(Extractado de la página de IMM)
Onetti por Carlos Maggi
El está ahí; jadea. Se oye un sonido grave, amarillo y ancho como el pito de un barco dentro de la niebla; una ballena enferma —diría O'Neill— quejándose en el patio del fondo; un gran crustáceo desmantelado, un caballo abatido, de ojos lentos, intimidado; algo tierno derrumbado en el tragaluz de una sucia casa de apartamentos, naufragado bajo el polvo triste que llovizna sobre las ciudades.
A veces se repliega contra un fondo de bares turbios y pensiones, tiznándose la cara, las manos, el cuello y la corbata con el hollín de las baldosas percudidas; a veces deambula calmosamente como una fiera acobardada dentro del invierno cuadrado de su jaula, donde las calles se repiten y todos los seres son Juan Carlos Onetti.
Come su comida fría, fuma minuciosamente, bebe largo vino tinto sin buscar a nadie, como llorando al revés, hacia adentro, por lo que se escapa y se pierde mientras el humo se disuelve entre las cuatro paredes de su pozo de aire.
Emparedado desde siempre, nunca planeó la fuga. le parece pueril esperar la noche, anudar dos sábanas y descolgarse por la esperanza. Escarbar con la cuchara y hacer un túnel para salir más allá, sería el colmo del ridículo. Sentenciado, vagabundo, como derrotado, recoge un fruto demasiado maduro y lo apreta porfiadamente, hasta ver que le corre el jugo espeso entre los dedos. Secretamente despavorido, camina indiferente y pausado, ajeno a la urgencia de su miedo, arrepentido de la misericordia, perfectamente imparcial entre su corazón y el mundo.
Es una bestia mayor andando casi a ciegas por la sentina de la ciudad, incapaz de pedir auxilio, sin ánimo para echarse a correr o embestir o evadirse o salvarse. Gritar tampoco le sirve.
Pisa con un esfumino los rastros de su quejumbre o de su entusiasmo —un interés, un desenlace, un adjetivo— tapa las huellas de sus pasos encarcelados para que nadie sepa que quiere salir.
Desde la adolescencia su dignidad de moribundo es envidiable. Apasionadamente desapasionado, cree que no cree en nada y sólo tiene fe en la falta de fe. Hay muy pocas cosas que le importen (tal vez la pureza pura con garantía de imposible) y sin embargo se desvela por todas las cosas. Detiene la noche y sobre un cuaderno escolar, con letra torpe, enciende una lámpara y cambia, inventa, compone, provoca la vida dentro de su vida.
Al escribir finge sinceramente no tener nada que ver con lo que está pasando en ese lugar remoto donde se sobrevive.
No toma partido en lo que cuenta. Cuenta para nada, por el puro goce de contar y ser contado; por endiosarse; como quien hace el amor. Noveliza para duplicar la vida.
Onetti no trabaja, paladea. Mientras tanto, sin que él se entere, le mana de adentro un sobrante de talento y necesidad, algo así como fantasía en sentido inverso; y también el arte se le multiplica por dos, porque va sacando pedazos de imaginación y los trae vivos y coleando y los instala en el mundo de cada día, en la realidad cruda.
Trasvasa literatura a sus matrimonios, plastifica majestuosamente su propia cara, compra una pistola impracticable que al oxidarse se le hace metáfora entre los libros, llena la copa y traga a sorbos para sentir bajar, pasito a pasito, el vino de la literatura, palpándola hasta con el esófago. Es un sátiro verde con patas de chivo y al mismo tiempo un adolescente lustroso de inocencia, todo queriendo y sin querer y ante la misma criatura objeto de su amor.
