Arturo Zárate Ruiz

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Las cuentistas tamaulipecas y sus propuestas tanto radicales como escépticas de redefinición genérica

 

Arturo Zárate Ruiz

Colegio de la Frontera Norte, Matamoros

Tamaulipas no es precisamente el paradigma con el que la Secretaría de Turismo, el Instituto Nacional de Antropología e Historia o el Instituto Nacional de Bellas Artes harían publicidad de la riqueza y avance cultural en México. Tal vez uno tampoco lo haría, pues se preguntaría si puede salir algo bueno de allí.

Hay, contra lo que aun los tamaulipecos esperaríamos, sorpresas. Por ejemplo, algunos de nuestros cuentistas producen una narrativa bien armada. Les gusta la ciencia ficción y la fantasía, aunque destaquen también por el realismo descarnado. Desbordan pesimismo, el cual a veces mitigan con el humor, pero más veces exacerban con lo siniestro y lo horrendo. Se interesan, que no obsesionan, por la identidad tamaulipeca o fronteriza. Entre las escritoras, éstas añaden a todo esto una preocupación por su identidad y condición de mujeres.

Sobresalen, he de decirlo, algunas tamaulipecas porque, más que descubrir o cuestionar su condición de mujeres, proponen e impulsan un nuevo modelo de mujer en nuestro estado y en México. Parte importante de cualquier cambio y movimiento social son las propuestas de cambio como las suyas.

A veces estas tamaulipecas impulsan los nuevos modelos de mujer con una valentía o una confianza total en lo radical. Otras ocasiones lo hacen con cierto escepticismo tras reconocer ciertas realidades que no van a cambiar de la noche a la mañana. De ello hablaré a continuación.

 

La narrativa de género radical

En su literatura de “género”, las tamaulipecas no se conforman con cobrar conciencia de los horrores que sufren las mujeres en el contexto de la sociedad machista en que viven. No sería, pues, suficiente leer en “El poema” de Rebecca Bowman lo siguiente:

Y lo que no le digo, aunque quiero hacerlo, es: Ya cumplí. ¿No fui a las piñatas? ¿No me paré en las estúpidas piñatas con una sonrisa de disfrute y mi vaso de kool-aid? Sin quién me hablara. Nunca con los zapatos correctos. ¿Cuáles son los zapatos correctos? ¿Cómo se adivina eso? ¿Quién les dice a las mamás cómo hay que vestirse para piñata? Todas saben, todas menos yo. No sé por qué me dejé. Por qué jugué sus juegos. Dije sí, formo parte, soy corruptadecente. Hipócritasociable. Jugué sus juegos para que no pensaran que el niño era raro. Y mira, no lo es, al contrario, es todo un Tsuru-corbata-pluma Cross.

Para que se empiece a dar la literatura de “género”, la cuentista visualiza lo que algunos podrían considerar un rompimiento con el orden social horrible que ella denuncia. En “El poema”, Rebecca Bowman añade:

Hay quienes me quieren, hay quienes me ven cuando llego y levantan los brazos. Gritan mi nombre a medio bar. Pero Caín no me cree, piensa que son ellos quienes me usan, que ellos son quienes gozan y que yo no, como si yo no sintiera, como si no tuviera ganas ni orgasmo, sino solamente una honra que perder. Su nombre no le queda... No entienden lo que es una crisis, un momento oportuno y que hay que hundirse en ella. Buscar hacer un poema de la vida, aunque sea negro, aunque sea doloroso, penoso, de muerte. Pero que signifique algo. Aunque sea sólo otro lugar común.1

Es más, en alguna medida, no sólo se trata de romper con el orden establecido, sino que se trata de redefinir el “género”. En “La decisión correcta”, Laura Verónica Sáenz dice:

...me fui a buscarlo. Cuando lo encontré me sonrió y me besó largamente, así, sin conocerme o saber nada de mí, pero como si fuéramos por años amantes. Por fin me abrazó con esos brazos tan soñados que me hicieron estremecerme hasta el último pedacito más escondido de mi cuerpo.

Ahora todos vivimos juntos. Todas las que estamos ahí somos sus mujeres. Compartimos todo, con alegría, en verdadera convivencia, como hermanas de sangre. En mi vida también ahora hay muchos Carlos. Muchos Carlos que piensan que me gozan sin darse cuenta de que los gozo sumergiéndome en esas imágenes de largos y atléticos antebrazos.2

Aunque en este ejemplo la personaje no abandone su sexualidad “femenina”, la transgrede al convertirla de pasiva en activa. Esto lo podemos observar también en “El pozo” de Graciela Ramos Domínguez. Es la historia de una mujer que se propone robar el marido y el dinero de otra mujer, y lo consigue con gozo, sin el menor remordimiento.3 Pero la transgresión genérica puede trascender los límites de la “feminidad” establecida. Así, Bambi Brayda celebra la homosexualidad tanto en hombres como en mujeres en “Superfluas nostalgias (O las andanzas de las hormigas viajeras)”. Rotos los moldes y prejuicios y abrazadas las nuevas alternativas, tanto los hombres como las mujeres disfrutan sin traumas de su sexualidad, conviven unos con los otros y logran una vida muy gozosa, muy “gay”. Se da todo esto, por supuesto, en el “hacer el amor”:

...Kristoff y Jean-Jacques se abrazaban desnudos, con el cabello suelto y la sábana enredada en los pies... ...las muchachas se dirigieron al sembradío de manzanilla, aliento de ángel, mano de león y otras flores multicolores... Dejándose tocar, Rachel experimentó deliciosas sensaciones cuando su clítoris fue descubierto por esa lengua. Ella la tocaba pellizcándole los diminutos pezones color canela, se reía y le apretaba las nalgas. Había visto escenas de lesbianas en películas de porno, pero era la primera vez que sentía de verdad a otra mujer. Era diferente. Con el sabor de lo prohibido pero, en esencia, era mejor que estar con un hombre, pues Raquel sabía exactamente cómo besarla y en dónde tocarla. Cambiaron de posiciones y se lamieron mutuamente; Raquel le metió un dedo en el ano y el orgasmo fue total; la güera se estremecía gimiendo y derramaba toda su miel. Raquel se recostó y Rachel la devoraba cual ice cream.

