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   Reflexión sobre la esencia humana perfecta

A ella nadie la enseñó a ser una honorable madre. Hablo de la mamá de Agustín, un excelente amigo de la infancia. Era una gran señora que supo serlo a pesar de ser viuda antes de nacer Agustín.

Desde niño, él conversaba por horas con ella. Pero algo quedó muy grabado en la memoria de Agustín, que nunca pudo olvidar. Un día se sentó, como siempre, en una poltrona, herencia de su abuela Margarita. En ese lugar era donde Agustín se acomodaba frente a su madre para conversar. Charlaban de muchos temas e inquietudes. Pero lo que marcaría sus entendederas fue el día en que su madre le comentó lo que ella pensaba del amor.

Por esa época mi amigo tenía unos siete u ocho años de edad. Quizá pocos de vida para descifrar conceptos tan altos. Una opinión que él recibía por primera vez en su cerebro virgen, pero no por eso se le olvidó el asunto.

La madre, en esa oportunidad, le dijo:

"Cada persona tiene el deber de brindar amor y esto es posible, porque en el alma está la esencia humana perfecta. Así de simple."

Con el tiempo, esa esencia humana perfecta abarrotaría el cerebro de Agustín con muchas interrogantes. Interrogantes que llegaron a su máxima expresión cuando él entra a la segunda enseñanza. Allí se le informó que recibiría una asignatura llamada química. Agustín pensó que le hablarían sobre lo que era la esencia humana y el amor, así como las técnicas para poder encontrar chicas, cuya esencia humana perfecta fuera compatible con la de él.

La química para Agustín y otros compañeros de clase era fastidiosa. Él esperaba que en cualquier momento el profesor hablara del amor y las chicas. Su desesperación estaba al borde del suicidio. Pero no perdía las esperanzas de encontrar respuesta a su inquietud y poder descubrir cómo encontrar a su pareja ideal.

A pesar del respeto que sentía por su madre, siempre que tenía la oportunidad, le preguntaba qué quería decir con: "la esencia humana perfecta". Pero su mamá callaba, cosa poco común en ella, pues cuando comenzaba a hablar nadie podía detenerla. A tanta insistencia, un día le dijo a su hijo:

"Agustín, tiene usted que tener paciencia. Todo llega en su debido momento. Recuerda que no por más correr, se llega primero a la meta. Hay que correr, eso sí, pero con sabiduría."

Siempre que mi amigo le preguntaba, ella le respondía lo mismo con una paciencia sublime.

Yo no pude seguir de cerca lo que le acontecía a Agustín y a su búsqueda de la esencia humana perfecta. Mi familia y yo nos trasladamos para residir en otra ciudad. Esto motivó tener que asistir a otra escuela.

Pero la vida da muchas vueltas, y con el tiempo pude saber de las vivencias de Agustín, gracias a mi encuentro con un antiguo compañero de clase, que lo conocía muy bien. Él fue quien me comentó lo que ahora les platico a ustedes. Dice este conocido:

"Un día les fue anunciado a los alumnos que tendrían un nuevo profesor de química. Era nuevo en la institución y venía de la capital. No sólo para Agustín era un acontecimiento, sino para todos sus compañeros. El nuevo profesor daba la impresión de ser buena persona. Era alto y de alargadas piernas, además de ser activo y fuerte. Sus ojos tenían una gran profundidad para escrutar. Poseía nariz aguileña. Los labios torcidos a un lado descubrían, cuando se reía, una dentadura perfecta, aunque algo manchada por la nicotina de los cigarrillos que fumaba. Su rostro contrastaba sobremanera con la protuberancia de su quijada. El cabello era largo, de color castaño oscuro y acariciaba sus hombros. En fin, era un tipo de hombre guapo que tenía carácter y plena virilidad. Se podía pensar que navegaba contra el sistema establecido por la institución. Además, la imagen del profesor representaba la rebeldía de una sociedad que añora la equidad y se resistía a aceptar las normas impuestas por los ricos del país. Algunos profesores del instituto, la mayoría próxima a jubilarse, no aceptaban al nuevo profesor, porque sus alumnos eran hijos de papá y mamá."