Onetti entero va de la tinta a la vida y de la sangre a la letra sin sentir barquinazos, imantado por una y otra, en alta frecuencia, estando en los dos sitios a la vez, dejando repicar el núcleo de sí mismo en un vaivén tan vertiginoso que el alma se le hace transparente y se borra de la vista, como el percutor eléctrico que vibra entre dos timbres. Salidos de este ir y venir instantáneo, sus relatos son sin embargo parsimoniosos, segregan una materia en pasta que avanza lentamente, algo así como alquitrán descolorido o mejor: lava de volcán en movimiento cubriendo la tierra con su avance frío. Muy seguido la inundación opaca relampaguea y se enciende cruzada por una sensación que la llena de colores, de olor, de rayas, de aristas y señales de sentido inequívoco; de pronto la sustancia se separa, se quiebra en arenilla de datos granulados, casi inconexos, como el detritus que se agrupa en un delta; por momentos se hace río espeso, sosegado, maceración de carne gris de paquidermo donde se ven y se pierden, se siguen y no se siguen los seres de la peripecia que derivan agonizando, muequeando la cara, mostrando un brazo en alto, sin apuro, despiadadamente. Esta lenta gelatina de ceniza es a la vez la forma y el contenido de la narración de Onetti; su destino.
Si se preguntara qué pasa en El Astillero —tal vez su mejor obra— habría que decir antes que nada: pasa algo que se pudre y se deshace, un gran desgano, una desesperanza, “el aire oloroso a humedad, papeles, invierno, letrina, lejanía, ruina y engaño”—como se define al pasar la propia novela.
Pasa que hay como una rebelión sin rebelión “no contra algo concreto sino hacia todo, contra lo que está visible o representado, lo que podía recordarse sin necesidad de palabras o imágenes; contra el miedo, las diversas ignorancias, la miseria, el estrago y la muerte”.
Después, recién después de tener esta totalidad de la novela, podría recordarse que el cuento empieza cuando un hombre acabado, Larsen, llega a Santa María y entra en un astillero acabado y en la glorieta de una casa que se acaba irremisiblemente.
Luego, más tarde, en segundo plano sabemos que sucede tal o cual cosa; y diría que nunca llegamos a saber bien lo que está pasando. No es relato para correr hacia el fin, es realidad para quedarse, para mantenerse sumergidos en su clima. Sea en El Astillero, sea en cualquiera de sus otras novelas, sucede que hay algo que no puede dejar de percibirse; es un aire, un modo especial, un jadeo; concretamente: la presencia inconcreta de quien las inventó; un animal sufriente que ronda detrás de cada frase; poderoso, sensible, derrumbado. No puede dejar de percibirse el hedor humano que sale de ese monstruo herido y la penetración de ese tufo coloniza hacia adentro en cada uno de nosotros y hacia adentro de la ciudad; empieza a darle a Montevideo, a Buenos Aires, a nuestras poblaciones, una manera de ser, un olor a lugar vivido que es el primer hueso para componer el esqueleto de un alma que todavía no tienen y que no podrá nacer de la sola realidad sino de la imaginación y del arte, del uso sensible de los hombres y de las cosas.
Tomado de: Gardel,
Onetti y algo más, Carlos Maggi.
Edit. Alfa, Montevideo, 1964
De Henciclopedia.org.uy
Juan Carlos Onetti nació el 1 de julio de 1909 en Montevideo, Uruguay. "Yo fui un niño conversador, lector y organizador de guerrillas a pedradas entre mi barrio y otros. Recuerdo que mis padres estaban enamorados. Él era un caballero y ella una dama esclavista del sur de Brasil".
Su
relación con la literatura se iniciaría tempranamente: "Yo
me hacía la rabona... y me encerraba en el museo Pedagógico que
tenia una iluminación pésima. Y me tragué todas las obras de
Julio Verne... Claro, mi familia creía que yo estaba en la
escuela o en Liceo." No tardó en intentar él mismo
escribir: "Por lo que recuerdo fue a los trece o catorce años,
a raíz de un ataque de Knut Hamsun que me dio". A los 19
años funda una revista, La tijera de Colón, en Villa Colón,
ciudad cercana a Montevideo. La revista, que editaba en colaboración
con dos amigos, tuvo siete números, desde marzo de 1928 hasta
febrero de 1929, y contó con cinco narraciones
"reconocidas" por el mismo Onetti como propias: "La
derrota de don Juan", "Crónica de unos amores románticos",
"David el platónico", "Una tragedia de amor"
y "El hombre del tren".
Ese mismo año (1929), desiste de viajar a la Unión Soviética
para atestiguar cómo se construía el socialismo. La razón: su
primera y única entrevista con el embajador de dicho país.