Oh, my God, this is so good, your pussy is so sweet. Do you like this? Do you want me to stick my finger in your cunt? Huh? I bet you do, you are such a bitch but I love it— le dijo mientras jugaba con dientes y lengua en el espeso bosque de la mexicana... Pero hay más. Si los hombres y mujeres se liberan de los moldes “sexuales”, toda la adicional “libertad” se da por añadidura: Estaban escuchando I feel good, de James Brown, después de atizarse con hash en la pipa de Kristoff. Raquelín entró a la sala con una canasta de mimbre que tenía varios envoltorios en hoja de plátano.

Aquí están, fresquecitos todavía. ¿Has probado los honguitos, Becky?... ...Becky, tratando de ser open-minded, escogió uno de los envoltorios que parecía tener menos lodo. Lo abrió e instintivamente olió: puré mud. Después de darle un trago a la jícara de aguamiel se colocó un diminuto champiñón de San Isidro bajo la lengua. Le supo ácido, pero ya lo tenía dentro; su boca salivaba como gran danés, pero se tragó la baba. Raquel la contemplaba con la curiosidad de un gato ante un rehilete; su alborotada greña cubría los traviesos ojos oscuros.

Ya andamos iguales, gringa; ahora sí, vamos a reventar, vamos a encender unas velitas y a apagar la luz. Deja y prendo incienso. Vente, vamos a bailar y luego ponemos otra cosa para ondear, escoge un cd si quieres, o mejor ponemos un disco... Jean fue y cogió algunos mangos para comer.

Vengan para acá, ninfas, vamos a comer estas frutas. Las chicas salieron de sus quehaceres carnales para reunirse en el agua con Kristoff y comer allí los mangos. Ya en la reposada de la fruta, y después de estrenar una pipa de carrizo con mota de la cosecha local, se vistieron y caminaron río arriba. Entre vados y enormes rocas Rachel se topó con un altar de piedra manchado por un charco de sangre.

Oh, my God, oh, my God, this looks like a sacrifice rock, something was killed here! I can feel the pain, I can really feel it! Y en pleno avión se untó la frente con algunas gotas, dejándose llevar por el nahual de la víctima de “sacrificio”.

Sus compañeros hicieron lo mismo, pero Jean fue más allá al chuparse los dedos ensangrentados: según él, el pacto en sangre se había cumplido.4

En “Y yo que me la llevé a la sierra”, una no muy convencida5 Graciela González Blackaller nos sugiere que, además de la libertad, la mujer requiere tomar el poder para redefinir su género. Una mujer se permite así deslices cuasi-adulterinos, pero sale bien librada por su carácter fuerte, por su seguridad en sí misma y por, finalmente, escalar políticamente a punto de ser una líder o al menos obligar a su marido, importante político, a guardar las apariencias.6

Bambi Brayda esperaría de la mujer, si no poder político, sí al menos decisiones que consoliden su redefinición del género. En “Superfluas nostalgias (O las andanzas de las hormigas viajeras)”, el personaje Rachel se lamenta que su encuentro con Raquel concluyese:

Habían pasado cinco años de ese verano. Bebiendo la segunda michelada, Rachel recordaba los exóticos sabores y mágicos cielos: eterno ritual de encantamientos de la madre tierra... Tenía que reconstruirlo todo y decírselo a ella misma, como si no hubieran pasado tantos años desde su primer beso... Pensaba en su regreso a la monotonía de los expressways y sus insultantes anuncios luminosos. 9 to 5, traffic jam. Howard Stern and the air waves, channel surfing on the net TV, microwave dinner, night cream, sleeping pils, dildos and edible underwear en la tierra donde venden comida de dieta para gatos, mientras que en los ghettos, malnutridos hijos de adictos al crack, pasaban otra noche fría sin cenar, con la única compañía de las cucarachas saliendo de las cloacas. Su vida se llenaría de vacío lejos de los colibríes y los huertos de flores, lejos de las fumarolas de don Gregorio y sus trepidantes movimientos, lejos de Raquel, tan, tan lejos de ella. Rachel tiene que tomar una decisión al respecto y lo hace:

Se dirigió a la recámara —aún en penumbras por las cortinas cerradas— y se metió a la cama con Raquel, que reposaba en t-shirt de algodón gris y tanga negra. Acariciándole la melena le dijo en secreto:

I want you to come with me.

Okey, pero, ¿vives lejos?— le contestó ella con los ojos aún cerrados.

Yeah, you can also come with me to New York if you want to— sonrió Rachel.7

Todo esto no quiere decir que Brayda desdeñe la toma del poder como vía de liberación para la mujer. En “Maquilando éxitos”, una obrera matamorense se le adelanta a su jefe norteamericano en el hostigamiento. Antes de sufrirlo ella, lo desarma apareciéndosele en la pantalla de la computadora como modelo principal de un sitio porno:

El strip virtual comenzó por los cascabeles de concha y subió al taparrabo, allí se detuvo y mientras jugaba con ella misma le decía —Ohhh, yes, baby, your so good, that feels so good, keep it coming, y Robert con la lengua ensalivaba la pantalla y la cuasi Malintzi gemía y ronroneaba entre risitas. A punto de explotar el negro se dio cuenta de que la imagen era la viva faz de Ludy, pero con el cabello negro (porque Ludy usaba un pelirrojo No. 14 de L’Oréal), entonces el orgasmo fue total y eyaculó tan fuerte que acertó atinarle a la pantalla. Ohhh, señorrita, youd did a fine job, suspiró. La señorrrrita había cumplido y el adeudo en la MasterCard era de casi sesenta dólares por los ocho minutos en la línea.8

Entre las cuentistas de “género” quizá la más destacada sea Cristina Rivera Garza. Actualmente, ella es no sólo la escritora sino el escritor tamaulipeco más reconocido internacionalmente gracias a su novela Nadie me verá llorar,9 la cual le ameritó el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero 1997 del INBA y el gobierno de Michoacán, así como el Premio Nacional de Novela IMPAC-Conarte-ITESM, 2000. Me interesa notar su postura de “género” según la expresa ya en su narrativa breve de manera muy clara.

