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  LA VOZ DE DIOS EN MEDIO DE LA MENTIRA

(Salmo 12)

"Las palabras del Señor son limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces." (Salmo 12:6).

Vivimos en tiempos donde la mentira, la manipulación y la desinformación parecen dominar. El salmista David, hace más de 3,000 años, ya sentía lo mismo: veía un mundo donde la verdad estaba en crisis. Este salmo es un clamor a Dios en medio de la corrupción de las palabras humanas, y una afirmación de que la Palabra del Señor permanece pura y fiel. De alguna manera el salmista nos quiere decir que la voz de los hombres engaña, pero la voz de Dios salva.

I. El lamento por la ausencia de verdad (vv. 1–2)

David siente que la fidelidad y la sinceridad se están extinguiendo, se siente rodeado. Los piadosos (aquellos que muestran bondad y amor constante) y los fieles han desaparecido. Siente una soledad moral profunda. ¿No nos pasa a veces? Miramos la sociedad, la política, la iglesia, incluso nuestras propias interacciones, y nos preguntamos: "¿Dónde está la verdad? ¿Dónde está la gente de palabra?"

Los “piadosos” parecen desaparecer, y lo que queda es un ambiente de falsedad y doblez. La atmósfera está envenenada por las palabras engañosas ¿No refleja esto nuestro mundo actual? Promesas rotas, palabras manipuladas, discursos vacíos en la política, en la publicidad, en las redes sociales, aun en la iglesia. Debemos tener en cuenta que la mentira no es solo un error, sino una estrategia para manipular y controlar.

De ahí que, cuando la sociedad y la iglesia parecen dominadas por voces falsas, como creyentes debemos clamar a Dios como único refugio de verdad.

II. La petición contra los labios engañosos (vv. 3–4)

Aquí vemos la arrogancia del mentiroso: creen que tienen poder porque controlan las palabras. Los malvados se jactan de su habilidad para mentir y controlar con sus palabras: Hay una arrogancia peligrosa al creerse dueños de la palabra, pensando que pueden usarla para crear su propia realidad sin rendir cuentas a nadie, ni siquiera a Dios.

Es el espíritu de autosuficiencia: “nadie nos manda, nadie nos juzga”. Pero Dios es juez de las palabras y no permitirá que la mentira tenga la última palabra. Tengamos en cuenta que, aunque la mentira parezca poderosa, Dios reivindicará la verdad. El Señor nos llama a no caer en la misma soberbia de usar las palabras para dañar, sino a usarlas para edificar.

III. La respuesta de Dios a los oprimidos (v. 5)

Aquí podemos ver que cuando el lamento de David llega al cielo, la respuesta de Dios es inmediata y poderosa. El Señor no permanece indiferente ante el gemido de los oprimidos. Él escucha el clamor de los pobres y menesterosos.

Bien sabemos que la mentira no solo engaña: oprime. Los más débiles sufren cuando las palabras se convierten en armas. Pero Dios se levanta en defensa de los humildes. Cuando todo parece perdido, el Señor actúa para salvar.

Como creyentes podemos tener esperanza: Dios escucha los gemidos de los que sufren la injusticia. Él es un defensor de la verdad y de los indefensos.

IV. La pureza de la Palabra de Dios (vv. 6–7)

El contraste absoluto: las palabras humanas son engañosas, pero la Palabra de Dios es pura. Refinada siete veces: perfecta, sin mezcla, sin corrupción.

Mientras que las palabras humanas cambian, la Palabra de Dios permanece firme y confiable. El poder de la Palabra divina no solo está en su verdad, sino en que guarda y preserva al pueblo de Dios.

Por eso, en un mundo de falsedad, debemos anclarnos en la Palabra eterna. Leerla, meditarla, confiar en ella más que en cualquier discurso humano. Dios se compromete a guardar y proteger a Su remanente fiel, a aquellos que confían en Su Palabra en medio de la generación de la mentira. Nuestra seguridad no reside en nuestra elocuencia o capacidad para defendernos de las mentiras, sino en el poder de Dios para preservarnos.

V. El contraste final: maldad humana vs. fidelidad divina (v. 8)

El salmo termina reconociendo la dura realidad: los malvados siguen activos. A veces la vileza parece ser celebrada y exaltada. Pero ya no queda el lamento del principio, sino la seguridad de que la Palabra de Dios preserva al justo en medio de la corrupción.

Finalmente, el salmo nos recuerda que la batalla contra la falsedad es constante. Sin embargo, no estamos solos. El mal puede rodearnos, pero no puede derrotar la verdad de Dios.

El Salmo 12 nos enseña que: Las palabras humanas pueden engañar, destruir y oprimir. La Palabra de Dios es pura, firme y salvadora. El Señor se levanta en defensa de los oprimidos y guarda a los que confían en Él.

En medio de un mundo lleno de voces falsas, necesitamos afinar nuestro oído para escuchar la única voz que nunca miente: la voz de nuestro Dios en su Palabra.

Roguemos al Señor que vivamos no según la mentira del mundo, sino según Su verdad eterna. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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