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  LA PERSISTENCIA EN LA ORACIÓN

(Lucas 11:5-13)

Jesús acaba de enseñar a sus discípulos el Padre Nuestro (Lucas 11:1-4). A continuación, relata una parábola y una enseñanza que buscan grabar en el corazón de sus seguidores una verdad fundamental: Dios escucha y responde a sus hijos. ¿Alguna vez hemos sentido que nuestras oraciones no son escuchadas? Esta parábola es una de las enseñanzas más directas y poderosas de Jesús sobre la oración. Él nos anima a no rendirnos a no tirar la toalla, ante cualquier adversidad.

Debemos tener en cuenta que la oración no es un monólogo vacío, ni un ritual repetitivo. Es un diálogo con un Padre amoroso que no solo escucha, sino que responde de acuerdo con su voluntad y su bondad.

En este pasaje bíblico encontramos tres lecciones:

  1. La importancia de la persistencia en la oración.

  2. La certeza de que Dios responde.

  3. La seguridad de la bondad del Padre celestial.

I. La importancia de la persistencia en la oración (vv. 5-8)

Algunos estudiosos señalan esta parábola como la parábola del amigo inoportuno.  Jesús cuenta la historia de un hombre que, a medianoche, recibe a un amigo y no tiene pan para darle. Sale a tocar la puerta de otro amigo y, aunque la hora es inoportuna, insiste hasta obtener lo que necesita.

El énfasis no está en la molestia del amigo, sino en la insistencia del que pide. Jesús enseña que la oración requiere perseverancia. No basta con pedir una vez; debemos insistir con fe y confianza.

La palabra clave en el v. 8 es importunidad (insistencia sin desmayo). ¿Cuántas veces dejamos de orar porque pensamos que Dios no responde? Jesús nos anima a no rendirnos, porque la perseverancia es señal de fe.

Aquí podemos obtener una lección; Si un amigo terrenal, por molesto que sea, finalmente cede a la persistencia, ¿cuánto más nuestro Padre celestial, que es infinitamente bueno, responderá a nuestras oraciones persistentes? La parábola no nos enseña que Dios sea reacio a ayudarnos, sino que nosotros debemos ser persistentes en buscarlo en todo momento.

II. La certeza de que Dios responde (vv. 9-10)

Jesús no usa un solo verbo, sino tres. Esto enfatiza la acción continua y la perseverancia. Aquí hay tres verbos en acción continua:

Tengamos en cuenta esta promesa: “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”. Esto no significa que Dios siempre nos dará lo que queremos, sino lo que necesitamos y conviene según su sabiduría. La oración llega al corazón de un Dios vivo, que responde con poder y amor.

III. La seguridad de la bondad del Padre celestial (vv. 11-13)

Jesús da ejemplos sencillos: Ningún padre dará una serpiente en lugar de un pescado. Ningún padre dará un escorpión en lugar de un huevo. Si nosotros, siendo humanos y limitados, damos cosas buenas a nuestros hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

El mayor regalo que Dios puede darnos no es lo material, sino su Espíritu Santo, que nos guía, fortalece y llena de vida. Dios no es un juez indiferente ni un vecino molesto: es un Padre que ama y que sabe lo que es mejor para nosotros.

La respuesta de Dios a nuestra oración persistente no es solo lo que pedimos, sino la presencia y el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. Él es quien nos guía, nos consuela, y nos capacita para vivir la vida cristiana. A veces pedimos "pan" o "pescado" (necesidades materiales o soluciones a problemas), pero Dios nos da la plenitud del Espíritu Santo, que es la verdadera fuente de vida y poder.

Finalmente, esta parábola nos invita a orar sin cesar, confiando en la bondad del Padre: Persistamos en la oración como el hombre de la parábola. Creámosle a Jesús cuando dice que Dios responde. Descansemos en la bondad de nuestro Padre, que sabe dar lo mejor.

¿Nos hemos cansado de orar por algo que aún no vemos? El Señor nos recuerda: “No dejemos de pedir, buscar y llamar”. La respuesta puede tardar, pero Dios nunca falla. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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