Cristina Rivera es la más radical y parece la más coherente si nos atenemos a lo que podríamos suponer como su “precedente” lógico: la literatura de “horror” femenina.10

Si los hombres somos monstruosos, las mujeres deben pues romper de un tajo con nosotros.

La dificultad de este rompimiento es doble: la pretensión de liberado de un hombre siempre es falsa, pero creíble para algunas mujeres, y los lazos del amor, una vez establecidos, son posesivos y muy difíciles de romper.

 

El falso hombre liberado

La mujer no debe dejarse engañar por ningún hombre que presuma de “liberado”. En primer lugar, deben ellas caer en cuenta que aun el hombre más liberado que diga amarlas, sucumbirá tarde o temprano a su machismo y no querrá más que ejercer su poder, poseerla, retenerla como súbdita, tratarla incluso como puta, para encontrarle a su mediocre existencia algún sentido. Esto nos lo dice Cristina Rivera en el cuento “El último verano de Pascal”.11 Por algunos meses, un muchacho disfruta tierna y abundantemente del amor de las tres hermanas Quiñones. Se entrega a ellas liberalmente, correspondiendo así a sus atenciones. Sin embargo, sus cuates empiezan a cuestionarlo y Pascal ya no se entrega ni se deja poseer por las Quiñones, sino él quiere poseerlas; ya no son ellas sus amigas, pues las ve ahora como putas. El molde machista se apodera del muchacho y por ello pierde el amor y la dicha: sería su último verano con tan hermosas mujeres.

Rivera nos repite lo anterior, de manera más velada, en “El día en que murió Juan Rulfo”: “El deseo de tener a Blanca cerca volvió a invadirme por completo... el deseo de abarcarla y no dejarla ir...” El hombre, con tal de ejercer su poder y retenerla como suya, tal vez le ofrezca la luna y las estrellas, pero, a fin de cuentas, se la reserva a ella como posesión suya:

...el deseo de besar sus muslos y de ser una vez más el adolescente enamorado, tonto, a la total merced de una mujer enloquecida; el deseo de caminar sin rumbo en las tardes lluviosas de verano y de hacer el amor tras los altares de iglesias concurridas; el deseo de verla seducir a amigos comunes con los ademanes más artreros y de oír, después, el detallado recuento de los hechos; el deseo de caer de bruces y rogar y suplicar con todo el alma, Blanca.

En segundo lugar, si su hombre presume de liberado tal vez acabe más bien siendo ambiguo. En “El día en que murió Juan Rulfo”, tras mucho tiempo de no ver a su pareja, un profesor hace girar la conversación con ella alrededor de: “...criticar a nuestros respectivos amantes de paso. Unos eran demasiado irresponsables, otros muy aburridos, la mayoría demasiado jóvenes y desprevenidos, pero todos, sin lugar a dudas, bellísimos”.

Por supuesto, Cristina Rivera busca aquí, incluso lingüísticamente, la ambigüedad de su personaje hombre para establecer una transgresión genérica.12 Pero la ambigüedad del profesor parece extenderse a robarse recíprocamente los novios: “Bastaba que yo encontrara a un nuevo amigo para que Blanca se interesara en él y éste terminara pasando las mañanas en nuestra cama, ocupando un lugar que era mío. Y lo mismo sucedía con las amigas”.13 En tercer lugar, un hombre, aun el liberado y muy ambiguo, puede de cualquier manera preñarla:

Estoy embarazada— me anunció con los ojos clavados en su tarro de café descolorido. Sus cabellos lacios estaban resecos y sus uñas llenas de mordiscos. No supe si tenía que felicitarla u ofrecerle ayuda para contactar a un médico. Blanca siempre había sostenido que nunca tendría hijos pero, de la misma forma voraz y firme, yo había jurado en más de una ocasión que dejaría de tomar mi café expreso. Cuando el mesero se aproximó a la mesa, pedí una botella de agua mineral con mucho hielo. Ella siguió fumando. Se sonrió sin ganas.

¿Te imaginas?—dijo.

No—le contesté de inmediato. Luego tomé sus manos.

La piel del dorso estaba rugosa y las palmas llenas de sudor. Blanca no quería una felicitación.

¿Qué vas a hacer?

No lo sé todavía, pero el suicidio está descartado— mencionó en tono de broma. La sonrisa se le congeló en el rostro.14

 

Los lazos posesivos y difíciles de romper del amor

Deshacerse de un hombre le es también difícil a la mujer porque, una vez echado el lazo del amor, el hombre es posesivo y el lazo difícil de romper tanto para la mujer como para los mismos hombres. Por decirlo de otra manera, el amor es adictivo a tal punto que la amada no puede soportar el estar lejos de su amado y viceversa. La vida pierde entonces sentido, según lo expresa Cristina Rivera en “El día en que murió Juan Rulfo”:

...yo, detenido tras el escritorio, inmóvil como una estatua, viendo hacia los ventanales, observé cómo la vida se iba corriendo despavorida por las calles, la vida entera; la vida que es siempre tan poca cosa, que nunca alcanza, Blanca.15

Es más, aunque la amada se desprenda de su amado, por amar a su hombre ha sufrido ella ya tal transformación —o deformación— que ya no actúa como ella misma, sino como él. Frecuenta los lugares sórdidos que a éste le gustan, adquiere sus vicios, lo imita incluso en sus manipulaciones a punto de seducir y ejercer como él un poder sobre las mujeres que se le acercan, intenta así suplir los deseos que por él siente:

