
EL DIOS VERDADERO Y LOS OTROS DIOSES
(1 Reyes 18:20-40)
Esta historia relata uno de los momentos más dramáticos de todo el Antiguo Testamento. Elías, solo frente a 450 profetas de Baal, sube al monte Carmelo para demostrar al pueblo de Israel quién es el verdadero Dios. El pueblo estaba dividido, dudando, tratando de servir a dos señores: por un lado, el Dios de sus padres, Jehová; por otro lado, Baal, el dios pagano de los cananeos.
Hoy también vivimos tiempos de confusión. Muchos dicen creer en Dios, pero su corazón se reparte entre la fe y los ídolos modernos: el dinero, el poder, el placer, la indiferencia. Este relato bíblico pasaje nos llama a decidirnos.
Elías, sintiéndose solo y marginado, se enfrenta a una multitud de profetas de Baal. Él dice: “Solo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres.” Desde la perspectiva humana, Elías estaba perdido. ¡Qué posibilidad tenía un hombre contra tantos! Sin embargo, Elías no estaba solo: Dios estaba con él.
Muchas veces nos sentimos como Elías: solos, aislados, incomprendidos. Pero si Dios está con nosotros, somos mayoría. La fe verdadera no depende de la cantidad, sino de la verdad y del poder de Dios.
Elías propone una prueba clara: el Dios que responda con fuego, ése es Dios. El desafío es sencillo: cada grupo preparará un holocausto, pero no le pondrá fuego. El verdadero Dios será aquel que responda con fuego. Este desafío no es solo una prueba de poder, sino una demostración de la supremacía de Yahvé sobre las deidades paganas. Los profetas de Baal intentan por todos los medios invocar a su dios. Claman, gritan, danzan, se hieren con cuchillos, pero no hay respuesta. El texto repite tres veces: “No hubo voz, ni quien respondiese, ni quien escuchase.”
Este pasaje ilustra la vanidad y la impotencia de la idolatría. Elías incluso se burla de ellos, sugiriendo que Baal podría estar dormido, de viaje o meditando. Los ídolos no responden, porque no existen. Hoy en día, muchos buscan en el horóscopo, la superstición, el dinero, las ideologías, pero todo eso es vacío. Nunca debemos olvidar que Dios escucha y responde a su pueblo.
Después de la confusión de Baal, Elías repara el altar del Señor con doce piedras, representando a las doce tribus de Israel. Elías restaura lo que estaba caído. Lo rodea con un foso, y derrama 12 cántaros de agua sobre el sacrificio. Esto hace que el milagro sea innegable: no hay posibilidad de que él mismo haya encendido el fuego.
Aquí podemos encontrar una aplicación poderosa: Antes que Dios envíe fuego, debemos reparar el altar. El altar representa nuestra relación con Dios. Quizás nuestro tu altar personal de oración está descuidado. Quizás el altar familiar de devoción está caído. Antes que el fuego del Espíritu descienda, es necesario restaurar nuestra comunión con Dios.
Elías eleva una oración sencilla y humilde: “Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas.” La respuesta de Dios es inmediata y poderosa. El fuego de Dios consume no solo el holocausto, sino también la leña, las piedras, el polvo y el agua del foso. Este acto es una manifestación espectacular del poder divino. La gente lo ve y cae postrada, exclamando: "¡El Señor es Dios, el Señor es Dios!" Aquí es bueno recordar el Shemá: "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es." (Deuteronomio 6:4).
El pasaje que hemos reflexionado nos deja tres grandes lecciones:
Debemos decidirnos. No se puede servir a dos señores. Elías llama al pueblo a definirse. Hoy Dios nos dice: “¿A quién serviremos? ¿A los ídolos modernos o al Dios vivo?”
Debemos restaurar el altar. Si queremos ver la gloria de Dios en nuestra vida, en nuestra familia, en la iglesia, tenemos que reparar nuestra comunión con Él. Sin oración, sin Palabra, no hay fuego.
Dios responde con poder. Cuando clamamos con fe sincera, Dios se manifiesta. No siempre de manera espectacular, pero siempre real y transformadora.
Para reflexionar: Así como el pueblo de Israel cayó sobre su rostro y declaró: “¡Jehová es el Dios!”, también nosotros hoy debemos renovar esa confesión. Que Jehová sea el Dios de nuestra vida personal. Que Jehová sea el Dios en nuestra familia. Que Jehová sea el Dios de nuestra iglesia.
Que el fuego del Espíritu Santo consuma todo lo que estorba, y avive en nosotros una fe firme y valiente. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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