CAPITULO XII

"TE AMARÉ POR SIEMPRE... ."

 

       Con las miradas puestas en el horizonte, Haruka Tenou y Michiru Kaiou observaban como el sol de la tarde se desvanecía en un hermoso ocaso que coronaba la inmensidad del océano. Un suave viento meció los cabellos de ambas chicas mientras éstas escuchaban atentamente el continuo oleaje del mar desde la playa sin decir una sola palabra.

       — ¿De modo que tus pesadillas han continuado por varios días? —preguntó Haruka sin volver la mirada hacia su compañera que aguardaba junto a ella.

       Michiru bajó la cabeza y asintió.

       — Sí, pero aún sigo sin entender qué es lo que todas estas visiones tratan de decirme —murmuró con preocupación—. El otro día pude ver algo en mi espejo, era la visión de una extraña sombra, pero sólo ocurrió por un momento y no pude distinguirla bien.

       Haruka se recargó en el flamante convertible amarillo que estaba estacionado atrás de ellas. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y cerró los ojos.

       — Vaya —exclamó sarcástica—. Tus habilidades ya no son tan buenas como lo eran antes.

       Michiru se volvió hacia su compañera para admirarla de perfil y sonrió de buena gana.

       — ¿De manera que ya no te parezco suficiente?.

       Una leve sonrisa se insinuó en los labios de Haruka, que se giró levemente hacia Michiru para devolverle la mirada con ternura.

       — Estaba bromeando. Sabes que jamás me has decepcionado y menos cuando estamos solas —hizo una pausa y llevó sus ojos de regreso al horizonte, el sol estaba por desaparecer—. Lo que quisiera saber es cuando el nuevo enemigo hará su próximo movimiento.

       Michiru no se atrevió a hacer alguna conjetura y volvió a bajar la mirada mientras el sonido del mar llenaba el silencio que había dejado tras de sí las palabras de Haruka.

        

        

       Distrito Nerima (Residencia Tendo).

       — Mira, lindura, ¿por que no mejor aceptas venir conmigo?. Te aseguro que soy muy difícil de olvidar —dijo Sombrío intentando mostrarse como un seductor, aunque en realidad parecía un completo payaso—. Todas aquellas que han pasado por mis manos jamás me han olvidado, soy increíble.

       La pelirroja hizo un violento ademan con la mano.

       — Ya te dije que soy un hombre, ¿es qué eres tan tonto que no puedes entenderlo?.

       El Khan del Lobo volvió a sonreír divertido de aquellas palabras.

       — Pero que cosas dices, niña.

       De pronto un pequeño chorro de agua caliente cayó sobre la cabeza de la pelirroja empapándola por completo. Sombrío frunció el entrecejo extrañado mientras observaba como Akane vaciaba el contenido de una tetera sobre la chica de cabello rojizo.

       — Así esta mejor —se escuchó decir a Ranma.

       Tras unos segundos, el Khan del Lobo descubrió con sorpresa que aquella escultural chica había desaparecido y en su lugar se encontraba el joven Saotome.

       — ¿Eh? ¿a donde diablos se fue la pelirroja? —inquirió atónito.

       — Yo soy la chica pelirroja —declaró Ranma señalándose con el pulgar con evidente fastidio—. He tenido que vivir con esta maldición desde hace mucho tiempo, cada vez que me cae agua fría me convierto en chica.

       Sombrío abrió la boca y los ojos enormemente sorprendido.

       — ¡¿Qué cosa?! —gritó exaltado—. ¡Eres un... .

       Belcer, por su parte, sonrió burlándose de la suerte de Sombrío. Volvió el rostro hacia Sarah y dijo:

       — Vaya, había visto cosas extrañas en mi vida, pero nada como eso.

       La Khan del Basilisco asintió con la cabeza.

       — Un hombre que se convierte en mujer, pero que asco —murmuró con desprecio.

       El Khan del Lobo se llevó la mano apresuradamente hasta su Escáner visual.

       — Bitácora personal: Al parecer los habitantes de este extraño planeta gustan de costumbres pervertidas tales como convertirse en mujeres. Esto último sugiere que la población sea posiblemente hermafrodita.

       Saotome lo fulminó con la mirada.