Siempre fui reacia a esos amores enfermizos que atacan a las mujeres, a esas epidemias de cercanías y violencias que se desatan en sus cuerpos como si hubieran sido inoculadas por un virus mortal, uno de esos gérmenes loquísimos que minan la cordura y la paz, ese pedazo de ácido ribonucléico que destruye la figura hermosa para convertirla en un montón de carne macilenta, expectante, sólo deseosa del deseo... Pero a pesar de todo, la estaba escuchando sin señales de fastidio. Además, el licor era realmente delicioso como para irme. Además afuera seguía lloviendo. Además ella era muy hermosa. Una desconocida. Ángeles usaba el whisky para chantajearme; Ángeles manipulaba ese aire de tristeza antigua, muy guardada, para mantenerme a su lado; Ángeles ponía ese rictus extraño, esa mueca de ironía y de cinismo que acompaña a las criaturas que están muy lejos y son por lo tanto inalcanzables, para desestabilizarme y aumentar mi interés. Mi coraje aumentaba cada vez que me daba cuenta que no sabía en qué me estaba metiendo. La falta de certeza me erizaba la piel. Ella, en cambio, parecía manejarse con facilidad en la incertidumbre; la provocaba, la recibía con las manos abiertas como una bendición sagrada. Al oírla uno podía concebir qué era eso de agarrarse a otro de sostenerse en otro totalmente. Cada vez que Ángeles volvía con sus recuerdos sobre él, su hombre, yo me apuraba a tomar otro trago de licor porque no podía soportar a una mujer sufriendo de aquel modo. ...desnuda se tendió a mi lado. Su cuerpo blanco entre las sábanas blancas era la síntesis de algo hermoso, algo único, algo terriblemente bello porque está abandonado y al alcance de la mano y es intocable. Nadie puede tocar a una mujer loca que sufre y se burla y se desnuda. Dormimos abrazadas hasta que el sol llenó de bochorno el cuarto y nuestros cuerpos de sudor.

En fin, por tan terrible y “enfermiza” adicción, aun la mujer abandonada por su macho tenderá a volver dócil a él de presentársele la más pequeña oportunidad:

Despierta, Ángeles parecía necesitar sólo alcohol y a su hombre para mantenerse viva. Seguramente era una idiota o una loca, o ambas cosas, y yo estaba con ella. Yo había hablado poco, es cierto. También era cierto que no tenía nada qué decir... Después vi cómo saludaba a un hombre, cómo lo besaba, cómo se iban abrazados rumbo al bar. Eran las seis de la tarde y él era, sin lugar a dudas, su hombre.16

La solución de Cristina Rivera es alejarse de los hombres sin siquiera dejarles una nota de despedida, como nos lo expresa en “Carta para la desaparición de Xian”.17 Esta solución, ciertamente, no es sencilla, porque el hombre no dejará de perseguir a la mujer ni de acosarla. En “Andamos perras, andamos diablas...”, Cristina Rivera nos presenta la persecución de un hombre a una mujer a punto de secuestrar, encerrar y torturar a su amiga para sacar de ella información sobre el escondite de la perseguida. Que la violencia del hombre siga dándose no quiere decir, sin embargo, que la rebelión de la mujer no tenga sentido. Al menos el sufrimiento que ahora ella sufre es para liberarse. Aunque breve esta historia, resaltan sus tintes épicos por la heroicidad de la amiga en el mantenerse callada y preservar así la libertad de la perseguida.18

Hay, entre las tamaulipecas, otras propuestas de género, tal vez menos elaboradas que las de Cristina Rivera, pero no menos radicales. Por ejemplo, Merari LeosVillasana resuelve la violencia de que es objeto la mujer convirtiéndola a ésta de blanco en dardo. Nos dice en “Dulcinea”:

Yo estaba perfectamente sobria cuando vi salir a Dulcinea de la mano del chico al que odiamos todo el semestre. No podía creer que un poco de droga lo hiciera olvidar. Los seguí hasta un callejón. Siempre recordaré la saña con la que mi frágil amiga lo apuñaló una, dos, tres, cuatro... A la directora bastó con mirarla para que cayera dando tumbos por la escalera. Nada sobresaliente ocurrió hasta la llegada del baile de graduación. Misteriosamente una parte del techo se derrumbó dejando expuestos los sesos de los que alguna vez despectivamente la llamaron “popotitos”.19

 

Propuestas de género escépticas

Otra destacada autora tamaulipeca es Olga Fresnillo. Mereció el Premio Nacional Puebla 1992, por “Feliz advenimiento”,20 un cuento de ciencia ficción que varios críticos consideran la más atrevida propuesta de “género”. Por ejemplo, Federico Schaffler, al presentarlo en la colección El cuento fantástico en Tamaulipas, lo alaba porque no sólo iguala los sexos, sino porque aun supera la noción misma de sexo.21 Miguel Rodríguez Lozano lo considera “subversivo” contra el canon patriarcal, “desideologizador” de las relaciones humanas e, incluso, “desacralizador” de la maternidad, constructo social del cual, una vez liberada una mujer, rompe ella definitivamente con las estructuras machistas de poder que la sujetan.22

Hay muchos elementos en el texto que permiten esta lectura. Miguel Rodríguez cuidadosamente los identifica: que los hombres puedan tener hijos, que las mujeres puedan tener control absoluto no sólo sobre sus vidas, sino sobre las instituciones de poder, que se admitan y se conviertan en lo más común las relaciones homosexuales, que se construyan y se desconstruyan los roles femeninos y masculinos a tal punto que se confundan, no existan o se inviertan, que caiga, en fin, el último bastión de los constructos genéricos y se vea así liberada la mujer:

Las mujeres vieron el cielo abierto en cuanto se les relevó de la maternidad, tarea que las obligaba a permanecer casi al margen del aparato productivo por largos y valiosos meses. En un principio, las que no podían concebir agradecieron a la ciencia los avances que les permitieron procrear dentro de la intimidad de un tubo de ensayo—“in vitro”, se le había llamado—. Después se ofendieron al ver que una máquina, con un líquido rico en sustancias nutritivas, hacía posible el desarrollo de un bebé, de principio a fin y sin necesidad de una madre. Sin embargo, la lógica se impuso y las personas del género femenino acabaron por comprender que su valía no radicaba en la reproducción y que estaban en absoluta libertad para emprender tareas trascendentes sin sentir las ataduras de la maternidad.

