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"Un país subdesarrollado y atrasado científicamente, carente de una base productiva autosuficiente y con una fuerza de trabajo de muy baja capacitación, requiere de una educación de alto nivel técnico y científico."
J. F. Ocampo (1994)
En la actualidad, en Colombia se viene gestando un proceso fuerte que apunta a convertir todos sus centros educativos de formación universitaria en instituciones pertinentes. Esta situación nos lleva a pensar seriamente en crear comunidades de diálogo y de indagadores desde las aulas, así como en la formación del pregrado, en el ejercicio de la docencia, y en la promoción de la lectura y la escritura como preámbulo de la investigación.
"El adolescente (colombiano) tendrá que colocarse frente, o mejor dentro, de complejos discursos de las disciplinas científicas; dentro del discurso matemático, social, natural, lingüístico, etc. Dichos discursos, aparte de la complejidad de cada uno de sus innumerables conceptos y leyes, operan según modos de pensar que les son propios y peculiares: cada disciplina emplea exclusivamente procesos intelectuales, métodos de demostración y de verificación especiales."
De Zubiria (1994)
A esta conclusión hemos llegado los académicos y lo hemos repetido muchas veces, además de señalar que la forma más importante del quehacer universitario es la investigación, la lectura y la escritura. Gracias a estas habilidades se puede avanzar y adaptar la educación a las necesidades del entorno. Por lo tanto, es un deber institucional, incorporar en la estructura del currículo las asignaturas que le permitan al estudiante universitario, no importa el nivel en que se encuentre, asumir un compromiso mayor con sus aprendizajes y que redunde en un mejor desempeño como futuro investigador.
De acuerdo con lo expresado hasta ahora, es preciso aclarar que el acercamiento del hombre a la verdad consiste en un proceso que se hace desde el lenguaje y mediante el intercambio comunicativo con los demás seres sociales. El hombre se relaciona con el mundo no como una conciencia aislada, sino que lo hace desde una comunidad de hablantes, que reciben saberes de otras comunidades distantes en el tiempo y el espacio. Por lo tanto, el mundo del que se ocupa el hombre le viene temporalizado por el lenguaje y, por ello, todo discurso científico ha de ser un ir y venir a través del lenguaje, es decir, un diálogo.
Tenemos entonces que sin el conocimiento teórico y la sabiduría práctica, no es posible formar una verdadera cultura de investigadores, como lo sugiere Charles Sand Pierce. De ahí que las universidades del país no pueden ser otra cosa que comunidades de diálogo, de indagadores y de buscadores al servicio de la humanidad. En ellas, por encima de todo, se debe enseñar a pensar cooperativamente y a investigar solidariamente, y donde discrepar o disentir no sea visto como una actitud de amenaza, sino como un ejercicio propio de racionalidad práctica.
La universidad, pues, ha de enseñar a pensar y a investigar. Pero ha de hacerlo mediante comunidades de diálogo, a través del debate abierto; ha de educar a las personas a ser capaces de defender sus conocimientos y creencias, presentando razones y teniendo en cuenta los argumentos de los demás. Por lo tanto, es tarea fundamental de todos los académicos humanistas, transformar el país en una nación de alta pertinencia social, en donde encontremos argumentadores éticos, en la que cada cual se esfuerce por presentar sus tesis, siempre en procura de alcanzar acuerdos comunitarios a través del diálogo, es decir, logrados solamente con la fuerza de sus argumentos. Necesitamos una sociedad madura que no requiera de la violencia para dirimir sus conflictos, una sociedad que no excluya y sobre todo que ponga en práctica los principios de la democracia participativa.
La violencia no es sólo todo aquel acto que atenta contra la vida; hay también una violencia que se fundamenta en la "fuerza de la sinrazón", y que se ejerce cuando no se permite que el discurso del otro sea escuchado y, por el contrario, se proscribe o se cercena la opinión de las minorías étnicas o culturales. Se ejerce una brutal violencia cuando los grupos económicos expolian a los más pobres y limitan el bienestar de las mayorías del país. Según estadísticas internacionales, Colombia es uno de los países con peor la distribución del ingreso per cápita en el mundo, hecho que constituye en una "causa objetiva" de la violencia.
Se aplica violencia contra el otro cuando sus tesis son aplastadas por la fuerza ideológica, el dogmatismo político y el totalitarismo de quienes detentan el poder, los mismos que se han constituido en una verdadera tenaza que impide la conformación de nuevos movimientos políticos en el país.