       — ¡Oye!, pero ¿qué tonterías estas diciendo? —exclamó de inmediato—. Yo soy tan hombre como tú.

       — Ni que el Amo de las Tinieblas lo permita —replicó Sombrío violentamente—. Yo tengo mis cromosomas bien puestos, en cambio... —sonrió maliciosamente—. Tú eres... un fenómeno.

       El sólo escuchar las palabras despectivas del guerrero imperial le fue suficiente a Ranma para apretar los puños con fuerza y lanzarle una mirada asesina. Había tocado su punto débil. Desde que había tenido la desgracia de sufrir aquella terrible maldición, producto de un viaje al valle de Jusenko en China, el joven Saotome había tenido que soportar mil humillaciones parecidas a costa de su orgullo, y eso era algo que no podía soportar.

       — ¿Cómo te atreves? —murmuró cabizbajo; de pronto alzó el rostro—. Nunca te lo perdonaré, me las pagarás todas juntas.

       Sombrío se cruzo de brazos despreocupadamente.

       — ¿Y qué harás al respecto, afeminado? —le inquirió desafiante—. Tu nivel de poder es insignificante, eres una vulgar cucaracha sí te comparas conmigo.

       — ¡Él no peleará solo! —se escuchó decir a alguien en la copa de un árbol cercano.

       Sarah lanzó una mirada de soslayo a un costado. El joven de pañoleta amarilla que instantes antes había estado preguntando sobre que ruta tomar para llegar al distrito de Nerima aterrizó de un salto en el patio.

       Ranma se volvió hacia el joven de la pañoleta amarilla, reconociéndolo de inmediato.

       — Ryoga —murmuró para sí.

       — ¡Es Ryoga! —exclamó Akane gustosamente—. ¡Ha venido a ayudarnos!.

       El joven de la pañoleta se levantó lentamente y se giró hacia Saotome.

       — Ranma, yo te ayudaré a enfrentarte a estos tipos —declaró con determinación.

       — ¿Qué dices, Ryoga? —le inquirió Saotome con fastidio—. Yo me encargaré de ellos solo.

       Ryoga enarcó una ceja maliciosamente, sonrió levemente y se cruzó de brazos.

       — ¿En serio? —se burló—. Pues hace un momento no me pareció que estuvieras haciendo un buen papel.

       Ajeno a la conversación entre aquellos chicos, Belcer se golpeó una palma con el puño y exclamó:

       — ¡Vaya, más basura ha venido a molestarnos! Creo que es hora de terminar con esto de una vez para luego ir por la gema estelar. Estos idiotas ya me aburrieron con sus necedades.

       Sombrío bajó la cabeza y rió en un susurró apenas audible, volvió el rostro hacia su compañero para mirarlo por encima del hombro y repuso:

       — Belcer, hazte cargo de las demás basuras, pero del afeminado me encargo yo.

       Una sonrisa de placer iluminó el rostro del Khan del Golem.

       — De acuerdo —dijo y luego se volvió hacia la tropa de soldados de asalto que los acompañaban—. Ustedes no se metan en esto, nosotros nos encargaremos de estos imbéciles.

       Belcer caminó unos cuantos pasos. Al ver esto, Ryoga y Ranma suspendieron su discusión y adoptaron distintas poses de combate respectivamente.

       — Dejaremos la plática para después —señaló Saotome—. Lo primero será encargarnos de estos miserables.

       Ryoga lo miró levemente de reojo y asintió de buena gana.

       — Me parece bien.

       Akane observó la escena y al cabo de un momento, exclamó:

       — ¡Ranma, ten cuidado!.

       Ryoga frunció la boca y sintió como una puñalada fría le atravesaba el corazón. Su amada Akane, aquella que le robaba el aliento por las noches, no había dejado de amar a Sotome.

       — Aún me ve como un amigo —murmuró para sí en voz baja.

       La voz de Belcer lo volvió a la realidad.

       — Yo me encargo del pelmazo de pañoleta amarilla —sentenció mientras accionaba su escáner visual—. Sólo tiene unas 167 unidades de nivel de combate —añadió con desprecio una vez que el aparato terminó su función—. Me va a hacer los mandados.

