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   Los poderosos se unen... ¿Qué esperamos los pueblos?

Tras las pasajeras desavenencias que la guerra de Iraq provocó entre las potencias centrales, los poderosos de este mundo se unen en proyectos comunes. La Unión Europea, que alguna vez pretendió convertirse en un polo de poder alternativo al representado por Estados Unidos, se pliega servil ante la hegemonía norteamericana y la complementa y secunda en sus afanes de dominio universal. Adiós a la ilusión de una Europa independiente. Si bien algunos de los principales países del Viejo Continente como Francia y Alemania asumieron una oposición frontal a la aventura belicista de Washington en Iraq, ahora los 15 se suman a la política agresiva que desde hace más de 40 años desarrolla Estados Unidos hacia Cuba, abandonando una tradicional postura de diálogo y acercamiento a la isla caribeña.

El anuncio por parte de la Unión Europea de un paquete de medidas que pretenden condenar a Cuba por el encarcelamiento de 75 "disidentes" y el fusilamiento de tres secuestradores, además de tener un marcado carácter injerencista, coloca a Europa en la órbita de los designios imperiales estadounidenses. En momentos en que Bush, bajo el pretexto de la cruzada contra el terrorismo, se proclama con el derecho imperial de llevar la guerra preventiva a cualquier "oscuro rincón del mundo", la posición de los europeos es cómplice e irresponsable. Bien sabido es que los pretextos poco importan cuando se trata de eliminar gobiernos, organizaciones o personalidades contrarios a los dictados de la gran potencia, o de justificar los enormes gastos del complejo militar industrial. Eje del mal, estados terroristas o auspiciadores del terrorismo, posesión de armas de destrucción masiva; cualquier argumento es válido para lanzar misiles al pueblo marcado, no importa si nunca se presenta una sola prueba que demuestre su veracidad. No se exagera en lo más mínimo cuando se alerta sobre el peligro inminente de la instauración de una dictadura nazifascista mundial. El lenguaje de la fuerza, de las armas, parece ser el único destinado a prevalecer en las relaciones internacionales del siglo XXI. Ningún país se encuentra a salvo de ser sometido. La barbarie se nos encima.

Es en esta coyuntura entonces que la UE decide sumarse sin tapujos a los proyectos imperiales. Endurece sus relaciones con Cuba, condenándola, contribuyendo a su aislamiento; apoya el uso preventivo de la fuerza contra países acusados de poseer armamento de exterminio en masa. Es evidente la creciente supeditación de su política internacional a los deseos del imperio.

Los grandes centros de poder se unen con el propósito de mantener su dominio y la explotación sobre los pueblos. El uso arbitrario de la fuerza, sin ningún tipo de regulación, les garantizará la implementación, sin obstáculo u oposición alguna, de políticas neoliberales, antipopulares, que privilegien a las transnacionales y a los intereses imperialistas y que aseguren la permanente expoliación de una mayoría pobre en beneficio de una minoría rica. El que se oponga será castigado y aplastado sin piedad. La genuflexión será virtud y la dignidad un mal ejemplo.

En sus pretensiones dominadoras, hay algunos escollos a superar. Las manifestaciones de protesta de los pueblos pueden resultar peligrosas para el logro de sus propósitos. En América Latina, por ejemplo, tres son las expresiones de rebeldía popular que mayor preocupación provocan a las oligarquías mundiales y dificultan la puesta en práctica de su proyecto recolonizador en el continente. Ellas son la guerrilla colombiana, la Venezuela bolivariana y la Cuba socialista. En su defensa debe concentrarse la resistencia de los pueblos latinoamericanos ante el imperio.

El caso de Cuba tiene una connotación especial. Si la Revolución Cubana desapareciera, no sólo se estaría destruyendo una experiencia de justicia social sin parangón en el mundo actual, sino que se estaría atentando contra la esperanza de millones de seres humanos, contra un paradigma que ha demostrado en la práctica la posibilidad de vivir de un modo diferente, que es posible vivir con dignidad y decoro, "de pie en un mundo de agachados", como diría Galeano. La destrucción de esta esperanza tendría efectos desastrosos incalculables para los oprimidos de todo el planeta, y reforzaría tremendamente la propaganda imperialista que proclama la imposibilidad de otra forma de existencia que no sea la determinada por los centros de poder.

Para el proyecto fascista de los años 30 era incongruente la existencia en Europa de una España republicana y revolucionaria. En su destrucción se empeñaron los elementos más reaccionarios de la época y en su defensa se movilizaron todas las fuerzas genuinamente democráticas. Revolucionarios de varios países se organizaron en Brigadas Internacionales para defender con sus vidas el derecho de los españoles a decidir su propio destino. En España se jugaba el futuro de todo un período histórico que competía al mundo en su totalidad. La historia es porfiada en sus lecciones. El silencio cómplice y el "dejar hacer" de las potencias occidentales ante las victorias iniciales del fascismo en la década del 30 contribuyeron a su fortalecimiento y a la comisión impune de sus crímenes, que hoy son recordados con espanto.

El fascismo contemporáneo se muestra más agresivo, amenazante y poderoso que nunca. Si no se le pone coto a tiempo podremos estar a las puertas de un nuevo holocausto.

Lo único que puede parar las pretensiones fascistas del actual proyecto hegemónico norteamericano y sus poderosos aliados es la acción coordinada de los pueblos, unidos en una lucha común. Y esto es hoy más indispensable que nunca cuando los amos del mundo se unen en la defensa de sus intereses.

Para los pueblos, los oprimidos del mundo, la defensa de Cuba hoy, como España en 1936, es un asunto de vida o muerte. Ella es el bastión irreductible empeñado en seguir demostrando, no importa el costo, que puede haber otro camino, que existe otro mundo posible. La pérdida de la utopía cubana, de la herejía cubana, sería un golpe irreparable para las causas de los pobres y de los desposeídos. Por tanto, la solidaridad con la Revolución Cubana, el apoyo militante en su lucha contra el nazifascismo del gobierno norteamericano, su defensa ante una eventual agresión del imperialismo yanqui, son deberes inexcusables ya no sólo de todos los que luchen por un mundo mejor, más justo, sino también de todo aquél que quiera preservar a la humanidad de vivir nuevamente los horrores del fascismo.

Réplica y comentarios al autor: fjsolar@csh.uo.edu.cu




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