Buenos Aires-Montevideo: es tiempo de abrazar
En 1930
contrae matrimonio con una prima hermana, María Amelia Onetti, y
decide probar suerte en Buenos Aires. En ésa, su primera etapa
bonaerense, intenta (con
nulo éxito)
vender máquinas de escribir Víctor. Lo ayuda entonces Conrado
Nalé Roxlo ofreciéndole trabajo como cronista cinematográfico
de Crítica.
En 1931 nace su primer hijo, Jorge. Al año siguiente comenzó la
génesis de su primer y ya reconocida novela. "En aquel
tiempo fue cuando comencé a escribir. Trabajaba en una oficina
ubicada en un sótano. [...] La verdad es que el tabaco fue la
causa de todo. Habían prohibido la venta de cigarrillos los sábados
y domingos. Todo el mundo hacia su acopio los viernes. Un viernes
me olvidé. Entonces la desesperación de no tener tabaco se
tradujo en un cuento de 32 páginas, que escribí ante la maquina
de un tirón. Fue la primera versión de El
pozo".
En 1932 participa del concurso de relatos organizado por La
Prensa con
"Avenida-de-Mayo-Diagonal-Avenida-de-Mayo", que será
seleccionado como uno de los diez mejores presentados al certamen.
Onetti diría refiriéndose a él: "James Joyce a pesar de
que todavía no habia descubierto el monologo interior".
En 1934 se produce su encuentro con Roberto
Arlt,
narrado años después por el propio Onetti en su prólogo a una
edición italiana de Los Siete Locos: "En aquel
tiempo, yo padecía en Montevideo una soltería o viudez en parte
involuntaria. Habia vuelto de mi primera excursión a Buenos Aires
fracasado y pobre. Pero esto no importaba en exceso porque yo
tenia 25 años, era austero y casto por amor, y sobre todo, porque
estaba escribiendo una novela "genial" que bauticé Tiempo
de Abrazar y que nunca llegó a publicarse, tal vez por mala,
acaso, simplemente, porque la perdí en alguna mudanza. [...]
Harto de castidad, nostalgia y planes para asesinar a un dictador,
busqué refugio por tres días de Semana Santa en casa de Italo
Kostia. Me quede tres años [...] "
La entrevista con Arlt fue inolvidable: "Me estuvo
mirando, quieto, hasta colocarme en alguno de sus caprichosos
casilleros personales. Comprendí que resultaría inútil,
molesto, posiblemente ofensivo hablar de admiraciones y respetos a
un hombre que siempre estaría en otra cosa [...] Arlt abrió el
manuscrito con pereza y leyó fragmentos de páginas, salteando
cinco, salteando diez. De esa manera la lectura fue muy rápida.
Yo pensaba: demoré un año en escribirla. Sólo sentía asombro,
la sensación absurda de que la escena hubiera sido planeada.
[...] Finalmente Arlt dejó el manuscrito: [...] si estás seguro
de que no publiqué ningún libro este año, lo que acabo de leer
es la mejor novela que se escribió en Buenos Aires este año."
Sin embargo la novela nunca llegó a publicarse íntegramente; sólo
apareció un fragmento llamado La total liberación en el
diario Crítica. Ese mismo año, Onetti contrae matrimonio
con María Julia Onetti, hermana de su ex-esposa.
Poco tiempo después logró publicar un cuento en la prestigiosa
sección literaria del diario La Nación, dirigida por
Eduardo Mallea: "El obstáculo" (6
de octubre de 1935).
Al año siguiente publica en el mismo diario "El posible
Baldi" (20
de septiembre de 1936)
y escribe un extenso relato, proyecto de novela que nunca publicará:
"Los niños del bosque".
En estos primeros tres cuentos de madurez ("Avenida
de mayo"/"El obstáculo"/"El posible
Baldi"),
ya están los registros de toda la ulterior obra onettiana, cada
vez mas compleja en su composición, pero siempre fiel a la
persona que los va realizando.
Marcha: ¿hay una literatura uruguaya?
"¿De
Marcha que querés que te cuente ahora? Que para sacar el primer número
me pase 48 horas parado en el taller [...] Quijano va a pensar que
digo esto quejándome."