       Genma, Soun y Shampoo llegaron por atrás de Ranma y Ryoga para unirse a la batalla que estaba a punto de empezar.

       — No pelearás solo, hijo —declaró Genma—. Nosotros te ayudaremos, ¿no es verdad, Tendo?.

       — Por supuesto —respondió Soun sin pensarlo—. No dejaremos que estos fanfarrones vengan con sus amenazas y se vayan tan campantes.

       Shampoo por su lado, se aproximó a Sarah para mirarla fijamente.

       — No dejaré que lastimen a mi querido Ranma.

       La Khan del Basilisco soltó una sonora carcajada.

       — ¿Qué estás diciendo, chiquilla tonta?. Tu nivel de ataque es verdaderamente pobre, sencillamente ustedes no saben con quien se meten.

       Sombrío miró a sus contrincantes uno por uno y al cabo de un momento dijo:

       — Esto va a ser muy divertido —hizo una pausa y giró la cabeza hacia Belcer—. Te apuesto diez créditos a que acabo con el afeminado más rápido que tú con el zoquete de la pañoleta.

       El Khan del Golem rió levemente y aceptó.

       — Bien, pero perderás como la última vez.

       Sombrío volvió los ojos hacia Saotome.

       — No lo creo, no sé por qué, pero esa sabandija verdaderamente tiene deseos de combatir conmigo.

       Ranma avanzó un paso para mejorar su posición.

       — Esta vez te derrotaré —declaró dirigiéndose al Khan del Lobo—. La ultima vez me confié, pero ahora no será así —hizo una pausa y dando un fuerte grito se lanzó sobre su enemigo dispuesto a derrotarlo.

       Sombrío, por su parte, sonrió malévolamente y espero pacientemente a que el joven atacará primero.

        

        

       Papunika.

       Lance apartó unos cuantos arbustos más descubriendo la nave espacial a la vista de todos. Como era de esperarse, Dai y sus amigos miraron aquel enorme disco metálico con curiosidad y desconfianza.

       — ¿De verdad está cosa puede volar por los aires? —preguntó Poppu, volviéndose hacia Eclipse—. No le veo las alas por ninguna parte.

       Eclipse retiró otro arbusto y respondió con cierto enfado:

       — Claro que puede volar y sí ustedes pueden atraer ese rayo que necesitamos, entoces podremos volver a nuestro mundo.

       Dai, mientras tanto, se acercó lentamente y extendió una de sus manos para palpar la superficie metálica de aquel extraño artefacto. Estaba frío como el hielo y curiosamente reflejaba su imagen.

       — Oigan, me puedo ver aquí como sí fuera un espejo —observó alegremente.

       — A ver sí es cierto —dijo Poppu, acercándose velozmente por atrás de Dai—. Es verdad, mírenme. —Se sujetó las mejillas y comenzó a hacer distintos gestos mientras se veía divertido.

       Lance se llevó una mano al rostro, experimentando pena ajena.

       — No puede ser —murmuró—. Esos chicos no tienen la menor idea de lo que es la seriedad y.. ¿Eclipse?.

       Justo en ese momento el Celestial cayó en cuenta de que su compañero no estaba en el sitio donde él pensaba. Al buscarlo con la mirada lo encontró al lado de Dai y Poppu haciendo toda clase de gestos faciales.

       — Eso no es nada —afirmó Eclipse mientras sacaba la lengua—. Vean esto.

       Por unos instantes, Lance no supo ni que decir y se quedó de una pieza hasta que el enorme Rey de las Fieras se acercó a él con una pregunta.

       — ¿Como entraremos?. No veo ninguna puerta.

       El Celestial suspiró antes de contestar.

       — Es verdad, abriré la escotilla —alzó un brazo y presionó un botón en su muñeca, enseguida una puerta se abrió en un costado de la nave—. Listo.

       Krokodin miró la entrada de la nave detenidamente y al cabo de un momento se dio cuenta que ésta era muy pequeña para que él.

       — Oigan, ¿y yo cómo entraré?.

       Hasta ese momento Lance reparó en el gran tamaño de Krokodin, era demasiado enorme para entrar por la escotilla y aún si pudiera hacerlo, no había suficiente espacio dentro de la nave para llevarlo con ellos.

