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Allí se habló de negros, pobres, socialistas y opositores: Reportando la última batalla de ideas en la Universidad de Estocolmo.
Una mala racha -que no es la primera, ni será la última- se abate en los últimos meses sobre el castrismo sueco, encarnado en la figura de Eva Björklund. Cuando no son los panelistas de la televisión, son los voceros de Amnistía internacional quienes le propinan una buena tunda de argumentos a la compañera. Lo cierto es que los golpes llueven de todas partes. Son tantos que apenas nos da tiempo de reseñarlos. Tal es así, que hemos estado a punto de pasar por alto uno de los primeros embates de esta terrible "temporada", el que sufrió la susodicha Björklund a manos de amigos y compatriotas en la Universidad de Estocolmo en la noche del pasado 16 de diciembre, en una actividad convocada por la sociedad que esta señora fundara hace casi cuarenta años, la llamada Sueco Cubana (SC).
No sabía yo aquel día cuántos coterráneos y aliados de su causa acudirían al llamado que hicimos desde las páginas de Cuba Nuestra, con el fin de participar en lo que, a tono con la retórica de La Habana, definiremos como "batalla de ideas"; es decir, de representar con argumentos firmes y sinceros al pueblo de Cuba en la "charla" propagandística, organizada una vez más por la SS-C en locales de la Universidad de Estocolmo. Me constaba que algunos de nuestros activistas más destacados no estarían presentes esa noche por razones de trabajo; es natural, cuando se labora sin más remuneración que el amor a la causa. En ocasiones, es necesario garantizar el pan primero, para continuar después en la lucha, una lucha que se mantiene por nuestra constancia de casi una década, siguiendo una estrategia de relevo, respaldo mutuo, de acoso "guerrillero" a las huestes del castrismo en Suecia, por años entrenadas y respaldadas con la mejor logística con la que una empresa propagandística pudiera necesitar.
Así pues, la noche del acontecimiento me dirigí a la Universidad con una idea no muy optimista que digamos sobre el tamaño de la "tropa" con las que contaríamos para encarar a los inflamables e inevitables "malencarados" que usa la dictadura por estos lados, los mismos que pocos días antes habían intentado boicotear una actividad de Amnistía Internacional en la que se había hecho gran hincapié sobre la situación de Cuba. Seguramente estarían de nuevo presente como fuerza de choque, pensé, azuzados sobre todo por el llamado de Cuba Nuestra. Contaba, eso sí, con la presencia de nuestro amigo Emilio, dos parientes suyos y de Mae, en total cuatro personas confirmadas. ¿Bastarían para hacer la independencia de Cuba? Tal vez, todo es posible cuando se tiene la razón, y ella estaba de nuestra parte.
Por el camino, cuando atravesaba exactamente el sitio de la estación central conocido por los latinoamericanos como "el cenicero", me topé por casualidad con otro amigo: Roberto Sotolongo, a quien, pese a un compromiso que tenía para esa noche, le recluté sin gran esfuerzo, sumándose, pues, sin pensarlo dos veces, a la empresa de representar a nuestra patria frente a quienes usurpan su nombre y su bandera.
Cuando llegué a la Universidad, me encontré en la estación con Emilio. Éramos cuatro personas en total. Acercándonos al edificio, descubrí cuatro activistas de la juventud liberal sueca, ubicados de dos en dos, en las entradas del mismo. Repartían proclamas contra lo que llamaban "los perros falderos del castrismo". La demostración de los liberales es algo justo y al mismo tiempo efectivo políticamente: destaca a su organización ante la sociedad sueca, al tiempo que muestra su compromiso público con la causa cubana. No hay pecado en ello. ¿Acaso los comunistas no se valen de las manifestaciones antinazis para lucir sus polvorientas banderas rojas (al punto que muchos enemigos del racismo no participan en estas para no ser tomados por marxistas leninistas)? Pues bienvenidos sean los liberales en una acción que, a la vez que recuerda a la sociedad sueca el sufrimiento de Cuba, les glorifica.
Bueno, hasta el momento la cosa no pintaba tan mal. Reconocí el local. Parece que usualmente es utilizado por la Juventud de Izquierda (neocomunistas). Hará unos dos años que pude ver en él, auspiciado por los estudiantes de ese partido, la película "Tierra y Libertad" de Ken Loach, una auténtica denuncia de los crímenes del stalinismo contra la izquierda durante la guerra civil española.
El lugar es agradable, tiene un bar y estaba concurrido por gente joven. Había colgada una bandera cubana y dos lienzos; uno en la pared de la entrada con un eslogan contra el embargo y otro en un costado con las caras de los cinco espías de Fidel Castro condenados por las autoridades de Estados Unidos, demandando libertad para estos "patriotas". Frente, tenían una mesa con amplia propaganda de la Sueco Cubana, custodiada por algunos acólitos de la organización.