J. C. Onetti
En 1939
se funda en Montevideo el semanario Marcha y Onetti es
invitado por su director, Carlos Quijano, a ocupar la secretaría
de redacción; puesto que luego fue ampliado gracias a la
iniciativa del propio Quijano: "a quien se le ocurrió,
haciendo numeritos, que yo destinara el tiempo de holganza a pergeñar
una columna de alacraneo literario, nacionalista y
antiimperialista claro. Recuerdo haberle dicho, como tímida
excusa, desconocer la existencia de una literatura nacional
[...]". Así nació Periquito, el Aguador [seudónimo
utilizado por Onetti en sus criticas]"
Desde su columna, proclamó la necesidad de renovación de la
cultura uruguaya en general y de la literatura en particular, a
través del lenguaje y de la búsqueda de nuevos temas. "Hay
un solo camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad
tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que
comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá
que hacérselo cada uno, tenaz y alegremente [...] en definitiva,
lo que necesita la cultura rioplatense. Una voz que diga
simplemente quiénes y qué somos."
Paralelamente a su tarea critica, deberá realizar esfuerzos
extraordinarios para completar los números semanales y así
cumplir con los lectores: "Yo era secretario de redacción.
No tenía mas remedio que terminar tal día. Los jueves malditos
tenía que estar Marcha lista. Entonces lo que no habia yo
lo ponía, a veces con discrepancias de Quijano que me decía
<<Pero, ¿y esto?, ¡¿que es esto?!>>, son fragmentos
de la novela tal de Johny Dolter, o cosas así. Qué iba a decir.
Cayó en mis manos, lo leí, me gustó mucho. No le iba a decir a
Quijano que lo había inventado yo."
A pesar de todo su trabajo, ese año apareció su primera novela, El
Pozo (diciembre
1939),
nacida del relato de 1933 y publicada por Editorial Signo,
propiedad de dos de sus amigos. La edición de 500 ejemplares tardó
20 años en agotarse, pero significó para Onetti el primer
reconocimiento literario, por sus innovaciones formales, dentro
del círculo cultural rioplatense.
La novela tiene como protagonista a uno de los clásicos antihéroes
onettianos quien, "agotado por la toma de conciencia del
envilecimiento de la existencia humana y la futilidad de toda
tentativa de comunicación", es conducido a desplazarse
"desde la realidad a la ficción"; así Eladio
Linacero (el
protagonista) realiza
un viaje
iniciático hacia el interior de sí mismo a través del acto
de escritura:
"hacer algo distinto. Algo mejor que las cosas que me
sucedieron. Me gustaría escribir la historia de una alma, ella
sola, sin los sucesos en los que tuvo que mezclarse." En
este intento de liberación
escribe un sueño ("el
sueño de la cabaña de troncos"),
situado en Canadá y compuesto de fragmentos literarios y
estereotipos, donde intenta fundar otra realidad que le permita
escapar del tedio.
Los niveles de lectura
son varios y se entrecruzan: en un plano superficial es la breve
historia de un hombre frustrado en todos los órdenes de la vida;
en un segundo plano entran en juego los personajes y sus
relaciones, el medio ambiente y el porqué de las acciones; en el
ultimo plano podemos ver una serie de reacciones psicoanalíticas:
evasión, justificación, masoquismo.
Esta obra se encuentra muy ligada a lo escrito anteriormente por
Onetti: así los protagonistas de "Avenida-de-Mayo",
"El obstáculo" y "El posible Baldi" son soñadores
que también van a encontrar, al final de su sueño, la frustración
en un mundo absurdo. Lo mismo que ocurre con Julio Jasón,
protagonista de Tiempo de Abrazar y obvia referencia al
mito de los argonautas y su viaje iniciático.
Buenos Aires, hora cero: 1941-1955
En 1941
realiza su segundo viaje a Buenos Aires, donde permanecerá un
largo período, colaborando en los suplementos literarios de La
Nación, Vea y lea y otros medios. Así La Nación
publicará su famoso cuento "Un sueño realizado", sobre
el que Onetti opinaría: "Un sueño realizado nació de un
sueño: vi a la mujer en la vereda, esperando el paso de un coche,
supe que también ella estaba soñando".
