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ARMADURA

Subienda inútil

Amilcar Cuesta Torres

La subienda del bocachico ha servido en los pueblos orilleros del Atrato para paliar un poco el problema social. Esperamos desde diciembre su llegada para variar nuestra dieta. La abundancia del pez proporciona ocupación temporal a pescadores que valiéndose de atarrayas, chinchorros y copones logran llenar sus canoas con el nutritivo "fresco", relajadoras que hoy están cobrando a doce mil pesos por el arreglo de la arroba; vivanderas o revendedoras que lo pasean en poncheras por todo Quibdó; y subsidiariamente eleva la venta de plátano, limón, manteca, sal y otros productos.

Sin embargo, de ciertos años para acá el bocachico no ha sido tan puntual que digamos; ya no "me pone alegre en enero y me deja triste en abril", como pregonara el compositor neguaseño Senén Palacios. Su cosecha ahora es más limitada y se percibe un claro detrimento de la especie.

A principio de año aparecen los llamados chamberos que por muy bien que se cocinen conservan un desagradable sabor a barro. Luego aparece el llegadero, pero en tallas tan diminutas que en la plaza de mercado de Quibdó los llaman puntillas.

Un bajo porcentaje alcanza los 24 centímetros, la talla mínima exigida por los organismos de control, y los pocos que se capturan con ese tamaño salen en camiones forrados en hielo, salvado y aserrín para el interior del país. No llevan dentones, pues la reputación depredadora de este pez lo hace incomestible y despreciable en otras regiones, cuando aquí es un lujo que llega a costar hasta diez mil pesos.

Según la opinión de peritos, el desmejoramiento de la especie tiene una solución: se debe suspender la captura por uno o dos años, una veda similar a la que se practica con el camarón.

Durante ese lapso se le daría tiempo a la especie para desarrollar sus tallas y el nuevo desove permitiría un bocachico de talla más grande.

Lo difícil es lograr comprometer en este empeño a las comunidades ribereñas del Atrato, tan acostumbradas al ritual económico y gastronómico de la subienda.

Empero, restaurar el ciclo vital del pescado favorito de los chocoanos debe ser un compromiso de las autoridades ambientales y civiles. Debe evitarse así mismo el desabastecimiento interno para que no sigamos viendo desde la orilla cómo se nos escapa del plato un elemento exquisito y de alto valor nutricional.

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