       — Eh, me temo que tendrás que quedarte, amigo —alcanzó a murmurar—. No vas a caber ahí dentro.

       — ¿Qué? —preguntó el Rey de las Fieras con sorpresa—. No hablaras en serio.

       Dai dejó de prestarle atención a las caras de Poppu y Eclipse y se volvió hacia Lance.

       — ¿Eh? ¿Acaso Krokodin no vendrá con nosotros? —preguntó.

       — Es demasiado grande —respondió Lance como no queriendo—. Sí tuviéramos una nave más grande lo llevaríamos con nosotros, pero... .

       Dai iba a insistir una vez más en que buscaran alguna manera de llevar a su amigo, pero antes de que pudiera hacerlo, la voz de Krokodin lo obligó a aguardar.

       — Está bien, Dai, tendré que quedarme.

       El chico lo miró desconcertado, negándose a darse por vencido.

       — Pero, Krokodin... .

       El Rey de las fieras colocó una mano en su hombro.

       — Sí todos abandonamos nuestro mundo para ir con ellos ¿quién se quedará para enfrentar al Ejército del Mal?. Mejor vayan ustedes y asegúrense de acabar con ese tal N´astarith.

       — Krokodin tiene razón —convino Leona atrayendo la atención de Lance y Dai—. Alguien debe quedarse —guardó silencio y volvió su rostro para mirar por encima del hombro a los tres Sabios que la acompañaban—. Ustedes también se quedarán.

       Apolo no parecía dispuesto a aceptar eso.

       — Pero, princesa alguien debe protegerla.

       La soberana de Papunika se acercó a Dai para abrazarlo por el cuello.

       — No se preocupen, Dai cuidará muy bien de mí.

       Por un momento el chico no supo que decir ni que hacer salvó ruborizarse.

       — Al menos deje que uno de nosotros vaya con usted —sugirió Eimi—. Mi hermana puede acompañarla.

       Marina avanzó un paso inmediatamente.

       — Es verdad, déjeme ir por favor, princesa.

       Leona lo meditó unos segundos y finalmente asintió.

       — Está bien, de todas formas creo que necesitaremos toda la ayuda posible.

       Hyunkel, quien había permanecido callado desde que habían salido del castillo real, dejó el árbol donde se recargaba y se dirigió hacia Lance.

       — Yo también iré.

       El Celestial hizo un encogimiento de hombros a sabiendas de los inconvenientes de llevar a tantas personas.

       — Me parece bien, iremos algo apretados, pero... .

       Antes de que Lance terminara de hablar, Hyunkel se giró hacia Poppu, quien todavía seguía con los gestos.

       — Poppu, es hora de que realices ese hechizo mágico para convocar nubes de lluvia. Justo como la vez en que pelearon conmigo.

       El mago abandonó las caras y se irguió con orgullo.

       — No te preocupes, Hyunkel, deja todo de mi parte.

        

        

       Tokio-3.

       Varios agentes de Seele se detuvieron ante la puerta de un edificio de ladrillo rojo, grande, pero discreto. No había nombre ni número que identificara aquella puerta.

       — Hemos venido a ver al general Kymura —declaró uno de los agentes mostrando su identificación al mayordomo que salió a recibirlos—. Tenemos que hablar con él de un asunto muy importante.

       El mayordomo les indicó un pasillo largo, apenas iluminado.

       — Vengan por aquí, por favor.

       Los agentes de Seele fueron conducidos hasta una biblioteca adornada lujosamente con paneles de nogal, toques de latón y plata que decoraban una amplia sala.

       — El general se reunirá con ustedes en unos momentos.

       El mayordomo se giró sobre sus talones y abandonó la biblioteca cerrando las puertas tras de sí sin hacer ningún ruido. Uno de los agentes lo vio marchar, tomó asiento y se volvió hacia uno de sus compañeros.

       — ¿Crees que sospechen que venimos a interrogarlos? —preguntó en voz baja.

       — No lo creo, pero aún así, tenemos unidades de apoyo afuera por sí la cosa se pone espinosa. Estos de la división Apocalipsis tienen mucho que explicar.

       Un tercer agente encendió un cigarrillo.

       — ¿Qué es exactamente lo que se le atribuye a Kymura y a su grupo?.