Sin embargo lo más importante de ese año fue quedar finalista
del premio Rinehart and Farrar para la mejor novela inédita de
Hispanoamérica con Tiempo de abrazar que, aunque no pudo
participar (debía
elegirse una novela por país y quedó seleccionada Yvaris
de Diego Nollare),
logró una importante acogida en el jurado. Tanto que uno ellos,
Mario Magallanes, declaró: "Creo que Tiempo de
abrazar será un gran éxito el día que se publique y dará
lugar a juicios apasionados".
Lamentablemente, Marcha sólo llegaría a publicar algunos
fragmentos de la novela, antes de su pérdida y posterior
recuperación casi veinte años después, cuando se publicara
incompleta como parte de una recopilación de cuentos.
Ese mismo año aparecería su segunda novela. "En medio de
la barahúnda que era el diario en ese entonces, robé el tiempo
para escribir una novela, Tierra de nadie (1941) [...] como
de costumbre me dieron el segundo premio. Lo cual no me dolió
porque yo ya estaba acostumbrado a no ser nunca el primero".
El propio autor
pondría una advertencia a la novela, hablando de los personajes y
sus motivaciones: "un grupo de gentes, que aunque puedan
parecer exóticas en Buenos Aires son, en realidad,
representativas de una generación: una generación que, a mi
juicio, reproduce, veinte años después, la Europa de la
post-guerra. Los viejos valores morales fueron abandonados por
ella y todavía no han aparecidos otros que puedan sustituirlos".
Como John Dos Passos y su Manhattan Transfer, Onetti quiso
capturar el pulso multiforme y variado de Buenos Aires, basándose
en las divagaciones de un grupo de marginados cuyo único deseo es
huir de esa ciudad gastada y sucia que ya no los atrae. Su única
posibilidad de escape es una isla polinesia, Faruru, producto de
un confuso litigio, porque se trata del "único sitio en
que se puede no hacer nada sin hacerle mal a nadie y sin que nadie
se interese". Lamentablemente, la realidad termina imponiéndose
a los sueños (como
en otras narraciones onettianas) y
uno de los personajes, Aranzuru, reconocerá que "ya no
había isla para dormir en toda la vieja tierra".
Su tercera novela, Para esta noche (1942), narra la
persecución de un hombre y una niña en una ciudad ambigua y
tenebrosa; está basada en un hecho real, narrado a Onetti por dos
anarquistas que habían logrado escapar a duras penas de la España
franquista. "Había empezado a escribir la novela como una
cosas fantástica en la que no habia ni principio ni fin
deliberados. Las diversas entrevistas me hicieron cambiar
totalmente mi intención inicial. Llegué a ver realmente
personajes y situaciones. Me vi a mí mismo intentando huir de una
ciudad bombardeada...". Como en Tierra de Nadie, años
después, Onetti agregaría una nota aclarando: "Este
libro se escribió por necesidad de participar en dolores,
angustias y heroísmos
ajenos".
De 1944 a 1950 la ficción onettiana se volcaría al cuento,
formato en el cual lograría alguno de sus mejores textos:
"Bienvenido, Bob" (La
Nación, 1944),
"9 de Julio"
(Marcha, 1945),
"Esbjerg, en la costa"
(La Nación, 1946)
y "La casa en la arena"
(La Nación, 1949).
En esos mismos años, entre tantas otras tareas, Onetti había
entrevistado al joven General Perón (1944) y se había casado por
tercera vez, en esta oportunidad con Elizabeth Pekelharing. Sin
embargo, ya estaba en otra cosa, más allá de la orilla, al otro
lado, lejos, en una ciudad que comenzaba a crecer y atraerlo,
sobre el río barrroso que su mente intuía: se acercaba la ya mítica
Santa María.
25% Buenos Aires, 75% Montevideo= Santa María
"Mucho
más que Buenos Aires está presente Montevideo.
Por eso fabriqué a Santa María: fruto de la nostalgia de mi
ciudad."
J. C. Onetti
En 1950
funda con su novela La vida breve la ficticia ciudad de
Santa María, donde transcurrirán algunas de sus mejores obras.
El protagonista principal de la novela es Juan María Brausen,
quien, descontento con su realidad, crea otra, (en
el inicio un escenario donde ubicar un argumento de cine que debe
escribir)
y termina metiéndose en ella como un dios. (En
la novela ya aparece uno de los personajes emblemáticos de la
saga, Díaz Grey, que tendrá una participación preponderante en
las siguientes novelas).
