
LA ALEGRÍA Y GOZO DE SER BENDECIDOS POR DIOS
(Salmo 16:11; 126:3)
Uno de los dones más hermosos que recibimos de nuestro Señor es el gozo. No hablamos de una simple felicidad pasajera, sino de la profunda alegría que nace de sabernos bendecidos por Dios. El mundo ofrece alegrías momentáneas que se desvanecen, pero el gozo en Cristo es duradero, porque no depende de las circunstancias, sino de la presencia del Señor en nuestra vida.
A menudo, pensamos en bendiciones como algo material: un buen trabajo, una casa bonita, un carro nuevo. Y sí, esas cosas pueden ser bendiciones. Pero si nuestra alegría depende solo de ellas, ¿qué pasa cuando se van? La Biblia nos enseña que las verdaderas bendiciones de Dios van mucho más allá de lo que se puede ver o tocar.
En esta oportunidad meditaremos en cómo reconocer, disfrutar y compartir esa alegría santa que viene de ser bendecidos por nuestro Dios.
El Salmo 16:11 nos revela la fuente de la verdadera alegría y el gozo: la presencia de Dios. No dice que el gozo está en nuestras cuentas bancarias, ni en nuestra salud perfecta, ni en la aprobación de otros. Dice que la plenitud de gozo se encuentra en Su presencia.
El salmista dice: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:2). Muchas veces estamos tan ocupados mirando lo que nos falta, que olvidamos lo mucho que Dios ya nos ha dado. Cada día es una bendición: el aire que respiramos, la familia, la salud, la fe, la salvación en Cristo.
Ahora bien, ser bendecidos por Dios no es una lista de cosas que tenemos, sino una condición de nuestro corazón y nuestra relación con Él. Cuando reconocemos las bendiciones, nuestro corazón se llena de gratitud y brota un gozo sincero.
Pablo escribe desde la cárcel: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). El gozo cristiano no depende de lo externo. Puede haber pruebas, tristezas, enfermedades, pero en medio de todo, la certeza de que Dios está con nosotros sostiene nuestra alegría. Cuando recordamos que somos amados, escogidos y redimidos por la sangre de Cristo, nada puede robarnos ese gozo.
El Salmo 16 nos dice que en la presencia de Dios hay plenitud de gozo. Esto significa que no importa lo que enfrentemos—sea una enfermedad, la pérdida de un ser querido, o la incertidumbre del futuro—nunca estamos solos. El gozo de saber que el Creador del universo camina a nuestro lado es una bendición incalculable.
Las bendiciones de Dios no son solo para guardarlas, sino para compartirlas. Jesús dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Cuando compartimos nuestro pan, nuestro tiempo, nuestra fe, la alegría se multiplica.
Ser bendecidos es un privilegio, pero también una responsabilidad: ser canales de bendición para otros. De ahí que, vivir la vida con propósito es una de las mayores bendiciones. Saber que no estamos aquí por casualidad, sino que hemos sido creados por un propósito divino, nos llena de gozo. Cada acto de amor, cada palabra de aliento, cada servicio que ofrecemos, tiene un significado eterno porque lo hacemos para Su gloria.
No debemos olvidar que la mayor de todas las bendiciones es la salvación que Dios nos ha dado en Jesucristo. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8).
Esa certeza de vida eterna, de perdón y de restauración, nos llena de un gozo que nada en este mundo puede igualar.
Reconozcamos cada día las bendiciones de Dios, por pequeñas que parezcan. No permitamos que las pruebas apaguen su gozo; recordamos que Dios es fiel. Compartamos las bendiciones con otros; nuestra alegría crecerá al ver a otros ser bendecidos.
Para finalizar esta reflexión, bien podemos decir que ser bendecidos por Dios es un motivo constante de gozo. El mundo puede ofrecernos momentos de felicidad, pero el gozo que viene del Señor es profundo, eterno y transformador. Recordemos siempre las palabras del salmista: “Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres.” (Salmo 126:3). Vivamos con corazones agradecidos, con sonrisas que reflejen nuestra fe, y con manos dispuestas a bendecir a otros. Porque la alegría del Señor es nuestra fortaleza (Nehemías 8:10).
Padre celestial, te damos gracias por Tu amor incondicional y por la bendición de Tu presencia en nuestras vidas. Ayúdanos a no buscar la alegría en las cosas de este mundo, sino en Ti. Llénanos con Tu gozo y Tu paz, y guíanos por la senda del bien. En el nombre de Jesús, Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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