Hemos afirmado que una comunidad universitaria racional de alta calidad y pertinencia institucional no se construye de la noche a la mañana; se necesita planear a mediano y largo plazo, y buscar alternativas viables que permitan superar nuestro atraso en investigación, y esto no es posible a través de simples seminarios o diplomados, como ocurre en la actualidad con algunas universidades.
Pertinencia en la educación superior es disponer de un alto porcentaje de docentes con títulos de maestría y doctorados, excelentes maestros muy bien remunerados que vivan cómodamente del ejercicio de la docencia, que investiguen y que no salgan deprisa del claustro a tender su taxi o la tienda del barrio para cuadrar el mercado. Pertinencia es convertir el claustro universitario en un espacio para la reflexión a través de comunidades de indagación que se conviertan en los semilleros de investigación. Pertinencia es disponer de bibliotecas actualizadas; es disponer de redes de informática. Pertinencia es disponer de un alto número de profesores de tiempo completo dedicados exclusivamente a la academia, a la investigación y a la ciencia. Es así como lograremos salir del estancamiento científico y el ostracismo tecnológico en el que nos encontramos postrados los colombianos.
Por lo tanto, es urgente gestar una amplia política académica que redunde en la capacitación de los docentes en maestrías y doctorados. Este país fue pionero en investigación en Latinoamérica. Recuérdese la famosa expedición botánica, el más grande de los proyectos de investigación durante los primeros tiempos de la república. Hoy, en la era de la globalización, apenas empezando el tercer milenio, Colombia ocupa uno de los últimos lugares en investigación. Una reciente investigación arroja como conclusión que el 94% del total de científicos que existen en el mundo pertenece a las siete potencias o países de mayor desarrollo industrial, el 5% a los países de desarrollo medio y sólo el 1% a Latinoamérica, siendo México, Brasil y Cuba los países con el mayor número de investigadores, y tan sólo el 0.1% es colombiano.
No nos cabe la menor duda: la comunidad académica universitaria ha asumido que debe mejorar su pobre desempeño intelectual. Por eso ha iniciado un rescate de la ciencia a gran escala. Se espera formar una nueva generación de colombianos que estén en capacidad de desafiar el atraso educativo, la dependencia tecnológica, la pobreza, el pesimismo y la violencia. Esta será la condición esencial para propender pacíficamente por un rumbo democrático que le garantice al país una inserción productiva en el nuevo marco de la globalización.
Por lo tanto, la reconstrucción del país es tarea de todos y contribuir a pensar una nación distinta a la que nos ha tocado vivir, debe ser también un proyecto colectivo. En tal sentido, las asignaturas del currículo deben abrir el espacio para la discusión en torno al modelo de democracia que requiere el país, sin eludir el debate, la confrontación ideológica y la diversidad crítica. El papel de las ciencias sociales y humanas debe centrarse también en la investigación y en el diseño de proyectos de vida, con impacto en las comunidades pobres y excluidas en la actualidad.
Colombia es una sociedad desgarrada por violencia, la corrupción, la irracionalidad ideológica y la indiferencia de la casta dirigente, y lo que es peor: orientada por Ministros de la Educación formados en el extranjero, hijos de la burguesía, déspotas ilustrados, burócratas de la educación, insensibles ante cualquier propuesta humanista: sátrapas, vergonzantes de nuestra identidad, que han hecho del Ministerio de Educación un enclave colonial al servicio de programas foráneos y de corte instrumental.
Por eso, la educación no ha sido un agente transformador, sino un terrible sistema impositivo que sólo sirve para reproducir mediocridad y mal gusto a través de las lecciones magistrales, creadas sólo para obedecer y no para cultivar el espíritu de investigación. El pseudo neoconstructivismo proscribe la cátedra magisterial y olvida que el conocimiento es también resultado de la acción teórica a través de la meta-cognición y la inducción guiada del docente.
Nuestro atraso tecnológico y científico es el resultado lógico del desprecio que tienen los gobernantes por la educación popular, la investigación y la aceptación acrítica de los modelos pedagógicos que a menudo nos impone el gran capital internacional. En Colombia hay una proliferación asombrosa de centros privados de educación superior. En cualquiera de las grandes y pequeñas ciudades se encuentran todo tipo de universidades, desde las más serias, responsables y rigurosas, hasta aquellas que entregan una educación pobre, sin rigor académico y humanístico, fundamentadas en el interés mercantilista. Este hecho, por sí mismo estremecedor, ha generado que un sector de la sociedad le declare la guerra a esta modalidad de corrupción que degenera en tráfico de títulos sin ningún impacto en la vida profesional. En ese sentido, se han diseñado los estándares de calidad, las evaluaciones permanentes, la acreditación de planes y programas en el ámbito de las instituciones universitarias, todo con el propósito de responder a las nuevas exigencias nacionales e internacionales. Es un imperativo ético que la educación universitaria deje de improvisar, puesto que hacerlo significa traficar con los proyectos de vida de los estudiantes.
