Así
era la música
indígena
de Mérida
por
Alvaro Parra Pinto
Una de las más
preciadas expresiones literarias de los aborígenes de la
Cordillera de Mérida era su poesía, principalmente expresada
a través de cantos épicos y religiosos. Ejecutaban
éstos, tal como refiere Salas en su obra Tierra Firme,
en las festividades civiles y espirituales, a veces mientras
que los indígenas «danzaban cogidos de la mano, hombres y
mujeres, al compás de una triste música, teniendo en medio
los coros de los cantadores que ensalzaban las proezas de sus
antepasados y las del señor que costeaba la fiesta...»
También solían acompañar sus cantos con
instrumentos musicales, tal como explica Tulio Febres Cordero
en sus Décadas de la Historia de Mérida, incluyendo «la
chimiría, especie de clarinete, que hasta hace poco tocaban
los indios de Lagunillas; la guarura, que hacían del caracol,
cuyas conchas nacaradas, según dice el P. Zamora, les servían
de trompetas militares en sus batallas y de fotutos en sus
alegrías. Tocaban además la melancólica quena, a
juzgar por un ejemplar de esta clase de instrumento, hecho de
barro cocido, semejante a los de los quichuas, hallado por el
doctor Julio César Salas en territorio de los primitivos Jajíes.
Usaban otros instrumentos hechos de cañas huecas a modo de
flautas, y acompañaban los sones con tamboriles y maracas.»
Febres Cordero advierte que «el aire o tono
de la música y cantares indígenas de Mérida, a deducir por
los que se oyen todavía en boca de los indios de raza pura,
participa de esa expresión profundamente sentimental y melancólica,
carácter distintivo de la antigua música americana. Cantos
llenos de gravedad y tristeza, vivo reflejo de aquella vida
monótona y silenciosa...»
|