       — Tenemos sospechas de que han estado realizando labores de espionaje —respondió el agente que estaba sentado—. También creemos que están metido en una especie de conspiración.

       El agente del cigarrillo inhaló.

       — Según tengo entendido, los jefes también desconfían de Nerv y especialmente de Gendou —hizo una pausa y consultó su reloj—. Me parece que para este momento ya deben de haber detenido a Fuyutsuki.

       Otro de los agentes asintió sombríamente.

       — Sí, pobres, me da lástima pensar en su futuro.

       Todos los agentes rieron maliciosamente con complicidad.

       En otra habitación, el general Kymura y su lugarteniente, Yamuro Sato, escuchaban atentamente al mayordomo que había recibido a los agentes de Seele.

       — ¿Qué demonios dices? —siseó Kymura iracundo—. ¿Es verdad eso?.

       El mayordomo sostuvo sin inmutarse la mirada que le estaba lanzando el general.

       — Los agentes de Seele lo esperan en la biblioteca, dicen que quieren hablar con usted de un asunto muy importante —hizo una pausa—, también hay varios hombres de Seele apostados en los alrededores del edificio y hace poco se me informó que detuvieron a Fuyutsuki en las propias instalaciones de Nerv.

       Sato, que normalmente se ponía nervioso por cualquier cosa, parecía aterrado.

       — ¡Lo sabía! —exclamó volviéndose hacia el general—. ¡Nos han descubierto! ¡Que me cieguen! ¡La partida se acabo, estamos perdidos! ¡Han venido por nosotros!.

       — ¡No pierdas la calma! —dijo Kymura, tratando de tranquilizarlo—. Estoy seguro de que todavía no tienen nada seguro, de lo contrario no vendrían tranquilamente por nosotros. Lo mejor será contactar a Genghis Khan.

       Le hizo una seña al mayordomo, que se inclinó a manera de respuesta y se fue.

       Cuando el mayordomo se hubo marchado, Kymura hizo venir a Masamaru Ryo, su segundo hombre de confianza, llevó a sus acompañantes a una zona reservada donde no podrían ser vistos ni oídos por nadie, y activó un comunicador holográfico.

       El holograma tardó unos segundos en aparecer. Cuando finalmente lo hizo, una oscura silueta vestida de negro y cubierto por una larga capa cuya capucha protegía su identidad cobró forma dentro de él.

       — ¿Qué ocurre? —preguntó una voz con impaciencia.

       Kymura, que permanecía impasible ante el holograma, se apresuró a responder.

       — Varios agentes de Seele han venido a interrogarnos y recientemente nos enteramos que han detenido a Fuyutsuki en Nerv.

       Como sí fuera incapaz de soportar el silencio que siguió a aquellas palabras, Yamuro Sato se apresuró a irrumpir en él con los ojos desorbitados por la desesperación.

       — ¡El plan ha fracaso, Genghis Khan! ¡No nos atrevemos a desafiar a Seele! ¡Esto se termina ahora!.

       La oscura silueta se volvió unos centímetros hacia él.

       — ¿Me estás diciendo que prefieres desafiarme a mí, Sato? Eso sí que es gracioso —la capucha se inclinó hacia el general nipón—. ¡Kymura!.

       El general dio un rápido paso al frente.

       — ¿Sí, señor mío?.

       La voz de Genghis Khan se volvió lenta y silbante.

       — No quiero volver a ver a esta inmunda alimaña en mi presencia, ¿entendiste?.

       El general Kymura volvió la vista hacia Sato, pero su lugarteniente ya estaba abandonando el reservado con una expresión de terror.

       En cuanto Sato se hubo marchado, Genghis Khan prosiguió.

       — Este es un giro inesperado, desde luego, pero podemos aprovecharlo. Es hora de adelantar nuestros planes, general. Comience con la última parte de nuestro plan.

       Kymura lanzó una rápida mirada a Masamaru, quien hacía todo lo posible por mostrarse tranquilo sin conseguirlo.

       — Señor mío, aún no contamos con los recursos disponibles para... .

       — Yo proveeré de lo necesario. Empieza a movilizar a todos los que están de nuestro lado y elimina a aquellos que sepan algo sobre nosotros.