Por si tuviésemos algunas dudas sobre la audacia de Olga Fresnillo, en “Feliz advenimiento” esta autora no se conforma con que con su liberación la mujer iguale al hombre. Quiere además que su liberación le abra camino para convertirse de dominada en dominadora. Lo logra a tal punto que puede, en el relato, explayar sobre el hombre su condescendencia. Porque tienen a los hombres bajo su poder es que las mujeres apapachadoramente pueden permitirse la gentileza de dejarlos ocupar la presidencia del país. Nos ofrece así Fresnillo un cuadro de paternalismo exquisito, de “Acción afirmativa”, 23 pero al revés.

Por supuesto, en “Feliz advenimiento” tal condescendencia no excede el ser un simple gesto. No hay una preocupación real en la clase femenina dominante de permitirle al hombre acceder a las tareas “trascendentes”. A él, por lo regular, sólo le tocan desempeñar no sólo las tareas serviles, sino aun las prescindibles: “Enfermeros, afanadores, secretarios, todos desempeñaban labores que cualquier máquina rudimentaria podía realizar, su fin era, en realidad, el de darle un ambiente diferente al negocio”.

Podemos, pues, concluir que un hombre no sirve para más que de figura decorativa en “Feliz advenimiento”. No parece haber otra opción porque su carácter se ha tornado en servil, dependiente, débil; todo en los varones se ha estupidizado. “Diez horas de labores semanales les parecen excesivas”, nos dice Fresnillo. No nos debe sorprender que a las mujeres ni para hacer el amor se les antojen los hombres. Desde que dejaron la sumisión, a las mujeres les espantó el verla. Por ello ahora prefieren, aun en la recámara, el abrazarse entre iguales. A un hombre se le ocurre, sin embargo, amar a una mujer y ésta queda embarazada. “La historia termina —como nota Miguel Rodríguez— con la imagen de la madre amamantando a su hijo”. Para Miguel Rodríguez, éste es “un final desconsolador”. Si bien, nos explica Rodríguez, Fresnillo logra exhibir las relaciones de poder y su vinculación con lo sexual-corporal, el final lo anula todo. Con el final, insiste el crítico, “no hay posibilidades inmediatas” para la transformación de las relaciones de género propuesta por la autora. Pues bien, aceptando la lectura que hace Rodríguez Lozano, yo preferiría en un primer momento decir que el final no anula nada, sino que nos coloca justo en el bastión verdaderamente extremo que hay que deconstruir si de lleno se quieren transformar las relaciones de género. El mensaje de Fresnillo sería entonces: “aniquilemos de una buena vez a los hombres”—o al menos castrémoslos—, pues mientras existan o puedan inseminar, persistirán los riesgos de los embarazos; es decir, los riesgos de verse la mujer de nuevo sujeta a los lazos de sumisión que le impone la maternidad. Después de todo, en el “Feliz advenimiento”, los hombres no llegamos más que a figuras decorativas, según esta primera lectura. Somos prescindibles, como muchas feministas nos lo han estado diciendo desde la década de 1960, por ejemplo, en el manifiesto del SCUM, que quiere decir “escoria”, siglas que sirven para abreviar Society for Cutting Up Men; es decir, la Sociedad para Borrar del Mapa a los Hombres (otra traducción podría ser Sociedad para Castrar a los Hombres). Su manifiesto nos dice:

...los machos no son sino un accidente biológico... una hembra incompleta, un aborto deambulando... Ser macho es ser una hembra deficiente... limitada; la masculinidad no es sino una enfermedad de deficiencia... ser un tullido.24

Si ya Olga Fresnillo aparentemente nos pinta en su obra como castrados, qué más da que finalmente seamos castrables. Entonces, la transformación de las relaciones de género, la emancipación última de la mujer, se dará. Creo, sin embargo, que el cuento de Olga Fresnillo no se queda en repetir, con clichés, proclamas feministas de los años sesenta. Después de todo, Fresnillo publicó su obra en los noventa. Tal vez, por tanto, ella vaya más allá. Quizá un signo de ello sea que no concluye su cuento mandándonos, a los tan aparentemente prescindibles y pusilánimes hombres, a los hornos de exterminio por nuestra barbarie de embarazar y así esclavizar a las mujeres. Un signo más cierto es que, desde que se inicia el cuento, los embarazos son deseables o al menos muy lindos y de moda para los afeminados hombres. Éste, de hecho, es el tema central de su cuento:

La sala está llena de recién nacidos. El aroma de talco y la leche maternizada se mezclaban en la atmósfera cálida y tenuamente iluminada...

El alumbramiento es inminente, no creo que se pueda esperar más.... —...serénese; no es usted ni el primero ni el último hombre que da a luz.

Un hombre, el afeminadísimo doctor Jarvis, justo entonces había reintroducido los alumbramientos, lo que todavía en el lejano siglo XX había sido una “tradición”. Si para los hombres pudo todo esto ser un capricho, una moda, para las mujeres fue “una estupidez”: “Hacía muchos años que el dolor era perfectamente evitable, pero, por ‘razones humanitarias’ ...Jarvis... hacía que los pacientes lo experimentaran en ciertas ocasiones para darle un sello de tradición al suceso...

Fresnillo agrega:

El numeroso personal del [Centro de Advenimiento] y, en especial, el que en ese momento se hallaba en la sala, era prescindible. Su presencia, sin embargo, daba un toque elegante, muy vistoso después de décadas en que todo había sido atendido por autómatas eficaces pero, a la postre, chocantes.

Quienes se embarazaban y alumbraban, pues, eran los hombres. A lo mejor lo necesitaban para distraerse de sus diluidas vidas donde el trabajar no excedía ni 6% de sus actividades en la semana, donde el resto del tiempo lo ocupaban en sentirse y mostrarse demasiado femeninos, en decorar todo por donde pasaban, en entornar los ojos frente a su obra esperando a alguien quien les aplauda, en encontrar, sin embargo, no otra cosa sino otro hombre con quien convivir, acostarse y hacer el amor.

