiont dejó caer su cabeza hacia atrás, y miró el cielo detenidamente.

       — Sí, yo lo veía como un hermano mayor, me decepcionó bastante su traición y todavía no puedo entender como un Caballero tan fuerte y noble como él pudo caer tan bajo. Era muy fuerte —en ese momento giró su cabeza hacia donde estaba Astrea. Al verla ahí, sentada frente a él con las montañas a su espalda, le pareció la mujer más hermosa que jamás había visto—. Sé que tú también te has vuelto muy fuerte.

       — Si —respondió la chica tímidamente—, he entrenado duramente durante los últimos años, pero la verdad es que no me considero tan fuerte como tu piensa.

       — ¡Vamos! —rió Asiont—. No mientas, incluso debes ser más fuerte que yo.

       — Es en serio —respondió la chica—. Realmente no soy tan fuerte, creo que eres un exagerado.

       — Y yo pienso que tú... eres el ángel más hermoso que jamás haya pisado la tierra.

       El rostro de Astrea se sonrojó ligeramente y sonrió dulcemente. Aquel comentario la había tomado por sorpresa.

       De pronto y sin que hubiera palabras de por medio, ambos jóvenes se acercaron uno al otro lentamente sin darse cuenta. Envueltos en un hálito de dulzura y amor sus labios se unieron en un beso suave, pero apasionado, cargado tanto de sensualidad como de espiritualidad. Un beso que sin duda marcaba de forma definitiva un amor verdadero.

       Se alejó lentamente, un color rojizo iluminaba sus mejillas. De pronto sus ojos se abrieron enormemente.

       — Asiont, siento varias presencias malignas —ladeó el rostro.

       El joven Ben-Al frunció el entrecejo y llevó sus ojos al cielo en la misma dirección que Astrea.

       — Es verdad, yo también lo siento... son cuatro y vienen acercándose rápidamente.

       Astrea se puso de pie rápidamente y Asiont no tardó en hacer lo mismo.

       — Una de las auras malignas que se acerca es muy poderosa.

       — Sí —convino Asiont mientras escudriñaba el cielo con la mirada—. Esta aura sólo puede pertenecer a un... Khan.

       Aquella palabra resonó en la mente de Astrea por unos segundos. La chica se volvió apresuradamente hacia su amigo.

       — Escucha: sí salimos de esta, quiero que me prometas que volverás a Caelum al Santuario de los Caballeros Celestiales para entrenar de nuevo. Debes terminar el adiestramiento para que puedas cumplir con tu destino.

       — ¿Volver? —Asiont enarcó una ceja—. Pero sí ya te dije que el maestro Aristeo... .

       No pudo terminar la frase. La sólida mirada de Astrea se lo impidió.

       — Promételo.

       — Te lo prometo, Astrea, te lo prometo con el corazón en la mano.

       La chica sonrió y repuso:

       — Hay algo que no sabes sobre tu pasado, algo que es de suma importancia que conozcas.

       El joven Ben-Al la miró contrariado. ¿Qué era lo que ella  trataba de decirle?.

       — ¿Mi pasado? ¿Qué sabes tú sobre mi pasado? ¿Sabes algo de mis padres?.

       — Se me pidió que no te lo dijera, pero dadas las circunstancias, es mejor que lo sepas. Asiont, aunque no lo creas tú estás preparado para conocer el Aureus mejor que alguno de nosotros y... .

       De pronto, el zumbido de numerosas naves de combate que se acercaban resonó en todo el lugar. Al instante, varios seres semejantes a los pájaros de la Tierra revolotearon por los cielos.

       — ¡Ahí vienen! —gritó Astrea, anunciando la llegada de varias naves de combate y un transporte imperial—. ¿Qué sucedió con la reina Andrea y la flota?.

       Las naves estelares del imperio Endoriano se disgregaron en diferentes situaciones para iniciar el ataque sobre los transportes aliados que aún no terminaban de alistarse en las pistas de la base.

       — ¡Debemos ayudarlos! —exclamó Asiont decidido a lanzarse por los aires, pero antes de que pudiera hacerlo, la voz de Astrea lo detuvo.

