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ARREPENTÍOS AHORA QUE HAY TIEMPO

(Mateo 3: 1-12)

El evangelio de Mateo nos presenta a Juan el Bautista en forma intempestiva, que aparece así nomás, sin previo aviso. Más aún viene con un mensaje radical: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos de ha acercado”, el cual no es posible eludirlo. Y por si fuera poco, aún su vestimenta es bastante radical: vestido de pelo de camello, cinto de cuero y su comida era langostas y miel silvestre. Su lugar de predicación es el río Jordán. De este personaje nos habla el profeta Isaías (Is. 40:3), quien anunciaría la venida del Mesías y le prepararía el camino. Su entorno para su predicación es el desierto y como tal representa la soledad, el vacío, la sequedad, no hay nadie para escuchar, las palabras se las lleva el viento.

En esa situación Juan predica la palabra de Dios. Muchas veces en nuestra labor evangelística nos toca lugares similares a éste. Si bien no estamos en el desierto, puede parecerse a un desierto el lugar donde nos toca predicar. Hay situaciones de soledad y tristeza; vacíos existenciales; no hay esperanza; corazones de mármoles. Personas que escuchan pero no oyen, están agobiadas por los problemas cotidianos, no hay tiempo para nada, ni siquiera para respirar. Frente a todo eso, nuestras palabras pereciera que se las llevara el viento. Esos son la mayoría de nuestros “aires libres”.

Sin embargo, a pesar de ser el entorno un lugar no muy favorable para Juan, hay mucha gente que viene a escucharle desde muy lejos, se arrepienten y confiesan sus pecados, luego son bautizados. Ellos han escuchado bien el mensaje y han optado por cambiar sus vidas y vivir una nueva vida en Cristo Jesús. La señal visible de ese cambio lo constituye el bautismo en agua. Pero aún hay muchas personas que siguen preguntándose de qué tienen que arrepentirse. No son conscientes de las faltas y pecados cometidos, de las mentiras que a diario se suelen cometer, de los odios desenfrenados contra el prójimo, de los malos pensamientos, de las difamaciones hechas en contra de alguien, de las fornicaciones practicadas, de los adulterios realizados, de los vicios practicados (droga, alcohol, tabaco, etc.) continuamente. En resumen, deben arrepentirse de esa vida corrupta delante de Dios. ¡Deben dejar la vida miserable por una nueva vida! Ahora, que aún hay tiempo.

Se debe tener en cuenta que al arrepentimiento le sigue la confesión de los pecados y la aceptación de Jesucristo como nuestro único Salvador, luego viene el momento de evidenciar los frutos de esa nueva vida en Cristo. Es aquí donde se inicia el proceso de santificación a lo largo de la vida del creyente. Según Pablo, es la acción gradual de Dios, en el cual el Espíritu Santo opera en la vida del cristiano hasta lograr un verdadero cambio en su naturaleza, hasta alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13). Este camino no es fácil, tiene sus dificultades y porque el enemigo de Dios, Satanás, acecha como león rugiente queriendo devorar a los nuevos creyentes. Sobre este aspecto, John Wesley aclara que la perfección cristiana no implica quedar exento de ignorancia o del error, de los defectos o de las tentaciones, ya que no hay perfección absoluta en la tierra, sino que es un desafío constante para el creyente, de modo que si alguien considera haber alcanzado dicha perfección, todavía necesita crecer en la gracia y avanzar diariamente en el conocimiento y el amor de Dios.

Felizmente en este caminar no estamos solos, el Señor envía al Espíritu Santo para que nos guíe por el buen camino y seamos obedientes a su Palabra. Muchos, a lo largo de la historia, han decidido arrepentirse en el momento de que escucharon la proclamación de las Buenas Nuevas de Jesucristo y cambiaron sus vidas mediocres por una vida en santidad. De ahí la necesidad de arrepentirse de todos los pecados cometidos, ahora que aún hay tiempo, mientras el Señor prepara su venida triunfal. Que el Señor nos ayude a tomar esta decisión y le sigamos por siempre. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


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