Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!
Inicio

 
www.tiemposdereflexion.com Anúnciate con nosotros
   Cuba en 1958

Publicado el lunes, 14 de enero de 2002 en El Nuevo Herald

(reproducido con la autorización de la autora)

Cuba en 1958, registraba índices socioeconómicos que la distinguían en el entorno latinoamericano. Las estadísticas, sin embargo, son meras descripciones y exigen que se les dé un contexto si de comprender se trata y ése, precisamente, es mi objetivo. Ni idílica ni desgraciada era esa Cuba, aunque los maniqueísmos sean útiles para determinados y encontrados fines políticos.

No debiera ser fácil encasillar a la sociedad cubana antes de 1959. Por una parte, el monocultivo apuntaba a una economía de enclave por la centralización del azúcar en la producción nacional y el comercio exterior, así como por el predominio del capital extranjero. Sólo a fines de los cuarenta el capital nacional obtuvo la representación mayoritaria en el sector azucarero, si bien el azúcar seguía dependiendo del trato preferencial en el mercado norteamericano. Las apariencias, no obstante, eran parcialmente engañosas.

Cuba contaba con una modesta clase industrial no relacionada con el azúcar que se agrupaba en la casi olvidada Asociación Nacional de Industriales de Cuba (ANIC). Durante la década del cincuenta, la industria no azucarera crecía a un ritmo de un 7% anual y empleaba alrededor de un 15% de la población económicamente activa. La sociedad cubana era mayoritariamente urbana. La población registraba índices educacionales y de salud, desiguales a lo largo de la isla, pero más bien favorables en comparación con casi todos los países latinoamericanos. Entre 1945 y 1958, la clase media engrosó sus filas notablemente y desempeñaba un importante papel en la vida nacional.

Así y todo, era evidente que, por el azúcar, el país se encontraba en un aprieto estructural. El aumento de la demanda y los precios durante la II Guerra Mundial, la de Corea y la crisis del Canal de Suez había pospuesto lo que se veía venir desde los años veinte: el azúcar ya no era motor de desarrollo. En la década de los cincuenta la producción azucarera superaba los niveles anteriores a la gran depresión, pero el tonelaje per cápita develaba el agotamiento del sector: en los años veinte se producía una tonelada por habitante mientras que en los cincuenta sólo 0.86. La renta anual per cápita oscilaba con los vaivenes azucareros; hubo una caída del 2.5% durante la gran depresión, un aumento del mismo monto en los cuarenta y un estancamiento en los cincuenta. El comercio exterior también se deterioraba; el superávit de 1.4 mil millones de pesos de los cuarenta se redujo a menos de 400 millones en los cincuenta. Pese a los avances del sector no azucarero, el desempleo y el subempleo eran males crónicos que no se anotaban ninguna mejoría.

Había conciencia de que la situación era crítica. En 1948, la ANIC reclamaba como indispensable ``la reforma integral de nuestro sistema económico, de tipo colonial, basado en la producción de materias primas, que vendemos en un solo mercado, al precio y condiciones impuestos por el comprador''. A mediados de los cincuenta declaraba un informe del Banco Nacional: "Cuba no puede continuar dependiendo casi exclusivamente del azúcar para el mantenimiento de su población, ni esperar soluciones del trato comercial favorable que nos den los Estados Unidos". También subrayaba la urgencia de actuar: "Si no damos a nuestra economía una estructura y orientación que permitan una distribución equitativa y adecuada de los medios de vida, días muy aciagos nos esperan". El reporte emitido por la Agrupación Católica Universitaria en 1957 igualmente avisaba: "La ciudad de La Habana está viviendo una época de extraordinaria prosperidad mientras que en el campo están viviendo en condiciones de estancamiento, miseria y desesperación difíciles de creer". Se intitulaba ¿Por qué reforma agraria?

Razones había, no obstante, para abrigar optimismo. La diversificación de la economía cogía impulso. Se vislumbraban los cultivos de frutas y vegetales de invierno para el mercado norteamericano. La ganadería se asomaba a una modernización. Luego de dos décadas de estancamiento, se avizoraban nuevos flujos de capitales extranjeros. Empresas nacionales se destacaban en los medios de comunicación y la publicidad, sectores boyantes que abrían nuevas perspectivas. El turismo, sobre todo, aumentaba considerablemente y la industria no azucarera emprendía la producción de la amplísima gama de insumos que el sector demandaba.

Pero fue otra Cuba la que brotó después de 1959. La que nunca despegó se movilizaba hacia nuevos horizontes, pero no con la constancia, la decisión y la firmeza necesarias. El porqué de su ocaso no lo encontraremos jamás en las estadísticas que, son más bien positivas, producen un cierto espejismo que no nos permite hoy llegar al fondo de la problemática nacional de entonces. Para ello, debemos adentrarnos en los factores políticos que fueron los que desgastaron fatalmente la República. Nos incumbe aprender por qué el reformismo nunca encauzó decisivamente la transformación económica que hubiera avalado el que Cuba se mantuviera sobresaliente por su bienestar y progreso.

Réplica y comentarios al autor: stablem@fiu.edu

(*)Catedrática en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Internacional de la Florida.

© El Nuevo Herald




*
Anúnciate con nosotros

Recibe nuestro boletín mensual
*
* Tu email:
*
*
*
*
*

Noticias
*

Archivo
*
* Consulta los boletines de ediciones pasadas. *
*

Panel de Opiniones
*
* Opina sobre este tema o sobre cualquier otro que tú consideres importante. ¡Déjanos tus comentarios! *
*

Escribe
*
* Envía tus ensayos y artículos. *
*
___
Logos de Tiempos de Reflexión cortesía de Matthew Nelson y Chago Design. Edición, diseño y actualización por Morgan y MASS Media
Resolución mínima de 800x600 ©Copyright pend. Acuerdo de uso, políticas de protección de información