Sin duda, este es un país paradójico y desconcertante. Por un lado, es gobernado por una elite que recibe una excelente formación académica en las mejores universidades extranjeras; tiene una clase media ilustrada que copa la capacidad de cobertura de las universidades públicas del país. Desde luego son instituciones de alta pertinencia, pero muy escasas en cuanto al número, de tal manera que su cobertura es reducida. La mayoría de colombianos están excluidos de la educación superior. No hay el empeño de ampliar la cobertura escolar universitaria a la inmensa población, algo así como el 70% en un país que tiene 45 millones de habitantes. La actual política educativa se reduce a exigir estándares de calidad, sin que hasta ahora el Estado haya hecho las grandes inversiones para mejorar el servicio educativo.
El alto gobierno infiere que la educación es de calidad cuando los estudiantes, independientemente de sus condiciones socioeconómicas y culturales, alcanzan los objetivos propuestos por el sistema educativo, consagrados en las normas y leyes, como la Ley 30 de la educación superior y la Ley 115 o Ley General de la Educación, y realizan aprendizajes útiles para la vida y para la sociedad. Esto significa desarrollar competencias básicas.
Se pretende, entonces, con esta definición falaz, pasar de la pereza intelectual a la que nos acostumbraron los sermones eclesiásticos y el adoctrinamiento neoliberal: a la proficiencia tecnológica y científica.
Pero ¿cómo dar el salto? Las últimas investigaciones de lecturabilidad aplicadas en el 2002 arrojaron como resultado que el colombiano promedio es perezoso para leer, califica a los libros como aburridos y piensa que investigar no es productivo. El mismo informe señala que cada colombiano lee en promedio entre medio libro y dos por año. El estudio concluyó que a la población lectora sólo le interesa los temas anodinos y de poca profundidad, como revistas de la farándula y la prensa amarillista. La investigación fue realizada por la Cámara Colombiana del libro en las principales ciudades del país, y tomó como muestra la población mayor de 12 años, una cifra que equivale a unos 20 millones de colombianos. El poco interés que muestra la población colombiana por los libros y el desgano por leer y la apatía por investigar, obedece principalmente a que los libros son muy costosos y poco aportan, puesto que no son el producto de la investigación.
Todo lo anterior confirma nuestra predicción a la urgencia de crear comunidades de diálogo y de indagación como escenarios para abrir el debate de la investigación en todos los centros universitarios. Coincidimos en la urgencia de crear una cultura que desde el aula se proponga hipótesis pertinentes que contribuyan al logro de una visión compartida: una universidad dialógica, constructora de paz y de progreso a través de la investigación, y comprometida en reconstruir el país, en rediseñar la nación. Por lo tanto, debemos asumir que el salto al futuro sólo es posible investigando. Y que tal propósito no es posible sólo por un decreto de un ministro, sino que es preciso invertir más en educación. Se requiere asignar mayores recursos en pro de una educación de alta calidad y pertinencia.
Para aportar a este debate, expresamos que la misión y la vocación que nos mueve están determinadas por:
- Debemos propender porque la investigación sea un componente básico no sólo de los procesos de formación académica universitaria, sino que debe hilar todo el tejido educativo del país.
- Debemos lograr que el Estado invierta más en investigación y menos en la guerra inútil que azota el campo colombiano.
- La investigación debe convertirse en un medio para propiciar el desarrollo de las regiones y en un mecanismo para redistribuir la riqueza, hoy concentrada en el 20% de la población.
- Promover la actividad investigativa, la cultura y la identidad, y promover las publicaciones y difundir los resultados.
- Consolidar una cultura de investigación a todo lo largo y ancho del país, en estrecha relación con las universidades y el sector empresarial.
- Lograr que todos los docentes del país tengan algún entrenamiento en la orientación de proyectos de investigación y vincular su acción al desarrollo social.
- Proponer la creación del Ministerio de Investigación y Desarrollo Humano, ente que debe estar conectado a todas las universidades de país y cuya máxima preocupación debe ser el desarrollo regional o local.
Réplica y comentarios al autor: almipaz@latinmail.com
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