"En primer lugar, en todo el comienzo de la novela,
Brausen hace algo muy corriente: se imagina en otra vida. [...]
Brausen simplemente se imagina a Santa María, cuando descubre que
es un mundo posible, ya puede entrar [...] Eso le pasa a un hombre
desgraciado como Brausen, hasta que descubre su poder y lo usa
para él mismo en su mundo imaginario".
La novela fue muy bien recibida y Onetti la señalaba como su
mejor título, aunque tiempo después agregaría algunas razones
extras sobre la creación de Santa María, mas allá de lo
estrictamente literario: "podría intentar explicar, sin
estar seguro de decir la verdad, que surgió justamente cuando por
el gobierno peronista yo no podía venir a Montevideo".
Un cuento de esa época muestra su conflictiva relación con el régimen
gobernante, cuya máxima figura, Eva Perón (muerta en 1951),
seria atacada por otros escritores de prestigio como J.
L. Borges,
Julio
Cortázar
o Ezequiel Martínez Estrada.
El relato sobre Evita, "Ella" (1953), apareció recién
cuatro décadas más tarde. Allí Onetti teñía el cadáver de
verde y lo hacia desaparecer en un fulgor siniestro. "Ahora
esperaban que la pudrición creciera, que alguna mosca verde, a
pesar de la estación, bajara para descansar en los labios
abiertos".
En 1951 nace su hija Isabel María y aparece su primera recopilación
de relatos prologada por Mario
Benedetti.
Por esos años se relacionaría con la revista Sur,
dirigida por Victoria Ocampo. Algo extraño si tenemos en cuenta
la devoción del escritor
por Roberto Arlt, personaje marginado de un grupo que prefería en
líneas generales una estética más cercana a lo aristocrático y
gustos por literaturas de vanguardias europeas. A pesar de ello,
Onetti publicaría en Sur su cuento "El álbum"
(1953) y bajo la editorial del mismo nombre aparecería ese mismo
año su novela corta Los adioses. Muchos años antes había
descubierto en un número de la revista al escritor que definiría
como Padre y Maestro mágico, William
Faulkner
"Una tarde, al salir de la oficina donde trabajaba pasé
por una librería y compré el último número de Sur [...]
Recuerdo que abrí el ejemplar en la calle, encontré por primera
vez en mi vida el nombre de William Faulkner [...] Comencé a
leerlo y seguí caminando, fuera del mundo de peatones y automóviles,
hasta que decidí meterme en un café para terminar el cuento,
felizmente olvidado de quienes me estaban esperando [...] Lo que más
me deslumbró y me unió en aquel primer encuentro con su genio
fue aquella manera de largarse [...] él solo, seguro de que nadie
podía acompañarlo o que no tenían lo necesario para enfrentar
un fracaso idiomático".
Escribir en Montevideo: historia de un amor imposible
"Cambiaba
de editorial en cada obra para repartir mejor las pérdidas."
J. C. Onetti
En 1955
regresa a Montevideo, donde comienza a colaborar con el diario Acción.
En noviembre de ese año se casa por cuarta vez, en esta ocasión
con Dorotea Mur. En 1957 publica su famoso relato "El
infierno tan temido". "'El infierno2 tan temido
ocurrió, realmente, en Montevideo. La anécdota me fue contada
por Luis Batlle Berres, a quien continué queriendo y admirando"
En la editorial de Marcha publica Una tumba sin nombre (1959),
novela luego rebautizada por Onetti como Para una tumba sin
nombre (1967). Al año siguiente aparece La cara de la
desgracia. También en 1960 participa del concurso organizado
por la revista Life en español con "Jacob y el otro",
que recibiría una mención y sería publicado en la colección
recopilatoria encabezada por la obra ganadora: Ceremonia
Secreta de Marco Denevi.
Sobre su participación en tantos concursos donde generalmente sólo
lograba menciones o segundos puestos debido a su temática y
estilo alejados de modas, Onetti comentaría su necesidad de un
desahogo económico que ningún premio latinoamericano daba:
"Al hablar de éxitos literarios me atrevo a decir que los
mayores en España son los premiados con más dinero... En Francia
se disputa generalmente el premio fundado por los hermanos
Goncourt [...] este premio consagra a su autor como un nuevo rico".