¡Ah, caray!, nos dice Fresnillo: “...los parturientos... querían dar a luz con dolor, entre seres humanos y rodeados de una atmósfera ajena a su vida diaria...”; es decir, ajena a una sociedad que “se reprodujo por pedido, tal como se hiciera antiguamente con los autos de lujo, y, después, al mayoreo, para distribuirse en los grandes almacenes”. He allí que importantes cosas no funcionaban lo suficientemente bien en dicha sociedad que había deconstruido los géneros tras poner a un lado los embarazos. No funcionaban, por ejemplo, las alternativas para los embarazos:

 [Las criaturas] podían ser compradas por catálogo o mandadas hacer según las especificaciones de los futuros padres, ventajas logradas a través de la ingeniería genética. En consecuencia, la sociedad estaba poblada por seres cada vez más parecidos. Solían ponerse de moda. Los rubios de ojos claros estaban definitivamente relegados. Los negros de pelo lacio, ojos rasgados y facciones exquisitas caían poco a poco en desgracia. Definitivamente —y quien sabe por cuanto tiempo— la vanguardia estaba en gestar niños en el cuerpo, como dejara de hacerse por razones casi olvidadas.

No funcionaban, aun así, lo bastante bien los embarazos alternativos de los hombres. Los bebés se extraían de “...la maltrecha cavidad abdominal del hombre y [tras] retirar el transplante de tejido sintético uterino, alimento del producto durante el período de gestación”. Es más, Los nodrizos eran los empleados de mayor jerarquía después del doctor Jarvis. Su trabajo consistía en amamantar a los recién nacidos con leche artificial, contenida en los depósitos pectorales de los hombres; estos eran llenados con la periodicidad necesaria para que los chiquillos no pasaran hambres y crecieran robustos  Era todo un espectáculo ver a los nodrizos, gordos vanamente a fuerza de tanto atole..., tomar en sus redondos brazos a los bebés y casi asfixiarlos con las dadivosas prótesis.

A todo esto, Fresnillo agrega que “los movimientos cimbreantes de las caderas estrechas” de un hombre dando a luz “lo confirmaban” no como un buen parturiento, sino “como un buen bailarín de striptease”. El mismo afeminado doctor Jarvis pudo comprobar la gran diferencia que había en una mujer al parir con la de un hombre, tras enfrentarse finalmente a una dando a luz:

Sintió el dolor de la mujer y lo vio caer convertido en gotas de sudor helado. El vientre se prolongaba hasta el pecho y las amplias caderas daban cabida al nuevo ser con una naturalidad que asombró a Jarvis. Admiró los pechos cruzados de venas azulosas y rematados por unos botones rosáceos, a punto de reventar y dejar correr el calostro. Los alumbramientos que él había propiciado hasta ese día le parecieron caricaturas ridículas y pretenciosas. Separando las piernas de la mujer verificó la dilatación de la vagina. Su dedo tocó la pequeña cabeza. Otra mujer, quien contempla el alumbramiento, advierte a Jarvis lo siguiente: “No haga nada... a la Contraloría General le parecerá incorrecto que ayude a sojuzgar a las mujeres atándolas de nuevo a la maternidad”.

El hombre que embarazó a la parturienta y quien en algún momento anterior le pidió a un Jarvis cobarde que fuese “un verdadero hombre por una vez” en su vida, en ese momento fue quien se portó poco hombre. Con respecto a atender el parto, le dijo a Jarvis que “será más prudente permanecer al margen”.

Pero es muy tarde. Al parecer Jarvis ha descubierto que después de todo hay verdaderas maneras de ser hombre y de ser mujer, no simples constructos genéricos. De ahí que Jarvis se decida a atender a la parturienta aun cuando con ello violente las fibras mismas de la sociedad en que vive. Jarvis concluye el cuento diciendo:

—Le aseguro que yo necesito más de esa mujer que ella de mí”.

Esta tercera lectura, por supuesto, es la más complicada. En ella Fresnillo no elimina su sátira a la desigualdad de los sexos. Lo hace, ciertamente, mostrándonos cuán ridículos nos veríamos los hombres si nos viéramos reducidos a la sumisión a que tenemos en alguna medida sujetas todavía a las mujeres. Pero, también, Fresnillo no se adhiere, sino es escéptica, a una visión que reduce toda relación entre hombres y mujeres al constructo social de “género”. Para Fresnillo, hay cosas que corresponden “naturalmente” al hombre  a la mujer, y para ella no son lamentables, sino positivas. No puede entristecerse, como Miguel Rodríguez, porque las mujeres se embaracen y los hombres las preñen.

En fin, al abordar la literatura de “género” no quiero dejar de mencionar a Altair Tejeda de Tamez, una escritora a quien difícilmente me imaginaría interesada en temas de “género” por ser la más destacada representante tamaulipeca de la literatura “femenina”. 25 Ella, sin embargo, escribió el cuento “Réquiem”. El texto es la historia de Raquel, una mujer excepcional, que, abriéndose paso en la vida, logra destacar en las artes, en la vida profesional y en la diplomacia. Su tarea, por las iniquidades de “género”, es mucho más difícil para ella que para los hombres. Desde que es pequeña tiene que romper con las reglas que los privilegian a ellos, y como siempre la responsabilizan y castigan por las travesuras de su hermano, ella casi lo odia. Dándose la oportunidad, la niña no se esfuerza más de lo necesario para evitar la muerte de éste. Si bien su madre jamás se lo perdona, Raquel tampoco se arrepiente, pues gracias a querer deshacerse de ella doña Felipa la deja ir a estudiar a la capital. Que a sus dieciocho años se case su madre de nuevo después de una viudez de diez años no la conmueve en lo absoluto, aunque considere las segundas nupcias una traición a la memoria de su padre. En cualesquiera de los casos, Raquel no asiste a la boda e inicia una vida independiente de sus padrinos, quienes se habían responsabilizado de ella tras claudicar doña Felipa a la tutela:

El primer día en que Raquel durmió sola en su casa, pensó que iba a tomar posesión de su libertad, pero no fue así: se sentía atada a un pasado que creía muerto. Rompió todas las fotografías que guardaba de su madre y su hermano y regaló los objetos que había traído consigo desde su pueblo. Buscó nuevas amistades, sólo a Carmen, quien también había venido a residir a la capital, la conservó como su amiga íntima, a la que consideraba cómplice involuntaria de aquel crimen cometido con el pensamiento en la persona de su hermano.26

