
DEL MONTE SINAÍ AL APOSENTO ALTO
(Éxodo 19:17; Hechos 2:2-8)
En esta oportunidad reflexionaremos acerca de dos acontecimientos históricos que tienen que ver con nuestra fe, unidos por el hilo del fuego y la voz de Dios. El primero, en la cumbre del Monte Sinaí, (Éxodo 19:17-19), y el segundo, en el aposento alto de Jerusalén, (Hechos 2:2-8). Estos dos eventos, separados por milenios, nos hablan de la misma verdad: la inmensa santidad de Dios y su profundo deseo de comunicarse con su pueblo.
En la historia bíblica, hay momentos en los que el cielo parece tocar la tierra. Dos de esos momentos se encuentran separados por unos 1,500 años, pero están profundamente conectados:
Shavuot en Sinaí — cuando Dios entregó Su Ley a Israel en medio de fuego, voz y temblor.
Pentecostés en Jerusalén — cuando Dios derramó Su Espíritu sobre la Iglesia en medio de viento, lenguas de fuego y proclamación.
Ambos eventos suceden en la misma fecha del calendario bíblico: el día de la Fiesta de las Semanas (Shavuot), 50 días después de Pascua. En Sinaí, Dios formó a Israel como Su pueblo. En Jerusalén, Dios formó a la Iglesia como Su cuerpo. En ambos casos, hubo manifestaciones poderosas: voz, fuego, temblor… pero también un llamado a obedecer y caminar con Él.
Reflexionaremos sobre estos dos acontecimiento históricos y milenarios que tienen que ver con nuestra fe y como pueblo de Dios, la Iglesia.
"Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante.
Imaginemos por un momento la escena en Éxodo. El pueblo de Israel, liberado de la esclavitud en Egipto, se encuentra al pie de una montaña. Moisés los ha sacado para un encuentro divino. El versículo 17 dice: "Y sacó Moisés al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios; y se detuvieron al pie del monte." La expectación era palpable. ¿Qué iban a ver? ¿Qué iban a oír?
Y lo que sucede es impresionante. El versículo 18 y 19 describen una escena de poder abrumador: "Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. Y el sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante."
Dios no vino en un susurro, sino en fuego y trueno. Esta manifestación no era para asustar al pueblo, sino para dejar claro que Él es el Dios de un poder absoluto, santo, puro y temible. Su voz no era la de un hombre, sino el eco de la eternidad. La entrega de la ley en el Sinaí marcó el nacimiento de Israel como una nación sacerdotal, un pueblo apartado para Dios. Este evento, conocido como Shavuot, celebra la entrega de la Torá, la revelación de la voluntad divina. Nos recuerda que la ley de Dios es santa, justa y buena. Es un regalo que nos guía a una vida que honra a nuestro Creador.
“Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba… y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos… y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.”
Ahora, viajemos en el tiempo a la ciudad de Jerusalén. Han pasado cincuenta días desde la resurrección de Jesús. Sus discípulos están reunidos, esperando la promesa que Él les hizo. El Espíritu Santo, que no estaba confinado a un solo lugar, como el fuego en el Sinaí, descendió para habitar en cada creyente.
Hechos 2:2-4 describe esta nueva manifestación de Dios: "De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen."
Aquí también vemos fuego, pero con una diferencia crucial. En el Sinaí, el fuego estaba sobre la montaña. En Pentecostés, las "lenguas de fuego" se asentaron sobre cada uno de los discípulos. El mismo Espíritu que descendió con poder sobre el monte ahora descendía y llenaba a cada creyente. La voz tronante de Dios en el Sinaí se transforma en lenguas que hablan en múltiples idiomas para que el mensaje de salvación sea entendido por todos.
El Espíritu no se queda en un lugar, sino que llena a la gente, capacitándolos para testificar de las maravillas de Dios. Pentecostés marca el nacimiento de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, no definido por la sangre o la geografía, sino por el Espíritu Santo que mora en ellos.
Presentamos un paralelo de ambos acontecimientos y su cumplimiento.
| Shavuot (Sinaí) | Pentecostés (Jerusalén) |
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En Sinaí, la voz de Dios se escuchó desde lo alto; en Pentecostés, la voz de Dios se oyó a través de los discípulos, proclamando en muchos idiomas las maravillas de Dios.
Shavuot y Pentecostés no son eventos separados, sino que son dos caras de la misma moneda.
Ambos eventos están marcados por el fuego, simbolizando la presencia y el poder purificador de Dios. El Sinaí establece la ley que nos muestra nuestro pecado y nuestra necesidad de un Salvador. Pentecostés nos da el poder para vivir esa ley, no en nuestra propia fuerza, sino a través del poder del Espíritu Santo que nos capacita para amar a Dios y a los demás.
El pacto antiguo en el Sinaí fue escrito en tablas de piedra, pero el nuevo pacto, prometido por los profetas, es escrito por el Espíritu de Dios en nuestros corazones. En el Sinaí, el pueblo temblaba. En el aposento alto, los discípulos fueron empoderados para ir y transformar el mundo.
Hoy, nosotros somos el pueblo de ese nuevo pacto. Ya no necesitamos ir a una montaña para encontrar a Dios. El mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles está disponible para nosotros. ¡No es solo una historia del pasado! Es una realidad viva que nos llena, nos guía y nos capacita para ser testigos de Jesús.
Que este mensaje nos desafíe a buscar esa llenura del Espíritu Santo en nuestra vida diaria, para que el fuego de Dios arda en nosotros y su voz se escuche a través de nuestras palabras y nuestras acciones. ¿De qué manera estamos convencidos que el Espíritu Santo nos está llamando a ser un testigo de Jesús en nuestra vida diaria? "No apaguéis el Espíritu” (1 Tes. 5:19) Que el fuego que descendió en Sinaí y en Pentecostés siga ardiendo en nosotros también. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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