Durante esa etapa en Montevideo, Onetti era un escritor
reconocido pero no popular, a cuyas obras les costaba encontrar
una editorial que se arriesgara a publicarlo... sin embargo su
momento se acercaba: se estaba gestando el boom que lo alzaría
mas allá de sus sueños mas osados de reconocimiento.
Un hombre fuera de foco encuentra su luz
"Ya
ningún crítico cuestiona el hecho de que usted es uno de los
tres o cuatro novelistas mayores de América Latina.
-Siempre dije que los críticos son la muerte: a veces demoran,
pero siempre llegan."
Onetti en el tiempo del cometa.
Durante
los años 60 se produjo el redescubrimiento y lanzamiento de la
literatura latinoamericana mediante un fenómeno denominado
"Boom" que tuvo en primera plana a Julio Cortázar (con Rayuela),
Mario
Vargas Llosa
(La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación
en la Catedral), Ernesto Sábato (Sobre héroes y tumbas) y Gabriel
García Márquez
(Cien años de soledad). Este movimiento, acusado de
comercial y (supuestamente)
fomentado por la editorial Seix Barral, puso al alcance del gran público
a un importante número de autores que permanecían en el
destierro literario y con ventas muy cercanas a cero en sus países,
entre ellos Juan Carlos Onetti quien, nombrado una y otra vez por
los principales autores del Boom, fue de pronto cegado por el
brillo de las cámaras y los reconocimientos.
Pero no todo se debía a las declaraciones entusiastas de sus
admiradores, durante esos años Onetti habia publicado dos de sus
mejores novelas, medulares en el universo de Santa María.
Estas dos novelas eran El Astillero (1961)
y Juntacadáveres
(1964).
Publicadas en un orden cronológico inverso al pensado, describen
a su personaje mas carismático (y querido): el macró Larsen.
"Yo estaba escribiendo Juntacadáveres y la llevaba
más o menos mediada, cuando de pronto, por una de ésas, hice una
visita a un astillero que existía en Buenos Aires. En realidad
eran dos: uno está en el Dock Sur, y el otro está en la ciudad
de Rosario.[...] La empresa estaba en quiebra. [...] Estaba pudriéndose,
se estaba agujereando, deshaciendo. A mí lo que me importaba era
la nueva visión. La nueva derrota. Por eso aparece Larsen."
Así El Astillero narrará hechos cronológicamente
posteriores a los de Juntacadáveres: la vuelta de Larsen a
Santa María, y su nuevo trabajo como gerente de un astillero
arruinado, con dos compañeros casi fantasmales guiándolo por ese
paisaje de pesadilla, mientras esperan una reactivación que nunca
llegará y que los condena, como en juego kafkiano,
a realizar tareas inútiles hasta la total desaparición del
lugar; en un segundo plano se muestra su relación conflictiva con
la ciudad y con la perturbada hija de Petrus, dueño del
astillero. "Lamentablemente, nada de eso es una creación.
Todo estaba allí", diría Onetti.
Juntacadáveres es la aventura anterior de Larsen en Santa María
y cuenta su intento, tan inútil como desesperado, de instalar un
prostíbulo en la ciudad. El nombre de la novela es una alusión a
su protagonista, un vividor en desgracia, basado en varios
personajes de la vida real: "Larsen es varios tipos. Es el
resumen de varios tipos que he conocido. El último Larsen que yo
conocí estaba en la zona de Montevideo [...] Un día estaba yo en
la mesa de uno de esos boliches, y un tipo abre la puerta y le
pregunta al patrón: "che, ¿vino Junta?" El mozo dice
no. Entonces yo le dije al mozo: "¿Quien es Junta?"
"No" -me dijo- "le llaman Junta porque
le dicen Juntacadáveres, el hombre esta en decadencia y solo
consigue monstruos: mujeres pasadas de edad, o muy gordas, o muy
flacas".
Tal vez el mejor episodio de la novela sea la evocación de la
muerte de otro macró, a quien Larsen admiraba, también basado en
un hecho real narrado a un joven Onetti de 21 años por alguien
que tenía a dos mujeres trabajando en un prostíbulo pero debía
ocultarlo debido a cierta ley de deportación de proxenetas:
"Me acuerdo fundamentalmente de que un día al salir del
trabajo, en el boliche de la esquina me encuentro a este hombre
llorando. [...] Lo que pasaba era que al Bebe lo habían asesinado
frente a uno de los prostíbulos. Y el Bebe era la gran esperanza
blanca prostíbularia frente a los marselleses."