Según crece su entrega a la profesión y su prestigio artístico, Raquel ve que sus amigas se casan y se apartan de ella (salvo Carmen y dos o tres más). Pero aun ellas la censuran cuando decide casarse con un hombre de muy mala fama de quien de cualquier manera se enamora. Con él se embaraza y desea tener una niña, no un niño que le recuerde a su odiado hermano. Da a luz finalmente a un niño, sin que el padre ni siquiera se preocupe por estar en el alumbramiento. El matrimonio se rompe y aun la relación de Raquel con su hijo llega a un fin, pues en algún momento éste decide quedarse con su padre. La carrera de Raquel continúa como destacada representante diplomática. Sin embargo, por hallarse en un país en guerra, conserva un arma en su oficina la cual, según un documento oficial, se dispara y la mata cuando procede a limpiarla. Le da la bala en el pecho, según el testimonio de una camarera. Una carta póstuma que recibe su amiga Carmen le revela que Raquel se hallaba enredada sentimentalmente con un mozo de la embajada, específicamente el esposo de dicha camarera que aseguró que la pistola se disparó sola.

En “Réquiem”, Altair Tejeda de Tamez está muy lejos de ofrecernos una historia moralizante. Raquel no es un antihéroe, sino la heroína en el cuento. De cualquier manera, Tejeda no puede cegarse ante las “transgresiones de género” de su personaje. Estas transgresiones tienen sus consecuencias no sólo entre los hombres que la rodean, sino incluso entre las mujeres. El riesgo está en que no sólo no serán las transgresiones bienvenidas, sino más bien combatidas a punto de constarle la vida a Raquel.

Tal vez por los costos de la “transgresión”, Rebecca Bowman, en “Brujas”, admite, convencida, la redefinición de “género”, pero sin entusiasmos desmedidos; abraza la vejez, la fealdad y el abandono como prendas femeninas, pues ellos significan libertad, sin necesariamente aplaudirlos:

Somos dos hermanas, tomando té muy de noche en la casa de mi hermana, con nuestros hijos dormidos en el cuarto contiguo. Ya que estas visitas sólo suceden cada dos años, nos damos cuenta una en la otra de nuestro mutuo deterioro. Estamos encantadas de vernos, y con nuestro cabello alborotado y en batas rotas, hacemos algo como una reunión de brujas sobre su desayunador... Todas ellas eran mujeres bellas; interesantes, vitales. Aun la tía Bell, quien fue encerrada en una institución por su propia hermana, mi abuela, y atormentada con electrochoques (Nunca perdonó esto. Al salir del lugar sin tener memoria de su conducta rara, jamás volvió a hablar con su hermana) aún ella tocaba el piano, cuidaba de su jardín, contaba cuentos interesantes y se reía ampliamente y con frecuencia...

...la mayoría de las mujeres estamos destinadas a estar solas. Pero ahora, con el divorcio, este destino nos llega a una edad más temprana, no a la muerte del cónyuge, sino al llegar nosotras por primera vez a serle repugnante. Quizás es ésta la razón de tanto ejercicio frenético que se ve, las cremas rejuvenecedoras y la cirugía plástica. Tememos estar solas. Mucha de la hermosura se liga con la procreación. Todas las especies lo hacen: irradiar belleza cuando los huevos están maduros, atraer al otro sexo, tener los hijos y entonces perder esa abundancia de carne una vez que nuestro destino reproductivo se ve realizado. Así era con mi madre. Examinando viejas fotos de ella junto con mi esposo, él exclamó que ella era bella. Y lo era. Un cuerpo sinuoso, una cara bonita, pero después de dar hijos a mi padre fue abandonada en una casa dilapidada, seca y con dos mocosas a quienes alimentar. Incapaz ya de atraer a nadie. Sola pero no amargada. Ninguna de ellas era amargada. Supongo que le servíamos de consuelo. Y mi hermana y yo somos ya de la misma edad, mujeres ya no en lozanía sino empezando a marchitarse. Oigo en su plática los mismos temores que los míos, que nuestros esposos ya no nos quieren, que también pronto estaremos solas. Mi hermana, cómo la quiero. Ella es la más cercana a mí, un cuasiespejo, no porque nuestras vidas son similares, no porque nuestros pasados sean el mismo —entre su descripción de nuestra niñez y la mía yace un golfo de diferencia— sino porque dentro de nosotras vive la misma semilla genética. Ella es la más cercana genéticamente a mí de cualquier humano en la tierra. Y así veo en ella florecer los brazos gordos de la abuela materna, los senos colgados de la paterna, las quijadas de mi tía y las ojeras de mi madre. Estoy segura que ella ve lo mismo en mí. También ha estado examinando nuestro pasado, a nuestros parientes. Es ella quien me cuenta de su visita a mi tía Hattie, la única hermana de mi padre, y cómo allí vio en ella a mi abuela. Hasta el olor. Olía igual. Y es ella quien finalmente me revela un poco de nuestra vida en familia. Sobre la bilis que vertía de la boca de mi padre. Sobre el lento deterioro de mi madre bajo tantos insultos y burlas. Así que sentada junto a ella pienso que quizás este abandono era un regalo de libertad, y que quizás no hay razón para lamentarlo.27

En conclusión, las escritoras tamaulipecas no son ahora ajenas a la reflexión de género. Al hacerlo, sin embargo, algunas proponen cambios radicales, mientras otras se muestran escépticas respecto al alcance de esos cambios, por lo cual les ponen límites.

 

Notas

1 Rebecca Bowman. “El poema”. Los ciclos íntimos. Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, Ciudad Victoria, 1995, p. 52.

2 Laura Verónica Sáenz. “La decisión correcta”. Orlando Ortiz (Sel. y presentación). En las fronteras del cuento. Jóvenes narradores del norte de Tamaulipas. Conaculta, México, 1998, p. 52.

3 Ver Graciela Ramos Domínguez. “El pozo”. Cal en el polvo. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2001, pp. 67–70.