       — De acuerdo —Kymura hizo una rápida inspiración de aire—, ¿y los agentes de Seele? ¿qué debo decirles?.

       Genghis Khan pareció volverse todavía más oscuro dentro de su túnica, y su rostro descendió hacia las sombras.

       — El presidente Keel no debió haber complicado más las cosas. Mátalos enseguida.

       — Sí, señor mío —repuso Kymura.

       En cuanto el holograma hubo desaparecido, el general Kymura se volvió hacia Masamaru para darle instrucciones.

       — Avisa a nuestros hombres que se encarguen de eliminar a los agentes de Seele que están en la biblioteca, nosotros huiremos por el acceso secreto.

       Masamaru asintió con la cabeza.

       — ¿Qué hay sobre Kaji-kun? —preguntó inseguro—. Él sabe de nosotros, quizás yo podría hablar con él y... .

       — Ya escuchaste a Genghis Khan —le interrumpió Kymura ásperamente—, hazte cargo de él.

        

        

       Un nuevo contingente de naves abandonó el grupo de cruceros estelares que flotaban sobre Noat. En su interior iban algunos técnicos y decenas de civiles que había recibido autorización de la reina y los capitanes de la flota para descender unos momentos en el planeta.

       De frente a un ventanal que permitía contemplar el oscuro vacío del espacio, Astrea reflexionaba en el curso que había tomado su vida desde que había abandonado Endoria cuando José Zeiva y Jesús Ferrer se proclamaron emperadores. Sus padres habían sido unas víctimas más de la desastrosa guerra civil que sacudía su mundo y desde entonces, los Celestiales se habían convertido en su única familia. Por lo mismo todo conflicto entre ellos lo veía como un pleito familiar.

       Le dolía que Cadmio no pudiera aceptar las cosa de otro modo y se empeñara en mantener aquella postura arrogante y orgullosa. Por otro lado, estaba Asiont de quien se había enamorado profundamente. No sabía sí debía aceptar ese sentimiento o rechazarlo por respeto a Cadmio. Una nave cruzó la ventana atrayendo su atención brevemente. Astrea bajó la mirada llevando su mente hacia el pasado para recordar como había comenzado todo.

       Antes, cuando el rey Lux de Endoria aún gobernaba y ella era apenas una jovencita, sus padres decidieron comprometerla en matrimonio con el hijo mayor de Kadmont, uno de los Caballeros Celestiales más reconocidos en toda la Alianza por su valor y lealtad. Aquel joven de catorce años con quien supuestamente compartiría el resto de sus días era nada menos que Cadmio, pero aunque desde el primer momento sintió ella una gran admiración y cariño por aquel joven, jamás pudo llegar a amarlo verdaderamente. No obstante, Cadmio nunca se dio por vencido y estaba convencido de que algún día ganaría el amor de la bella Astrea.

       Cuando la guerra civil estalló y muchos tuvieron que huir de Endoria para salvarse Astrea fue llevada con otros jóvenes de varios planetas al Santuario de los Celestiales para convertirse en una Caballera. Entre aquel pequeño grupo de muchachos y muchachas refugiados se encontraban Casiopea, hija del rey Eolo del planeta Francus; Saulo, el desaparecido hijo del rey Lux de Endoria; Lance, y por supuesto Asiont y Cadmio.

       Desde un principio, Cadmio y Asiont no se llevaron bien, aunque siempre procuraban dejar sus rencillas personales de lado cuando entrenaban o realizaban misiones en conjunto. Completamente contrarios en pensamiento, Asiont sostenía que era una cobardía permanecer ocultos en aquel Santuario mientras la galaxia se sacudía en medio de guerras estelares. Cadmio por el contrario, argumentaba que debían permanecer escondidos esperando el momento oportuno para tomar la ofensiva. Muchos aspirantes no lograron soportar los entrenamientos y fueron abandonando el Santuario.

       El maestro Aristeo, último líder de la orden; Kadmont, padre de Cadmio y Lance, y un tercero llamado Llaga, a quien nadie conocía de vista, eran los últimos Caballeros que quedaban con vida. Sin embargo, todos eran demasiado viejos como para hacer algo para salvar a la galaxia del caos que sobrevino después de las guerras estelares. Su ultimo recurso consistía en hacer de todos aquellos jóvenes verdaderos Caballeros. Para evitar cualquier peligro, se espació el rumor de que la orden estaba muerta y que los Celestiales habían desaparecido de la faz de la galaxia.