Juntacadáveres fue finalista del premio Rómulo Gallegos
1967, pero perdió frente a La casa verde de Vargas Llosa,
quien en su discurso de aceptación reconoció: "otros
escritores latinoamericanos, con mas obras y méritos que yo,
debieran ocupar mi lugar; pienso en el gran Onetti a quien América
Latina no ha dado el reconocimiento que merece".
Asimismo, El Astillero había sido reconocida en 1963 por
la Fundación William Faulkner como una de las novelas mas
notables no traducidas todavía al inglés. Ese mismo año aparece
su novela corta Tan triste como ella.
A fines de 1971, cuando ya su obra comenzaba a ser traducida y
difundida mundialmente (entre
otros idiomas, al francés, inglés, polaco e italiano)
es candidato al Gran Premio de Literatura de Uruguay, pero pierde
frente a Fernán
Silva Valdés.
Dos años después aparecerá una novela breve situada de nuevo en
Santa María: La muerte y la niña (1973). En esa época la
posición de Onetti en Uruguay se hace peligrosa: en febrero de
1974 es detenido e internado durante tres meses en un psiquiátrico
junto a sus compañeros del jurado del premio anual de Marcha,
publicación que será clausurada por el régimen militar.
Nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó
"En
los últimos tiempos sueño mucho, y casi exclusivamente con
Montevideo y con personajes montevideanos, gentes y lugares: bares
donde tenía reuniones con damas, calles. Y tengo la ventaja de
que a los pocos segundos de despertarme, el sueño se borra aunque
me quede el recuerdo de que sí, soñé."
J. C. Onetti
En 1975,
Onetti se traslada a Madrid, donde vivirá desde entonces,
obligado por la situación política rioplatense. Los primeros
tiempos en España son difíciles para él: "[...] durante
dos años no pude escribir nada. Ni siquiera una línea. No sé lo
que me pasaba. El desarraigo, quizá los amigos, el café,
Montevideo..." Finalmente recuperado publica su
"novelón" tantas veces postergado, Dejemos hablar al
viento (1979), que recibe el premio de la crítica española
como mejor novela de ese año.
La obra según el propio autor: "Tiene una primera parte
en Montevideo. La segunda, que es la que ahora me agarró, sucede
en Santa María. Por benevolencia de Brausen que me permite
volver. Yo no sé si te acordás de aquel tipo, jefe del
destacamento policial [...] Ese tipo dispara de Santa María y se
pone a buscar en Montevideo a gente que este en iguales
condiciones que él. Es decir, que haya disparado de Santa María
sin permiso del autor o de Dios que es Brausen. [...] En Santa María
quedaría una pareja. Ese pedazo, no porque lo haya escrito yo, es
maravilloso."
La novela en sí, (o
el novelón, como le gustaba llamarla a su autor),
habia nacido de la broma de un amigo que, basándose en el
personaje de un viejo cuento ("La
casa en la arena")
le dijo: "Mirá si un día reaparece el Colorado y te
incendia toda Santa María y te quedas sin tema". Onetti:
"entonces se me ocurrió que de veras podría: liquidaba
Santa María y evitaba todo compromiso literario y se acabó, chau".
En 1981 recibe el premio
Miguel de Cervantes,
considerado el Nobel de las letras hispanas, evitando hacer
declaraciones sobre Uruguay, lugar
al que piensa ya no podrá volver.
En 1987 aparecerá su novela corta Cuando entonces y en
1993 Cuando ya no importe. En 1994 moría, tal vez para
irse a vivir a ese minimundo que habia delineado con maestría
absoluta durante décadas. Allí donde un tal Brausen era dios
absoluto... y él y su amigo Larsen los demonios oficiales,
reconocidos, indispensables, de esa máquina feroz a la que habían
alimentado con sueños y pesadillas durante décadas, anhelando,
tal vez, otra ciudad, más soñada que real, a través del tiempo
y la nostalgia: Santa María, que tan profundo dueles...
Para leer...