Pero allí se encontraba también gente de nuestro lado. Mae Orrego, quien había sido la responsable de la aparición de los jóvenes liberales y algunas amigas suyas. Además vi al entusiasta y deportivo Joaquín Pedroso y a Eniel Bosch, aguerrido activista del exilio cubano en Suecia, a quien, tanto por su parecido físico y moral con el titán de bronce, suelo denominar "nuestro Maceo". También estaba mi buen amigo el ingeniero Raúl Machado, atraído quizás no sólo por el debate, sino también por la "salsa" anunciada para después del acto por sus organizadores. ¿El baile: un arma de la dictadura o de la democratización? Ya se vería. Reconocí también a un chico cubano que se había interesado por nuestro activismo a raíz de una actividad de contrapropaganda realizada en la entrada del cine Folkestbio cuando presentaba el documental de Oliver Stone sobre la figura de Fidel Castro.
De pronto, se sentó a mi lado otro compatriota más: Jesús Carvajal, quien ha colaborado con nuestra página de Internet y al que hasta el momento conocía solo "virtualmente". Quizás habrían más simpatizantes entre los asistentes, pero para mí ya era suficiente motivo de orgullo aquella presencia de cubanos jóvenes, hijos rebeldes de la Revolución: blancos y negros, donde por estar representado nuestro pueblo no faltó el símbolo de la mujer encarnada en Mae Orrego.
Sin embargo, lo que para mí era motivo de gozo, constituyó motivo de preocupación para nuestra contraparte castrista. La conferencia estaba planificada para las seis, sin embargo se informó que demoraría una hora más en empezar, algo impensable en una sociedad cronometrada como la sueca. A todas luces, la SS-C estaba dando la alarma y convocaba a una movilización general. Desgraciadamente "muchos fueron los llamados", pero pocos los elegidos. Una hora después no parecía haberse enriquecido mucho (por el sonido los aplausos que daban a su representante) el equipo de comprometidos con el régimen cubano.
Eva Björklund, haciendo sin duda de tripas corazón, comenzó su conferencia. Hay que reconocerle, eso sí, su habilidad retórica y bien engrasado discurso apologético. Continuamente mostraba innumerables datos que desacreditaban la situación económico social latinoamericana y destacaba los éxitos del régimen cubano. Arremetió contra las organizaciones del exilio mostrando un listado de ellas, acusándolas de terrorismo y de estar financiadas, como los grupos opositores (de los que no habló en detalles), por los Estados Unidos, a quien acusó de desarrollar una guerra económica contra Cuba, la cual, junto al régimen de Chávez y la guerrilla de las FARC en Colombia, conforma el objetivo principal del "imperialismo" en América Latina. Asimismo, dio una explicación idílica del modo en que funciona el llamado poder popular en Cuba, equiparándolos (en favor de estos) a la democracia municipal en Suecia. Estamos seguros que de no haber estado nosotros en el lugar, el público habría salido convencido de que en Cuba se encuentra el mejor de los mundos posibles.
A continuación vino el "el debate" (la batalla de ideas), donde la representante del castrismo ocupaba la mejor posición física (no ideológica). En su condición de única conferencista "invitada", podía darse el gusto de responder y cuestionar las preguntas del público en una secuencia discursiva, que le estaba vedada a quienes sólo con preguntas o alguno que otro comentario, cuestionaríamos desde distintos flancos lo expuesto. Sin embargo, el fuego graneado de nuestros francotiradores no dejó de hacer efectos. Y todo a pesar de que el acto era moderado por un chico que probablemente perteneciese a los organizadores, es decir, a los de la Juventud de Izquierda, como se sabe bastante comprometida con la línea de Björklund. Otra cosa habría sido si el debate hubiera mostrado igualdad de condiciones entre dos ponentes, por no hablar de un público afín por razones de ideología o partidismo, entonces la derrota del enemigo habría sido inminente y fulminante. En resumen, los cubanos fueron a la carga en territorio enemigo y minado, pero la victoria fue suya.
Pero las primeras andanadas contra la Björklund no vinieron de los criollos, sino de dos suecas: una representante de Amnistía Internacional y una chica que había estado en Cuba recientemente. La activista recordó la ola represiva lanzada contra los disidentes en la primavera; la segunda, con gran delicadeza, relató sus experiencias con la familia de presos políticos, que le había asegurado que aquél nada tenía que ver con los Estados Unidos.
Eva Björklund respondió a la primera de las chicas diciendo que aquellos eran espías, y a la segunda que los cubanos hablaban demasiado, como para bagatelizar los importantes y valerosos testimonios que la muchacha traía de la isla.
A continuación, nuestra compatriota Mae Orrego lanzó su metralla. Habló de la explotación de los médicos cubanos en Venezuela, sacó a colación el proyecto Varela y la obra de Payá Sardiñas, así la existencia de un capítulo dentro de lo que creyó nuestra "ley fundamental" que, según nuestra compañera, castigaba a todos los que escribieran contra el régimen.
Eva se defendió señalando que Payá no estaba encarcelado, subrayando el hecho como una supuesta señal de benevolencia del régimen con sus opositores. También usó el recurso de indicar que la ley mordaza no estaba en la Constitución, sino en el código penal (lo cual no la hace menos inmoral).
