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  LOS DISCÍPULOS SECRETOS DE JESÚS

 

(Juan 19:38-39)

“Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo a los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino y se llevó el cuerpo de Jesús. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y áloes, como cien libras”.

La Biblia no oculta la realidad de la condición humana. Entre los seguidores de Cristo encontramos hombres y mujeres valientes, como Pedro en Pentecostés, pero también discípulos tímidos, que creyeron en Jesús, aunque no se atrevieron a confesarlo públicamente. La Escritura los llama discípulos secretos.

Reflexionaremos sobre los discípulos secretos de Jesús. No nos referimos a los Doce que lo seguían a todas partes, sino a personas que, por diferentes razones, mantuvieron su fe en privado, en la sombra. A primera vista, la Biblia parece animarnos a ser valientes y proclamar nuestra fe abiertamente, pero la historia de la vida de Jesús nos muestra una realidad más compleja.

Nuestra reflexión será sobre dos de ellos: José de Arimatea y Nicodemo. Sus vidas nos enseñan acerca de los riesgos de la fe oculta, pero también del momento en que el amor por Cristo rompe el miedo y nos impulsa a actuar.

I. Los discípulos secretos: fe en las sombras

1. José de Arimatea

Era un miembro del Sanedrín, el mismo organismo que condenó a Jesús. Imaginémonos la presión y el peligro que enfrentaba. Aún así, fue él quien, después de la crucifixión, tuvo el valor de pedir el cuerpo de Jesús a Pilato para darle una sepultura digna.

La Biblia lo describe como un "discípulo de Jesús, pero en secreto, por miedo a los judíos". Su valentía no se manifestó en vida de Jesús, sino en su muerte, cuando la esperanza parecía perdida para todos. Fue en el momento más oscuro que su fe secreta se hizo pública, arriesgándolo todo. El evangelio dice que esperaba el reino de Dios. Creía en Jesús, pero su temor lo mantenía en silencio.

2. Nicodemo

Nicodemo, era un fariseo, maestro de Israel, que vino a Jesús de noche. Su estatus y posición lo hacían vulnerable a las críticas y al rechazo si se le veía públicamente con el Nazareno. Sin embargo, su sed de verdad era tan grande que superó su miedo. Su visita nocturna es un testimonio de una fe que, aunque oculta, era genuina. Él buscaba entender, y Jesús lo recibió. Defendió a Jesús tímidamente en el Sanedrín (Juan 7:50-51), pero nunca abiertamente.

Ambos hombres vivieron entre dos aguas: su corazón atraído por Cristo, pero sus labios cerrados por miedo a perder posición, prestigio o incluso la vida.

Algo parecido pasa hoy también, existen discípulos secretos: personas que creen, pero no confiesan; que oran en privado, pero no se identifican con Cristo en público. Tal vez algunos de nosotros, en determinados momentos, hemos sido así, nos hemos sentido como discípulos secretos, debido a la presión social, el miedo al rechazo o las dudas nos impidan proclamar nuestra fe abiertamente.

II. El peligro de la fe secreta

¿Qué consecuencias conlleva una fe secreta?

1. Se pierde el gozo del discipulado. Una fe escondida no crece. La vergüenza de confesar a Cristo debilita el alma.

2. Se corre el riesgo de negarle. Cuando no se habla de Cristo por miedo, el silencio se convierte en complicidad. Jesús advirtió: “Al que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre” (Mateo 10:33).

3. Se impide que otros crean. El testimonio callado no anima a nadie. El mundo necesita cristianos que brillen, no que se oculten.

III. El momento decisivo

Algo cambió en José de Arimatea y Nicodemo: Cuando Jesús murió en la cruz, cuando ya parecía derrotado, ellos se armaron de valor. José pidió el cuerpo de Jesús a Pilato; Nicodemo trajo especias preciosas. Cuando los apóstoles habían huido, los discípulos secretos salieron a la luz.

IV. Aplicaciones para nosotros hoy

1. Cristo nos llama a la confesión pública. No basta creer en el corazón; hay que confesar con la boca (Romanos 10:9-10). El bautismo y la vida de testimonio son la forma de salir de las sombras.

2. El discipulado requiere valentía. Habrá burlas, críticas o rechazos, pero Cristo es digno de ser confesado. El mundo necesita ver cristianos que se identifiquen sin vergüenza con Jesús.

3. Dios puede usar hasta a los tímidos. Aunque José y Nicodemo comenzaron en secreto, Dios los usó para dar digna sepultura a su Hijo. Lo importante es dar el paso de la fe abierta antes de que sea demasiado tarde.

Como conclusión podemos decir que los discípulos secretos nos muestran nuestras propias luchas: miedo al qué dirán, temor a perder privilegios, inseguridad para testificar. Pero también nos enseñan que llega un momento en que el amor a Cristo debe ser más fuerte que el miedo. Jesús dio su vida públicamente por nosotros, desnudo en una cruz, sin vergüenza ni ocultamiento. ¿Nos atreveremos a seguirle en público, aunque nos cueste algo?

Que las historias de Nicodemo y José de Arimatea nos inspiren a ser valientes en nuestro propio tiempo, a dejar que nuestra fe, por pequeña o secreta que sea, crezca hasta convertirse en una luz visible para el mundo. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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