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   La reelección de Bush: algunas lecturas equivocadas

Con la reciente reelección del presidente George Bush diversos intelectuales en México y el mundo han comenzado a dar lecturas que en nuestra opinión son erróneas y no reflejan, o por lo menos reflejan de manera parcial, la causa y la razón por la que el presidente Bush, a pesar de todos los ataques y críticas dentro y fuera de su país, fue reelecto para un nuevo período. Y es que el fenómeno Bush es parecido al que acontece con el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, López Obrador, quien a pesar de ataques, video escándalos de corrupción, demandas, etc., en materia de popularidad, por lo menos, sigue apareciendo como incólume.

La primera lectura que se ha dado después del 2 de noviembre es que la reelección del presidente Bush es una clara señal de que el pueblo norteamericano tiene miedo y desea continuar con la actual estrategia bélica de la administración Bush (para empezar, toda la zona de Nueva York, que fue el área directamente afectada, votó mayoritariamente por el demócrata Kerry). Así, señalan varios analistas, el escenario de corto plazo es de agudización de la guerra y de nuevas confrontaciones en Medio Oriente. Este punto es insostenible si lo reflexionamos un poco.

En primer lugar, por el diseño del aparato electoral estadounidense es poco probable que el pueblo se manifieste por un problema nacional como el terrorismo (cuyo origen son los diversos conflictos existentes en Medio Oriente). El sistema electoral de los Estados Unidos está diseñado por colegios electorales, de tal modo que, a diferencia del voto popular que impera en México y América Latina, lo que domina las preferencias electorales en ese país son los votos regionales, los votos que se dan en los distintos condados que componen cada uno de los estados que integran a la Unión Americana. Este mecanismo implica que las tendencias electorales estarán dadas en función de qué tan optimistas o pesimistas estén los electores con respecto a sus diputados de distrito, a sus alcaldes, y en general a los políticos que más cercanos estén a su alcance. Lo anterior significa, que aunque lo nacional puede influir en el ánimo del electorado, el efecto que predomina es el local; es decir, el entorno en donde vive, convive y trabaja el ciudadano norteamericano.

Hay estudios académicos y empíricos sólidos que demuestran que la decisión de votar en los Estados Unidos por los republicanos o los demócratas (el voto no duro) está más en función del bolsillo, de la situación económica que los ciudadanos enfrentan en cada una de las localidades en que viven. Los políticos se pueden echar mil rollos, pero si la economía está mal, el electorado tarde o temprano se las cobrará en las urnas.

Existe la creencia errónea en algunos intelectuales poco versados en materia económica de que la economía de los Estados Unidos marcha muy mal y por ende no se explican la victoria del presidente Bush. La realidad es que desde que comenzó el primer período de la era Bush, es cierto, la economía comenzó a desacelerarse hasta caer en una especie de recesión de la que hoy día no se ven signos muy claros de recuperación plena, pero esto no es ni significa una crisis de empleo y bienestar. Lo que en realidad ha enfrentado la economía norteamericana es una disminución en el dinamismo de su crecimiento, sobre todo si lo comparamos con el crecimiento económico que se registró en el período del presidente Clinton. Pero esto no se ha traducido en desempleo masivo. Por el contrario, la productividad del trabajador norteamericano ha continuado en los primeros lugares de competitividad mundial (lo que ha hecho de EE.UU. el país con el mayor salario per cápita del mundo, dejando ya muy atrás a la Comunidad Europea); por otro lado, el consumo de las familias estadounidenses tampoco se ha visto mermado de manera significativa, lo que se ha reflejado en crecientes déficit comerciales (donde se importa más de lo que se exporta).

