
PIDIENDO A DIOS EXAMINAR NUESTROS PENSAMIENTOS
(Salmo 139:23-24)
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.”
El Salmo 139 es uno de los más profundos y personales de todo el libro de los Salmos. Es una confesión del conocimiento absoluto de Dios y de su presencia constante en la vida humana. David reconoce que no hay rincón en el universo ni en el alma donde Dios no esté presente. Pero este salmo termina con una oración que revela el corazón humilde de un creyente que desea vivir conforme a la voluntad divina: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón.”
Aquí no hay defensa propia, ni excusas, ni orgullo. Hay una rendición total. David abre su vida ante el Creador y le pide que escudriñe lo más íntimo de su ser. Es una oración valiente, pero también necesaria para todos los que deseamos caminar con Dios.
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón” — La apertura del alma
El corazón, en la Biblia, representa el centro de la persona: donde nacen los pensamientos, los deseos y las decisiones. David reconoce que su propio corazón puede ser engañoso. Como dice Jeremías 17:9: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”
Por eso, David no confía en su propio juicio. Él sabe que sólo Dios puede ver más allá de las apariencias. Esta es una petición que refleja una profunda humildad y la conciencia de la limitación humana para conocerse a sí mismo completamente.
Cuando pedimos a Dios que examine nuestro corazón, estamos reconociendo que necesitamos su luz para ver lo que nosotros no podemos ver. ¿Estamos dispuestos a dejar que Dios nos muestre lo que hay realmente en nuestro corazón?
A veces pedimos bendiciones, pero no revisión. Queremos que Dios actúe, pero no que nos confronte. Sin embargo, el verdadero crecimiento espiritual empieza cuando permitimos que Dios nos revele nuestras sombras.
“Pruébame y conoce mis pensamientos” — El examen de la mente
David no sólo habla del corazón, sino también de los pensamientos. Los pensamientos son las semillas de nuestras acciones. Antes de que haya un pecado visible, hubo una idea, una intención, un deseo.
Por eso David pide: “Pruébame.” Es decir, “ponme a prueba, Señor; muéstrame si mis pensamientos están alineados con tu verdad o contaminados por el orgullo, la duda, el resentimiento o la vanidad.”
Ahora bien, Dios no sólo mira lo que hacemos, sino lo que pensamos. La santidad comienza en la mente: en lo que decidimos alimentar, en lo que meditamos día y noche. Pablo nos exhorta: "Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable... en esto pensad.” (Filipenses 4:8).
Pedir a Dios que pruebe nuestros pensamientos es permitirle corregir nuestras actitudes antes de que se conviertan en acciones destructivas.
“Ve si hay en mí camino de perversidad” — El reconocimiento del peligro
David sabe que puede haber caminos en su vida que parecen buenos, pero no lo son. Al respecto, Salomón nos dice: "Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte. (Proverbios 14:12). Por eso pide a Dios que lo examine en busca de “caminos de perversidad”.
Esta es una oración humilde, porque reconoce que podemos estar equivocados sin saberlo. Quizás un resentimiento que hemos justificado, una costumbre que parece inofensiva, una actitud que creemos normal, pero que no agrada a Dios.
Por ejemplo: como cuando un médico busca en un cuerpo señales de enfermedad que el paciente no siente todavía. Así también el Espíritu Santo busca en nosotros esas “raíces de mal” que necesitan ser arrancadas antes de que crezcan.
“Guíame en el camino eterno” — La dirección divina
El Salmo no termina con la confesión, sino con una petición de guía. No basta con que Dios nos muestre lo malo; también debe dirigirnos por el camino correcto. El “camino eterno” es el sendero de la obediencia, de la fe, de la comunión con Dios. David no quiere sólo ser perdonado; quiere ser transformado y conducido por el Señor.
Recordemos lo que Jesús dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). Seguir a Cristo es andar en ese camino eterno que lleva a la vida plena y a la eternidad con Dios. No hay otro camino.
Como conclusión podemos decir que el Salmo 139 termina cómo debe terminar toda vida espiritual: con una oración sincera de entrega. No con orgullo, sino con apertura. No con autosuficiencia, sino con dependencia.
Hoy, el Señor también nos invita a orar como David: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón.”
Que esta sea una oración diaria, no sólo un momento ocasional. Porque cuando Dios examina, también sana. Cuando Dios prueba, también purifica. Y cuando Dios guía, siempre lleva al camino eterno. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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