       — Creo que no podremos ayudarlos —musitó preocupada.

       — ¿Cómo?.

       Pero no fue necesario una explicación, tan pronto como alzó el rostro hacia el lugar que Astrea estaba mirando, Asiont se dio cuenta de lo que se les venía encima. Cuatro figuras rodeadas por energía aúrica acababan de salir de una de las naves atacantes y volaban directamente hacia ellos. Sin duda se trataba de los dueños de aquellas presencias malignas que habían percibido instantes antes.

       — ¡Demonios! —exclamó Asiont, lanzando una rápida mirada a la base aliada por encima del hombro—. No podremos ayudarlos.

       Sepultura, Lilith, Sigma y José descendieron uno tras otro delante de los jóvenes Celestiales. Un viento frío se dejó sentir levemente agitando los cabellos y capas de todos. Ruidos de explosiones se escucharon a lo lejos, las naves imperiales habían empezado a bombardear la base aliada.

       — Vaya, vaya, vaya —murmuró José—. ¿Así que ustedes son los tan mentados Caballeros Celestiales que venimos a buscar?.

       Astrea le lanzó una mirada feroz y dio un paso atrás.

       — José Zeiva... no creía que tuvieras el valor suficiente para pelear por tu propia cuenta —la voz de Astrea sonaba controlada—, ¿dónde está tu cómplice?.

       — Sí te refieres a Jesús Ferrer, él no está aquí, pero no es necesario —alzó una mano y cerró el puño—. Nosotros nos encargaremos de hacerlo trizas.

       Asiont frunció el entrecejo y llevó su mirada al pequeño grupo de guerreros que acompañaban al emperador Endoriano. Sus auras eran malignas y poderosas, especialmente aquellas que pertenecían a los guerreros que portaban capas negras.

       — Ustedes son Khans —dijo lentamente para luego posar sus ojos en Sigma—. Y tú eres un Espía Estelar.

       Sepultura sonrió levemente, luego se cruzó de brazos y finalmente asintió con la cabeza.

       — Estás en lo correcto, escoria —replicó con desdén—. Yo soy Sepultura, el Khan de la Muerte y uno de los guerreros más poderosos al servicio del emperador.

       — Y yo soy Lilith —declaró la acompañante de Sepultura, agitando su capa negra—. La Khan del escorpión Selket.

       Astrea levantó ambas mano adoptando una especie de guardia.

       — Vaya, pues ya que estamos en presentaciones, les diré que yo soy Astrea.

       Sepultura la miró escudriñándola detenidamente.

       — Sí, puedo darme cuenta de que tú eres la más fuerte —masculló con una sonrisa malévola en sus labios—. Tú amigo es una insignificante basura.

       Asiont se llevó una mano a la espalda y discretamente extrajo un par de shurikens de su cinturón.

       — Ustedes de basuras no nos bajan —murmuró con renovada determinación—. Cometes un grave error al menospreciarnos.

       José soltó una carcajada.

       — ¡Ja, Ja, Ja! Pero que divertido eres, gusano —se burló a gritos—. Todos ustedes son los culpables del caos que vive la galaxia. Sí nos dejaran gobernar a nuestras anchas, todos viviríamos en completo orden.

       — ¡Estás loco! —exclamó Astrea visiblemente enfadada—. Tú y tu amigo Jesús Ferrer son los principales responsables de esto... .

       — ¡Basta de tonterías! —le interrumpió el Khan de la Muerte ásperamente—. A mí no me importa quien tiene la culpa de sus problemas —hizo una pausa y liberó el poder de su aura, arrojando intensas ráfagas de aire en distintas direcciones—. Acabar con un par de mocosos como ustedes será relativamente fácil.

       Lilith sonrió con complicidad y desplegó su aura de igual modo.

       José Zeiva se protegió el rostro del viento que lanzaba las energías de los Khans. No podía creer que Sepultura y Lilith tuvieran semejante poder. De hecho, aquellas auras eran las más poderosas que había sentido en toda su vida.

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