PILOS AL SERVICIO DE VAGOS

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Los clásicos de la literatura en versión resumida están de moda entre los estudiantes. Comerciantes y lectores poco rigurosos dicen que son una bendición. Pero los puristas opinan que es un sacrilegio.

Martín Moreno no aprendió el arte de los jíbaros de reducir cabezas, pero sí la destreza de convertir cien kilos de literatura en uno solo y de poner en siete páginas lo que se dice en mil.

Hizo breves, entre otros, los mamotretos Ulises, Guerra y paz, Los miserables, El nombre de la rosa, Sobre héroes y tumbas y El paraíso perdido. El resultado de su trabajo se llama Clásicos de la literatura universal resumidos II, editado por Intermedio.

No es gratuito que sea una segunda parte. La primera, escrita por el filósofo Rafael Méndez, tuvo un éxito inversamente proporcional a su tamaño: entre otros, allí están, al alcance de los afanes, La Ilíada, a tan solo 5 páginas; Las mil y una noches, a tres páginas; Don Quijote de la Mancha, a ocho, Cien años de soledad, a solo siete.

El proverbial “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...” ahora es un disparo que no da espacio a las jugarretas con el tiempo: “A pesar de que no murió en el ataque de Francis Drake (...) a su pequeño caserío de Riohacha en 1573, aquella mujer desde entonces padeció una serie infinita de pesadillas...”, reza la versión de Cien años... de Méncez.

Para los puristas es un sacrilegio, aunque los comerciantes y los lectores menos rigurosos lo califican como una bendición.

Así, un buen surtido de lectores empecinados se han convertido en los mejores aliados de quienes no tienen tiempo o no les gusta leer. Pilos al servicio de vagos. “Mercenarios de las letras”, según Martín Moreno, que gozan –y ganan– con lo que muchos consideran tortura.

“Le ayudo al estudiante vago –dice este ‘reductor’–. Pero, sobre todo, al profesor vago que no logra incentivar el aprecio por la lectura en sus alumnos”.

Cuento viejo

La literatura resumida no es nueva. Entre otros casos, en 1805 el escritor inglés Charles Lamb convirtió en cuentos las obras de Shakespeare y, a mediados del siglo pasado, en Estados Unidos aparecieron las Cliffnotes, que traían resúmenes de obras tradicionales. Los dos tenían la misma finalidad: acercar a los clásicos al lector común.

Una década atrás, Voluntad y Oveja Negra estuvieron entre las primeras editoriales que ingresaron a este mercado en Colombia. La primera, con Centro Literario, actualmente va por 115 títulos y tiene en estos productos uno de sus principales ingresos.

Recientemente, Panamericana e Intermedio se metieron en la competencia. Oficialmente se dice que estos libros son una invitación a visitar las fuentes originales. Sin embargo, las razones comerciales fueron la verdadera motivación.

Aunque esta literatura vive tiempos de apertura, hasta hace muy poco tiempo estaba en los rincones de las librerías como si fueran parte de las letras prohibidas. Incluso, a veces los autores prefieren el anonimato o ubican estos trabajos en un pasado que no merece recordarse.

El editor de Escuelas del Futuro César Camilo Ramírez lo explica: “Si uno va a mirar desde la dignidad de la literatura, estos textos son bastante profanos. Son un atropello contra el autor y la obra. Pero considero que en esta pobreza de lectura, por lo menos generan cierto interés”.

En este caso, vale recordar el adagio según el cual lo bueno, cuando breve, es dos veces bueno. Pero cuando es dos veces breve, las bondades se ponen en cuestión. “Un resumen es otro texto, nunca el original”, critica la especialista en literatura clásica Graciela Maglia. Según ella, estos textos no dicen tanto del autor como de quien los resume: son su versión de la lectura.

Para evitar ligerezas, las editoriales han optado por darles un valor agregado: el análisis de la obra o una reseña del autor. Alfonso Carvajal, coordinador de Estudios Literarios, de Panamericana, dice que estos trabajos se han convertido en un estímulo para el género del ensayo y en un aliciente para que los intelectuales publiquen.

Entre otros beneficios, quienes los han hecho consideran que las invitaciones a resumir les han permitido salir de una situación económica difícil. Hace diez años, José Luis García hizo una versión de 40 páginas de la novela La perla, de John Steinbeck. Dice que aceptó el trabajo porque estaba “como varado” y porque le llamaba la atención conocer mejor la obra y el autor. Así mismo, el editor César Camilo Ramírez dice que hizo lo propio en alguna oportunidad “para pagar el arriendo”.

Y, por supuesto, cientos de estudiantes han encontrado un salvavidas en estos resúmenes. Hace unos años, una estudiante del Gimnasio Iragua, de Bogotá, incluso hizo un buen negocio con la venta de fotocopias de apartes de Mil libros, de Aguilar. La mayoría de sus compañeras pasaba las pruebas, y a ella le quedaban recursos para las onces.

Varios profesores no hacen reparos a la ‘trampita’, pero otros son más severos. Graciela Maglia, por ejemplo, pregunta cosas como: “¿Por qué el canto noveno de la Ilíada puede considerarse el primer modelo retórico de la humanidad?” Así, dice ella, mata estos resúmenes con la comprobación.

El oficio de podar

Son precisamente todos esos detalles los que quedan por fuera de la obra cuando se resume. “Lo que importa a los profesores es el argumento –sostiene Martín Moreno–. En nuestro sistema educativo el alma de la obra queda en un segundo plano”.

Por eso, él considera que su arte es como el del jardinero: “Lo que hago es una poda o una macheteada”.

Cuando la memoria ayuda, el resumen de un clásico toma una semana. Tres repasadas bastan para llegar al producto final.

Moreno intenta conservar el ritmo del libro, pero reduciendo las distancias. Dice que un “así fue como” le ahorra 50 páginas y le permite mantener la cadencia. También admite que muchas veces un adjetivo o un concepto dice más que mil y una palabras.

Según él, este boom de la literatura resumida es una respuesta a la lectura obligatoria. “La gente tiene derecho a no tener interés por ciertos temas –dice–. Por lo menos así se enteran de algo”.

Y así es como, corte tras corte, Martín Moreno solo deja el tronco. “Mi trabajo consiste en entregarles eso con la esperanza de que algún día florezca”.


árticulo tomado del periodico EL TIEMPO del dia 29 de Abril de 2001
CARLOS DÁGUER Redactor de EL TIEMPO