Luego de una pausa lenta, mi antiguo compañero de clases continuó diciendo:

"En la escuela se comentaba que la esposa del profesor había muerto a los cinco años de casados, pero el profesor aún la seguía amando, a pesar de haber transcurrido unos quince años de ser viudo. Decían también que fue una mujer perfecta, como hecha especialmente para él. Alicia, que era su nombre, tuvo la virtud de ser vigorosa, práctica, resuelta y bella.

El profesor desde el primer día nos transmitió mucha confianza y fe. En verdad fue un excelente profesor y fue respetado por todos sus alumnos. Algunas semanas después, Agustín le preguntó sobre la esencia humana perfecta. El profesor se sonrió, y con una mirada amorosa, le dijo que le contestaría al día siguiente. Porque había terminado el turno de clase."

Yo no salía de mi expectativa, pero traté de no interrumpir a Diego, que era como se llamaba el compañero de clases de Agustín. Luego de beber algunos sorbos de jugo de naranja que mi abuela le había servido, dijo:

"Agustín me había platicado que la noche anterior no había podido dormir. Sólo pensaba en qué le diría el profesor al día siguiente Y llegó el día, la hora de encontrar respuestas a su interrogante; interrogante que lo había torturado mucho tiempo, fundamentalmente al ver que las chicas lo rechazaban, mientras que el resto de sus compañeros parecían no tener dificultad para conversar con ellas. La mayoría teníamos novias y hasta algunos se daban el lujo de tener más de una. Pero había llegado el día para Agustín, nuestro amigo.

Todos en la clase nos sentamos, en tanto que Agustín estaba pendiente de la entrada del profesor. Los minutos y segundos pasaban como una eternidad. Y nada del profesor. Pero al fin hizo su entrada con paso firme y seguro.

Luego de su habitual saludo, comenzó a tomar la asistencia de los presentes en su clase. Pero la impaciencia de Agustín era evidente. Luego de mencionar al último alumno, Agustín trató de hablarle, pero él lo interrumpió con su siempre amable sonrisa, y le dijo:

No se preocupe Agustín. La respuesta a su inquietud se la voy a dar antes de comenzar la clase. Y conste que la respuesta a usted, es también una para muchos de sus compañeros.

Un silencio nervioso se apoderó de todos en el aula. Sólo se escuchaba el eco lejano de unos pasos que transitaban por algún salón del instituto y llegaba perezoso a nuestros oídos, como tratando de romper la tensión reinante. Todos estábamos pendientes de saber qué explicaría el profesor sobre la esencia humana perfecta.

El profesor, luego de dar algunas zancadas y de mirar fijamente a cada uno de los presentes, hinchó de aire insonoro sus pulmones y dijo:

Bien. Agustín me ha pedido que le explique qué es la esencia humana perfecta en el amor. Estoy seguro que él no es el único que lo desconoce. Y he querido también comentárselos a todos ustedes.

El profesor miró con sabiduría a Agustín y continuó hablando:

Para que una persona sienta en su ser la existencia de la esencia humana perfecta y compartirla con otras personas, debe tener una actitud consecuente con todo su entorno y olvidar lo particular. Es decir, para que exista amor en la convivencia de cada día, deben respetarse incondicionalmente cuatro principios bien definidos.

Se acercó el profesor, zancada tras zancada, hasta cerca del pizarrón y puntualizó:

Primer Principio: La persona debe tener un verdadero espíritu de colaboración y solidaridad con todos los hombres y mujeres. Esto sólo es posible si existen unas rectas relaciones humanas y una activa buena voluntad universal.

Segundo Principio: No debe existir violencia en nuestros actos o en cualquiera de sus manifestaciones. Se debe actuar con alto sentido de respeto y justicia. Además, se deben reconocer los derechos y necesidades de todos los seres que pueblan nuestro planeta. Si practicamos este principio colaboramos para que no exista violencia en nuestras vidas.

Tercer Principio: Sistemáticamente debemos llevar a la práctica la sinceridad y el servicio al bien común universal. Es decir, lo que consideramos bueno y queremos para cada uno de nosotros y nuestros seres queridos, es también bueno y lo desean los demás.