       Durante los años en que Aristeo y Kadmont estuvieron entrenando a aquellos chicos para convertirlos en auténticos guerreros, los informes de las guerras llegaron uno tras otro hasta el Santuario secreto. Esto último, aunado al hecho de que Endoria vivía dominada por un par de tiranos emperadores, orilló a Asiont a tomar una decisión determinante.

       Advertido por el maestro Aristeo de que sí se marchaba jamás podría volver a ser aceptado dentro de la orden, Asiont abandonó el Santuario en compañía de Lance para volver a Endoria a apoyar a los incipientes movimientos insurgentes que querían derrocar a José Zeiva. Al poco tiempo, Kadmont murió y Astrea finalmente decidió ir a buscar a sus amigos para ayudarlos en la lucha. Cadmio trató de impedirlo argumentando que Asiont era un cobarde y que no merecía ser un Celestial, pero de nada le valió.

       En ese momento, la chica se dio cuenta de sus sentimientos por el joven Ben-Al y a pesar de las protestas de su prometido, decidió romper el compromiso y volver a Endoria a ayudar a la rebelión, que para esos momentos se había convertido en un movimiento a escala galáctica en contra de todos los imperios reinantes.

       Algunos años después, Saulo, Casiopea y Cadmio también abandonaron el Santuario y se integraron a la rebelión, que entonces ya era conocida como la nueva Alianza Estelar. Sin embargo, Cadmio jamás le perdonó a Asiont el hecho de haber apartado a Astrea de su lado.

       — ¿Ahora la preocupada eres tú, verdad? —escuchó decir a una voz a sus espaldas.

       Astrea se volvió hacia su amigo y esbozó una sonrisa.

       — Asiont... me da gusto verte, estaba pensando en el pasado.

       El joven Ben-Al fue a reunirse con ella frente a la ventana. El transporte ya estaba entrando en la atmósfera de Noat por lo que disminuyó su velocidad.

       — ¿Hablaste con Cadmio, verdad?.

       La chica sonrió tristemente.

       — Sí. Según tengo entendido partió hace unos momentos en dirección al sistema Rizus —explicó con una voz que reflejaba cierta inseguridad—. Cree que desde ahí podrá hacer contacto con el alto mando aliado.

       Asiont la miró detenidamente.

       — Vamos, cuéntame que sucedió.

       — Es sólo que me preocupa que tú y Cadmio no puedan llevarse bien —hizo pausa un momento y continuó—. Desde que mis padres murieron y fuimos llevados a Caelum, ustedes se convirtieron en mi familia. No me gusta ver que pelees con él.

       Asiont le dedicó una sonrisa y colocó las manos sobre sus hombros. Astrea no se atrevió a levantar la mirada.

       — Vamos, no te angusties. Cadmio es orgulloso, pero en el fondo sabe que está equivocado —llevó una de sus manos a la barbilla de Astrea—. Quita esa cara, por favor.

       La chica levantó la mirada y sonrió tiernamente provocando que el ritmo cardiaco de Asiont se acelerara.

       — Gracias, en verdad necesitaba de esas palabras.

       — Y yo necesitaba verte... han pasado muchas cosas y creo que finalmente debo confesarte que... —Asiont no sabía como continuar, tragó saliva e hizo otro intento—. Es difícil, pero creo que me he enamorado de ti. De hecho, creo que te amaré por siempre... .

       Ambos se miraron uno segundos sin hablar.

       — Pensé que nunca lo dirías —dijo ella rompiendo el silencio.

       Él asintió. No podía hablar.

       — Eres algo lento, Asiont, ¿lo sabías?.

       Se le aclaró la garganta.

       — Sí, algo lento —dijo al fin—. Pero creo que eres el ángel más hermoso que jamás he visto. Alguien me dijo que no debía perder el tiempo... me gustaría vivir el resto de mi vida a tu lado para siempre.

       Astrea lo miró unos instantes con la boca entre abierta.

