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Tanto en el estudio de una gran mansión, como en el cuarto de una casa habitación dentro de un vecindario o de una colonia de cualquier tipo, se desenvuelve una escena como la siguiente, escena que nos es familiar como miembros del grupo de los pensantes homínidos:
"¿Lo perdonaré? ¿Podré perdonar tal infamia? ¿Podré perdonar a tan gran traidor y desleal ser?"
Y es que, quien se ve en una situación como la anterior se pregunta si el acto del perdón es bueno, si es virtuoso, o si es un acto más de estúpida inocencia.
"Y es que ya van muchas que me hace", sigue rumiando para sus adentros el personaje lastimado. "¿Será adecuado que lo perdone ésta vez?", y camina de un lado para otro dentro del espacio que lo confina y que lo mantiene fuera del alcance de sus semejantes, y vuelve a repetirse: "Si lo perdono, me verá de nuevo la cara de p...".
Sin embargo, dentro de su espíritu se revuelven infinidad de sentimientos contrastantes: luz y obscuridad, odio y amor, compasión e indiferencia, dolor y tristeza, recuerdos gratos y sueños destruidos.
"¿Será adecuado perdonar otra vez?", se pregunta con insistencia. "Si el perdón es una virtud, ¿por qué tan pocos la practican?"
Recordaba los consejos que su padre, ya fallecido, le daba con respecto al perdón:
"Hijo", le decía su padre, "cuando perdonas, practicas una virtud que te hace superior, que te mejora como persona y te da una mejor posición con relación a quienes no lo practican".
Al pensar y recordar la voz tranquila y pausada de su padre, se acordaba de las circunstancias de su muerte, de cómo muchas personas le lloraron y de cómo se había dado una manifestación colectiva de dolor. "Verdad es", se decía, "el perdonar me inclina naturalmente a ejecutar actos apropiados para perdonar".
Mientras esta batalla emocional de magnitud intensa se desarrollaba dentro del espíritu de este solitario hombre, podríamos aventurar que en innumerables lugares del mundo la misma batalla se libra en innumerables corazones, culturas, religiones y sistemas de creencias. Los estados emocionales, por los que todo ser humano deambula cuando se encuentra bajo la tensión estresante de conceder o no un perdón a quien le ha ofendido, son preámbulo para la acción que puede llevar al sujeto a sufrir intensos dolores espirituales producidos por la conciencia que le interroga y que le dicta cursos de acción acordes a la percepción que tiene del asunto en cuestión.
Por otro lado, ¿se puede saber cuándo es adecuado perdonar? ¿Qué método se puede seguir para identificar y asegurar si la acción de perdonar es adecuada? ¿Existe tal método? ¿Puede el resentimiento, resultado del no perdón, ayudar a reconocer si perdonar es lo indicado o no? Todo este laberinto de incógnitas debe resolverse antes de lograr la tranquilidad de una respuesta adecuada, meditada y sensata que lleva al acto del verdadero perdón. El resentimiento, como sentimiento corrosivo del espíritu humano, se convierte, por su misma naturaleza, en la parte constitutiva de todo acto genuino del perdón.
Aristóteles habla acerca de la virtud y de sus consecuencias benéficas para todo aquél que la practica, y es precisamente bajo la luz de la llama aristotélica que el ofendido encuentra en definitiva las razones que dan fundamento a la acción liberadora del perdón.
Y es que, me pregunto: ¿Es posible definir o caracterizar con precisión el perdón?
Dadas las diferentes ópticas bajo las cuales esta cuestión puede ser examinada, lo único a lo que se puede aspirar es barruntar, aunque sea de manera imprecisa, tal empeño. Sin embargo, es posible lograr un acercamiento que pueda capturar algunos rasgos comunes que intuitivamente nos sean aceptables.
¿Qué se persigue con el perdón? Me parece que la búsqueda de una paz interior que proporcione un estado anímico propicio para mantener en buen estado la salud física y mental. Es necesario desterrar el resentimiento que genera estados de ansiedad y de angustia. Es necesario aceptar el hecho de que el daño moral infringido por otra persona, una vez superada la etapa inicial (la ofensa misma) no cambia en nada el valor intrínseco que cada quien posee.
Cuando se perdona a alguien por algo que nos hizo, llevamos a cabo un acto. Como tal, es algo que emerge desde nuestro interior después de una deliberación consciente y libre. El acto del perdón es algo que llevo a cabo, y nadie lo puede hacer por mí. Es algo que no me sucede, sino que yo hago suceder. Así, en el acto de perdonar a otra persona, estoy llevando a cabo una acción voluntaria y, por lo tanto, soy, valga la redundancia, personalmente responsable por tal acción.
Si el acto del perdón es un tipo de acción, ¿cuáles son las características particulares de tal acto? Primero, presupone la existencia de alguien a quien he de perdonar. O sea, que alguien ha llevado a cabo un acto en contra mía, que considero me daña o me desmerece como persona; alguien a practicado o tratado de practicar un anti valor en mi contra. Un anti valor es algo que daña, algo que es doloroso y que, por lo tanto, es conscientemente evitado por la mayoría de la gente. Por ejemplo, la enfermedad, la ignorancia, la injusticia, la difamación, etc., son antivalores que, por sus consecuencias, y buscan ser evitados en todo lo posible.
En la mayoría de los casos, cuando alguien busca ser perdonado y otro perdonar, es porque se ha cometido un acto que atenta contra aquello que consideramos valioso en nuestras vidas. Cuando un agente lleva a cabo un acto que es portador de un anti valor y que incide en otra persona, ésta responde por medio del conocimiento del acto como malo y por medio de un sentimiento de haber sido ofendido, por otro lado. Desde el punto de vista del conocimiento, el ofendido identifica el acto como moralmente malo. Emocionalmente, se genera un sentimiento de resentimiento a cuenta del acto malo y dirigido al agente que lo causó. Así, todas estas características son necesarias para que se dé un acto de genuino perdón.
El acto del perdón tiene como resultado final, el desvanecer en su totalidad el resentimiento causado por la ofensa, por medio de la absolución total del ofensor. Un acto genuino de perdón tiene como finalidad la eliminación de emociones negativas de resentimiento; o sea, la búsqueda de una mejor forma de vida. Si ésta es una caracterización adecuada del perdón, podríamos ahora preguntarnos, junto con nuestro atormentado sujeto del inicio del artículo: ¿por qué tal acto del perdón debe considerarse como bueno y toda disposición tendiente a otorgarlo como virtuoso?
Muchas preguntas por contestar, y muchas incógnitas por despejar. Por lo pronto, les pido perdón por robar de su valioso tiempo y entretenerlos en esta larga diatriba del perdón.
Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx
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