4 Bambi Brayda. “Superfluas nostalgias (O las andanzas de las hormigas viajeras)”. Orlando Ortiz (sel. y presentación). En las fronteras del cuento. Jóvenes narradores del norte de Tamaulipas. Conaculta, México, 1998, pp. 81–94.

5 Al final del cuento, González Blackaller se pregunta sobre el éxito político de su personaje así: “¿Aquella experiencia le sirvió para aprender a mentir?”. Ver “Y yo que me la llevé a la sierra”. Bajo la superficie. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2001, p. 62.

6  Ver Graciela González Blackaller. “Y yo que me la llevé a la sierra”. Bajo la superficie. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2001, pp. 61–62. En su cuento no queda claro si finalmente el poderoso político es la mujer o su marido. El texto dice que la mujer “preside” actos políticos, pero además dice que lo hace “al lado” de su marido.

7 Bambi Brayda. “Superfluas nostalgias (O las andanzas de las hormigas viajeras)”. Orlando Ortiz (sel. y presentación). En las fronteras del cuento. Jóvenes narradores del norte de Tamaulipas. Conaculta, México, 1998, pp. 93–94.

8 Bambi Brayda. “Maquilando éxitos (fragmento)”, Orlando Ortiz (Sel. y presentación). En las fronteras del cuento. Jóvenes narradores del norte de Tamaulipas. Conaculta, México, 1998, p. 104. Editada por Conaculta, Tusquets Editores y el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1999.

9 Nadie me verá llorar.  Premio Nacional de Novela José Rubén Romero 1997 del INBA y el gobierno de Michoacán, así como el Premio Nacional de Novela IMPAC-Conarte-ITESM, 2000.  Editada por Conaculta, Tusquets Editores y el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1999.

10  La “literatura de horror” femenina es con la que las escritoras cobran conciencia y repasan de la violencia, explotación e injusticias que sufren por los hombres y por la sociedad machista en que viven.

11 Ver Cristina Rivera. “El último verano de Pascal”, www.ficticia. com/cuentos/verpascal.html

12 La ambigüedad en las escritoras de “género” ciertamente no se queda en presentarnos personajes de ambigua sexualidad. El lenguaje es primordialmente ambiguo para romper las normas demasculinidad o de feminidad prevalecientes y las cuales yerguen en tabú el que un hombre se exprese de otro hombre llamándole “bellísimo”. Pero porque aun prevalece el tabú y la transgresión del lenguaje resulta inaceptable es que los personajes así presentados por las escritoras de “género” resultan a fin de cuentas “ambiguos”, tal vez contra sus propias intenciones.

13 Cristina Rivera. “El día en que murió Juan Rulfo”, www.ficticia. com/cuentos/diamuriojr.html

 14  Idem.

15 Idem

16  Critina Rivera Garza. “El desconocimiento”. Orlando Ortiz (ed.). Cuentistas tamaulipecos. Del fin de siglo, al nuevo milenio. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2000, pp. 387–395.

17  Ver Cristina Rivera Garza. “Carta para la desaparición de Xian”. Orlando Ortiz (ed.). Cuentistas tamaulipecos. Del fin de siglo, al nuevo milenio. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2000, pp 397–401.

18 Ver Cristina Rivera Garza. “Andamos perrras, andamos diablas...” Orlando Ortiz (ed.). Cuentistas tamaulipecos. Del fin de siglo, al nuevo milenio. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2000, pp. 403–413.

19 Merari Leos Villasana. “Dulcinea”. Diálogos póstumos. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2003, pp. 13–14.

20 La edición que aquí manejo es la publicada por Federico Schaffler en su antología El cuento fantástico en Tamaulipas. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, CiudadVictoria, 2000, pp. 85–98.

21 Ver dicha presentación en Olga Fresnillo. “Feliz advenimiento”. Federico Schaffler (comp.). El cuento fantástico en Tamaulipas. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2000, p. 85. La presentación es de Schaffler. Ver Miguel Rodríguez Lozano. “La diversidad escritural”. A quien corresponda. Ciudad Victoria, núm. 100, junio, 2000, pp. 18–24.

22  Ver Miguel Rodríguez Lozano. “La diversidad escritural”. A quien corresponda. Ciudad Victoria, núm. 100, junio, 2000, pp. 18–24.

23 El programa “Acción afirmativa” es uno ejercido hoy por los Estados Unidos para dar mejores oportunidades de desarrollo a los individuos o grupos que en algún momento histórico fueron marginados o discriminados, por ejemplo, los negros, los latinos, las mujeres, los homosexuales, etc. Este programa tiene cierto costo para los individuos y grupos que en algún tiempo fueron privilegiados, por ejemplo, el hombre blanco.

24 Cit. por Julie Ellis. Revolt of the Second Sex. Lancer Books, Nueva York, 1970, p. 65.

25 Con la “literatura femenina”, una escritora no cuestiona ni se aparta de los roles impuestos a la mujer por la sociedad machista.

26 Altair Tejeda de Tamez. “Réquiem”. OrlandoOrtiz (ed.). Cuentistas tamaulipecos. Del fin de siglo, al nuevo milenio. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, Ciudad Victoria, 2000, p. 63.

27 Rebecca Bowman, “Brujas”. Los ciclos íntimos. Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, Ciudad Victoria, 1995, pp. 55-59.

 

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Este registro se añadió el 28 de octubre 2009

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Arturo Zárate-Ruiz trabaja para  El Colegio de la Frontera Norte, en Matamoros. Se doctoró en Artes de la Comunicación en la Universidad en Wisconsin en Madison. Se especializa en retórica. Estudia el discurso político y literario en la frontera de México y Estados Unidos. Entre sus libros se hallan La Ley de Herodes y la "guerra" contra las drogas (Plaza y Valdés, 2003), A Rhetorical Analysis of the NAFTA Debate (University Press of America, 2000) y Gracián, Wit, and the Baroque Age (Peter Lang, 1996).

Otros textos del autor en el sitio:

Ciencia ficción en Tamaulipas: la visión de los épsilon

IV Letras en el Borde

Literatura como fuente e instrumento de observación para aproximarse a la nueva literatura tamaulipeca

 





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