Cuarto Principio: El hombre durante siglos ha tratado de vivir en una sociedad justa, incluyente y progresista. Esto será posible en la medida que todos exterioricemos, unidos a la totalidad, una enseñanza positiva desde el alma, que permita a todas las personas alcanzar una verdadera educación y conocimiento de la historia de cada pueblo, con profundo concepto ético de la verdad. Como la verdad que conocen los sabios maestros y a los que sirven con amor.

Estos principios, queridos amigos, son las bases para el crecimiento de toda la humanidad y para poder encontrar dentro de nuestros corazones la verdadera esencia humana perfecta. Con ella podemos recibir y dar amor a montones. Si logramos esto, Agustín, podrás tener a vuestro lado a la compañera que tanto deseas encontrar en la vida. Además, también entregamos el amor necesario en el gran lago de lágrimas y conflictos que abruma a nuestro mundo. Es la única alternativa viable para que podamos todos vivir en armonía, junto al resto del universo."

Un día, continúo hablando Diego, en lugar de entrar el profesor al aula, entró el subdirector de la escuela. Tenía el talante de los que miran por encima de los hombros. Miró a todos los presentes y dijo con voz disciplinada:

"Les informo que desde hoy el profesor Simón (que era como se llamaba el profesor de química) no les impartirá clases. Se trasladó a otra institución que lo solicitó. A partir de hoy tienen otro profesor.

Todos los alumnos sentimos mucha tristeza con la noticia y sé que muchos, como era el caso de Agustín, la sentían aún más. Porque Simón había sido nuestro amigo y confidente."

Diego tomo un poco de jugo y respirando con nostalgia continuó diciendo:

"Pocas semanas después, se comentó que el profesor Simón era miembro de un movimiento pacifista y que él tenía ideas muy progresistas. Era evidente, para algunos de sus alumnos, cuál había sido el motivo real del traslado."

Luego de decir esto, Diego terminó de beber el jugo de naranja y nos despedimos efusivamente.

La historia que me acababan de contar me dejó una gran controversia interior por algún tiempo. Fue la primera vez que alguien definía con honestidad que vivimos en una sociedad donde la insinceridad es algo frecuente. Aprendí que el desafío, decididamente, consiste en que la humanidad toda debe corregir sus males con amor desde el alma, sin traumatismo y violencia.

Han pasado varios años. Nunca más supe de Agustín o de Diego. Mis padres se encuentran en el cielo, descansando en paz junto a Dios, al menos eso creo.

En algunas ocasiones pienso en las palabras que dijera el profesor Simón. Él encendió la llama necesaria para buscar el cómo ser mejor en la vida. Su enseñanza la he compartido con mis hermanos y amigos; muchos hasta son abuelos como yo.

Por años fui profesor de historia. Y por años siempre el primer día de clases comenzaba exponiendo la importancia de la esencia humana perfecta, como me lo contó Diego. Aunque mis alumnos no me lo pedían, esa introducción yo se las daba. Como única alternativa sabia para vivir en un mundo superior.

Sé que muchos de mis estudiantes asimilaron la explicación sobre la esencia humana perfecta, y sé también que muchos se convirtieron en excelentes padres y ejemplos de convivencia ciudadana.

Actualmente, en nuestro planeta la proporción de personas como el profesor Simón es insuficiente para luchar contra tanta malignidad y enemistad. Por otro lado, el tiempo no pasa estéril. La prueba es que ahora soy como un fardo relleno de una osamenta artrítica. Solitario, todo lo que me queda es convivir y continuar aportando mi amor y tolerancia, en este mundo que marcha hacia su "autodestrucción". Estoy feliz, porque con benevolencia entregué a mis alumnos, a mis amigos y a mi familia toda mi alma; con agrado y ejemplo les enseñé como vivir aplicando la filosofía de la no violencia.

Quizá sea el tiempo de que otras personas entreguen su esencia humana perfecta; personas que tengan más tiempo para aplicarla hacia el futuro. Porque para mí, con la satisfacción del deber cumplido, pienso llega la hora de la muerte física, y sé que mi alma estará junto a Dios.

Consejo sabio: ¡Si buscas con sabiduría, la encontrarás!

Réplica y comentarios al autor: pfperezg@reymoreno.net.co

Para mayor información sobre este tema, visite: Libertad de palabra y opinión




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