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Apurarse o vivir en apuros debido a la primacía del tiempo en nuestras vidas y nuestras familias es la característica del mundo actual. Vivimos bajo la doctrina del dominio del tiempo, aquélla que nos repite constantemente: "si quieres hacer algo de tu vida, no desperdicies tu tiempo". Producir, producir, correr, competir, y después de un pequeño respiro, consumir y consumirnos en el intento. Nos sentimos presionados, empujados por fuerzas desconocidas, por un extraño impulso que nos alienta y que nos hace perder nuestro centro de gravedad. Sacrificamos aquello que más amamos por la meta inalcanzable que el dinero y el poder nos promete. Pronto perdemos la perspectiva de la vida plena y perdemos de vista el aspecto espiritual de nuestro ser.
Esto no es otra realidad, sino un espíritu poco conocido, un espíritu que nos anima, un espíritu que no desea ser materializado en el éxito social ni en el valor abstracto del dinero, un espíritu que quisiera salir al encuentro de quienes viven a nuestro alrededor. Si verdaderamente somos espíritus encarnados, entonces la evolución de nuestro espíritu debe ser nuestra máxima jerarquía. Necesario se hace que no olvidemos que más que ser como un faro, somos la luz que brota de nuestro ser interior; que más que el mensajero, somos el mensaje que el faro ha de trasmitir y compartir con nuestro prójimo.
¿De dónde nace la energía, de donde brota el ímpetu con el que acometemos los retos que el diario caminar nos presenta? Por supuesto que nace de la fuente inagotable de nuestro espíritu interior, siempre y cuando hayamos sido capaces de mantenerlo libre y sano. Entonces, así como fortalecemos nuestro cuerpo mediante una buena alimentación y un ejercicio revitalizador, también debemos comprometernos en actividades que ayuden a mantener un espíritu templado y activo que dé a nuestro cuerpo renovados ánimos en nuestro trabajo diario.
Vivir las citas con nosotros mismos, con intensidad, reflexión y entendimiento, puede ayudarnos a recuperar el aliento, a sentirnos equilibrados, a experimentar una paz interior y ampliar los horizontes de nuestra alma. Sin embargo, vivimos inmersos en un mundo lleno de distractores: la televisión que invade nuestros espacios más íntimos (aparatos de TV en todos lados: en el baño, la cocina, el comedor, las recámaras y hasta en el patio), los actos sociales para que "nuestros amigos no olviden lo que hacemos y donde estamos", los viernes de películas (mismas que se han convertido en un rito familiar o grupal), los juegos electrónicos, el alcohol, las modas, etc. Precisamente el laberinto de distracciones en el que, sin darnos cuenta, como sonámbulos nos movemos haciendo difícil vivir momentos de solaz reflexión.
Otro hecho diario dentro de la vida capitalista y de producción en que vivimos, es el que se refiere a los juicios y críticas de quienes viven con nosotros. Quien desea tener tiempos de reflexión y descanso, muchas veces es criticado por quienes se dedican únicamente a producir y a competir: "fulano se la pasa demasiado tiempo de ocioso, pues según él está meditando". Como resultado de este ejercicio, puede generarse un sentimiento de culpa, por "incumplimiento de las expectativas de los demás". Pero cuando mantenemos despierto nuestro espíritu, éste nos recuerda que más que vivir en un medio tribal donde debemos aportar algo de nuestro espíritu, si primero no lo enriquecemos, nuestra contribución será muy pobre. Así que dentro de nuestra jerarquía de acción, primero habríamos de tener bien claro el hacer espacios de tiempo para estar con nosotros mismos, hacer a un lado las necedades de quienes parlotean a nuestro rededor, o de plano evitar comprometernos en responsabilidades adicionales. Quizás apartar sesiones personales para reflexión y meditación con duración de entre quince y treinta minutos nos ayuden a alimentar nuestro espíritu, nos ayuden a recuperar nuestro aliento. Esta decisión puede permitirnos el acceso a una fuente de energía que nos permita sentirnos en contacto con nosotros mismos y recordarnos que somos parte importante del universo.
También podemos tomar un cuaderno habilitado como diario, donde anotemos pensamientos, meditaciones, visiones de seres humanos que nos precedieron y, por otro lado, explorar nuestros sentimientos, nuestras esperanzas, sueños y realizaciones.
El tomar tiempo para alimentar nuestro espíritu requiere sacrificar otros tiempos que, lo más seguro, son menos importantes para nuestra alma. Entre más tiempo dedique uno a actividades relacionadas con la evolución de nuestro ser espiritual, más feliz y relajado se estará. Me parece que todo ese tiempo nos rejuvenecerá, nos ayudará a borrar amarguras y, sobre todo, nos encaminará a una vida creativa y plena.
Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx
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