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  EL PODER DE DIOS EN VASOS DE BARRO

 

(2 Corintios 4:7-18)

Pablo escribe a la gente de Corintios en medio de dificultades, ataques y sufrimientos. Él se presenta como un hombre frágil, pero lleno de esperanza. Nos recuerda que la vida cristiana no está marcada por la ausencia de problemas, sino por la presencia del poder de Dios en medio de nuestra fragilidad.

Hoy en día la vida de un creyente a menudo se siente como una contradicción. ¿Cómo podemos experimentar la presencia de Dios en medio de la debilidad humana? ¿Cómo podemos ser portadores de la luz de Cristo cuando nos sentimos frágiles y rotos? El apóstol Pablo aborda esta paradoja directamente en su segunda carta a los Corintios, ofreciéndonos una poderosa imagen: somos vasijas de barro que contienen un tesoro incalculable.

El pasaje nos enseña tres grandes verdades:

  1. Somos vasos de barro que llevan un tesoro incomparable.

  2. El sufrimiento no destruye al creyente, sino que manifiesta la vida de Jesús.

  3. Lo que parece momentáneo y ligero prepara una gloria eterna incomparable.

I. Vasos de barro con un tesoro eterno (v. 7)

Pablo comienza este pasaje diciendo: "Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros".

Sería bueno pensar por un momento en una vasija de barro. Es algo común, hecho de la tierra, fácilmente rompible. No tiene un gran valor intrínseco. Así nos describe Pablo a nosotros. Somos humanos, finitos, limitados, llenos de fallas y vulnerabilidades. Nuestras vidas están marcadas por el dolor, la enfermedad, el fracaso y la decepción.

Pero dentro de esta vasija de barro, de esta vida imperfecta, llevamos un tesoro: la gloria de la luz de Cristo, el evangelio de la salvación. El contraste no podría ser más grande. Es un contraste intencional, porque el poder no reside en la vasija, sino en el tesoro. Es una demostración de que la obra de Dios no depende de nuestra fuerza o perfección, sino de Su poder que actúa a través de nuestra debilidad (2 Corintios 12:9).

Ahora bien, ¿Por qué Dios escoge vasos de barro y no de oro? Es para que quede claro que el poder no viene del mensajero, sino del mensaje. No necesitamos ser perfectos para que Dios nos use. Nuestra debilidad es el escenario donde su poder se manifiesta.

II. Derribados, pero no destruidos (vv. 8-12)

Pablo no se detiene en la teoría; él da un testimonio personal. En los siguientes versículos (8-9), describe las dificultades que él y sus compañeros enfrentaron:

Cada par de frases presenta una lucha seguida de una esperanza. La tribulación es real, pero no nos paraliza. Los apuros son verdaderos, pero no nos llevan a la desesperación total. La persecución es tangible, pero no significa que Dios nos haya abandonado. Los golpes de la vida nos pueden derribar, pero no nos destruyen por completo.

¿Por qué? Porque llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos (v. 10). Las heridas, el dolor y las luchas que enfrentamos no son en vano. Son la forma en que la vida de Cristo se hace visible en nosotros. A través de nuestras cicatrices, el mundo puede ver la fuerza y la resurrección de Cristo.

Pablo resume: “Llevamos en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros” (v. 10). La paradoja cristiana: en medio de la muerte, se revela la vida; en medio de la debilidad, se ve el poder de Cristo.

III. La fe que mira lo eterno (vv. 13-18)

Pablo eleva la mirada desde el sufrimiento presente hacia una esperanza futura. Nos recuerda que lo que vemos es temporal, pero lo que no vemos es eterno. "Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día" (v. 16).

El proceso de envejecimiento, la fatiga, el dolor físico y emocional, todo eso es parte de un proceso natural de desgaste. Nuestras vasijas de barro se van rajando. Pero en medio de ese deterioro exterior, Dios está haciendo algo extraordinario: está renovando nuestro ser interior. Nos está fortaleciendo espiritualmente, haciéndonos más como Cristo cada día.

Pablo nos anima a no fijar la vista en lo que se ve (las aflicciones temporales), sino en lo que no se ve (la gloria eterna). Nuestras aflicciones, que son ligeras y pasajeras en comparación con la eternidad, están produciendo en nosotros un "cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (v. 17). Nuestra esperanza está en: “El que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús” (v. 14). La vida no termina en el dolor, sino en la resurrección.

Como conclusión y reflexión, bien podemos preguntarnos: ¿Ccómo se ve esto en nuestras vidas? Tal vez estamos lidiando con una enfermedad crónica, un dolor emocional que parece no tener fin, o una lucha financiera que te abruma. Puede que te sientas como una vasija de barro rota. Pero recuerda que en esa vasija rota reside el poder de Dios. Él no nos pide que seamos perfectos, sino que le ofrezcamos nuestra fragilidad para que Su gloria pueda resplandecer a través de ella. Las grietas de nuestra vida no son signos de fracaso, sino las fisuras por las que la luz de Cristo puede brillar.

Por lo tanto, no desmayemos. Mantengamos la vista fija en la esperanza que tenemos en Cristo. Aunque nuestro hombre exterior se desgaste, nuestro ser interior se renueva. Nuestras aflicciones son temporales, pero la gloria que nos espera es eterna. El tesoro que llevamos es demasiado grande para ser opacado por la fragilidad de la vasija.

Oremos para que Dios nos dé la gracia de ver nuestra debilidad no como una maldición, sino como una oportunidad para que el poder de Cristo se manifieste en nosotros. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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