De vez en cuando, los acólitos de la SS-C apoyaban con consignas vacías y aplausos, que eran contrarrestados por los aplausos, de igual fuerza, de los cubanos democráticos y sus amigos en el salón. En un momento dado, hizo uso de la palabra un individuo, presumiblemente de la Sueco Cubana, quien con acento colombiano y no sin dolor, destacó la necesidad de unirse de todos los latinoamericanos a partir de un enemigo común, según éste: el imperialismo norteamericano y la Europa que desprecia al inmigrante.
Usando con gran inteligencia el pie que daba el colombiano, pidió la palabra el cubano Eniel Bosch, e hizo un llamado a todos los latinoamericanos presentes a una discusión, que sirviera para echar a un lado las diferencias que existen entre nosotros, sobre todo cuando se establecen diferencias entre dictaduras de izquierda y de derecha, asegurando que todas son igualmente condenables.
Fue más o menos a partir de esta intervención que el moderador quiso dar fin al debate, concediendo la palabra a alguien del público por última vez. Carvajal y yo teníamos la mano levantada, pero el compatriota me concedió cortésmente la palabra, quizás consciente de que, un tanto más fogueado yo en este tipo de lucha, tendría buenos argumentos contra la defensora de la tiranía. Me esmeré en no defraudarlo y creo que lo logré.
Atropellando una poco una lengua como la sueca, no hecha para la pasión política, sino para el discurso racional y mesurado, pero redundando en las ideas para hacerme entender, esclarecí mi conocida posición de crítica al embargo, señalando precisamente hacia los carteles en su contra que los "Sueco Cubanos" habían colocado a manera de adornos. Desarmado el enemigo de su mejor escudo, arremetí con lo que sería una estocada mortal en aquel contexto de izquierda: le pregunté a Eva por qué en sus viajes a Cuba sólo se reunía con los poderosos, y no con la oposición conformada precisamente por jóvenes, negros y pobres, opuestos por igual, tanto al embargo, como a la dictadura que ella defiende.
Para que no le quedara duda al público de la de su existencia en nuestra patria de esta oposición socialista cubana, humilde y mestiza, merecedora, más que la dictadura, de la solidaridad de todas las izquierdas de Suecia, mostré a todos el volante que a última hora había confeccionado y distribuido a la entrada. En éste podían verse las direcciones de Internet de organizaciones opositoras de izquierda, radicadas tanto dentro de la isla como en el exilio: Corriente Socialista Democrática, el Partido Socialdemócrata de Cuba, el Partido Social Revolucionario de Cuba y las fotos inconfundibles de tres cubanos negros, opositores y socialistas: Vladimiro Roca (quien si bien ya no es tan joven de cuerpo, lo es sin duda de espíritu) y de mis contemporáneos y amigos: Manuel Cuesta Morúa, y Leonardo Calvo.
La oradora castrista, que hasta el momento había mantenido la compostura, perdió el control. Se puso nerviosa y trató de salir lo más airosa posible de aquella inesperada "encerrona" ideológica. Lo menos que se esperaba esta paladín del antiimperialismo, era verse enfrentada, no con los clásicos millonarios y blancos con los que se identifica al exilio, sino con aquellos que llevan marcada en la piel la explotación y la discriminación de siglos, sin que por ello se consideren menos humanos y con menos derechos que el más ario de los europeos.
Sin mucho éxito, Eva rehuyó el emplazamiento, argumentando falazmente que los cubanos son muy críticos y que todos los que ella encuentra en Cuba son disidentes. Por supuesto que no le falta razón, aunque no fuera su propósito decirlo. Hay que reconocer que esos disidentes que ella encuentra, o le está permitido encontrar, son los que no se atreven a decir las verdades que sí dicen los Rocas, Morúas o Calvos, pero que en el fondo las comparten, como la gran mayoría de nuestro pueblo. Y es que en la Cuba de hoy, como bien saben los que la visitan y conocen a fondo, nadie cree en el sistema. En cierto sentido, todos disienten de él, aunque muchos lo hagan de la boca para adentro, como los que tienen la obligación de trabajar con grupos de "solidaridad", como la Sueco Cubana.
Por lo demás, aquella "batalla de ideas" terminó sin la fiesta anunciada por los organizadores. ¿Quién, entre los castristas, querría bailar después de una paliza? Es decir, tras la victoria, que con el esfuerzo militante de todos los presentes aquella noche, cosechamos los que trabajamos por la Cuba democrática, victoria que constatamos cuando algunos de los que hasta el momento se habían manifestado un tanto a favor de las palabras de Eva Björklund, acudieron a nosotros en busca de nuestros volantes, deseosos de saber más sobre la oposición socialista cubana, esa oposición mulata y sencilla que con su sola existencia hace que el castrismo se encuentre con la horma de su zapato, lo mismo en Cuba que en la Universidad de Estocolmo, Suecia.
Réplica y comentarios al autor: estefaniaulet@hotmail.com
Para consultar otros documentos sobre el tema visite la revista Cuba Nuestra.
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