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 EDITORIAL

¿Qué nos depara el 2005?

Nunca se sabe con certeza lo que el futuro guarda en su arcano para la suerte de la humanidad. Las antiguas civilizaciones de egipcios, babilonios, persas, griegos y romanos, para no citar sino unas cuantas, se empeñaron desde los orígenes de nuestra especie en escudriñar el acontecer por venir en las estrellas o en las cábalas de toda estirpe.

A ese ejercicio que, desde luego, tenía implicaciones y creencias religiosas, se sometieron todos los grandes del pasado milenario de la historia conocida, sin excepciones.

Por ello, y con el trascurrir del tiempo, ejercer de arúspices, ante el avance de la ciencia y de la tecnología, es por lo menos pretencioso el intento de desentrañar designios que solo dependen de la naturaleza o la voluntad de un poder superior, cualesquiera que sean las convicciones que profesen en este planeta los mortales, microorganismos insignificantes en el inmenso universo del que hacemos parte.

Empero, la lógica, en buena hora aportada por nuestros pensadores occidentales, nos ayuda a obtener elementos y juicios de valores aproximativos a lo que nos espera en el inmediato decurso de los días.

Todo para significar nuestra opinión en el sentido de que se abre en el país una etapa de incertidumbre y de zozobra.

Con el gobierno de Uribe uno no sabe a que atenerse. Cada día es más improbable que la política de "seguridad democrática" termine con la guerra y se logre la paz. Por el contrario, lo que se avizora es un incremento de la violencia, porque las fuerzas guerrilleras ya han dado muestras de recuperar los terrenos desalojados por los paramilitares, y de cobrar en la población civil la cohabitación del pasado.

El problema de orden público solo es una faceta del que aflige al país. En lo económico, las espadas de Damocles fiscales penden de la cabeza de todos los colombianos, porque el gobierno –exclusivamente interesado en su reelección– abandonó todos los proyectos destinados a sanear la economía y ponerle freno al desajuste financiero, sin los cuales el progreso es una utopía.

En este año y en el próximo –de contera– en lo político se va a librar una batalla a muerte por la supervivencia del régimen.

Ministros, jefes de entidades nacionales, parlamentarios gobiernistas, ya comenzaron el empeño de sacar avante la reelección de Uribe Vélez.

La polarización va a frenar aún más los propósitos anunciados de conducir al país hacia metas de desarrollo, porque todos los esfuerzos y recursos públicos estarán al servicio de una causa política que dividirá aún más a la nación, con secuelas similares a las que creó la guerra civil.

En lo regional, no perseveramos en hacer recomendaciones encaminadas, a nuestro juicio, de buscarle salida nuestro crónico subdesarrollo. Lo peor, es que no identificamos propósitos serios para ponerle fin, en la cuota que nos corresponde. Es cierto: no depende de presupuestos locales y regionales afrontar la solución de las magnitudes de nuestros problemas. Pero tenemos que comenzar por algo, así sea como efecto de demostración. Gobiernos y parlamentarios, cualesquiera que sea su tendencia, tienen que avenirse a un consenso sobre prioridades cívicas ausente de intereses políticas partidarios.

Y en el 2005 hacer un frente común para seguir exigiendo para el Chocó el respeto que se merece por parte de un gobierno y un país que mantiene un trato de segunda a nuestras aspiraciones de progreso.

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