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   El exilio de Gardel

Y Buenos Aires sigue llorando. Por sus rincones, por sus esquinas, entre bares y polleras, por sus plazas y avenidas azuladas. Buenos Aires llora su fatal destino: la pobreza. Pero Buenos Aires -perfumado por sus cielos europeos- nunca fue tolerante. Se burló de los inmigrantes que llegaban para buscar un futuro mejor. El sarcasmo y la soberbia de Buenos Aires estaban dirigidos hacia Latinoamérica, hacia los latinoamericanos -peruanos, colombianos o bolivianos- que caminan por un Buenos Aires ajenos e indiferentes.

¿O no, che? O no pensamos y creemos -todos los capitalinos- que Argentina es la Capital Federal y nada más; que los argentinos de las provincias son de las "provincias". ¿O no, che?.

La educación argentina niega la esencia latinoamericana y sólo mira a Europa, de donde vinieron nuestros abuelos. ¿O acaso la pedantería capitalina no es sinónimo de ignorancia? Y nuestros indios del Norte y sus tejidos y ponchos, sus danzas, sus mujeres aceitunadas de Los Andes, sus sonrisas, su tradición... No, no, eso más tarde, che.

La globalización no es sólo un fenómeno económico, sino que afecta a todo el entramado social del planeta. Lo muta. Lo cambia. Argentina se derrumbó económicamente y los argentinos buscamos desesperados una salida. Nuestro exilio se aleja de factores políticos o formas filosóficas del existir. Nuestro exilio es de carne y hueso. Algo novedoso para la soberbia argentina es tener que llegar a los Estados Unidos cruzando un desierto y viviendo la desesperación desde "adentro", lejos de la avenida Corrientes y de la magnificencia del Obelisco, lejos de la pedantería y de esos juegos de palabras y metáforas que se contradicen ante la crudeza de la realidad. A partir del 11 de septiembre el mundo cambió. Pero el argentino tuvo la esperanza de ser el "mejor" dentro del mapa latinoamericano, mientras que podía volar a Miami y comprar en sus grandes tiendas, mientras caminaba por Nueva York y se codeaba con las clases altas. El argentino nunca fue amigo de la integración latinoamericana y en muchos casos se burlaba de los extranjeros exiliados en Buenos Aires. "Ah, che, ése es un trabajo para peruanos o bolivianos. Mirá si yo lo voy hacer."

El terrorismo trajo las represalias. Los argentinos no pueden llegar como "antes" a los Estados Unidos. Ahora necesitan una visa, y los trámites y las preguntas en la embajada americana lo hacen cada vez más difícil. ¿Entonces, mi hermano, qué hacemos? Ahora nos acordamos que existe México, que Lima es una capital importante, que los bolivianos piensan y no son mulas de carga. ¿Cuándo sucedió? A partir de que el hambre en Buenos Aires creció de manera inversamente proporcional a la arrogancia; a partir de que los argentinos -que no tienen visa - tienen que cruzar la frontera con un coyote -casi siempre mexicano- entre el calor y las espinas del desierto. Por primera vez escuchamos palabras que antes eran muros para nuestros oídos burgueses: "güey, jale, chamba, poto, pinga". ¿O no, che? Por eso cruzar desde Juárez hasta El Paso cuesta -para un argentino- casi ocho mil dólares. Por eso les roban y les mienten y después una patrulla de la migra los encuentra casi moribundos.

Ahora pedimos integración y comprensión, cuando en Buenos Aires echábamos a los indocumentados en camiones como si fueran perros. Nuestra soberbia -lo digo como argentino- tuvo que pagar su precio. Y lo seguiremos pagando si no cambiamos nuestra forma de pensar, si no abrazamos la universalidad de la cultura hispanoamericana. Son casi cuatrocientos cuarenta argentinos que fueron detenidos el año pasado, por tratar de llegar al país de las oportunidades. Argentinos con sus costumbres enfrentadas ante un español diferente. Multicultural. Argentinos que tienen que dejar el "yo" y hablar de "tú". Argentinos que tienen la capacidad para cambiar esa realidad áspera y estéril que nos separa de nuestra sangre. Ahora los llaman "espaldas mojadas" a los argentinos que cruzan puentes y ríos dejando atrás la viveza y el engaño.

Como argentino, mi tristeza es múltiple, no sólo por las necesidades que los hispanos estamos pasando, sino por seguir escuchando -a pesar de todo- ciertas grandezas y excentricidades de los argentinos que cruzaron y ahora tienen un carro y un trabajo.

Muchos "espaldas mojadas" están presos esperando que los deporten. Otros siguen hablando y prometiendo soluciones imposibles. La paridad del dólar con el peso argentino ya es historia. La burla y el sarcasmo son nuestra condena. Debemos, como seres humanos, como latinoamericanos, buscar una integración cultural para que en los momentos de crisis estemos juntos, para que en los momentos de prosperidad nos abracemos como latinos y no como rivales.

Qué pensará un "espalda mojada" -encerrado en el corralón de la migra- cuando escuche: "Ah, che, ése es un trabajo para peruanos o bolivianos. Mirá si yo lo voy hacer." Después de recibir un dólar por trabajar todo el día en la cocina de la cárcel pelando cebollas.

¿O no, che?

Réplica y comentarios al autor: andresboiero@hotmail.com




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