La realidad es que, si bien ha disminuido el ritmo de expansión de la economía de los Estados Unidos, éste no ha sido lo suficientemente impactante como para llenar de pesimismo al electorado norteamericano. Por el contrario, la reducción de impuestos llevada a cabo por la administración Bush en su primer período ha también fomentado un mayor, aunque acotado, crecimiento económico. De hecho, comparado con la Unión Europea, el nivel de desempleo en los Estados Unidos se mantiene en niveles relativamente bajos. La anterior situación en buena medida se debe a que el presidente Bush no ha enfrentado el costo real de su irresponsabilidad fiscal. Cuando un gobierno gasta por encima de lo que recibe de ingresos crea un déficit fiscal que se financia usualmente con deuda. La creación de nueva deuda implica que este gobierno comenzará también a demandar dinero (vía nuevos préstamos) y con ello a presionar al alza a las tasas de interés. Tasas de interés altas molestan a las familias (deudoras que suelen ser más que las acreedoras) y a las empresas, pues ahora tienen que pagar más por su consumo (vía tarjetas de crédito que en E.U. están muy extendidas a la población) o por el costo de sus inversiones (a las empresas les sale más caro ahora pedirle prestado a los bancos para invertir, y a las familias se les encarecen los réditos que pagan por concepto de inversiones inmobiliarias). Esto no ha acontecido en los Estados Unidos, pues pese al boquete fiscal creado por el presidente Bush, éste ha sido financiado principalmente por préstamos al extranjero (lo que le resta presión a las tasas de interés locales); es decir, el resto de los países le hemos prestado dinero al presidente Bush para financiar sus excesos (hoy en la Ciudad de México la popularidad del actual Jefe de Gobierno se debe también en buena medida a que no ha enfrentado el costo real de gastar y endeudarse desordenadamente. Si enfrentara el costo real de gastar de más tendría que endeudarse y subir impuestos, lo que de inmediato traería una caída en términos de popularidad. De algún modo, los demás estados de la federación han financiado los excesos del gobierno capitalino).

Lo anterior se ha reflejado a que en EE.UU. predominen tasas de interés históricamente bajas, lo que si bien no ha detonado la inversión en una cuantía deseada, sí ha permitido a millones de norteamericanos sostener sus niveles de consumo y beneficiarse de inversiones inmobiliarias incentivadas también por lo bajo de los réditos hipotecarios. Sin embargo, esto tiene un límite y hoy día los Estados Unidos enfrentan un déficit en cuenta corriente de balanza de pagos (que es la suma de la balanza comercial que incluye exportaciones e importaciones y la balanza de servicios, que incluye, entre otras cosas, pagos por concepto de intereses de deuda externa), que no sería problema si existieran los capitales, vía nuevas inversiones para financiarlo. El problema es que en los últimos años, EE.UU., de ser un acreedor neto, se ha convertido en un deudor neto, lo que le ha permitido sostener y financiar una tasa de consumo que de otro modo no habría logrado; pero esta transformación es peligrosa y reduce la riqueza disponible para las siguientes generaciones de estadounidenses.

Así las cosas, el presidente Bush tendrá que realizar un ajuste, pues de lo contrario comenzará a presionar cada vez más sus propias tasas de interés con el daño que eso conlleva para la economía estadounidense. Esto forzosamente significa que el presidente Bush tendrá que replantear su actual política exterior, pues el margen de maniobra para sostener otro conflicto bélico es muy reducido, debido a las crecientes limitaciones financieras que enfrenta hoy su administración. Ojalá que el presidente Bush no desperdicie el bono que le ha dado el pueblo norteamericano, y realice los ajustes necesarios. De no realizarlos, es posible que en las siguientes elecciones el bono del pueblo sea pasado a los demócratas.

Finalmente, contrario a lo que algunos intelectuales latinoamericanos han expresado, rasgándose las vestiduras, probablemente lo mejor para México y América Latina es que se haya reelegido el presidente Bush. En los últimos años, los demócratas que se dicen liberales y defensores del pueblo, han adoptado una actitud contraria a su doctrina y se han vuelto proteccionistas en términos comerciales. Con ello, han adoptado en realidad una filosofía antiliberal que sólo protege a las grandes corporaciones en perjuicio de millones de consumidores. En los últimos años han sido las administraciones republicanas las que han sostenido y fomentado políticas comerciales abiertas, lo que se ha reflejado en cada vez más acuerdos de libre comercio. Los demócratas se han quedado con un discurso anacrónico que parece más bien un discurso latinoamericano de quitarle al rico para darle al pobre, de crear aranceles para proteger intereses comerciales, políticas que la historia ha demostrado no funcionan. Hoy, a pesar de los excesos fiscales del presidente Bush, no les alcanzó a los demócratas para arrebatarle el poder a los republicanos.

Réplica y comentarios al autor: godofredo82@todito.com




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