       — ¿De verdad hablas en serio?.

       — Sí, estoy seguro de lo que digo.

       — Pues acepto, desde que te conocí me llamaste la atención y poco a poco me fui enamorando de ti. Eres especial.

       Asiont sonrió ligeramente. Tuvo deseos de abrazarla, besarla, acariciarla, pero se contuvo. La tomó de la mano y la miró fijamente.

       En tanto, mientras los transportes terminaban su descenso en Noat, la reina Andrea esperaba pacientemente a que el plazo de dos megaciclos otorgado a Cadmio para hacer contacto con el alto mando concluyera. Las refacciones, provisiones y combustible obtenidos de la base secreta ya habían sido cargados y sólo faltaban unos cuantos ajustes más para iniciar el traslado a un lugar más seguro.

       Andrea estaba por retirarse del puente para descansar un poco cuando de pronto la voz del primero oficial del Artemisa, el teniente River, la detuvo.

       — Majestad, hemos detectando una especie de punto de salto dimensional.

       Andrea frunció el entrecejo contrariada y se aproximó hacia el oficial.

       — ¿Qué sucede?.

       Pero antes de que River pudiera responderle, una abertura dimensional se formó delante del grupo de naves aliadas. Del interior de aquel enorme túnel luminoso, surgieron rápidamente siete destructores Endorianos y cientos de naves caza de combates.

       La reina de Lerasi se quedó estupefacta al igual que el resto de oficiales y técnicos del puente de mando. De pronto, una voz desde el centro de comunicaciones, rompió aquel silencio provocado por la aparición de los destructores enemigos.

       — Su alteza, estoy recibiendo una señal —el técnico presionó unos cuantos botones y enseguida una transmisión proveniente de la flota imperial se dejó escuchar por las emisoras—. Habla el almirante Jasanth de la flota de destructores imperiales. Atención Artemisa, Juris Arius y demás naves renegadas, se les ordena rendirse y prepararse para ser abordados.

       Todos estaban sorprendidos por no decir aterrados. Por unos segundos Andrea y sus acompañantes tuvieron la misma pregunta en mente: ¿Cómo diablos los habían encontrado tan rápido?. Sin embargo, lo precario de la situación no daba tiempo para perderlo haciendo especulaciones. Andrea lanzó una rápida mirada al capitán del Artemisa, quien estaba paralizado sin saber que hacer.

       — Activen el comunicador —ordenó la reina—. Quiero hablarles.

       El técnico acató el mandato de inmediato y llevó su mano a otro botón.

       — Soy la reina Andrea del planeta Lerasi. Usted está acatando una orden ilegal en clara violación de la constitución Endoriana... ¡Vamos, capitán! ¡Usted sabe que está obedeciendo a un usurpador!.

        

        

       En el puente de mando de la nave imperial, José estalló en una sonora carcajada sin poder creer en su suerte. Sepultura y Lilith se miraron entre sí, pero ninguno dijo nada.

       — ¡No puedo creerlo! —exclamó riendo—. Mi hermana está en una de esas naves.

       Sigma se giró hacia él.

       — ¿Andrea Zeiva? ¿La reina de Lerasi?.

       El emperador Endoriano se volvió hacia él y asintió.

       — Sí, es una agradable noticia, ha llegado la hora de ajustarle las cuentas a esa traidora.

       Totalmente ajeno a las palabras del emperador de Endoria, Sepultura llevó su mirada hacia el ventanal del puente que mostraba la esfera esmeralda resplandeciente de Noat más allá de las naves aliadas.

       — Percibo dos presencias en el planeta. Una es... .

       — Una tiene un nivel de 21,899 unidades —dijo Lilith terminado la frase por él—. La otra apenas un nivel de 7,655 unidades... Sin duda debe tratarse de los Celestiales que venimos a buscar.

       El Khan de la Muerte se volvió para mirarla fríamente dándole a entender su desprecio.

       — No necesito del escáner para darme cuenta que el poder de esos Celestiales es asquerosamente insignificante.

       Entretanto, José Zeiva ya había terminado de reír, así que se giró hacia el capitán Jasanth.

       — Capitán, inicie una comunicación con la nave de mi hermana... quiero ver su rostro.

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